— Cristo… — musitó en un suspiro y lo miró con ojos brillantes, dulzones — si por mí fuera me casaría ahora mismo contigo, pero una boda, aunque sea muy pequeña, necesita prepararme con al menos un poco de tiempo.El brasileño tomó sus manos entre las suyas y depositó dos tiernos besos sobre el dorso de cada una, también mirándola con fijeza.— Lo sé, pero no veo la hora en que te conviertas en mi esposa — confesó, y es que pese a la repentina necesidad que surgió de protegerla a ella y sus hijos, no mentía, casarse con esa mujer era su sueño más anhelado.El corazón de la pelirroja dio un vuelco de alegría, conmoviéndose.— Oh, Cristo, yo también quiero convertirme en tu esposa tan pronto como sea posible — dijo, acariciando su mejilla —. Pero… ¿de verdad no podemos esperar un poco más? Ni siquiera tengo un vestido — comentó afligida.— Lo conseguiremos hoy mismo — prometió — la boda por el civil puede ser en la hacienda y la eclesiástica la planearemos por más tiempo, pero, por favo
Cuando Mateo supo la noticia, no pudo ocultar su asombro. Sobre todo porque iba a ser uno de los testigos principales y tenía menos de seis horas para cancelar todos sus pendientes programados y acompañar a sus amigos en el día más felices de sus vidas.— Galilea es una mujer maravillosa, Cristo, no lo arruines — le aconsejó su amigo del otro lado de la línea telefónica.El brasileño sonrió y observó a través de la ventana de su despacho con una veintena de personas se movía de un lado a otro para finiquitar los últimos detalles de la celebración.— La amo con todo mi ser, Mateo — dijo con sinceridad —. Y no hay nada que no haría por saberla feliz y plena.— Me alegra escuchar eso, merece ser feliz, los dos lo merecen.— Entonces… ¿te espero?— No me perdería ser testigo de este amor por nada del mundo — admitió —. Nos vemos en un par de horas.Después de colgar, intentó retomar sus pendientes, pues todo el tiempo que había estado lejos de la hacienda muchas cosas quedaron a medias, y
Lo que comenzó siendo un día para festejar el amor… terminó en tragedia.Sucedió muy rápido, quizás demasiado, y lo que en un principio parecía ser capaz de controlarse, no lo fue, al contrario, a medida que Cristopher conducía aquella camioneta como alma llevaba el diablo y se acercaba a la casa grande, los gritos de terror a su alrededor eran demasiado intensos, el de las llamas también.— ¡Salgan, salgan! — las órdenes de su capaz llegaron a él tan pronto derrapó en la explanada y saltó fuera de la camioneta.— ¡¿Qué sucedió?! — exigió saber. Gente se movía de un lado a otro… su gente. Gritaban, sollozaban, se abrazaban los unos a los otros y suplicaban al cielo plegarias que esperaban fuesen escuchadas — ¡¿Dónde está Salomé?! ¡¿Dónde está mi hija?!Leandro observó a su jefe con semblante desconcertado, horrorizado, guiando a todos fuera de la casa en un intento de mantenerlos a salvo del desastre que se estaba generando.— ¡No lo sé, patrón! — gritó por encima del bullicio — ¡Esta
Cristopher observó a su esposa enrollada entre las sábanas, desnuda y saciada. Besó la coronilla de su cabeza, despertándola con caricias que a poco a poco se fueron convirtiendo en cosquillas y risas que la espabilaron en seguida, llenando el silencio de la habitación compartida.— Vamos, es hora — le dijo. Ella se quejó, aun entre las sábanas, mirando a su hombre con ojos chispeantes — Hoy sabremos el sexo del bebé.La muchacha asintió, habían estado deseando toda la semana que ese día llegase.Una hora después, se enteraron.— Es una niña — informó el doctor.Lágrimas se arremolinaron en los ojos de la futura madre primeriza. ¿Qué decir del futuro padre? En su pecho no cabía tanta alegría.El doctor les regaló un par de minutos a solas para que festejaran su dicha.— Tres mujeres — musitó, pegando su frente sobre la de ella unos segundos — Las tres mujeres de mi vida. Esto es una locura.Ella sonrió, todavía con lágrimas contenidas.— ¿Estás feliz?— Mujer, no solo soy el hombre má
