La mañana después de la oferta de Vincent, me desperté con una sensación extraña en el estómago. Era como si hubiera hecho un mal movimiento en una partida de ajedrez, pero no supiera si mi rey ya estaba a punto de ser capturado o si, de alguna manera, podía dar vuelta la jugada. Mientras me vestía, me miraba en el espejo y veía a esa mujer que, a veces, se sentía tan segura y astuta, y otras veces, tan perdida como una aguja en un pajar.
La propuesta de Vincent seguía rondando en mi mente como una sombra, un eco persistente de las palabras que había pronunciado. La verdad, mi primer impulso había sido rechazarlo, había sentido como si me estuviera ofreciendo algo que no quería. Pero la realidad me había golpeado en el rostro, y ese golpe venía con el nombre de dinero. Ayudar a mi madre, asegurarme de que recibiera el tratamiento que necesitaba, todo eso se había convertido en mi obsesión.
No estaba segura de lo que quería hacer, y si soy honesta, me estaba sintiendo completamente dividida. Una parte de mí quería rendirme ante la oferta, ceder a esa tentación dorada que se presentaba como una solución fácil. Pero otra parte, la más racional, me decía que no podía ir tan lejos.
De repente, la puerta de mi departamento se abrió de golpe, interrumpiendo mis pensamientos. Mi mejor amiga, Aly, entró sin siquiera tocar. Ella nunca lo hacía. No necesitaba hacerlo. Era como si su presencia fuera un permiso tácito para invadir mi espacio. Tenía esa manera de hacer todo parecer tan fácil, y en ese momento, me vino como un respiro fresco. Si alguien podría ayudarme a ver las cosas con claridad, esa persona era Aly.
"¡Havana! No te vi anoche, ¿dónde te metiste?" Aly preguntó mientras dejaba caer su bolso en el sillón y se dirigía directamente a la cocina como si estuviera en su propia casa. La conocía tan bien que no me sorprendió en lo más mínimo. A veces me parecía que había nacido para ser la amiga perfecta, la que siempre tiene una respuesta para todo, incluso si no la pedías.
“Te lo dije, Aly. No me siento bien. Necesito pensar un poco,” respondí mientras la miraba preparar un café para ella misma sin preguntarme si quería uno también. Obvio que sí quería, pero no me molestaba, la dejaba hacer lo que quisiera. Total, lo conocía de sobra.
Ya le había comentado a Aly lo que me pasó anoche... sabía que ella vino para saber más de ello.
Se giró hacia mí con una mirada fulminante. "¿De verdad? ¿O estás simplemente siendo una tonta como siempre?" me dijo, apuntándome con una cucharita de café. “Mira, no me hagas perder el tiempo. Ya te conozco, te mueres por saber si aceptas la oferta, pero te da miedo parecer una… no sé, ¿una sugar baby o algo así?"
Fruncí el ceño y levanté una ceja, sabiendo que ella no iba a dejarme escapar tan fácilmente. Aly siempre tenía esa capacidad para meter el dedo en la llaga, y no iba a ser diferente esta vez. "¿Sabes qué? No sé qué hacer. Me ofreció dinero. Mucho dinero. Y... no sé si debería aceptarlo, Aly. ¿Qué tipo de mujer soy si acepto?"
Aly dejó la taza de café sobre la mesa y se acercó, tomándome las manos con un gesto que parecía genuino, pero la sonrisa traviesa en sus labios delataba que no iba a dejar pasar esta oportunidad para jugar con mis emociones.
"Primero que todo, querida, no eres una idiota. Eres una mujer inteligente, capaz de tomar decisiones, de pensar más allá de lo evidente. Y segundo, no te hagas la santurrona. Todos tenemos un precio, ¿no? Solo que a veces no lo sabemos, o no queremos admitirlo. Pero, ¿quién puede culparte por querer ayudar a tu madre? ¡¿Quién?!"
Hice una mueca, cruzándome de brazos. “Pero, es Vincent. El tipo es un misterio envuelto en un traje caro. No quiero que me vea como... como una cualquiera. No soy una... ¿cómo se llama? ¿Sugar baby? ¡Eso suena horrible!”
Aly soltó una risa burlona, sacudiendo la cabeza. “Te lo voy a poner claro, Havana. Es un tipo que te ofrece dinero, pero no te está comprando como a una prostituta. Lo que él quiere de ti es más que eso. Lo que le atrae es tu mente, tu belleza, y eso no lo va a conseguir por solo mirarte. O sea, no me digas que no lo sabes, porque tú también has jugado a ser la reina de la manipulación, ¿verdad? Y déjame decirte algo: tienes mucho más control de lo que crees."
Me quedé en silencio. De alguna manera, su argumento me caló más de lo que quería admitir. Aly tenía razón. Siempre había sido astuta, sabía cómo jugar las cartas a su favor, cómo usar su inteligencia y encanto para obtener lo que quería, y me había enseñado a hacer lo mismo. Así que, ¿por qué demonios no lo haría ahora? ¿Por qué no usar mi cabeza y aprovechar una oportunidad que no se presentaría dos veces?
