En el hospital

Ayse llegó al apartamento, pálida y sin aliento, Zeynep ya estaba en la puerta, sosteniéndose el vientre y respirando entrecortadamente.

—Vamos, no hay tiempo que perder —dijo Ayse, pasando un brazo alrededor de su amiga para ayudarla a caminar hacia el taxi que esperaba en la acera— Al hospital, ¡Rápido! —indicó al conductor, en su voz se notaba la urgencia.

El trayecto fue una pesadilla de tráfico y frenazos, con cada movimiento brusco arrancando un quejido de los labios de Zeynep. Ayse la sostenía con fuerza, murmurando palabras de aliento que apenas lograba escuchar en medio del dolor.

Y entonces, sucedió. Con un grito ahogado, Zeynep sintió como si algo se rompiera en su interior, y un torrente de líquido empapó el asiento bajo ella.

—¡Oh, Dios mío! —Ayse se llevó una mano a la boca, abrió sus ojos enormemente con horror— ¡Ha roto fuente! ¡Apresúrese, por favor! —le suplicó al conductor, que pisó el acelerador.

Cuando por fin llegaron al hospital, Zeynep era un manojo de nervios
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