Vincent odiaba los hospitales. No por los doctores ni por las batas, sino por el silencio. Ese silencio constante que parecía cargar con cada suspiro de las personas que esperaban noticias que podían cambiarles la vida. Ese día fue puntual, vestido de forma “normal” (es decir: traje a medida, sin corbata, pero con reloj que costaba más que un carro mediano).
Llegó con una bolsa de comida saludable para la madre de Havana —su manera de decir “me importas, pero aún no sé si puedo abrazarte sin que me derrumbes emocionalmente”— y otra para la hermana de Havana.
La hermana, Ava, lo recibió con una ceja arqueada y los brazos cruzados. Vincent reconocía esa mirada: la misma que le daba Havana cuando quería saber si estaba mintiendo.
—¿Vincent, no? —preguntó Ava, aún con tono neutra
El silencio en la finca no era natural. Era el tipo de silencio que se siente cuando el pasado se sienta contigo en la misma mesa.Vincent estaba en el despacho de su padre. Un lugar que apestaba a poder, a historia, a secretos. Las paredes estaban cubiertas de cuadros antiguos: puros hombres. Hombres que construyeron, destruyeron, y que sabían que su legado valía más que su moral.Su padre, Étienne Valmont, estaba sentado detrás del escritorio de caoba con una copa de coñac en la mano y su bastón apoyado sobre el brazo del sillón.—Has cambiado —dijo sin mirarlo directamente—. No sé si para bien o para peor.Vincent se mantuvo de pie, las manos detr&aa
—¿Y entonces? —preguntó Havana con una mezcla de ansiedad y orgullo mientras le entregaba a Vincent el manuscrito impreso, caliente todavía de la impresora—. ¿Te atreves?Vincent, recostado contra el marco de la puerta, con la camisa remangada hasta los codos y ese aire de "jefe del mundo" que le quedaba tan bien, levantó una ceja mientras tomaba el manuscrito como si acabara de recibir un tratado de guerra.—¿Esto es todo? ¿Ya llegaste al final?—Es mi final. Que no es lo mismo que el fin —respondió ella, con una sonrisa que intentaba disimular sus nervios.Él se rió suavemente, se sentó en el sofá del salón
El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando cerré mi laptop por décima vez esa noche, con la misma frustración con la que alguien cierra una puerta tras discutir con su ex. La pantalla en blanco parecía burlarse de mí. "Vamos, Havana, eres una escritora. Escribe", me dije. Pero mi cerebro, ese ingrato, había decidido tomarse unas vacaciones sin avisarme.Mi apartamento en el piso 27 era mi templo minimalista: muebles elegantes, ventanales gigantes y una vista espectacular de la ciudad, lo que significaba que podía contemplar el éxito ajeno mientras me revolcaba en mi propio bloqueo creativo. Decidí que tal vez un poco de vino solucionaría mi problema (porque, claro, el alcohol siempre ha sido un excelente consejero… o eso me decía cada vez que enviaba mensajes vergonzosos a mi ex a las tres de la mañana).Justo cuando estaba a punto de resignarme a otra noche improductiva, noté algo fuera de lugar: un sobre negro descansando frente a mi puerta. Primero pensé que era propaganda de a
El sonido de mis propios latidos retumbaba en mis oídos mientras el hombre en el escenario se regodeaba en el silencio, disfrutándolo como quien saborea el último sorbo de un vino exquisito. Sus movimientos eran deliberados, calculados, como si cada paso estuviera milimétricamente diseñado para enloquecer a la audiencia. Y funcionaba.Porque, demonios, a ese hombre se le daba demasiado bien eso de jugar con los nervios ajenos.—Bienvenidos al Club de Medianoche —su voz era una caricia oscura, una promesa envuelta en terciopelo—. Aquí, no existen límites. Solo posibilidades.Me recorrió con la mirada, sin disimulo. Directo. Intenso. Lo suficientemente descarado como para que me removiera en el sofá, tratando de no darle el gusto de ver cómo su inspección me afectaba. Pero, para ser honesta, la forma en que sus ojos se quedaban en mí, como si ya me hubiera reclamado como suya sin preguntar, me despertó una emoción que no supe si era placer o advertencia.—Esta noche —continuó—, será espe
