El reloj marcaba las dos de la madrugada cuando cerré mi laptop por décima vez esa noche. La pantalla en blanco parecía un espejo de mi mente: vacía, estancada, incapaz de hilvanar siquiera un párrafo coherente. Había prometido entregar mi nueva novela a la editorial hacía semanas, pero la inspiración seguía siendo una amante esquiva, siempre a punto de aparecer pero nunca lo suficientemente tangible como para quedarse.
Mi apartamento, ubicado en un piso 27, era mi refugio. Diseño minimalista, ventanales de piso a techo que ofrecían una vista panorámica de la ciudad. Las luces danzantes de los rascacielos y el ruido sordo del tráfico lejano componían una sinfonía que había aprendido a amar. Pero esa noche, ni siquiera la energía vibrante de la metrópoli lograba calmar la frustración que hervía en mi interior.
“Necesito algo… diferente”, murmuré mientras me levantaba del escritorio. Caminé descalza hasta la cocina y me serví una copa de vino blanco, esperando que el líquido frío pudiera enfriar también mis pensamientos desordenados. Mientras bebía, mi mirada se perdió en el horizonte, en las luces de neón que parpadeaban como un código secreto que no podía descifrar.
Fue entonces cuando lo vi. Un sobre negro, elegante, descansaba en el suelo frente a mi puerta. Al principio pensé que era un error, pero la curiosidad —esa fuerza irresistible que me había metido en más problemas de los que quería admitir— me llevó a abrir la puerta y recogerlo. Mi nombre estaba escrito a mano con una caligrafía impecable: “Havana Belmont”.
Volví al interior del apartamento, cerré la puerta con un giro rápido de la llave y examiné el sobre. Era grueso, de un material que se sentía caro al tacto, como si cada detalle hubiera sido cuidadosamente diseñado para transmitir exclusividad. Dentro encontré una tarjeta minimalista, con letras doradas en relieve:
“El Club de Medianoche espera por ti. Esta noche, a las 11. Una sola regla: déjate llevar.”
No había dirección. Solo un código QR impreso en la parte inferior. Arqueé una ceja. La mezcla de misterio y opulencia despertó algo en mí: un cosquilleo de anticipación que no había sentido en meses.
Tomé mi teléfono y escaneé el código. En segundos, apareció un mapa con un punto parpadeante, acompañado de un mensaje: “Sé puntual. Tu acceso depende de ello.”
“¿Qué demonios es esto?” murmuré, aunque la sonrisa que curvó mis labios delataba que ya había decidido asistir.
A las diez y media, estaba lista. Había optado por un vestido negro de seda que abrazaba mis curvas con la cantidad justa de insinuación. Mis tacones resonaron contra el suelo de mármol del edificio mientras caminaba hacia el ascensor, sintiendo que cada paso me acercaba a algo que no podía explicar. Era una sensación inquietante y embriagadora a la vez.
El mapa me guió a una calle poco transitada en el corazón de la ciudad. El edificio frente a mí era discreto, sin letreros ni indicios de lo que escondía en su interior. Una puerta de acero negra era la única entrada visible. Me acerqué y un hombre vestido impecablemente de negro me detuvo.
“Nombre”, dijo con voz neutral.
“Havana Belmont”.
El hombre consultó una lista en una tableta, asintió y abrió la puerta sin decir una palabra. Al cruzar el umbral, sentí que estaba entrando en otro mundo.
El interior era todo lo contrario a la fachada. Un vestíbulo bañado en luces suaves y doradas daba paso a un salón principal que desbordaba lujo. Las paredes estaban revestidas de terciopelo negro, el suelo era de mármol blanco con vetas doradas, y en el centro colgaba una araña de cristal que reflejaba la luz en mil direcciones. Había música, un murmullo de voces sofisticadas y risas contenidas. Pero lo que más capturó mi atención fue la energía palpable en el aire, como si cada persona presente compartiera un secreto que yo aún desconocía.
