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Capítulo 3 – conocerte a fondo.

Annabelle.

Bastián suelta una carcajada y se burla en mi cara.

–¿Qué pasa? ¿Qué es lo que te parece tan gracioso? – le pregunto con algo de rabia, ¿Es que no piensa dejar de burlarse de mí?

– No creo que tu seas capaz de jugar con mis reglas.

–¿Por qué no?

– Pareces alguien demasiado inocente como para estar conmigo – yo trago saliva y él se acerca ligeramente a mi – no me conoces Annabelle – susurra cerca de mi rostro.

– Tu tampoco me conoces a mí, no sabes lo que he hecho en mi vida, no conoces mi historia ni mi pasado.

– Eres una monja, eso no deja mucho a la imaginación que digamos.

– No toda mi vida fui una novicia – cierro los ojos porque Bastián está demasiado cerca de mí, y mi cuerpo esta temblando de necesidad. Nunca había sentido nada como esto, nunca había sentido tanto ardor en mi vientre bajo, es un dolor asfixiante y lo peor de todo es que no se cómo hacer para que se vaya.

Aunque, ¿A quién quiero mentirle? Yo sí sé que hacer para saciar esta necesidad y estas ansias de calor humano, el problema es que no puedo tenerlo, eso va contra todas las reglas del noviciado.

–¿Qué significa eso? ¿Vas a decirme que antes eras una niña mala? – dice con sarcasmo – ¿Vas a decirme que antes eras una chica rebelde?

– Puede ser, creo que tendrás que averiguarlo – lo digo porque quiero que él confié en mí, pero creo que mis palabras no fueron las correctas.

Bastián pasa su dedo pulgar por el contorno de mis labios, lo hace de manera lenta, delicada, haciendo que un cosquilleo me atraviese la espina dorsal, yo no quiero que él deje de tocarme, porque, aunque su contacto es frio, se siente jodidamente caliente. Como cuando un hielo se derrite por la exposición al fuego. Pues bien, en estos momentos creo que yo soy el fuego y Bastián es el hielo.

No, Annabelle Maxwell, quita esos pensamientos pecaminosos de tu mente – me reprendo.

– Tienes que dejar de hacer eso – le pido.

–¿Hacer que, Annabelle? – susurra con la voz ronca.

– Tocarme de esta forma, tienes que dejar de acercarte tanto a mí. Una cosa es jugar con tus reglas y otra cosa es que intentes violar las mías – respondo sin apartarme.

– Mentiría si dijera que no quiero violar cada una de tus reglas – siento una humedad en mi entrepierna y un calor que sube a mis mejillas, probablemente estoy completamente roja y expuesta.

Me alejo de él sintiendo esa incomodidad en mi centro y le doy la espalda para que no se de cuenta de lo mucho que sus palabras me han afectado. Estoy muy caliente, todo mi cuerpo se siente como incendiado a pesar de que la noche esta helada.

– Bastián, tienes que respetarme, debes mantenerte al margen de mi cuerpo – digo con la boca seca.

El problema de no haber tenido nunca contacto con los hombres, es que cualquiera puede venir y poner tu mundo patas arriba, no estoy mojada por Bastián, estoy mojada por su contacto y por lo bien que se sienten sus manos sobre mi piel. Porque a pesar de que él es guapo y que su cara parece tallada por el mismismo Hades, no deja de ser un desconocido para mí, uno que además estuvo acechándome la semana pasada buscando acercarse.

– Esta bien, voy a mantenerme al margen – él rodea mi cuerpo y se pone de frente a mí, levantando las manos en señal de inocencia.

Yo lo miro de forma suspicaz, algo en su rostro me dice que no le crea, que Bastián Jones es un mentiroso que hará todo lo posible por tentarme y hacerme pecar, pero ignoro ese pensamiento de inmediato.

– Júralo por Dios.

– Eso sería jurar en vano, y hasta donde tenía entendido es pecado.

– Si cumples con tu promesa no lo seria.

– Precisamente – sonríe y yo ruedo los ojos.

– Creo que esto es una mala idea, asi que yo me voy – paso a un lado de su cuerpo, dispuesta a alejarme para siempre, pero él me agarra de la muñeca antes de que pueda irme.

– Te mentí, si necesito la ayuda – me dice con el rostro serio – a los que estamos en la correccional nos rebajan la pena si hacemos servicio social, y quisiera que me ayudes.

–¿Para salir antes?

– Si, mi madre está enferma y necesito ir a apoyarla – él traga saliva y yo le creo.

–¿Qué tiene tu madre?

– Alzheimer, ella no recuerda la mayor parte de su vida, y tiene muchos problemas en casa, necesito volver con ella lo mas pronto posible.

–¿Y cuánto tiempo te queda en el reclusorio?

– Un año – frunce los labios – si hago servicio social ese tiempo se reduciría a la mitad.

Yo veo sus ojos que me miran con pesar y no soy capaz de negarle la ayuda, después de todo, tengo la idea perfecta en la que Bastián podría prestar servicio social.

– Está bien, voy a ayudarte, pero tenemos que hacer esto de la forma correcta.

–¿Y cuál se supone que es esa forma?

– Debes volver a la correccional y llenar un documento para que la madre superiora me dé la autorización de ir contigo al pueblo vecino, tengo una idea en mente para que te redimas con la sociedad.

– De acuerdo. Pero ¿Por qué no nos vamos esta misma noche?

Yo frunzo el ceño – ¿Te refieres a ahora?

– Si.

– No puedo hacerlo, Bastián.

–¿Por qué demonios no?

Yo lo miro de mala gana por la palabra que ha utilizado.

– Porque aquí hay reglas, no sé si entiendes el concepto, pero yo soy parte de una institución en la que debo seguir órdenes.

De repente él suelta una media sonrisa – ¿Asi que te gusta seguir ordenes?

– Pues si – respondo con obviedad – soy una persona obediente.

–¿Obediente o sumisa? – murmura muy despacio.

Siento que el calor vuelve a extenderse a lo largo de todo mi rostro – vamos a dejar algo claro – suspiro – nada de preguntas de doble sentido – le pido – nada de tocarme de manera inadecuada, nada de contacto humano, ya te lo dije, si quieres que te ayude debes respetarme, en el momento en el que me pongas un dedo encima te juro que me voy y te dejo a tu suerte.

–¡Que miedo! – él rueda los ojos.

-No vas a tomarme enserio, ¿Cierto? – suelto un bufido.

– Lo haré, prometo que lo haré.

Yo respiro profundo y asiento – de acuerdo, entonces te espero mañana temprano con un documento firmado que diga que tienes que hacer servicio comunitario para rebajar tu tiempo, después vamos por la autorización de la madre superiora.

–¿Y después? – me pregunta.

– Después aprenderás a servir a tu comunidad – digo orgullosa.

Él frunce ligeramente el ceño, pero lo paso por alto.

– Entonces hasta mañana, Annabelle – sisea.

– Hasta mañana – digo y me doy media vuelta para volver al convento – ¡Bastián! – lo llamo deteniéndome – si vamos a hacer esto tienes que decirme porque estas en la correccional.

–¿Prometes que esto no cambia en nada nuestro acuerdo?

– Lo prometo – digo con miedo – ¿Por qué estás en ese lugar?

– Porque maté a mi padre – dice sin titubear y yo siento que cada fibra de mi cuerpo tiembla de miedo.

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