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Ese jueves, después del trabajo, Edmond hizo el agotador viaje en coche desde Lynnwood hasta Salem, Oregón. Aunque le dolía al saber que su hijo tendría que pasar un tiempo extra en una casa de acogida, no le haría ningún bien a ninguno de los dos si perdía su empleo en medio de esta terrible experiencia, aun cuando tenia dinero, su trabajo le era demasiado importante.

Mi hijo.

No importaba cuantas veces Edmond se lo dijera, y lo hacía a menudo, aún no le parecía real.

Durante las solitarias horas de su viaje, Edmond imaginó como sería ver a su hijo por primera vez. Lo visualizó en distintos escenarios, y todas se bloqueaban en el mismo punto: ¿Se presentaba a sí mismo como Edmond o como Papá? Eso hacía que se preguntase si el chiquillo alguna vez habría considerado a otro como su padre. ¿Tendría Amanda aun novio que hubiese estado desde el principio con ella pero que no tuviera derecho legal sobre el niño? ¿Llamaría él niño llorando en mitad de la noche a alguien usando el nombre de otro hombre, con pesadillas y ataques de ansiedad oprimiendo su pequeña alma?

El niño... se llamaba Anthony. Edmond se preguntaba si Amanda se había planteado decirle algún día que tenía un hijo, al ponerle al niño el segundo nombre de Edmond, era como si ella quisiera asegurar algún lazo entre su hijo y su padre, incluso aunque nunca le hubiera dicho que existía.

Cuando la desviación hacía Salem empezó a aparecer en las señales a lo largo de la carretera interestatal, Edmond sintió como su nivel de aprensión se elevaba. Miró de reojo al asiento del copiloto y se preguntó si debería haber traído un regalo, un juguete, para romper el hielo. Su monologo interno era deliberado y acusador. ¡Claro que debía haber traído un juguete! ¡El chiquillo… Anthony, acaba de perder a su madre y se tiene que ir a vivir con un montón de extraños! Probablemente no tenga mucho a lo que llamar suyo. Un juguete hubiese estado bien.

Seis paradas para comer, cuatro cafés y tres gasolineras después Edmond tomó la salida y siguió las indicaciones a Gardener Avenue. Miro a su alrededor con cautela mientras analizaba el vecindario donde el niño… Anthony… su hijo se había quedado las últimas semanas. Parecía una zona de viviendas de clase media baja, con césped sin cortar, paredes rotas y coches desmantelados en las calles. Aquel panorama no le era para nada alentador.

Gardener Avenue, número 4571. Edmond encontró la casa demasiado rápido. Ni siquiera había solucionado el dilema de cómo iba a presentarse así mismo por primera vez. Y hablando de presentaciones, ¿Cómo debía presentarse a la persona que abra la puerta? ¿Debía presentarse como Edmond White, el padre? ¿o Edmond White, el padre de Anthony? ¿o simplemente decir Edmond White y que ellos dieran con la conclusión apropiada?

Incluso mientras sus pies le llevaban a la puerta, aún no había tomado una decisión.

Llamó a la puerta una vez, en lugar de llamar al timbre, en parte esperando que no hubiera nadie en casa, pudiendo así tomarse algo más de tiempo para aclararse con su situación.

Se escuchó a alguien arrastrando los pies al otro lado de la puerta, una pausa, en la cual Edmond asumió que alguien miraba por la mirilla, y después el distinguido ruido de una cadena de seguridad siendo abierta.

La puerta se abrió una mujer madura afro americana, claramente entre los 50 y tantos y los 60 y pocos, abrió la puerta. Miró a Edmond y después se giró para llamar detrás de ella.

—¡Anthony! ¡Tu padre está!—

Y eso lo dijo todo.

La mujer volvió a mirar a Edmond y le dio un repaso, obviamente buscando similitudes entre él y el niño. Sus ojos escudriñaron su pelo rojizo, probablemente preguntándose como había conseguido llevarlo así. Después sus manos, su barbilla, la estructura de su mandíbula y su boca, hasta llegar a las ventanas de su alma: sus ojos.

—Si. Te pareces mucho a él — Murmuró la mujer.

Y después se echó a un lado y el pequeño niño, de pelo claro y unos enormes ojos verdes, se asomó curiosamente por detrás de ella.

Edmond se asustó con lo que vio. Para empezar, Anthony era más pequeño de lo que Edmond esperaba. ¿Los niños de cinco años no eran más altos? ¿Sabe ir solo al baño? Y, en segundo lugar, se parecía a su madre… a la madre de Edmond. Una emoción desconocida apareció en el corazón de Edmond en ese momento y no se disipaba. Este era su hijo. De su cuerpo y sangre.

Y, aun así, todo parecía raro y extraño.

—Hola — Edmond escuchó su voz por primera vez después de varias horas.

Anthony no dijo nada ni mostró ningún signo de tener intención de saludar. Simplemente parpadeó y le miró.

—Bueno, estas son sus cosas — la mujer, que aún no se había presentado, señal hacía unas pocas maletas y una mochila.

—¿Eso es todo? — preguntó Edmond. Antes de que la pregunta abandonara por completo sus labios, un pequeño trozo de papel fue depositado en sus manos.

—Esta es la dirección de su abuelo. Le enviará el resto de sus cosas —

Edmond asintió. — Uh, ¿gracias…? —

—Dotty.— Ella se giró hacía Anthony y dulcemente acarició su mejilla con el dedo. —Ahora recuerda lo que hablamos. Se bueno con tu papá, ¿me has oído? —

Anthony asintió minuciosamente y miró otra vez rápidamente a Edmond antes de agacharse para coger su mochila. La abrió y sacó una pequeña marioneta, vieja y desgastada.

Edmond miró la muñeca. Si. Debí haber traído un juguete. Cualquier cosa sería mejor que la muñeca que Anthony estaba sujetando ahora. ¿Un niño con una muñeca? Esa m****a se tiene que acabar.

Dotty se esforzó por levantar la maleta más grandes y Edmond rápidamente la cogió de sus manos. La llevó hasta su coche aparcado y la metió en el maletero antes de volver a coger el resto del equipaje. Mientras cargaba todo, Dotty puso una silla para niños en la parte de atrás antes de asegurar a Anthony en ella con el cinturón de seguridad.

Edmond se despidió tímidamente de Dotty antes de pasarse las manos nerviosamente por el pelo y sentarse en el asiento del conductor. Mientras colocaba el espejo retrovisor, lo uso para observar a su vástago en el asiento de atrás. Sus ojos se movieron por el niño de la misma forma que Dotty le había mirado a él. Edmond se fijó en la limpia y aparentemente a la moda, las pequeñas y huesudas rodillas como su padre… el padre de Edmond, la pequeña boca que estaba formando un puchero, y después los ojos.

Anthony despedazaba a Edmond con la mirada, se miraron mutuamente.

Y por fin Anthony habló.

—Te odio —

Aquello no pintaba para nada bien, su hijo lo odiaba.

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