Dios te perdone

Han pasado los días y el detective Barry Sugma ya tiene confirmada la rutina de las comadres. Sabe que por costumbre se van a caminar los martes y los jueves, antes del mediodía, para ir al mercado popular. A la vez, realizan relaciones sociales, saludan a los vecinos y amigos del pueblo que conocen a Marisol, se quedan en la plaza, se comen su helado, se sientan a conversar y, aunque no son muy religiosas, los domingos están asistiendo a la parroquia para hacer oraciones y, además, sociabilizar un poco más.

El señor Santillano está conversando con el detective y le pregunta:

—¿Cómo estás?

El detective responde:

—Bien, señor Santillano. Lo llamo para decirle que ya tengo una lista de las actividades de sus amigas aquí en el pueblo. Se las voy a pasar por correo y creo que por los momentos ya he cumplido con mi parte.

Santillano responde:

—Excelente, señor Sugma. Voy a leer su correo y voy a tomar mis decisiones. Después que lo lea, le paso el pago móvil.

El detective dice:

—Excelente
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