El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando cerré mi laptop por décima vez esa noche, con la misma frustración con la que alguien cierra una puerta tras discutir con su ex. La pantalla en blanco parecía burlarse de mí. "Vamos, Havana, eres una escritora. Escribe", me dije. Pero mi cerebro, ese ingrato, había decidido tomarse unas vacaciones sin avisarme.
Mi apartamento en el piso 27 era mi templo minimalista: muebles elegantes, ventanales gigantes y una vista espectacular de la ciudad, lo que significaba que podía contemplar el éxito ajeno mientras me revolcaba en mi propio bloqueo creativo. Decidí que tal vez un poco de vino solucionaría mi problema (porque, claro, el alcohol siempre ha sido un excelente consejero… o eso me decía cada vez que enviaba mensajes vergonzosos a mi ex a las tres de la mañana).
Justo cuando estaba a punto de resignarme a otra noche improductiva, noté algo fuera de lugar: un sobre negro descansando frente a mi puerta. Primero pensé que era propaganda de algún restaurante de sushi de lujo queriéndome tentar con nigiris de caviar. Pero no. Cuando lo recogí, sentí el peso de la exclusividad en mis manos. Y si algo me intrigaba más que un chisme de la realeza, era un buen misterio.
Dentro había una tarjeta con letras doradas que rezaban: "El Club de Medianoche espera por ti. Esta noche, a las 11. Una sola regla: déjate llevar." Oh, vaya. ¿Un club secreto? ¿Misterio? ¿Posiblemente un asesinato al estilo Agatha Christie? Mi vena dramática de escritora hizo una voltereta de emoción.
Escaneé el código QR que venía con la invitación, medio esperando que fuera una broma que me llevara a un canal de YouTube de gatitos bailando salsa, pero no. Me apareció un mapa con un punto parpadeante y un mensaje: “Sé puntual. Tu acceso depende de ello.”
Me quedé mirando la pantalla y luego al sobre. ¿Debería ir? Respuesta obvia: ¡Por supuesto! Si me iban a secuestrar, al menos quería una buena historia antes de eso.
A las diez y media estaba lista. Me enfundé en un vestido negro de seda que gritaba "misteriosa pero accesible". Tomé un taxi hasta la dirección y lo primero que vi fue un edificio completamente anodino. Ni luces de neón ni una fila de personas esperando entrar. Solo una puerta negra de acero y un hombre vestido de negro, de esos que tienen cara de haber sido guardaespaldas de algún dictador.
"Nombre", dijo sin pizca de emoción.
"Havana Belmont", respondí con mi mejor voz de femme fatale, aunque probablemente soné más como alguien que finge saber a dónde va.
El hombre revisó una tablet y asintió. Sin más, abrió la puerta.
Dentro, el cambio era brutal. Mientras que por fuera el lugar parecía un almacén donde escondían órganos robados, por dentro era pura opulencia. Terciopelo negro, luces doradas, una araña de cristal tan grande que si caía nos mataba a todos, y un ambiente tan exclusivo que hasta el oxígeno debía costar dinero.
Me pregunté si había entrado en la dimensión desconocida, pero antes de que pudiera procesarlo, una mujer espectacular se me acercó. Alta, piel de ébano y un vestido rojo que gritaba "podría arruinar tu vida y ni siquiera me esforzaría".
"Bienvenida, Havana", dijo con una sonrisa que me hizo sentir que tenía información comprometedora sobre mí. "Te estábamos esperando."
"¿Esperando para qué?" pregunté con cautela. Porque, vamos, no soy tan ingenua. Sé que cuando alguien dice "te estábamos esperando" en un sitio así, las opciones suelen ser: a) un culto extraño, b) un club de apuestas ilegales o c) una orgía. Y solo una de esas opciones me parecía razonablemente aceptable.
"Pronto lo descubrirás", fue su única respuesta mientras me guiaba por un pasillo.
El camino nos llevó a una escalera en espiral que descendía a una sala más íntima. La decoración aquí era igual de lujosa, pero con un aire más secreto, más prohibido. Había sofás de terciopelo, luces tenues y un escenario en el centro que parecía sacado de una película noir.
Me senté en un sofá cerca del frente, sintiéndome como la protagonista de una novela de misterio, lista para descubrir qué demonios estaba pasando.