Le pedí que me dijera su nombre... definitivamente lo hizo. Con su voz profunda y misteriosa me dijo que se llama Vincent.La tensión en la habitación era tan densa que casi podía tocarla. Vincent —porque ahora sabía su nombre— me observaba con una calma que rozaba lo insolente, como si disfrutara de mi desconcierto. Su figura recostada en el sofá proyectaba una seguridad que resultaba irritante y fascinante a partes iguales.“Vincent,” repetí, probando su nombre en mis labios como si fuera un acertijo. “Bonito nombre. Aunque no explica por qué estoy aquí.”Una sonrisa ligera se dibujó en su rostro. “No todo debe explicarse de inmediato. La curiosidad es mucho más emocionante, ¿no crees?”“No cuando soy yo quien está en la oscuridad,” le respondí, cruzando los brazos en un gesto defensivo. Mi voz sonaba más firme de lo que me sentía. “Me invitaste aquí por una razón. Y no creo que sea solo para compartir una copa de licor.”“Eres perspicaz,” admitió, inclinándose ligeramente hacia ade
La puerta del club se cerró detrás de mí con un suave clic, y el sonido de los tacones de mis zapatos resonó en el mármol blanco que cubría el suelo. Había algo en el aire, una electricidad sutil que recorría mi cuerpo, un cosquilleo que no podía ignorar. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue el lugar en el que estaba. El lujo desbordante me rodeaba como un abrazo cálido y peligroso, el tipo de lujo que no se ve todos los días. Las paredes de cristal reflejaban las luces suaves que iluminaban la sala, y cada rincón parecía haber sido diseñado para ser admirado y deseado.Me sentí pequeña, casi ridícula, como si fuera una mota de polvo en medio de un universo de opulencia. Mi vestido negro, aunque elegante, parecía insignificante comparado con las riquezas que se exhibían a mi alrededor. Los muebles de terciopelo, los candelabros de cristal que colgaban desde el techo como si fueran estrellas, las mesas de mármol que brillaban con una luz propia… todo me dejaba sin palabras. No
La mañana después de la oferta de Vincent, me desperté con una sensación extraña en el estómago. Era como si hubiera hecho un mal movimiento en una partida de ajedrez, pero no supiera si mi rey ya estaba a punto de ser capturado o si, de alguna manera, podía dar vuelta la jugada. Mientras me vestía, me miraba en el espejo y veía a esa mujer que, a veces, se sentía tan segura y astuta, y otras veces, tan perdida como una aguja en un pajar.La propuesta de Vincent seguía rondando en mi mente como una sombra, un eco persistente de las palabras que había pronunciado. La verdad, mi primer impulso había sido rechazarlo, había sentido como si me estuviera ofreciendo algo que no quería. Pero la realidad me había golpeado en el rostro, y ese golpe venía con el nombre de dinero. Ayudar a mi madre, asegurarme de que recibiera el tratamiento que necesitaba, todo eso se había convertido en mi obsesión.No estaba segura de lo que quería hacer, y si soy honesta, me estaba sintiendo completamente div
El siguiente día, me desperté con la cabeza un poco más clara, pero el mismo nudo en el estómago. Había pasado toda la noche dándole vueltas al asunto, analizando cada palabra de Vincent, cada gesto. Y lo peor de todo es que sentía que ya había tomado una decisión, aunque mi orgullo se aferraba a la idea de que podría seguir resistiéndome. Pero, en el fondo, sabía que estaba más cerca de aceptar su propuesta de lo que quería admitir.A pesar de todo el lujo, la seducción, y la tentación que todo esto implicaba, algo en mi interior me decía que podía jugar con esas cartas sin perderme en el juego. Algo me susurraba que este no era solo un trato de dinero, sino un escenario donde yo podría llevar las riendas de mi destino. La cuestión era saber cómo. Y eso, claro, me hacía sentir un poco excitada.La llamada de Vincent llegó poco después del almuerzo, como si hubiera sabido exactamente cuándo mi mente ya estaba a punto de ceder. Su voz, tan tranquila, tan calculadora, me hizo preguntarm