Pero mi mente seguía haciendo malabares. ¿Y si lo aceptaba y luego me arrepentía? ¿Y si acababa atrapada en un juego que no podía controlar?
Aly parece haber leído mis pensamientos. “Mira, Havana, todo es un maldito juego. ¿Recuerdas cómo te sentías cuando escribías tus libros? Sabías que tenías el control de la historia, de los personajes, de los finales. Bueno, esto es lo mismo. Tienes el control. Tú decides las reglas. Y si lo que necesitas es el dinero para tu madre, no lo dudes.”
“¿Y si no puedo controlarlo, Aly? ¿Y si me enredo en todo esto y pierdo el control?” Pregunté, sintiendo que mi voz temblaba, aunque intentaba no dejarlo notar.
Aly me miró con una mezcla de complicidad y diversión. “Lo único que perderías, querida, es una buena historia para contar. ¿Qué haces aquí, sino buscar aventuras? Tienes una mente brillante y una belleza que podría hacer temblar el mundo. Si alguien puede hacer esto funcionar, eres tú. Así que si vas a jugar, juega para ganar.”
Su actitud tan desinhibida me hizo soltar una risa, aunque todavía me sentía como si estuviera de pie sobre el filo de un cuchillo. “Tienes razón… No soy una idiota. Tengo que pensar en lo que es mejor para mi madre.”
"Exacto, cariño. Y si Vincent es parte de esa solución, entonces que se joda lo que piensen los demás. Nadie te va a juzgar más de lo que ya te juzgan por estar aquí."
Me quedé pensativa. Aly había conseguido lo que quería, y, a pesar de que no estaba completamente segura de lo que haría, algo dentro de mí comenzó a calmarse. Al final del día, tal vez todo era solo un juego. Un juego en el que yo tenía las cartas. Y tal vez, solo tal vez, ya era hora de jugarlas.
El siguiente día, me desperté con la cabeza un poco más clara, pero el mismo nudo en el estómago. Había pasado toda la noche dándole vueltas al asunto, analizando cada palabra de Vincent, cada gesto. Y lo peor de todo es que sentía que ya había tomado una decisión, aunque mi orgullo se aferraba a la idea de que podría seguir resistiéndome. Pero, en el fondo, sabía que estaba más cerca de aceptar su propuesta de lo que quería admitir.A pesar de todo el lujo, la seducción, y la tentación que todo esto implicaba, algo en mi interior me decía que podía jugar con esas cartas sin perderme en el juego. Algo me susurraba que este no era solo un trato de dinero, sino un escenario donde yo podría llevar las riendas de mi destino. La cuestión era saber cómo. Y eso, claro, me hacía sentir un poco excitada.La llamada de Vincent llegó poco después del almuerzo, como si hubiera sabido exactamente cuándo mi mente ya estaba a punto de ceder. Su voz, tan tranquila, tan calculadora, me hizo preguntarm
La tensión en el aire era palpable. Como un delicado hilo que, de un momento a otro, podría romperse, y cuando Vincent se acercó un paso más hacia mí, mi corazón aceleró. No sé si era el poder de su presencia o el hecho de que me encontraba en el borde de una decisión irreversible, pero algo me impulsaba a seguir adelante, a atravesar ese umbral que, hasta ahora, había estado tan decidido a evitar.Me quedé en silencio un momento, observando cómo él parecía esperar mi respuesta con una calma desbordante, como si supiera que, al final, no tendría otra opción que aceptar. Pero algo en mi interior se revolvía, luchaba por no rendirme tan fácilmente, por mantener el control de la situación. Me negaba a ser una pieza más en su juego, aunque me atrajera de una manera casi peligrosa.“Si acepto, ¿qué te hace pensar que no podré tomar las riendas de esto?” Dije, alzando una ceja con esa mezcla de arrogancia y picardía que solía usar para salir de cualquier enredo. No podía permitir que me vie
Havana se había acostumbrado al lujo y al caos que ahora definían su vida. Las noches en el club, llenas de música suave, luces cálidas y conversaciones envueltas en secretos, eran su nuevo refugio, pero también un recordatorio constante del peligro que acechaba a cada paso. A pesar de la seguridad que Vincent le prometía, la sombra de la amenaza reciente no la abandonaba.La mujer que la había mirado con odio reapareció en una noche aparentemente tranquila. Esta vez no se limitó a observar. En un rincón del club, mientras Havana disfrutaba de un trago sola, la desconocida se le acercó. Con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, la mujer dejó una copa sobre la mesa de Havana y se inclinó para susurrarle:—Vincent es mío. Siempre lo ha sido. ¿Crees que puedes quitármelo?Antes de que Havana pudiera responder, la mujer desapareció entre la multitud, dejando tras de sí un aire de amenaza y perfume caro. El corazón de Havana latía con fuerza, y una mezcla de rabia y miedo la invadió. Esta
