— Una niñera — sugirió su amigo de toda la vida y pediatra de su hija, sacándolo de sus cavilaciones, y es que desde lo que había pasado en el hospital con aquella atrevida mujer de cabello rojizo y una soberbia que medía como metro sesenta, se encontraba más inquieto que de costumbre.— Salomé no necesita de una niñera, lo que le hace falta es alguien la eduque ahora que… — pasó saliva, todavía, después de seis meses, era difícil asumir que Cecilia ya no estaba en sus vidas.— Tu hija te necesita a ti, ¿no lo ves? — Palacios no estaba para nada de acuerdo con la idea de que su ahijada fuese enviada a un internado en Francia.Cristo suspiró y negó con la cabeza.— Entonces, explícame porque es incapaz de hablar conmigo, porque diablos lo hizo con esa mujer del hospital y porque ahora ha vuelto a quedarse muda.— No lo sé, vale, los médicos…— Con todo respeto, Mateo, pero los médicos no hacen ni mierda — expresó, molesto, era increíble que con lo avanzada que estaba la ciencia no pudi
Escogieron una mesa apartada, cerca del muelle, donde corría una brisa pegajosa muy propia de aquellos primeros días de febrero.La pequeña de ojos grande se sentó muy cerquita de esa mujer con cabello de fuego que despertaba intriga en el brasileño y unas terribles ansias por saber quién era, como se llamaba, a que se dedicaba y cualquier detalle por mínimo que fuera.Pidió, luego de intercambiar ideas, tres bebidas refrescantes y dos suculentas ensaladas que preparaba la casa como plato fuerte; para su hija, unas patatas con salsa que supo se devoraría en seguida.Allí, mientras comían, el brasileño supo que esa muchacha de ojos marrones y mejillas encendidas, se llamaba Galilea Montero, de veinte, hija única y mexicana de nacimiento, aunque recordaba vivir en rio desde que tenía uso de razón.Del mismo modo, ella supo que ese hombre de armadura fuerte se llamaba Cristopher Oliveira, acababa de cumplir los treinta y era carioca de nacimiento, gentilicio— Yo me llamo Salomé, pero pa
La mañana siguiente, con los nervios carcomiéndole cada poro de la piel, Galilea esperó en el mismo restaurante donde el día anterior se encontraron. Cristo no se sentía muy diferente a ella, esa noche durmió con una opresión muy extraña en el pecho y despertó sabiendo que volvería a ver a esa mujer con cabello de fuego; habían acordado un par de detalles, como que ella viviría en su casa y tendría un sueldo al que ninguna otra persona, ni por loca que estuviera, tendría objeción alguna. Salomé sabía que dentro de nada vería a esa nueva mami que estaba segura le había enviado su mami Cecilia, de otro modo, no hubiese existido poder humano que lo separara de ella, de verdad que su padre todavía estaba sorprendido con el vínculo tan irreal que habían formado esas dos. — Creo que estás lista — dijo, al tiempo que la niña se giraba al espejo y reafirmaba una vez más que su papi no tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo; coletas disparejas y vestido de otoño en pleno apogeo del
Cuando bajaron, una pequeña O se formó en su boca debido al asombro.Hectáreas tras hectáreas verdes lo cubrían todo; y en medio, a lo lejos, una casa inmensa era resguardada por rejas enormes que parecían no tener límite de ancho y altura. Dios, de verdad que parecía no tener fin, no se veía donde comenzaba o terminaba aquel lugar; era sencillamente impresionante.Había estado en una hacienda alguna que otra vez a lo largo de su vida, pero, si era sincera, ninguna se asemeja a esa.Cristo cargó a la niña y la acomodó en el asiento trasero del todo terreno, ella ocupó el puesto del copiloto por petición de él y muy pronto atravesaban esas rejas que no demoraron en intimidarla todavía más.— Bienvenida a Villa Cecilia — le dijo él cuando aparcó el jeep rojo junto a un par de camionetas del mismo estilo.— ¿V-vives aquí? — consiguió preguntar, todavía aturdida.— Si, ¿no era lo que esperabas?— No, pero… me gusta — reconoció en seguida.El hombre sonrió, si bien todo el que llegaba por
