Cristo se quedó Lívido por un segundo antes de reaccionar a la voz preocupada de Galilea; en seguida, salió del despacho en apenas tres zancadas y allí la encontró, sus ojos estaban desorbitados, el rostro empapado y… su cuerpo temblaba con una pequeña Salomé laxa entre sus brazos.— ¿Qué ha pasado? — preguntó tan pronto se la arrebató de los suyos y se hincó de rodillas al suelo.— N-no… no… lo sé, se ha desmayado en el baño — logró decir, presa del pánico.— Salomé, cariño, ¿qué tienes? — rogó saber muerto de miedo — ¡Leandro, Benicio, preparen el helicóptero y avisen al hospital de rio que llegaremos en seguida!— ¡Si, patrón!Cargó a la pequeña sin demasiada dificultad y salió de allí corriendo; jamás había experimentado el terror de forma tan cruda, ni siquiera cuando le avisaron por una llamada que su mujer acababa de tener un accidente que le provocó la muerte de forma inmediata.Galilea, como pudo y sin importarle el dolor todavía seguía provocando su herida, lo siguió detrás
¿Cómo podía perder el temple cuando se trataba de esa mujer? Peor aún… ¿cómo le había preguntado algo tan estúpido? ¿Qué que sentía por él? Bah, ¿qué podría sentir? En serio ¿qué podría...?«Deus, um idiota, un idiota», eso era lo que era, se dijo a sí mismo mientras salía de allí, tal parecía que con ella pensaba con la cabeza de abajo y la de arriba la tenía nada más que de adorno, sino, que alguien le explicara ese comportamiento tan arrebatado e infantil.Se mesó el cabello con desespero y siguió a la enfermera que la indicó el camino hasta la habitación de su hija. En cuanto vio que sus ojitos estaban bien abiertos, el alma le regresó el cuerpo.— ¡Salomé, hija! — la abrazó con fuerza durante un par de segundos y luego se separó para capturar sus mejillas y repasar sus brazos en busca de cualquier signo — ¿Estás bien?La pequeña asintió y ladeó la cabeza como si buscara algo detrás de su espalda. Tan pronto vio a esa mami nueva que la vida le había regalado, se puso más que conte
Compartir la misma habitación, o peor aún, la misma cama, jamás habría estado dentro de los planes de ninguno de los dos; pero, dadas las circunstancias, no les quedó más remedio que aceptarlo.— Bien, la tomaremos — aceptó el brasileño al tiempo que a la niñera de su hija se le pintaba la naricita de rojo escarlata, ni que decir de las mejillas, parecía una caldera humada.Cristopher sonrió en su interior, bendito dios… ¿Sería posible no reaccionar a gestos tan tímidos e inocentes como esos?La mujer detrás del mostrador le entregó la llave, tres toallas limpias y jabón para el aseo, pues el lugar era bastante pequeño y por supuesto que no contaba con el servicio a la habitación; había un pequeño restaurante allí dentro para solo tres familias pequeñas.— ¿D-dormiremos en la misma habitación? — logró preguntar ella, todavía roja, todavía nerviosa.— ¿Tienes una mejor opción? — la miró él, con una ceja enarcada y su porte atractivo. El agua había trabajado sobre su ropa y ahora esta s
El quejido de satisfacción que ella soltó al sentirlo así, fiero y arrebatado, solo consiguió que Cristo la tomara de las caderas y la pegara firmemente contra él.Toda la tarde había estado necesitando repetir ese encuentro, ese beso, hacerla suya de una buena bendita vez y enterrarse en su interior hasta que su nombre fuese un gemido agonizante en sus labios y cada partícula de su ser estallara en diminutos fragmentos, sí, eso era lo que quería y haría, como que se llamaba Cristopher Caio Oliveira.Después de un par de segundos y a medida que el beso se intensificaba de un momento a otro, respirar se tornó casi imposible, una tarea complicada para ambos; sin embargo, a ninguno de los dos le pareció más importante una bocanada de aire que un beso de esa magnitud, al menos no hasta que ella de verdad creía que iba a desfallecer por la falta de aliento.— Creí que habías dicho que esto era un error — logró decir contra su boca.Cristo se separó apenas unos milímetros y pegó su frente c
