54. Hacerte mi esposa

Galilea abrió los ojos al sentir sus labios sobre los suyos, tomándola como únicamente él sabía hacerlo. Al principio se quedó helada, pero después, como un autómata, comenzó a responder, sintiendo el calor de su cuerpo pegado al suyo, su cálida lengua buscar la suya; sin más, lo acercó a su boca y le ofreció la suya, con la otra mano aferrándose a su camisa.

Tenía los sentidos nublados, no podía pensar con claridad, no cuando él lo poseía todo de ella.

Cristopher gimió ante el grato recibimiento y la tomó de la cadera, acariciando esa zona por encima de la tela de su vestido y deseando arrancárselo allí mismo, aunque no fuese propio; estaban en la casa de su madre. Sin embargo, nada evitó que sedujera su boca con devoción, increíble placer.

Esa mujer esa suya y él era de ella, no había más explicación que secundara tal entrega, y es que la forma en la que sus dedos delgados, suaves y delicados lo exploraban, era única, podía reconocer ese contacto incluso a ojos cerrados.

Pasados los
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