Cristo no supo bajo que piedra meterse en ese momento; y aunque de verdad todo de él sabía que no era para nada correcto, no pudo apartar la vista de semejante mujer; Dios, jamás había visto pechos tan frondosos y simétricos como esos, en serio, no tenían demasiado volumen pero eran firmes y tiesos.Segundos después, la muchacha reaccionó; tomó la toalla del piso y como se pudo se cubrió sus partes con las mejillas rosas, no, encendidas como caldera.— Lo siento, la puerta… — intentó explicarse él, pero no encontró palabras, el corazón le palpitaba como un loco y era creciente erección ni se diga.Cerró brusco, molesto, con ella, consigo mismo… ¿por qué diablos había dejado la puerta abierta? Maldita sea, por esa casa se movía un tropel de hombre que trabajaban para él y pudo ser uno de ellos en verla.No, la sola idea, sin saber por qué, le fastidió muchísimo.Hecho la furia que solía ser cuando algo lo sacaba de quicio, bajó a la cocina, se refrescó con un vaso de agua helada y pidi
Lo que estaba sucediendo en aquella hacienda de verdad que no le gustaba en lo absoluto, si bien su relación con esa mujer nunca fue muy estrecha, lo que acababa de suceder en la cena era algo que no podía seguir permitiendo. Era la tía de Cecilia, sí, pero eso no le daba el jodido derecho de nada, además, en ningún momento había faltado a la memoria de su esposa.Había tomado una decisión inalterable por el bienestar de su hija y, si Galilea era lo mejor que ella podía tener en esos momentos, no se la quietaría, era eso o enviarla a un internado en el extranjero.Oteó el reloj en su muñeca, era pasada la media noche cuando se encontró exhausto y decidió por acabaría con aquel día, así que apagó la última luz encendida en el despacho y subió las escaleras.Iba a entrar a la habitación de su hija como solía hacerlo cada noche que intentaba dormirla cuando un trémulo halo de luz dorada capturó su atención; provenía de la de ella.No debería acercarse y mirar; lo sabía, pero al parecer n
Cristo atravesó aquel pasillo que de pronto le pareció más que infinito; en ese momento descubriría que era lo que se traían esos dos. ¿Cómo se atrevían? ¡En su propia casa… ja! ¡Eso era inaudito y no iba a consentirlo!Palacios miró las ecografías con gesto asombrado y luego a ella; ¡Lo sabía! Se dijo a sí misma, sabía que no estaba loca, él también ha pensado lo mismo.— Gali, esto es… — tragó la bilis en su garganta y negó con la cabeza, era increíble, de verdad, jamás había visto algo así en sus años de carrera… ¡en su vida!— Lo sé, lo sé… — musitó ella, contrariada — hice esa misma cara cuando las vi, son tan…— Idénticas — concordó él, pero algún sentido debía tener, ¿cómo era posible que su bebé y la hija de su mejor amigo tuvieran un parecido tan… similar? — ¿Cristo… sabe de esto?— No, él no sabe nada… por favor no lo menciones.El brasileño apenas había alcanzado a escuchar lo último que se decían cuando abrió la puerta como quien es dueño de su casa y entró allí dispuesto
Mateo y Cristopher se conocían desde que tenían uso de razón, y si bien con el pasar de los años se convirtieron en adolescentes inseparables el uno del otro, eran muy diferentes y opuestos en casi todo; por supuesto, ambos gozaban de las mismas comodidades que se les proporcionaron desde la cuna.Palacios, como acostumbraba a llamarlo todo mundo, era un médico-pediatra de categoría; el mejor en su área, sin alardear, un hombre con alma bondadosa y espíritu noble. Cristo, por su parte, no se alejaba demasiado de esas cualidades, al contrario, era quien más amaba en sus relaciones y de forma intensa se entregaba; sin embargo, eso no le quitaba lo duro e inflexible con todo aquel en el que encontrara potencial para superarse, y no es que a él lo hubiesen criado con mano dura, para nada, tuvo unos padres que lo guiaron por el camino de la sabiduría y la humildad, pero él mismo se había forjado esa personalidad en el paso de los años y ahora era uno de los hacendados más respetados del es