—¿Feliz?
Parecía imposible que una mujer como ella pudiera sonreír, pero la transmisión de aquella línea de texto al pie de imagen en el noticiero, le arrancaron incluso un gesto de victoria a Anthea Voulgaris.
«El joven magnate Leo Di Sávallo ha fallecido esta noche, producto de un terrible accidente automovilístico, en el que iba acompañado por la madre de su hijo. Después de luchar por su vida durante una semana, y luego de varias intervenciones infructuosas, el señor Di Sávallo fue diagnosticado con muerte cerebral, y falleció algunas horas después. Todavía la familia no ha dado razones sobre los arreglos de su funeral, o si lo trasladarán de regreso a Italia. Nada se sabe tampoco sobre las causas del accidente, según los informes más recientes de la policía, fueron impactados por un camión de alto tonelaje que estaba fuer
Era un fantasma. Un fantasma que caminaba hasta el muelle y de vuelta, todas las mañanas y todas las noches.Habían esperado algo más, pero el llanto histérico de Mía había terminado en el momento justo en que Carlo Di Sávallo había cubierto a Leo con la sábana. Después de eso el silencio había dominado cada uno de sus actos.Se había negado categóricamente a hacer un funeral. Le habían entregado las cenizas en una urna y nadie se había atrevido a preguntarle qué había hecho con ella. Aún así los medios transmitieron su muerte en cada canal de cada televisora del mundo.Después de un par de días la familia se había retirado. Estaban rotos, eso era evidente, pero no quedaba más opción que seguir con sus vidas. Mía se había encerrado en la villa de Leo y aunque se portaba con perfecta
—¿Tú sabías que veníamos? —le preguntó Mía a Santiago y él asintió—. ¿Por qué no me dijiste nada?—Porque él no sabía exactamente lo que iba a pasar —lo rescató Guido—. Solo le dije que teníamos que irnos y le pregunté si estaba dispuesto a ayudarlas.—Y aquí estamos —dijo Santiago encogiéndose de hombros mientras las muchachas lo miraban—. Te dije que no te iba a volver a dejar si me necesitabas —le recordó a Mía y luego señaló a Sam—, y eso va para las dos.Mía le dedicó media sonrisa de agradecimiento pero aun así había cosas que no cuadraban.—Gracias, Santiago, y perdóname por lo que voy a preguntar pero… ¿por qué tú? —Su pregunta realmente iba dirigida a Gu
—¿Están tranquilos? —La voz del hombre era ronca y cansada.Guido pudo ver que tenía enormes ojeras bajo los párpados y que sus manos temblaban un poco, posiblemente por el agotamiento o por el estrés. En los últimos días había tenido que hacer milagros para montar todo aquello.—Más de lo que se podría esperar para la manera en que los saqué de la casa —respondió, caminando hacia él y dándole un abrazo—. Están durmiendo ahora, fue una mañana agitada.El hombre entreabrió los labios, como si quisiera preguntar algo más, pero se abstuvo, parecía que no estaba muy seguro de lo que debía o no preguntar.—¿Conseguiste averiguar algo más?—Nada —suspiró Guido sentándose—. Tengo ojos en todos lados, pero pareciera que ellos tambié
Santiago trastabilló al entrar a la cocina y a Guido se le fue una carcajada involuntaria. Lo vio ir hasta el fregadero y meter la cara bajo el agua de la llave, intentando desperezarse.—¿Por cuántas vas? —le preguntó.—Por dos…—Aguántate que yo soporté dos y media.Santiago hizo un gesto de asco mientras le recorría un escalofrío.—¡Aaaggggh! ¡Voy a terminar odiando el vino! —protestó haciendo una arcada—. Si tengo que abrir otra botella voy a vomitar.—Ya sé… pero es lo que ella toma… y hay que hacer que duerma —intentó aleccionarlo Guido con un dedo levantado.—¿Y no le podías meter una pastilla en el jugo, como hace la gente normal? —barbotó Santiago con la lengua enredada.Guido levantó más el índice pero n
Era delicioso sentirlo. Sí, quizás fuera una alucinación, quizás fuera un sueño, pero cualquiera que fuera la forma de tener a Leo, Mía la agradecía. Sentía que las luces danzaban al borde de sus ojos aun cuando los tenía cerrados, sobre su cabeza el techo se perdía, dejando paso a una madrugada llena de estrellas, y sobre su cuerpo el cuerpo de Leo se movía despacio.Alargaba la mano y aun así no podía tocarlo, solo sentirlo. Lo escuchaba llamarla, decir su nombre en medio de la niebla que los envolvía. Buscó la boca de aquella sombra y no le permitió irse esa vez, no le permitió separarse de ella como hacía tantas veces. Gimió cuando sintió sus manos subiendo por la cara interna de sus muslos, su boca jugueteando suavemente con sus pechos, su barba haciendo cosquillas deliciosas sobre su vientre.—Leo… —todo su
Mía apretó los puños y respiró hondo antes de atreverse a entrar en la cocina. Adentro se escuchaban las risas de Guido, Santiago y Sam junto a los pequeños gimoteos de Liam, que probablemente ya estaba pidiendo su desayuno a gritos. Se asomó a la puerta y todos la recibieron con sonrisas.—¿Cómo estás? —preguntó Sam levantando una ceja divertida.—Con un panal de abejas en la cabeza… —respondió sentándose en una de las banquetas de la cocina.—Todo es tu culpa. —Santiago la señaló con un dedo acusador y Mía se puso lívida—. O mejor dicho, es culpa de Guido, que tuvo la brillante idea de emborracharte para que durmieras. Le dije que ibas a despertar peor, pero no me hizo caso.Mía miró bien a Santiago y parecía extrañamente despreocupado. Había esperado encontrar
Samantha salió corriendo a la puerta a recibir a Guido. En los últimos días se había ido para resolver todas las cuestiones relacionadas con la herencia de Leo, y ella lo había extrañado mucho.Sus instrucciones para ese día, sin embargo, no les daría mucho tiempo para estar juntos.Guido la abrazó con fuerza, preguntándole por ese pequeño que ya la estaba haciendo dormir de menos y comer de más; pero todo estaba perfectamente bien con ellos.—¿Ya están listos?—Sí, solo dale un momento a Mía, fue a cambiar Liam que se hizo popó a última hora.Guido sonrió involuntariamente, ya se imaginaba a él y a Sam cambiando pañales con popó.—¿De verdad tienen que ir? —Aquella pregunta hizo que Guido levantara la cabeza, tenso.—Créeme, no los sacar&i
Dos horas antes…El departamento no era algo espectacular, pero era confortable y parecía ser el de una persona muy organizada y meticulosa. En la cocina la vajilla estaba limpia, seca y guardada, no había ni una pieza de ropa sucia o limpia en los cestos de lavado, todo estaba doblado o colgado en su lugar. Los muebles de la sala formaban un cuadrado perfecto alrededor de la mesita de centro y todo estaba impecablemente limpio.Dieron un par de vueltas más por el departamento de Margaret Licetto, y Malena sonrió con incomodidad. Sobre la cama, perfectamente tendida, habían quedado tirados varios folletos turísticos y el recibo de compra de un ticket solo de ida de Margaret Licetto hacia Estados Unidos.Entre el salón principal y la puerta de entrada había dos maletas de viaje que pellizcaban la alfombra corrida del recibidor, y un neceser con todo lo que una mujer pudiera nece