Cristopher aceptaba que era un hombre obsesivo cuando se trataba del trabajo y nada más; el resto pasaba desapercibido a su alrededor y con muy poca importancia; hasta que ella apareció en la vida de su hija y de pronto se sentía extrañamente poseído por un ser primitivo cada vez que la veía.Galilea se envolvió en la toalla sin mirarlo siquiera y salió de allí. No tenía excusa para lo que acababa de hacer, para el error tan grande que había cometido; y aunque una parte de ella insistía en arrepentirse, no lo hacía, no podía, de verdad que no.Se recargó contra la puerta y se llevó las manos al pecho; respirando profundo, cerró por un segundo los ojos y no pudo evitar sentirse fascinada con lo que entre los dos había sucedido.Eso había sido… ¡maravilloso!El brasileño miró la puerta más que desconcertado. ¿Qué diablos había sido eso? ¿Ahora era ella quien huía? ¿Quién ponía distancia de por medio? Respiró fastidiado y clavó las manos en el borde del lavabo. Todavía estaba completamen
Cristopher salió del consultorio y se tuvo que recargar contra la puerta para así poder recobrar el aire que había perdido gracias a toda la información que poco a poco fue descubriendo a través del médico.¿Estaba casada? Pero… ¿cómo? Tenía veinte, y si bien él y Cecilia formaron una familia estando también muy jóvenes, ella no parecía la clase de mujer que tuviese un esposo, o simplemente eran los celos endemoniados que no le permitieron creerlo.Lo peor era que su asombro no terminaba allí, y tan pronto el hombre detrás del escritorio le explico que tuvieron que hacerle un lavado porque todavía quedaban restos de su embarazo, sintió que el piso bajo sus pies se tambaleaba. No la podía imaginar en una situación como esa, no a ella que lucía tan pura y frágilDios, se mesó el cabello con gesto ansioso. ¿Habría estado su marido con ella? ¿La habría acompañado en tan doloroso momento? Eso es lo que hace un compañero de vida, un hombre que cuida y protege a su mujer amada.— ¿Cristo…? —
Galilea se tensó contra el respaldo de la camilla cuando lo miró bajo el marco de la puerta con expresión gélida, casi inescrutable. Tenía las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón y la vista clavada en el enorme ramo de rosas rojas que todavía no entendía que hacían allí. Se mordió el labio inferior con ternura, todavía recordando sus músculos duros, su ser clavado entre sus piernas, poseyéndola.— Son bonitas… ¿algún pretendiente? — deseó saber sin poder contenerse más, con los dientes apretados y los puños también.Ella en seguida sintió un pequeño rubor quemarle las mejillas, y el sol, aunque empezaba a filtrarse tímido esa mañana a través de la ventana, no era el causante.— No, yo… yo no sé quién las ha enviado — dijo, tímida, ahora más que sonrojada con cada paso que él daba.— Tiene una tarjeta — dijo, no, casi gruñó, de verdad que deseaba saber quién era el hombre detrás del ramo de flores o juraba por dios que los celos se lo comerían como cientos de pirañas.
Cristopher salió del hospital y dejó a cargo de una enfermera las pertenencias de Galilea y un número de teléfono a donde pudieran llamarlo en caso de que las cosas con ella complicaran o simplemente surgiera algo en su ausencia.Se instaló en la suite de un hotel cercano y allí tomó una ducha rápida, trabajó un poco a través del computador que le había hecho llegar uno de sus empleados y en el transcurso de la tarde llamó un par de veces al hospital para informarse de su estado.El siguiente par de horas las pasó increíblemente ansioso, no podía concentrarse lo suficiente en sus pendientes por estar pensando en ella, en esas terribles ganas que tenía de rodearla cálidamente con sus brazos y brindarle un poco de ese consuelo que muchas veces a él también le hacía falta.Como a eso de las tres, su necesidad pudo más que él, así que dejó tirado todo lo que estaba haciendo y regresó al hospital, caminando, pues quedaba simplemente a una cuadra.Galilea despertó con mejor semblante esa ta