Cristo atravesó aquel pasillo que de pronto le pareció más que infinito; en ese momento descubriría que era lo que se traían esos dos. ¿Cómo se atrevían? ¡En su propia casa… ja! ¡Eso era inaudito y no iba a consentirlo!Palacios miró las ecografías con gesto asombrado y luego a ella; ¡Lo sabía! Se dijo a sí misma, sabía que no estaba loca, él también ha pensado lo mismo.— Gali, esto es… — tragó la bilis en su garganta y negó con la cabeza, era increíble, de verdad, jamás había visto algo así en sus años de carrera… ¡en su vida!— Lo sé, lo sé… — musitó ella, contrariada — hice esa misma cara cuando las vi, son tan…— Idénticas — concordó él, pero algún sentido debía tener, ¿cómo era posible que su bebé y la hija de su mejor amigo tuvieran un parecido tan… similar? — ¿Cristo… sabe de esto?— No, él no sabe nada… por favor no lo menciones.El brasileño apenas había alcanzado a escuchar lo último que se decían cuando abrió la puerta como quien es dueño de su casa y entró allí dispuesto
Mateo y Cristopher se conocían desde que tenían uso de razón, y si bien con el pasar de los años se convirtieron en adolescentes inseparables el uno del otro, eran muy diferentes y opuestos en casi todo; por supuesto, ambos gozaban de las mismas comodidades que se les proporcionaron desde la cuna.Palacios, como acostumbraba a llamarlo todo mundo, era un médico-pediatra de categoría; el mejor en su área, sin alardear, un hombre con alma bondadosa y espíritu noble. Cristo, por su parte, no se alejaba demasiado de esas cualidades, al contrario, era quien más amaba en sus relaciones y de forma intensa se entregaba; sin embargo, eso no le quitaba lo duro e inflexible con todo aquel en el que encontrara potencial para superarse, y no es que a él lo hubiesen criado con mano dura, para nada, tuvo unos padres que lo guiaron por el camino de la sabiduría y la humildad, pero él mismo se había forjado esa personalidad en el paso de los años y ahora era uno de los hacendados más respetados del es
Se quedó allí durante un par de segundos; perplejo, no la había visto desde el almuerzo. Ella se movía libre y mágica alrededor de la cocina mientras él permanecía allí, más que embrujado por esa ninfa roja de cuerpo esquelético y cabello colorado que lo hacía perder toda perspectiva.Se acomodó la entrepierna y pasó saliva con las manos sudadas. Bendito sea… ¿por qué carajos se comportaba como si jamás hubiese visto a una mujer en su vida? Y encima ya se le estaba haciendo costumbre vigilarla a escondidas como un depravado, eso no era propio de un hombre como él, de su talla; debía parar de una buena vez.Galilea tomó una taza del té que había preparado y olió un poco antes de girarse y encontrarse con la presencia de ese hombre; la impresión solo le causó un respingo que provocó que retrocediera, sino que el susto hizo que la taza se le resbalara de las manos y cayera alrededor de sus pies, quebrándose.— ¡Galilea! — exclamó él, preocupado — No te muevas.La muchacha pestañeó asusta
Sus lenguas batallaron de inmediato, casi en el acto; Galilea respondió tímida al encuentro y él, en cambio, un poco más fiero. Una urgente necesidad creció entre ambos, desde lo más profundo, lo recóndito, lo jamás experimentado.Cristo sabía muy bien en lo que se metía, por supuesto, no era un crío de dieciséis años, y aunque una parte de él sabía que esa mujer ocultaba algo, lo cierto era que nada lo hubiese detenido de cometer semejante arrebato, deseaba probarla de todas y cada una de las formas, más allá de lo indebido, del raciocinio… de sus límites.Ella, por su lado, en una burbuja, se sentía definitivamente anclada, lo que estaban haciendo no era correcto, ella era su empleada, encargada de cuidar a la pequeña que para ese punto ella adoraba como si fuese suya; y aunque su cerebro le decía que debía interrumpir aquella locura de inmediato, su cuerpo no pensaba igual, al contrario, deseaba más… deseaba desesperadamente aquel contacto y no había forma de que pudiese parar o me
