—¿Tú sabías que veníamos? —le preguntó Mía a Santiago y él asintió—. ¿Por qué no me dijiste nada?
—Porque él no sabía exactamente lo que iba a pasar —lo rescató Guido—. Solo le dije que teníamos que irnos y le pregunté si estaba dispuesto a ayudarlas.
—Y aquí estamos —dijo Santiago encogiéndose de hombros mientras las muchachas lo miraban—. Te dije que no te iba a volver a dejar si me necesitabas —le recordó a Mía y luego señaló a Sam—, y eso va para las dos.
Mía le dedicó media sonrisa de agradecimiento pero aun así había cosas que no cuadraban.
—Gracias, Santiago, y perdóname por lo que voy a preguntar pero… ¿por qué tú? —Su pregunta realmente iba dirigida a Gu
—¿Están tranquilos? —La voz del hombre era ronca y cansada.Guido pudo ver que tenía enormes ojeras bajo los párpados y que sus manos temblaban un poco, posiblemente por el agotamiento o por el estrés. En los últimos días había tenido que hacer milagros para montar todo aquello.—Más de lo que se podría esperar para la manera en que los saqué de la casa —respondió, caminando hacia él y dándole un abrazo—. Están durmiendo ahora, fue una mañana agitada.El hombre entreabrió los labios, como si quisiera preguntar algo más, pero se abstuvo, parecía que no estaba muy seguro de lo que debía o no preguntar.—¿Conseguiste averiguar algo más?—Nada —suspiró Guido sentándose—. Tengo ojos en todos lados, pero pareciera que ellos tambié
Santiago trastabilló al entrar a la cocina y a Guido se le fue una carcajada involuntaria. Lo vio ir hasta el fregadero y meter la cara bajo el agua de la llave, intentando desperezarse.—¿Por cuántas vas? —le preguntó.—Por dos…—Aguántate que yo soporté dos y media.Santiago hizo un gesto de asco mientras le recorría un escalofrío.—¡Aaaggggh! ¡Voy a terminar odiando el vino! —protestó haciendo una arcada—. Si tengo que abrir otra botella voy a vomitar.—Ya sé… pero es lo que ella toma… y hay que hacer que duerma —intentó aleccionarlo Guido con un dedo levantado.—¿Y no le podías meter una pastilla en el jugo, como hace la gente normal? —barbotó Santiago con la lengua enredada.Guido levantó más el índice pero n
Era delicioso sentirlo. Sí, quizás fuera una alucinación, quizás fuera un sueño, pero cualquiera que fuera la forma de tener a Leo, Mía la agradecía. Sentía que las luces danzaban al borde de sus ojos aun cuando los tenía cerrados, sobre su cabeza el techo se perdía, dejando paso a una madrugada llena de estrellas, y sobre su cuerpo el cuerpo de Leo se movía despacio.Alargaba la mano y aun así no podía tocarlo, solo sentirlo. Lo escuchaba llamarla, decir su nombre en medio de la niebla que los envolvía. Buscó la boca de aquella sombra y no le permitió irse esa vez, no le permitió separarse de ella como hacía tantas veces. Gimió cuando sintió sus manos subiendo por la cara interna de sus muslos, su boca jugueteando suavemente con sus pechos, su barba haciendo cosquillas deliciosas sobre su vientre.—Leo… —todo su
Mía apretó los puños y respiró hondo antes de atreverse a entrar en la cocina. Adentro se escuchaban las risas de Guido, Santiago y Sam junto a los pequeños gimoteos de Liam, que probablemente ya estaba pidiendo su desayuno a gritos. Se asomó a la puerta y todos la recibieron con sonrisas.—¿Cómo estás? —preguntó Sam levantando una ceja divertida.—Con un panal de abejas en la cabeza… —respondió sentándose en una de las banquetas de la cocina.—Todo es tu culpa. —Santiago la señaló con un dedo acusador y Mía se puso lívida—. O mejor dicho, es culpa de Guido, que tuvo la brillante idea de emborracharte para que durmieras. Le dije que ibas a despertar peor, pero no me hizo caso.Mía miró bien a Santiago y parecía extrañamente despreocupado. Había esperado encontrar
Samantha salió corriendo a la puerta a recibir a Guido. En los últimos días se había ido para resolver todas las cuestiones relacionadas con la herencia de Leo, y ella lo había extrañado mucho.Sus instrucciones para ese día, sin embargo, no les daría mucho tiempo para estar juntos.Guido la abrazó con fuerza, preguntándole por ese pequeño que ya la estaba haciendo dormir de menos y comer de más; pero todo estaba perfectamente bien con ellos.—¿Ya están listos?—Sí, solo dale un momento a Mía, fue a cambiar Liam que se hizo popó a última hora.Guido sonrió involuntariamente, ya se imaginaba a él y a Sam cambiando pañales con popó.—¿De verdad tienen que ir? —Aquella pregunta hizo que Guido levantara la cabeza, tenso.—Créeme, no los sacar&i
Dos horas antes…El departamento no era algo espectacular, pero era confortable y parecía ser el de una persona muy organizada y meticulosa. En la cocina la vajilla estaba limpia, seca y guardada, no había ni una pieza de ropa sucia o limpia en los cestos de lavado, todo estaba doblado o colgado en su lugar. Los muebles de la sala formaban un cuadrado perfecto alrededor de la mesita de centro y todo estaba impecablemente limpio.Dieron un par de vueltas más por el departamento de Margaret Licetto, y Malena sonrió con incomodidad. Sobre la cama, perfectamente tendida, habían quedado tirados varios folletos turísticos y el recibo de compra de un ticket solo de ida de Margaret Licetto hacia Estados Unidos.Entre el salón principal y la puerta de entrada había dos maletas de viaje que pellizcaban la alfombra corrida del recibidor, y un neceser con todo lo que una mujer pudiera nece
Mía abrazó a su pequeño y se aguantó las lágrimas. Ella no era cualquier mujer, era la hija de Malena, la sobrina de Alessandro y la mujer de Leo Di Sávallo, sin importar si él estaba o no; y no podía darse el lujo de ser débil en el momento más crucial de su vida.Pertenecer a la familia Di Sávallo la había preparado para todo desde que era una niña. Para gente con la cantidad de dinero que su familia tenía, un secuestro era una posibilidad latente, así que saber afrontar una situación así era prácticamente parte de su educación.Sabía perfectamente que era malo que no le cubrieran los ojos, o que no evitaran llamarse por sus nombres de pila frente a ella, pero después de todo aquel no era un secuestro normal. No iban a pedir dinero por ella y por Liam, de eso estaba segura.Aquel secuestro era por venganza, y sus so
Guido sintió su celular vibrar en el bolsillo y respondió de inmediato. —Estamos a menos de cien metros, llegamos enseguida. —Escuchó decir a Malena antes de que cortara la llamada, tan intempestivamente como la había iniciado. Ángelo y Malena habían dejado el coche a una calle de distancia y se acercaban por los callejones, en silencio. Ya estaba casi oscuro, así que no había un momento mejor. Llegaron junto a Guido y este solo le extendió el pequeño dispositivo en el que se leía la ubicación de Mía. Cuando Guido Ferrada había ido a verla por aquel dispositivo, a Malena le sorprendió que Mía le hubiera contado sobre él, no era usual que su hija compartiera algo tan íntimo. Cuando les había dicho para qué lo quería Ángelo había puesto el grito en el cielo, pero Malena lo entendía. Las opciones no eran demasiado amplias: o Mía y Liam se mantenían ocultos toda la vida, lejos de ellos y del resto de su familia, o “permitían” un ataque que pudieran controlar.