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Edmond había recogido a Anthony esa tarde del colegio esperando poder mirar a esa hermosa maestra que tenia su hijo, sin embargo, la encargada de la guardería después de las clases, con su mismo rostro huraño de siempre, era quien le había entregado a su pequeño.

—Tengo hambre — dijo Anthony una vez se puso él solo el cinturón en el asiento de atrás del coche de Edmond.

Edmond miró el reloj y vio la hora. Definitivamente era casi la hora de cenar, y aun cuando había comida en casa, pensó en todo lo que la profesora de su hijo le había dicho cuando se reunieron. El día de pago había sido el día antes, pero entre el alquiler, el seguro del coche y la factura del teléfono que tenía atrasados dos meses, Edmond sabía que cenar fuera era un lujo que no se podía permitir. Los dólares se aprovecharían más en un supermercado que en la pizzería de la esquina. Ciertamente, sabía que si dejaba de lado el orgullo y tomaba dinero de su herencia todo quedaría resuelto, pero aun no estaba listo para dar ese paso…aun no.

Mientras conducía, Edmond, pensó en la fiesta para Anthony que su amiga Ariana había insistido en celebrar. Sabía que era extraño que aún no hubiese presentado a su propio hijo a sus amigos, pero para ser honesto, estaba evitándolo. Anthony y él aún se estaban haciendo el uno al otro, y ya era lo suficientemente incómodo sin público.

Había muchos problemas que Edmond había visto entre él y Anthony que le gustaría rectificar antes de mostrárselos a sus amigos. El más urgente era que Anthony y Edmond aun dudaban en como dirigirse el uno al otro. Edmond llamaba a Anthony por su nombre cuando le hablaba directamente, pero nunca le llamaba hijo. Y Anthony nunca le llamaba a Edmond nada. Él simplemente empezaba a hablar. Estaba seguro que eso sería algo que la gente vería raro.

Anthony y Edmond tampoco estaban cómodos tocándose. Si Edmond necesitaba tomar a Anthony para subirle al coche, Anthony siempre estaba rígido, intentando mantener el menos número de puntos de contacto posibles entre su cuerpo y el de Edmond. Y Edmond nunca tomaba al pequeño niño de la mano, ni siquiera al cruzar la calle. Siempre pensaba cuando la situación lo requería que debía tomarle la mano o guiarle mediante contacto físico de algún tipo. Pero cuando se decía así mismo que debía hacerlo, la oportunidad ya había pasado. Ocurría siempre.

Ciertamente, la situación de ambos no era para nada sencilla tal y como lo había oportunamente puntualizado la señorita Gardener, Belinda, como era su nombre, le había hecho notar que efectivamente no estaban teniendo una relación de padre e hijo, sin embargo, no tenia idea de como comenzar a formar una relación así cuando ni siquiera tenia idea de que su hijo existía. Aquello era incomodo y extraño, pero quizás, si la señorita Gardener les ayudaba, aquello seria mas sencillo de sobrellevar, esperaba que fuera de esa manera.

El único supermercado de Lynnwood estaba bastante abarrotado los viernes por la tarde. Rápidamente Edmond agarró un carro y Anthony caminó a su lado. Mientras Edmond empujaba el carro por los pasillos, mentalmente calculando el total mientras colocaba varios artículos en él, vio que una mujer le observaba mientras compraba. Cuando llegó al pasillo de los cereales se las apañó para cruzar una mirada con ella. Sin embargo, tan pronto como esta vio a Anthony, esta puso una caja de copos de maíz en su carro y se alejó, dejando a Edmond con la duda de la credibilidad de la persona que dijo que las mujeres se sienten más atraídas hacía los hombres que no están disponibles.

Ya hacía algún tiempo desde la última vez que Edmond había estado con una mujer, en realidad, sentimentalmente nunca se había vuelto a involucrar con ninguna, pero, muy ocasionalmente y por razones meramente de desfogue, se atrevía a tener sexo con alguna, pero solo eso. En el pasado, un pequeño periodo de sequía sexual nunca preocupó a Edmond; después de todo, nunca duraban demasiado. Lo que le preocupaba a Edmond, sin embargo, era el presente obstáculo que como padre había aparecido en su vida. Llevar una mujer a casa ya no era una opción, ni tampoco lo era ir a la casa de ella. Pensar en lo complicado que iba a ser ahora salir hizo que Edmond estuviera a punto de tener un ataque de pánico.

Sin embargo, a pesar de ello, sabia que su hijo era lo único que realmente debía de preocuparle ahora mismo, pues a pesar de lo complicado que todo venía a ser, no pensaba dar un paso atrás, el niño era su hijo…y el su padre. Debía de protegerlo a toda costa a pesar de que no tenia ni la mas remota idea de como hacerlo. Además, realmente a el no le gustaba el contacto humano, prefería estar solo que sentir algo más por alguien, quizás eso era lo que volvía más difícil aquella situación.