Una mujer se acercó a mí. Alta, de piel de ébano y ojos que parecían contener galaxias. Vestía un traje rojo que destilaba elegancia.
“Bienvenida, Havana”, dijo con una sonrisa enigmática. “Te estábamos esperando.”
“¿Esperando para qué?” pregunté, sintiendo que mi corazón latía un poco más rápido de lo normal.
La mujer solo sonrió más ampliamente. “Pronto lo descubrirás. Sígueme.”
El salón principal llevó a un pasillo iluminado por luces tenues, donde las puertas parecían llevar a lugares diferentes, cada una con su propio misterio. Finalmente llegamos a una escalera en espiral que descendía hacia un espacio más íntimo. Al entrar, contuve el aliento.
Era un salón mucho más pequeño, con sofás de terciopelo, mesas de cristal y un escenario en el centro. Pero no era un escenario cualquiera: su diseño evocaba algo entre un altar y un lugar de confesión, como si las historias que se contaban allí fueran sagradas.
“Te recomiendo que tomes asiento”, dijo la mujer, guiándome a un sofá cerca del frente. “El anfitrión pronto hará su entrada.”
“¿El anfitrión?” pregunté, pero la mujer ya se había marchado.
El murmullo en la sala se detuvo. Las luces se atenuaron y una figura emergió de entre las sombras, caminando hacia el escenario con una calma que solo alguien que controlaba absolutamente todo podría poseer. Vestido con un traje negro impecable, el hombre irradiaba un carisma magnético que electrizó el aire. Su mirada recorrió la sala antes de detenerse en mí.
El sonido de mis propios latidos retumbaba en mis oídos mientras el hombre en el escenario dejaba que el silencio lo envolviera. Sus movimientos eran deliberados, calculados, como si supiera exactamente el efecto que causaba en la sala. Y vaya si lo sabía. Cada mirada estaba clavada en él, incluidas las mías.“Bienvenidos al Club de Medianoche,” dijo con voz profunda y aterciopelada, que se deslizó por mi espina como una caricia invisible. “Aquí, no existen límites. Solo posibilidades.”Su mirada regresó a mí, tan directa que me sentí desnuda bajo su escrutinio. Quise sostenerle la mirada, desafiarle incluso, pero algo en sus ojos —oscuros y peligrosos como un bosque de noche— me desarmó. Me revolví ligeramente en el sofá, consciente de que mi vestido, ajustado y atrevido, no dejaba mucho a la imaginación. Pero, en lugar de sentirme vulnerable, hubo una chispa de poder en la forma en que su atención se quedaba en mí.“Esta noche,” continuó, “será especial. Algunos encontrarán respuest
Le pedí que me dijera su nombre... definitivamente lo hizo. Con su voz profunda y misteriosa me dijo que se llama Vincent.La tensión en la habitación era tan densa que casi podía tocarla. Vincent —porque ahora sabía su nombre— me observaba con una calma que rozaba lo insolente, como si disfrutara de mi desconcierto. Su figura recostada en el sofá proyectaba una seguridad que resultaba irritante y fascinante a partes iguales.“Vincent,” repetí, probando su nombre en mis labios como si fuera un acertijo. “Bonito nombre. Aunque no explica por qué estoy aquí.”Una sonrisa ligera se dibujó en su rostro. “No todo debe explicarse de inmediato. La curiosidad es mucho más emocionante, ¿no crees?”“No cuando soy yo quien está en la oscuridad,” le respondí, cruzando los brazos en un gesto defensivo. Mi voz sonaba más firme de lo que me sentía. “Me invitaste aquí por una razón. Y no creo que sea solo para compartir una copa de licor.”“Eres perspicaz,” admitió, inclinándose ligeramente hacia ade
