58. Soy libre para ti

Todo sucedió muy rápido, demasiado quizás.

Cuando la noticia llegó a ella, no lo pensó dos veces; necesitaba ir, Dios, necesitaba estar con él o iba a enloquecer en cualquier segundo.

Un equipo de seguridad se encargó de trasladarla hasta el hospital de río, pues con todo lo acontecido en los tribunales, los medios parecían buitres en busca de alguna primicia.

Tan pronto llegaron, ella no esperó a nada ni a nadie, entró casi corriendo hasta la recepción y allí, cerca, no solo se topó con Mateo y el padre de Cristo, sino con toda la gente de la hacienda, quienes aguardaban en silencio y con semblante preocupado.

— Gali…— su amigo se acercó con gesto abatido.

— ¿Dónde está? — exigió saber ella, con la voz quebrada el corazón a punto de perforarle el pecho — Quiero estar con él, me necesita, por favor, déjame ir.

— Tranquila — susurró, intentando calmarla — ya fue ingresado a urgencias y está en buenas manos, me he encargado personalmente de que así sea.

— Por favor, quiero verlo — pidió
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