—¿Te gustan los perritos? — Edmond preguntó a Anthony, intentando liberar su mente de pensamiento anterior.

Anthony asintió. —Y los macarrones con queso — añadió.

Mientras Edmond miro las indicaciones de preparación para ver si sería capaz de cocinar los macarrones con queso, se dio cuenta de que ni siquiera sabía si había algo que Anthony no pudiese tomar. Nuevamente las palabras de la profesora Belinda llegaban a él, ciertamente estaba siendo un pésimo padre.

—¿Tienes alergia a algo? — Edmond preguntó. ¿Sabría Anthony que significaba esa palabra?

—Los gatos — contestó Anthony. —Me hacen estornudar —

Edmond sonrió. Un poco de orgullo le inundó al comprobar que si hijo era muy inteligente… y ese sentimiento fue rápidamente destruido cuando se dio cuenta de que él no tenía nada que ver con ello, la madre del chico al parecer no planeaba incluirlo dentro de su vida, aquel pensamiento le resulto doloroso.

—¿Y en la comida? ¿Tienes alergia a alguna cosa de comer? —

Anthony pensó durante un momento. —Al brócoli, creo —

Se miraron el uno al otro durante un tiempo mientras Edmond intentaba descubrir si a Anthony simplemente no quería que le obligara a comer vegetales, o si realmente le provocaba algún tipo de reacción.

Finalmente, Edmond se encogió de hombros, dándose se cuenta, que, de cualquiera de las formas, no iba a intentar hacer a Anthony comérselo.

En la caja, los ojos de Edmond volaban entre el creciente total en el marcador digital y los artículos de comida que pasaban por la cinta transportadora. Sus dedos aplastaron los dos billetes que tenía en la mano que sumaban veinticinco dólares y espero tener suficiente para pagar el pequeño número de artículos que había cogido.

—¿Puedo coger esto? — Anthony alzó un paquete de M&M’s a Edmond para que lo viera.

Justo cuando Edmond se giró para verlo el cajero dijo el total de veinticuatro dólares y ochenta y seis centavos. Edmond suspiró mientras buscó en sus bolsillos calderilla. Salvo una pelusa, sus bolsillos estaban vacíos.

—¿Cuánto cuestan los caramelos? — Edmond preguntó. Odiaba tener que decirle siempre que no a su hijo.

—Setenta y cinco centavos — contestó el cajero.

Edmond hizo inventario de los artículos que tenía delante: leche, cereales, perritos, dos cajas de macarrones con queso, papel higiénico, pan, dos manzanas, mantequilla de cacahuete y mermelada de uva. Lo necesitaba todo, eran cosas que se había olvidado completamente de comprar la ocasión pasada y no había sacado más dinero del cajero, tampoco se había traído las tarjetas con él, se sentía como un imbécil descuidado. Con los macarrones con queso tenía solucionada la cena de dos noches. Un paquete de caramelos apenas le duraría el trayecto en coche a casa.

—Mira, Anthony…—

—Lo sé, lo sé — Anthony dijo hurañamente mientras volvía a poner los caramelos en su sitio.

Edmond suspiró y miro al cajero. —¿Puede quitar una de las cajas de macarrones? —

—Mmm… espere un momento…— el cajero cogió algo de debajo de la caja registradora y saco un cupón de descuento de un dólar para el papel higiénico que Edmond estaba comprando. Añadió los caramelos y le dijo a Edmond su nuevo total de veinticuatro dólares y sesenta y dos centavos.

La vergüenza sonrojo a Edmond mientras cogía las dos bolsas de plástico llenas de las cosas que habían comprado y salían de la tienda. Silenciosamente Edmond, se preguntó si el cajero en su descanso les contaría a sus compañeros la historia del padre que no pudo ni siquiera malgastar setenta y cinco centavos por unos caramelos para su hijo. Iba vestido con su fino traje, no parecía ser una persona sin dinero, aunque en realidad no lo era, sin embargo, siendo el solo, se había acostumbrado a solo cargar algún billete para algo que le fuese necesario, todos decían que era un hombre realmente tacaño con el dinero aunque la realidad es que nunca necesitaba más de veinticinco dólares diarios y era todo cuanto acostumbraba a cargar con el en su rutinaria vida solitaria.

Con el espíritu por los suelos, ofendido por el cupón de descuento, Edmond buscó por una de las bolsas y saco el paquete de caramelos cubiertos de chocolate para su hijo.

Edmond se dio cuenta con que ansía Anthony agarraba el dulce. — Gracias — dijo suavemente.

Fue la primera vez que Edmond vio a Anthony sonreír y eso hizo que su humillación casi hubiese valido la pena.

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