Entonces las luces bajaron y el murmullo cesó. Una figura emergió de entre las sombras y, juro por todo lo sagrado, el aire se electrificó. Un hombre vestido de negro, con una presencia que hacía que todos los demás parecieran decorado. Su mirada recorrió la sala antes de detenerse en mí.
Y ahí supe dos cosas con certeza:
Uno, estaba metida en algo mucho más grande de lo que imaginaba.
Dios, probablemente iba a arrepentirme… pero no hoy.
El sonido de mis propios latidos retumbaba en mis oídos mientras el hombre en el escenario se regodeaba en el silencio, disfrutándolo como quien saborea el último sorbo de un vino exquisito. Sus movimientos eran deliberados, calculados, como si cada paso estuviera milimétricamente diseñado para enloquecer a la audiencia. Y funcionaba.Porque, demonios, a ese hombre se le daba demasiado bien eso de jugar con los nervios ajenos.—Bienvenidos al Club de Medianoche —su voz era una caricia oscura, una promesa envuelta en terciopelo—. Aquí, no existen límites. Solo posibilidades.Me recorrió con la mirada, sin disimulo. Directo. Intenso. Lo suficientemente descarado como para que me removiera en el sofá, tratando de no darle el gusto de ver cómo su inspección me afectaba. Pero, para ser honesta, la forma en que sus ojos se quedaban en mí, como si ya me hubiera reclamado como suya sin preguntar, me despertó una emoción que no supe si era placer o advertencia.—Esta noche —continuó—, será espe
Le pedí que me dijera su nombre... definitivamente lo hizo. Con su voz profunda y misteriosa me dijo que se llama Vincent.La tensión en la habitación era tan densa que casi podía tocarla. Vincent —porque ahora sabía su nombre— me observaba con una calma que rozaba lo insolente, como si disfrutara de mi desconcierto. Su figura recostada en el sofá proyectaba una seguridad que resultaba irritante y fascinante a partes iguales.“Vincent,” repetí, probando su nombre en mis labios como si fuera un acertijo. “Bonito nombre. Aunque no explica por qué estoy aquí.”Una sonrisa ligera se dibujó en su rostro. “No todo debe explicarse de inmediato. La curiosidad es mucho más emocionante, ¿no crees?”“No cuando soy yo quien está en la oscuridad,” le respondí, cruzando los brazos en un gesto defensivo. Mi voz sonaba más firme de lo que me sentía. “Me invitaste aquí por una razón. Y no creo que sea solo para compartir una copa de licor.”“Eres perspicaz,” admitió, inclinándose ligeramente hacia ade
La puerta del club se cerró detrás de mí con un suave clic, y el sonido de los tacones de mis zapatos resonó en el mármol blanco que cubría el suelo. Había algo en el aire, una electricidad sutil que recorría mi cuerpo, un cosquilleo que no podía ignorar. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue el lugar en el que estaba. El lujo desbordante me rodeaba como un abrazo cálido y peligroso, el tipo de lujo que no se ve todos los días. Las paredes de cristal reflejaban las luces suaves que iluminaban la sala, y cada rincón parecía haber sido diseñado para ser admirado y deseado.Me sentí pequeña, casi ridícula, como si fuera una mota de polvo en medio de un universo de opulencia. Mi vestido negro, aunque elegante, parecía insignificante comparado con las riquezas que se exhibían a mi alrededor. Los muebles de terciopelo, los candelabros de cristal que colgaban desde el techo como si fueran estrellas, las mesas de mármol que brillaban con una luz propia… todo me dejaba sin palabras. No
La mañana después de la oferta de Vincent, me desperté con una sensación extraña en el estómago. Era como si hubiera hecho un mal movimiento en una partida de ajedrez, pero no supiera si mi rey ya estaba a punto de ser capturado o si, de alguna manera, podía dar vuelta la jugada. Mientras me vestía, me miraba en el espejo y veía a esa mujer que, a veces, se sentía tan segura y astuta, y otras veces, tan perdida como una aguja en un pajar.La propuesta de Vincent seguía rondando en mi mente como una sombra, un eco persistente de las palabras que había pronunciado. La verdad, mi primer impulso había sido rechazarlo, había sentido como si me estuviera ofreciendo algo que no quería. Pero la realidad me había golpeado en el rostro, y ese golpe venía con el nombre de dinero. Ayudar a mi madre, asegurarme de que recibiera el tratamiento que necesitaba, todo eso se había convertido en mi obsesión.No estaba segura de lo que quería hacer, y si soy honesta, me estaba sintiendo completamente div
