—No creo que esto sea justo para ti, Carmina. —digo, mientras coloco la copa sobre la mesa de centro, —Mereces a alguien que te quiera. —No todo puede ser blanco y negro, Emilio; existen también otras tonalidades grises. —Me rodea con sus brazos y puedo sentir su cuerpo ceñirse al mío — No te estoy pidiendo ser tu amante o que dejes a tu esposa, solo quiero estar contigo esta noche. No puedo negar que Carmina es realmente hermosa, que siempre hubo entre ella y yo, algo de atracción. Aunque traté de mantenerme alejado de ella por respeto a su padre, poco a poco ha ido metiéndose en mi mente. Carlos, no sólo era el médico de la familia, era también el mejor amigo de mi padre por lo que merecía, mi lealtad y respeto. —Por favor —pide en voz suplicante, pero a la vez seductora. Pienso en todo lo que ha pasado hasta ahora con Rebecca, todo lo que he hecho para hacerla sentir bien, a pesar de mis inseguridades y de mis celos; mas no ha sido suficiente, cada vez me siento más lejos
—Estuviste maravilloso anoche. Veo que no me equivoque en lo que pensaba, eres ardiente y estás muy bien dotado —dice llevando su mano hacia la zona intima de Emilio, quien por reflejo se cubre con ambas manos.—¿Pasó algo entre nosotros? —pregunta visiblemente aturdido. —Vamos, que no me dirás que no recuerdas lo bien que la hemos pasado. —sonríe y lo mira de forma perversa.—La verdad no. No recuerdo absolutamente nada —Se lleva las manos a la cabeza.—¿Quieres que te lo cuente con lujos de detalles? ¿O prefieres que lo repitamos? —Se aproxima a él y rodea su cuello con sus brazos. Emilio la aparta con sutileza, se siente totalmente abrumado.—¿Estás segura de que pasó algo entre nosotros? —Su preocupación es visible —Me ofendes con tus dudas, Emilio. Si realmente estás arrepentido, sólo tienes que decírmelo y ya. —No, no es eso, Carmina. Es sólo que no recuerdo nada. —achica los ojos, siente una punzada en la cabeza y un zumbido agudo en sus oídos— ¡Joder, me duele la c
—¿Estás lista? —pregunta Rebecca a su amiga. —¡Sí! ¿Y tú estás bien? —comenta Romina al verla algo triste. —Sí, no te preocupes. No es nada. Ahora lo importante es que logre entrar a su oficina mientras tú lo distraes, ¿vale? —¡Vale!Las dos mujeres ponen en marcha aquel plan. Romina debe entretener a Ricardo, mientras Rebecca entra a su oficina para buscar las pruebas que necesita. Ricardo García, baja de su coche, sostiene su maletín en una de sus manos y las llaves de su auto en la otra, el hombre entra a la universidad y se dirige hasta su oficina. En ese instante, recibe un mensaje, se detiene en medio del pasillo para sacar el móvil de su bolsillo.Sonríe al ver que se trata de su última víctima. Hasta ahora, Ricardo no había vuelto a buscarla, ni a hablar con ella. En ambos episodios que alcanzaron a verse, la pelirroja había entrado en shock. Sin embargo, como psicólogo, él sabe que es un comportamiento normal, en cualquier víctima de este tipo de eventos, la evasi
La adrenalina corre por sus venas, Rebecca mira hacia la puerta, su mente divaga entre dos pensamientos: la necesidad de escapar y ponerse a salvo, y el deseo de quedarse unos segundos más y obtener más pruebas.El tiempo apremia, por lo que la pelicastaña debe tomar una decisión de inmediato. Voltea a todos lados, echando un vistazo al lugar, buscando ansiosa donde esconderse, pero el espacio no es lo suficientemente grande para ello. Ve la ventana corrediza que está a un lado. Se dirige hacia la ventana, la abre con sumo cuidado y se asoma. Confirma la altura que hay entre la ventana y el suelo. Por suerte para ella, es bastante pequeña. Justo cuando se dispone a salir, recuerda que dejó la caja sobre el escritorio. Por lo que se ve obligada a devolverse, debe dejarla en su sitio o correrá el riesgo de que Ricardo sepa que alguien estuvo allí. Si algo no le convenía, era ponerlo sobre aviso acerca de sus intenciones. Sin hacer ruido, y escuchando los pasos cada vez más cerca,