Cristo se quedó Lívido por un segundo antes de reaccionar a la voz preocupada de Galilea; en seguida, salió del despacho en apenas tres zancadas y allí la encontró, sus ojos estaban desorbitados, el rostro empapado y… su cuerpo temblaba con una pequeña Salomé laxa entre sus brazos.— ¿Qué ha pasado? — preguntó tan pronto se la arrebató de los suyos y se hincó de rodillas al suelo.— N-no… no… lo sé, se ha desmayado en el baño — logró decir, presa del pánico.— Salomé, cariño, ¿qué tienes? — rogó saber muerto de miedo — ¡Leandro, Benicio, preparen el helicóptero y avisen al hospital de rio que llegaremos en seguida!— ¡Si, patrón!Cargó a la pequeña sin demasiada dificultad y salió de allí corriendo; jamás había experimentado el terror de forma tan cruda, ni siquiera cuando le avisaron por una llamada que su mujer acababa de tener un accidente que le provocó la muerte de forma inmediata.Galilea, como pudo y sin importarle el dolor todavía seguía provocando su herida, lo siguió detrás
¿Cómo podía perder el temple cuando se trataba de esa mujer? Peor aún… ¿cómo le había preguntado algo tan estúpido? ¿Qué que sentía por él? Bah, ¿qué podría sentir? En serio ¿qué podría...?«Deus, um idiota, un idiota», eso era lo que era, se dijo a sí mismo mientras salía de allí, tal parecía que con ella pensaba con la cabeza de abajo y la de arriba la tenía nada más que de adorno, sino, que alguien le explicara ese comportamiento tan arrebatado e infantil.Se mesó el cabello con desespero y siguió a la enfermera que la indicó el camino hasta la habitación de su hija. En cuanto vio que sus ojitos estaban bien abiertos, el alma le regresó el cuerpo.— ¡Salomé, hija! — la abrazó con fuerza durante un par de segundos y luego se separó para capturar sus mejillas y repasar sus brazos en busca de cualquier signo — ¿Estás bien?La pequeña asintió y ladeó la cabeza como si buscara algo detrás de su espalda. Tan pronto vio a esa mami nueva que la vida le había regalado, se puso más que conte
Compartir la misma habitación, o peor aún, la misma cama, jamás habría estado dentro de los planes de ninguno de los dos; pero, dadas las circunstancias, no les quedó más remedio que aceptarlo.— Bien, la tomaremos — aceptó el brasileño al tiempo que a la niñera de su hija se le pintaba la naricita de rojo escarlata, ni que decir de las mejillas, parecía una caldera humada.Cristopher sonrió en su interior, bendito dios… ¿Sería posible no reaccionar a gestos tan tímidos e inocentes como esos?La mujer detrás del mostrador le entregó la llave, tres toallas limpias y jabón para el aseo, pues el lugar era bastante pequeño y por supuesto que no contaba con el servicio a la habitación; había un pequeño restaurante allí dentro para solo tres familias pequeñas.— ¿D-dormiremos en la misma habitación? — logró preguntar ella, todavía roja, todavía nerviosa.— ¿Tienes una mejor opción? — la miró él, con una ceja enarcada y su porte atractivo. El agua había trabajado sobre su ropa y ahora esta s
El quejido de satisfacción que ella soltó al sentirlo así, fiero y arrebatado, solo consiguió que Cristo la tomara de las caderas y la pegara firmemente contra él.Toda la tarde había estado necesitando repetir ese encuentro, ese beso, hacerla suya de una buena bendita vez y enterrarse en su interior hasta que su nombre fuese un gemido agonizante en sus labios y cada partícula de su ser estallara en diminutos fragmentos, sí, eso era lo que quería y haría, como que se llamaba Cristopher Caio Oliveira.Después de un par de segundos y a medida que el beso se intensificaba de un momento a otro, respirar se tornó casi imposible, una tarea complicada para ambos; sin embargo, a ninguno de los dos le pareció más importante una bocanada de aire que un beso de esa magnitud, al menos no hasta que ella de verdad creía que iba a desfallecer por la falta de aliento.— Creí que habías dicho que esto era un error — logró decir contra su boca.Cristo se separó apenas unos milímetros y pegó su frente c