Doce meses más tarde, llegó a “las ninfas” el cuadro familiar de los miembros de la familia Oliveira, y desde el umbral de la puerta de su despacho, Cristopher lo observaba con increíble nostalgia. En la pintura, su hija pequeña, de apenas seis meses en ese entonces, era amamantada por el pecho de la mujer que había llenado su mundo solo de amor y tranquilidad; erotismo también. Salomé, con seis años, estaba sentada en un banquito junto a su madre y hermana, y él… el cabeza de familia, en la parte de atrás, contemplando su creación con total admiración.— Es un cuadro precioso — dijo Galilea, sorprendiéndolo por la espalda.Él se giró y la tomó de la cintura para robarle un beso.— Lo es.— Aunque hay un error en la pintura — le comentó, un tanto roja. Él arrugó la frente y volvió a mirar, sin comprender de qué se trataba.— No veo ningún error mujer.— Allí somos cuatro, pero, en realidad, somos cinco.Al brasileño le tomó varios segundos comprender de que estaba hablando, hasta que
Con una hija pequeña sujeta de una mano y un tonto bolso amarillo con diseño de abeja colgado a su hombro, el brasileño empujó las puertas del hospital como alma que llevaba el diablo. Tenía que ser una jodida broma, era el bendito cuarto psicólogo que visitaban ese mes y Cristo estaba a punto de perder el temple y enviar a su hija de cinco años a un internado en el extranjero, donde pudieran educarla y hacerse cargo de ella porque de verdad que él ya no podía más. Había llegado a su propio límite. Respiró hondo y se acuclilló en frente, la tomó de la mano e intentó no ver en esa dulce pequeña el vivo retrato de su madre. — Salomé, basta, no puedes seguir haciéndome esto — la riñó como no solía hacerlo, y es que desde que ambos perdieron a la única mujer que sabía cómo hacerles la vida más fácil, la tensión entre padre e hija se había vuelto casi palpable. La niña lo miró por un segundo con ojitos bicolores y suspiró, ignorándolo, sin comprender a su corta edad que toda aquella si
— Una niñera — sugirió su amigo de toda la vida y pediatra de su hija, sacándolo de sus cavilaciones, y es que desde lo que había pasado en el hospital con aquella atrevida mujer de cabello rojizo y una soberbia que medía como metro sesenta, se encontraba más inquieto que de costumbre.— Salomé no necesita de una niñera, lo que le hace falta es alguien la eduque ahora que… — pasó saliva, todavía, después de seis meses, era difícil asumir que Cecilia ya no estaba en sus vidas.— Tu hija te necesita a ti, ¿no lo ves? — Palacios no estaba para nada de acuerdo con la idea de que su ahijada fuese enviada a un internado en Francia.Cristo suspiró y negó con la cabeza.— Entonces, explícame porque es incapaz de hablar conmigo, porque diablos lo hizo con esa mujer del hospital y porque ahora ha vuelto a quedarse muda.— No lo sé, vale, los médicos…— Con todo respeto, Mateo, pero los médicos no hacen ni mierda — expresó, molesto, era increíble que con lo avanzada que estaba la ciencia no pudi
Escogieron una mesa apartada, cerca del muelle, donde corría una brisa pegajosa muy propia de aquellos primeros días de febrero.La pequeña de ojos grande se sentó muy cerquita de esa mujer con cabello de fuego que despertaba intriga en el brasileño y unas terribles ansias por saber quién era, como se llamaba, a que se dedicaba y cualquier detalle por mínimo que fuera.Pidió, luego de intercambiar ideas, tres bebidas refrescantes y dos suculentas ensaladas que preparaba la casa como plato fuerte; para su hija, unas patatas con salsa que supo se devoraría en seguida.Allí, mientras comían, el brasileño supo que esa muchacha de ojos marrones y mejillas encendidas, se llamaba Galilea Montero, de veinte, hija única y mexicana de nacimiento, aunque recordaba vivir en rio desde que tenía uso de razón.Del mismo modo, ella supo que ese hombre de armadura fuerte se llamaba Cristopher Oliveira, acababa de cumplir los treinta y era carioca de nacimiento, gentilicio— Yo me llamo Salomé, pero pa