El siguiente día, me desperté con la cabeza un poco más clara, pero el mismo nudo en el estómago. Había pasado toda la noche dándole vueltas al asunto, analizando cada palabra de Vincent, cada gesto. Y lo peor de todo es que sentía que ya había tomado una decisión, aunque mi orgullo se aferraba a la idea de que podría seguir resistiéndome. Pero, en el fondo, sabía que estaba más cerca de aceptar su propuesta de lo que quería admitir.A pesar de todo el lujo, la seducción, y la tentación que todo esto implicaba, algo en mi interior me decía que podía jugar con esas cartas sin perderme en el juego. Algo me susurraba que este no era solo un trato de dinero, sino un escenario donde yo podría llevar las riendas de mi destino. La cuestión era saber cómo. Y eso, claro, me hacía sentir un poco excitada.La llamada de Vincent llegó poco después del almuerzo, como si hubiera sabido exactamente cuándo mi mente ya estaba a punto de ceder. Su voz, tan tranquila, tan calculadora, me hizo preguntarm
La tensión en el aire era palpable. Como un delicado hilo que, de un momento a otro, podría romperse, y cuando Vincent se acercó un paso más hacia mí, mi corazón aceleró. No sé si era el poder de su presencia o el hecho de que me encontraba en el borde de una decisión irreversible, pero algo me impulsaba a seguir adelante, a atravesar ese umbral que, hasta ahora, había estado tan decidido a evitar.Me quedé en silencio un momento, observando cómo él parecía esperar mi respuesta con una calma desbordante, como si supiera que, al final, no tendría otra opción que aceptar. Pero algo en mi interior se revolvía, luchaba por no rendirme tan fácilmente, por mantener el control de la situación. Me negaba a ser una pieza más en su juego, aunque me atrajera de una manera casi peligrosa.“Si acepto, ¿qué te hace pensar que no podré tomar las riendas de esto?” Dije, alzando una ceja con esa mezcla de arrogancia y picardía que solía usar para salir de cualquier enredo. No podía permitir que me vie
Havana se había acostumbrado al lujo y al caos que ahora definían su vida. Las noches en el club, llenas de música suave, luces cálidas y conversaciones envueltas en secretos, eran su nuevo refugio, pero también un recordatorio constante del peligro que acechaba a cada paso. A pesar de la seguridad que Vincent le prometía, la sombra de la amenaza reciente no la abandonaba.La mujer que la había mirado con odio reapareció en una noche aparentemente tranquila. Esta vez no se limitó a observar. En un rincón del club, mientras Havana disfrutaba de un trago sola, la desconocida se le acercó. Con una sonrisa que no llegaba a sus ojos, la mujer dejó una copa sobre la mesa de Havana y se inclinó para susurrarle:—Vincent es mío. Siempre lo ha sido. ¿Crees que puedes quitármelo?Antes de que Havana pudiera responder, la mujer desapareció entre la multitud, dejando tras de sí un aire de amenaza y perfume caro. El corazón de Havana latía con fuerza, y una mezcla de rabia y miedo la invadió. Esta
Vincent cerró la puerta de la sala detrás de nosotros, y por un instante, la tensión en el aire se volvió casi palpable. Él no dijo nada al principio, solo me miró, como si intentara medir mis pensamientos, mis dudas, mis miedos.—Antes de mostrarte más —dijo finalmente, acercándose un paso—, quiero asegurarme de que comprendes algo, Havana. No hay vuelta atrás.Su voz era un susurro grave, cargado de promesas que no terminaba de descifrar. Lo miré, sintiendo cómo el calor subía por mi cuello hasta mi rostro. Sabía que hablaba de su mundo, pero el tono de su voz y la forma en que sus ojos se clavaban en los míos hacían que cada parte de mí se sintiera expuesta.—No estoy segura de nada —admití en un hilo de voz, sin apartar la mirada.Vincent sonrió, esa sonrisa arrogante que siempre parecía tener el poder de desarmarme. En un movimiento lento, como si quisiera darme tiempo para detenerlo, alzó una mano y rozó mi mejilla con el dorso de los dedos.—Havana… —murmuró mi nombre como si f