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Pecador.
Pecador.
Por: Caroline Carraway
Prólogo – Annabelle Maxwell.

Annabelle.

Una lluvia torrencial cae sobre la campiña, mis pies están empapados y mi uniforme está echándose a perder. Intento levantar mi falda larga color marrón, pero me resulta imposible seguir sosteniéndola, debo sostener la linterna con la mano derecha y con la otra necesito cubrirme de las gotas de lluvia que nublan mi visión.

–¡Padre nuestro! – exclamo mientras la luz de mi linterna se hace cada vez más débil – no me abandones ahora – suplico, pero es completamente en vano. Porque tras un par de chispas de luz la linterna deja de funcionar.

Me quedo completamente a oscuras, gracias al cielo que me sé de memoria el camino de regreso al convento, sin embargo, debo aceptar que la oscuridad, la lluvia y los árboles meciéndose alrededor de la campiña le dan un aire espeluznante al sitio.

– Señor, llévame con bien y permíteme hacer mi trabajo – le rezo a Dios, la hermana superiora me encargó esta semana la vigilancia del convento, debo asegurarme de que no haya nada inusual alrededor de nuestro hogar, y por supuesto no quiero hacer mal mi tarea.

Termino de revisar los alrededores del convento, hasta que siento una presencia detrás de mí, al principio creo que me estoy enloqueciendo, que solo son supersticiones, pero aun a pesar de la lluvia puedo escuchar el sonido de un par de botas pesadas caminando en mi dirección.

Un rayo cae a lo lejos sobre las montañas, haciéndome sobresaltar, el sonido de los pasos se detiene y entonces yo volteo a ver a mi espalda.

–¿Quién está ahí? – grito con fuerza y miro a mi alrededor, pero no soy capaz de divisar absolutamente nada – ¿Quién está ahí? – insisto, pero no recibo ninguna respuesta.

Escucho el sonido de una carcajada de burla y siento que un escalofrió me recorre todo el cuerpo. Entiendo que debo regresar al convento antes de seguir perdiendo mi tiempo, asi que recojo mi falda con mi mano ahora libre y me dispongo a marcharme. Pero algo me lo impide.

– Eh tú – me grita una voz masculina, demasiado profunda para mi gusto.

Yo me fijo un poco más a mi alrededor y me doy cuenta de que hay alguien aquí. La silueta del hombre es extremadamente alta y fuerte, pero ¿Qué hace un hombre a las afueras de un convento de monjas?

–¿Cuál es tu nombre? – me pregunta.

Lo pienso mucho para responder, pero al final lo hago: – Annabelle, mi nombre es Annabelle.

– Irónico – dice burlándose.

Algo me dice que no debo hablar con aquel desconocido, sé que lo mejor es alejarme y volver al convento, pero hay algo que no me deja hacerlo, algo que me dice que responda a todas sus dudas. Ese fue mi primer gran error, no correr en la dirección contraria a él.

–¿Qué es irónico?

– Que siendo una novicia tengas el nombre de un espíritu satánico.

Yo frunzo el ceño y cubro mis ojos para ver si consigo verlo bien, pero me es imposible, él está prácticamente escondido y la lluvia no está muy a mi favor.

–¿Quién eres tú? ¿y qué haces aquí? ¿Acaso pretendes tentar mi fe? ¿Eres el diablo? – pregunto de forma ingenua.

Veo la forma en la que el hombre se aleja de los establos, en donde estaba recostado, y entonces se pone de pie frente a mí, a unos pocos metros de distancia.

–¡Oh no, Annabelle! Créeme, soy peor que el diablo, y si quisiera tentarte no sería precisamente tu fe.

Un rayo vuelve a iluminar la campiña, yo miro al cielo de Lacock que esta noche está enfurecido, la lluvia comienza a cesar y entonces vuelvo a poner mi vista en el hombre, pero cuando quiero verlo nuevamente él ya se ha dado la vuelta y ha empezado a caminar lejos de mí.

–¡Cancerbero! – lo escucho gritar y enseguida un perro alto y un poco flaco se une a él y comienza a caminar a su lado.

Trago saliva y relamo mis labios fríos mientras observo fijamente la forma en la que se aleja de mí, quiero detenerlo, quiero preguntarle quien es él y de donde salió, pero algo me dice que él no va a responder a mis cuestionamientos. Y quiza eso habría sido lo mejor, porque esa noche dio comienzo a una serie de eventos desafortunados que me hicieron caminar descalza por el infierno, y darme cuenta de que quiza y solo quiza, el infierno está en las manos de la persona a la que le entregamos todo. Por completo.

–¡Pero niña! Mira como has llegado – la madre superiora me ve entrar por la vieja cocina del convento y entonces se horroriza al verme completamente empapada – vamos a quitarte esto o te dará un resfriado – ella se acerca corriendo a donde yo estoy y comienza a desvestirme de mi habito, me quita el escapulario, haciendo que mi melena oscura se revele, me quita el resto de la túnica y me da una toalla para que pueda envolverme.

Yo atiendo a sus órdenes y voy a mi habitación, una vez allí dejo que la toalla caiga al suelo y me acerco desnuda al espejo, me observo de los pies a la cabeza y entonces recuerdo su voz, como si se hubiera metido dentro de mi cabeza, puedo escuchar su risa y el sonido de su voz acariciando cada una de las letras de mi nombre.

El corazón del hombre está inclinado al mal, pues bien, después de esa noche el mío se inclinó y se postro a los pies de Bastián Jones. El hombre que logro destrozar mi vida en solo un par de días, el mismo que me llevo al cielo y me dejo caer al más profundo de los infiernos.

Tal vez debí haberle hecho caso a esa voz en mi cabeza que me decía que me olvidara de ese hombre al que conocí una noche de tormenta de noviembre. Pero no lo hice. Bastián me enseño que incluso aunque lo neguemos todos somos pecadores. Él me convirtió en pecadora, y después se burló en mi cara.

Mi nombre es Annabelle Maxwell y está es mi historia.

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