La puerta del club se cerró detrás de mí con un suave clic, y el sonido de los tacones de mis zapatos resonó en el mármol blanco que cubría el suelo. Había algo en el aire, una electricidad sutil que recorría mi cuerpo, un cosquilleo que no podía ignorar. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fue el lugar en el que estaba. El lujo desbordante me rodeaba como un abrazo cálido y peligroso, el tipo de lujo que no se ve todos los días. Las paredes de cristal reflejaban las luces suaves que iluminaban la sala, y cada rincón parecía haber sido diseñado para ser admirado y deseado.Me sentí pequeña, casi ridícula, como si fuera una mota de polvo en medio de un universo de opulencia. Mi vestido negro, aunque elegante, parecía insignificante comparado con las riquezas que se exhibían a mi alrededor. Los muebles de terciopelo, los candelabros de cristal que colgaban desde el techo como si fueran estrellas, las mesas de mármol que brillaban con una luz propia… todo me dejaba sin palabras. No
La mañana después de la oferta de Vincent, me desperté con una sensación extraña en el estómago. Era como si hubiera hecho un mal movimiento en una partida de ajedrez, pero no supiera si mi rey ya estaba a punto de ser capturado o si, de alguna manera, podía dar vuelta la jugada. Mientras me vestía, me miraba en el espejo y veía a esa mujer que, a veces, se sentía tan segura y astuta, y otras veces, tan perdida como una aguja en un pajar.La propuesta de Vincent seguía rondando en mi mente como una sombra, un eco persistente de las palabras que había pronunciado. La verdad, mi primer impulso había sido rechazarlo, había sentido como si me estuviera ofreciendo algo que no quería. Pero la realidad me había golpeado en el rostro, y ese golpe venía con el nombre de dinero. Ayudar a mi madre, asegurarme de que recibiera el tratamiento que necesitaba, todo eso se había convertido en mi obsesión.No estaba segura de lo que quería hacer, y si soy honesta, me estaba sintiendo completamente div
El siguiente día, me desperté con la cabeza un poco más clara, pero el mismo nudo en el estómago. Había pasado toda la noche dándole vueltas al asunto, analizando cada palabra de Vincent, cada gesto. Y lo peor de todo es que sentía que ya había tomado una decisión, aunque mi orgullo se aferraba a la idea de que podría seguir resistiéndome. Pero, en el fondo, sabía que estaba más cerca de aceptar su propuesta de lo que quería admitir.A pesar de todo el lujo, la seducción, y la tentación que todo esto implicaba, algo en mi interior me decía que podía jugar con esas cartas sin perderme en el juego. Algo me susurraba que este no era solo un trato de dinero, sino un escenario donde yo podría llevar las riendas de mi destino. La cuestión era saber cómo. Y eso, claro, me hacía sentir un poco excitada.La llamada de Vincent llegó poco después del almuerzo, como si hubiera sabido exactamente cuándo mi mente ya estaba a punto de ceder. Su voz, tan tranquila, tan calculadora, me hizo preguntarm
La tensión en el aire era palpable. Como un delicado hilo que, de un momento a otro, podría romperse, y cuando Vincent se acercó un paso más hacia mí, mi corazón aceleró. No sé si era el poder de su presencia o el hecho de que me encontraba en el borde de una decisión irreversible, pero algo me impulsaba a seguir adelante, a atravesar ese umbral que, hasta ahora, había estado tan decidido a evitar.Me quedé en silencio un momento, observando cómo él parecía esperar mi respuesta con una calma desbordante, como si supiera que, al final, no tendría otra opción que aceptar. Pero algo en mi interior se revolvía, luchaba por no rendirme tan fácilmente, por mantener el control de la situación. Me negaba a ser una pieza más en su juego, aunque me atrajera de una manera casi peligrosa.“Si acepto, ¿qué te hace pensar que no podré tomar las riendas de esto?” Dije, alzando una ceja con esa mezcla de arrogancia y picardía que solía usar para salir de cualquier enredo. No podía permitir que me vie