—¡Firme el contrato! —me ordena con voz firme, el hombre trajeado elegantemente. —¿Quiero saber con quién me caso? —pregunto en voz alta.El hombre me mira con enojo, luego ladea su boca con una sonrisa impregnada de arrogancia.—¿Cambiará en algo que lo sepa? —interroga haciendo una mueca de disgusto.— ¿Tan condicionado es el amor y la abnegación que siente por su padre? —agrega.Sin más opciones, que la de firmar aquel documento, me resigno a aceptar el contrato.—Está bien, firmaré. —tomo la plumilla dorada estampo mi nombre, luego colocó con firmeza el bolígrafo sobre la mesa y deslizó hacia él, la carpeta donde reposa el contrato.—Perfecto, recibirá el dinero en apenas unos minutos. —dice y me entrega un sobre blanco pequeño.— Allí tiene su boleto de avión y una tarjeta a su nombre para los gastos básicos que necesite durante el vuelo. —¿Boleto de avión? ¿Pero de qué está hablando? No dice por ningún lado que debo viajar a otro lugar. —refuto.—Aceptó casarse con mi he
Aunque intento resistirme, no puedo zafarme de su agarre. —¡Suéltenme o gritaré que me están secuestrando! —digo en un intento vano por convencerlos.—Es mejor que colabore señorita —me sugiere uno de los hombres.—Suélteme, por favor. Se lo suplico. No quiero irme, allí está mi padre. —Lo lamento, debo cumplir las órdenes de mi jefe. —dice sujetándome con mayor fuerza y obligándome a subir al auto.En ese instante, comienzo a arrepentirme de haber firmado aquel documento. Me siento como una especie de marioneta manipulada por Enzo Ferrer, prácticamente estoy a su merced. Mi vida depende exclusivamente de un contrato, no tengo voluntad propia, ni siquiera puedo decidir quedarme al lado de mi padre. Me invade la ansiedad por completo, la angustia se apodera de mí y permanece anclada en mi pecho sin dejarme respirar bien. Minutos después, el auto se detiene, los dos guardaespaldas bajan y me rodean, quisiera poder escapar de ellos pero sería en vano, en minutos estaría en s
—¿Hacia donde vamos? —retomo la conversación.—A Cabo de las huertas. —responde— ¿Ha venido a Alicante antes? —añade.—¡No! —Miró a los lados y puedo ver, bajo la luz de la luna, la hermosa playa que se tiende a lo lejos, resplandeciente.— Ni siquiera he salido de Madrid ¿Cómo es que voy a viajar por toda España? —espeto.—Yo tampoco he salido de Alicante, siempre he vivido aquí, así que estamos iguales. —sonríe mirándome desde el retrovisor. Por alguna razón, aquel joven me agrada, siento que puedo confiar en él, a pesar de que no se ha atrevido a hablarme de su jefe. —¿Falta mucho para llegar? Necesito hacer varias llamadas importantes.—Sólo algunos minutos. Pronto llegaremos. El coche toma una carretera de tierra, a lo lejos se ve una imponente mansión, un poco alejada de la ciudad. Transcurren cinco minutos y el auto se detiene frente a aquella lujosa construcción.—Hemos llegado, Srta… Cervantes. —Me llamo Rebecca, ese es mi nombre. —respondo con amabilidad ¿y tú co
—¿Sr Ferrer, está usted bien? —pregunta angustiada la empleada.—Déjame solo, te he dicho que no quiero ver a nadie.—Pero-—Lárgate Mercedes. —Como ordene señor. —se gira para salir, voltea hacia mí viendo hacia el piso.— Su prometida, ya está aquí. —¿Qué dices? —pregunto con hostilidad.—El Sr Enzo aviso que vendría. La boda está pautada para el sábado en la tarde, señor.—¡Joder! Quien le dijo a Enzo que quiero casarme. Dile a esa mujer que se vaya de aquí ahora mismo. —Señor, no puedo hacer eso. Esa chica no trajo ni equipaje. —Me importa un carajos, Mercedes. Dile que se vaya o la echaré yo mismo. —Creo que lo mejor es que se tranquilice señor. —Sácala o iré yo mismo. —Le advierto.—Como ordene señor.Mercedes sale de mi habitación, azoto la puerta. Camino hacia la ventana. Puedo sentir el frío erizarme la piel, tal cual como estaba la fría noche del accidente. El reflejo de mi rostro en el vidrio, me transporta a aquel momento.Un año atrás…—¿Qué te gustarí