Vincent cerró la puerta de la sala detrás de nosotros, y por un instante, la tensión en el aire se volvió casi palpable. Él no dijo nada al principio, solo me miró, como si intentara medir mis pensamientos, mis dudas, mis miedos.—Antes de mostrarte más —dijo finalmente, acercándose un paso—, quiero asegurarme de que comprendes algo, Havana. No hay vuelta atrás.Su voz era un susurro grave, cargado de promesas que no terminaba de descifrar. Lo miré, sintiendo cómo el calor subía por mi cuello hasta mi rostro. Sabía que hablaba de su mundo, pero el tono de su voz y la forma en que sus ojos se clavaban en los míos hacían que cada parte de mí se sintiera expuesta.—No estoy segura de nada —admití en un hilo de voz, sin apartar la mirada.Vincent sonrió, esa sonrisa arrogante que siempre parecía tener el poder de desarmarme. En un movimiento lento, como si quisiera darme tiempo para detenerlo, alzó una mano y rozó mi mejilla con el dorso de los dedos.—Havana… —murmuró mi nombre como si f
El aire en la habitación estaba cargado, denso, como si el tiempo se hubiera detenido en el momento exacto en que nuestros cuerpos quedaron entrelazados. La piel de Vincent aún ardía contra la mía, su respiración era profunda y pausada, como si intentara recuperar el control de sí mismo.Yo, por otro lado, no podía dejar de reír.—¿De qué te ríes? —preguntó con una ceja arqueada, su tono divertido mientras deslizaba la punta de los dedos por mi espalda.—De lo absurdo que fue todo —respondí, tapándome la cara con las manos mientras una carcajada escapaba de mis labios—. Quiero decir… tú, el mafioso implacable, el hombre de mirada letal y actitud de ‘no me toques si no quieres problemas’, acabas de… bueno, ya sabes…—Oh, sí. Lo sé. —Su sonrisa fue lenta, como la de un depredador satisfecho, y sentí un escalofrío recorrer mi espalda—. Y por lo que puedo notar, a ti te gustó tanto como a mí.Me mordí el labio, negándome a responder, pero la sonrisa tonta en mi rostro me delataba.Porque
Si el pecado tenía una dirección en esta ciudad, era aquí.Atravesar las puertas del Midnight Club no era simplemente entrar a un lugar; era sumergirse en un universo donde la moral se diluía con el champagne y los límites se desdibujaban con cada risa ahogada y cada susurro entrecortado.Y yo… yo estaba en medio de todo.Vincent me había dicho que quería que viera su mundo. Que lo viviera, lo entendiera, y entonces, escribiera sobre él.Y vaya si lo estaba viviendo.—¿Todavía respiras? —me murmuró al oído con una sonrisa divertida.—No estoy segura —respondí, sintiendo que mi cerebro trataba de procesar todo a la vez.El club era un espectáculo de decadencia y opulencia, una fantasía sensual que cobraba vida con cada rincón que mirara. Un techo altísimo decorado con lámparas de cristal que reflejaban la luz en destellos dorados. Paredes de terciopelo oscuro. Sofás amplios donde personas hermosas se desparramaban en posiciones que sugerían que estaban muy, muy cómodas entre ellas.Y l
El hospital olía a desinfectante y a algo más… algo frío. Como si la tristeza se hubiera impregnado en las paredes.Suspiré antes de entrar en la habitación, ajustándome el abrigo como si pudiera ocultar lo que traía conmigo.El dinero.No sabía si el peso en mi pecho era por la emoción o la culpa.Cuando abrí la puerta, encontré a mi madre sentada en la cama con una revista en las manos y a mi hermana menor, Sofía, acomodándole las almohadas con esa dulzura que siempre la había caracterizado.—¡Havana! —exclamó Sofía con una sonrisa radiante.—Hola, mamá —saludé, dejando mi bolso sobre la mesita de noche.Mi madre levantó la vista y, aunque sonrió, sus ojos tenían ese brillo agotado que me recordaba lo frágil que era.—Hola, cariño. No esperaba verte hoy.—Siempre vengo cuando puedo —respondí con una sonrisa.No mencioné que, últimamente, no había podido venir tanto. Entre el club, Vincent y la extraña realidad en la que me estaba sumergiendo, sentía que estaba viviendo en dos mundos
El aroma a café recién hecho flotaba en el aire mientras removía distraídamente el mío, viendo cómo la espuma hacía pequeños remolinos en la taza.—Así que, déjame ver si entendí bien —dijo Valeria, mi mejor amiga, alzando una ceja mientras tomaba un sorbo de su capuccino—. ¿Un multimillonario misterioso te paga una cantidad obscena de dinero por escribir, pero además te quiere como su acompañante personal en su club privado?Asentí con calma.—Ajá.—¿Y este club es…?—Exclusivo. Muy lujoso.—Y lujurioso, supongo.Bajé la mirada y sonreí de forma traviesa.—Quizá un poquito.Valeria soltó una carcajada.—Havana, en serio. Si alguien más me contara esto, pensaría que se lo sacó de una novela barata.—Oh, cariño, esto ni siquiera califica como novela barata. Esto es nivel "telenovela de las nueve".Ella se recostó en la silla, cruzando los brazos.—¿Y qué tal es él? Quiero detalles jugosos.Jugué con la cucharita del café, pensando en Vincent. Su mirada afilada, su voz grave, la forma e