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4. ¿Que le pasaba con esa mujer?

La mañana siguiente, con los nervios carcomiéndole cada poro de la piel, Galilea esperó en el mismo restaurante donde el día anterior se encontraron. Cristo no se sentía muy diferente a ella, esa noche durmió con una opresión muy extraña en el pecho y despertó sabiendo que volvería a ver a esa mujer con cabello de fuego; habían acordado un par de detalles, como que ella viviría en su casa y tendría un sueldo al que ninguna otra persona, ni por loca que estuviera, tendría objeción alguna.

Salomé sabía que dentro de nada vería a esa nueva mami que estaba segura le había enviado su mami Cecilia, de otro modo, no hubiese existido poder humano que lo separara de ella, de verdad que su padre todavía estaba sorprendido con el vínculo tan irreal que habían formado esas dos.

— Creo que estás lista — dijo, al tiempo que la niña se giraba al espejo y reafirmaba una vez más que su papi no tenía ni la menor idea de lo que estaba haciendo; coletas disparejas y vestido de otoño en pleno apogeo del verano.

Su mami Cecilia habría reprobado el atuendo de forma inmediata, pues ella era algo así como las hadas madrinas de las modelos de revistas y siempre las ponía muy bonitas; lo mismo con ella.

La pequeña asintió sin quejas y juntos salieron de allí, y es que si bien habían mujeres en esa casa que pudieran hacerse cargo de la vestimenta la niña, solo aceptaba que su padre y nadie más que él la tocara, aunque no hablara.

En cuanto el brasileño bajó del todo terreno y la vio, se quedó sin aliento, y es que esa mañana, en comparación a las otras dos veces, su cabello ondeaba libremente y se secaba natural gracias a la brisa veraniega de aquellos días de febrero.

Casi alucinó, maldición… ¿esa mujer era real? Imposible, parecía una ninfa roja, un ser único e irrepetible. Iba vestida de forma sencilla, demasiado, un vestido blanco de tiras que le llegaba hasta los tobillos y nada más, su belleza no necesitaba de adornos o exageraciones, era sencillamente perfecta.

Galilea pasó saliva y abrió ligeramente la boca para tomar esa bocanada de aliento que se le había escapado cuando observó a ese hombre bajar de un todo terreno con esa pequeña adoración en brazos. Llevaba unas gafas de sol y el viento corría a su favor, alborotándole un poco el cabello y dándole la sensación de que estaba en presencia de un comercial de padre soltero.

Cristo Oliveira era extremadamente y guapo varonil, reconoció sin remedio.

— Buenos días — saludó él, cauto, todavía perplejo.

— Buenos días — logró decir ella, tímida y angelical.

El brasileño apartó la mirada de esa ninfa y colocó a su hija en el suelo para que saludara, cosa que hizo de forma casi automática. Rodeó las piernas de esa mujer que había logrado conquistar su pequeño corazón y sonrió feliz porque su papi y ella habían cumplido la promesa de volver a verse.

— Me gusta tu cabello, Gali — le dijo, risueña, tomando un mechoncito largo de cabello y llevándoselo a la nariz, uhm, le gustaba el aroma que desprendía —. Hueles a uva, a mí me encantan las uvas y a mi papi también… ¿verdad, papi?

La pequeña miró a su padre con esos ojos bicolores que había heredado de su difunta madre y estiró el mechón para que él también pudiera olerlo. Cristo, conociendo a la pequeña y sabiendo que no lo dejaría quieto hasta que tomara el bendito mechón y lo oliera, terminó haciéndolo, reconociendo en seguida que lo que había dicho era cierto, esa mujer desprendía un aroma delicioso a dulce y uvas; le gustaba.

Pero… ¿qué diablos decía? ¿como que le gustaba? No, se reprochó en seguida.

— ¿Nos vamos? — preguntó, observando como ese par de mujercitas compartían risitas y mimos a los que él no les encontraba sentido, se conocían de nada por amor a Dios.

Más tarde, se estacionaron frente a un helicóptero que la muchacha miró perpleja, no entendía que era lo que hacían allí, por lo que Cristo la miró embelesado durante un par de segundos y sonrió. ¿Cómo era posible que cupiera tanta ternura en un mismo cuerpo?

— El viaje en helicóptero nos ahorra mucho camino en carretera — explicó, cauto.

Galilea asintió, comprendiendo.

Un cuarteto de hombres, grandes y corpulentos y como él, se acercaron y cada uno de ellos se refirió a él como “jefe”, hablando en su natal portugués e informando sobre algo a lo que ella no prestó demasiada atención, pues seguía estando embelesada con la muñequita.

Minutos después, Cristo asintió a lo que esos hombres le decían, cargó a la pequeña en sus brazos y a ella la guio al interior del helicóptero con una mano puesta en su espalda baja, arrancándole un estremecimiento casi que involuntario.

Les colocó a ambas un par de orejeras y se aseguró de que todo estuviese en control con el piloto antes de su despegue.

Dos horas después descendían en un helipuerto privado.

— Hemos llegado — informó, pero, al no recibir respuesta de las mujercitas a su lado, se giró y negó con la cabeza, sonriendo.

De su hija no lo sorprendía, acostumbraba a dormirse siempre que viajaban, pero… ¿ella? Desbordaba más que ternura, así, con la cabeza recargada contra la almohadilla del asiento y ese cabello de fuego cayendo abundante en torno a sus brazos y pechos

Era una ninfa, no pudo evitar reconocer otra vez; una ninfa de belleza cegadora y salvaje.

Galilea despertó gracias al rumor de una voz queda y ronca; en cuanto abrió los ojos, los aceitunas de ese hombre fueron los primeros en recibirla, ruborizándola.

Se incorporó un tanto aturdida.

— Lo siento… me he quedado dormida — logró decir, tímida y angelical.

Cristo todavía estaba perplejo y a unos estresantes centímetros de esos labios que los atrapaban inexplicablemente, eran pequeños y parecían ser suaves. ¿Qué sabor tendrían? Tan pronto como lo pensó, se apartó y empujó lejos esa intriga.

¿Que infiernos le importaba a él eso? De verdad que no entendía que carajos estaba pasandole con esa mujer, pero lo que fuera, debía pararlo en seguida, no podía seguir así, no podía faltar el respeto a la memoria de su mujer, eso sí que no, encima, ella era la ahora niñera de su hija y asi debia seguir siendolo.

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