Mía abrazó a su pequeño y se aguantó las lágrimas. Ella no era cualquier mujer, era la hija de Malena, la sobrina de Alessandro y la mujer de Leo Di Sávallo, sin importar si él estaba o no; y no podía darse el lujo de ser débil en el momento más crucial de su vida.
Pertenecer a la familia Di Sávallo la había preparado para todo desde que era una niña. Para gente con la cantidad de dinero que su familia tenía, un secuestro era una posibilidad latente, así que saber afrontar una situación así era prácticamente parte de su educación.
Sabía perfectamente que era malo que no le cubrieran los ojos, o que no evitaran llamarse por sus nombres de pila frente a ella, pero después de todo aquel no era un secuestro normal. No iban a pedir dinero por ella y por Liam, de eso estaba segura.
Aquel secuestro era por venganza, y sus so
Guido sintió su celular vibrar en el bolsillo y respondió de inmediato. —Estamos a menos de cien metros, llegamos enseguida. —Escuchó decir a Malena antes de que cortara la llamada, tan intempestivamente como la había iniciado. Ángelo y Malena habían dejado el coche a una calle de distancia y se acercaban por los callejones, en silencio. Ya estaba casi oscuro, así que no había un momento mejor. Llegaron junto a Guido y este solo le extendió el pequeño dispositivo en el que se leía la ubicación de Mía. Cuando Guido Ferrada había ido a verla por aquel dispositivo, a Malena le sorprendió que Mía le hubiera contado sobre él, no era usual que su hija compartiera algo tan íntimo. Cuando les había dicho para qué lo quería Ángelo había puesto el grito en el cielo, pero Malena lo entendía. Las opciones no eran demasiado amplias: o Mía y Liam se mantenían ocultos toda la vida, lejos de ellos y del resto de su familia, o “permitían” un ataque que pudieran controlar.
Según el plano estaban lejos de la oficina principal, así que nada debía pasar si se abría un poco la puerta de acceso a la escalera. Malena giró la manilla con extremo cuidado y abrió algunos milímetros nada más. El piso estaba casi oscuro, silencioso, pero para su suerte y su desgracia era casi todo de cristal, las oficinas eran abiertas y aun a treinta metros pudo ver la figura agitada de Giordano Massari.Lo malo era que, si ella podía verlo, él también los vería llegar. Sus ojos pasearon la estancia buscando a Mía y al bebé, pero no los encontró por ningún lado.—Solo hay otros tres hombres en el piso además de Massari y Anthea. —Malena habló por su intercomunicador alertando a los demás—. Zolo, tienes uno junto a tu punto de acceso, tres metros a las seis en punto.—Copiado.—Archer, tu pu
Mía ayudó a Margaret a incorporarse y la vio hacer un gesto de dolor. Revisó primero a Liam, que estaba despierto, pero no llorando, y que gracias a ella no se había lastimado.—¿El bebé está bien? —preguntó la mujer con preocupación a pesar de que ella misma no se veía muy bien.—Sí… sí está bien. ¿Tú?Margaret se echó hacia atrás y estiró las piernas sentándose en el suelo.—Me duele todo, pero supongo que estoy bien —respondió restregándose el rostro hasta donde el dolor se lo permitía. Se le veía acartonado por las lágrimas y el maquillaje corrido—. ¿Tú eres…? ¿Eras la esposa de Leo, verdad? ¿Él es su hijo?—No llegué a ser su esposa —murmuró Mía por lo bajo.
Mía sintió el cañón de la pistola contra la nuca y trató de separarse un poco, pero un gruñido de aquel hombre fue advertencia suficiente. No la iba a dejar salir ilesa a menos que lo obedeciera, y realmente dudaba que incluso si lo hacía la dejaría viva. Al final estaba cortado por la misma tijera de Giordano y Anthea, y la compasión o la vergüenza no cabían en mentes como las suyas.—No vas a conseguir un solo centavo si me matas —dijo intentando entablar con él cualquier tipo de conversación que le diera la ventaja del tiempo, alguien tenía que darse cuenta…—¿Y quién dice que hago esto solo por dinero? —El hombre volvió a encañonarla y la empujó.Avanzaron por los pasillos oscuros y acristalados, hacia la única oficina que estaba totalmente iluminada. Alrededor la noche se había levant
El mundo era frío, muy frío, y parecía que lo iba a ahogar de un momento a otro. Sería su piel erizarse y un zumbido insoportable en los oídos, su mano quiso cerrarse sobre algo pero apenas logró mover los dedos. Un sentimiento de impotencia y frustración lo invadió. Quizás algo de miedo había ahí también.Desorientado era poco para como se sentía. Pestañeó con dificultad e intentó abrir los ojos, pero los párpados le pesaban demasiado. De repente sintió una mano cerrarse sobre la suya y una voz muy cerca de su oído.—No abras lo ojos. —fue apenas un susurro, pero aun así pudo reconocer la voz de Guido. La había escuchado, riendo y molestando por los últimos nueve años, tendría que estar muerto para no reconocerla. ¡Un segundo…! Entonces no estaba muerto…—. Amigo, s&
—¡Mía! —Leo la alcanzó antes de que llegara al suelo, desmayada—. ¡Vaya! Esperaba otro recibimiento…La levantó en sus brazos y le pareció todavía más ligera que la última vez. La había extrañado tanto que dolía. La necesitaba, necesitaba su calor, sus besos, sus caricias. La apretó contra su pecho y la besó en la frente.Luego levantó la vista y el mar de emociones que se leía en los rostros de aquel cuarto fue increíble.Malena y Alessandro de una vez bajaron las armas y corrieron hacia él. Zolo levantó la suya para apuntarle a Massari y Archer solo movió un poco su posición para apuntarle a Anthea.Leo caminó con Mía hasta uno de los sofás y trató de recostarla, entre los abrazos de Malena.—¡Mijo! —lloró s
La habitación estaba oscura, y todo estaba silencioso… demasiado silencioso. Al menos las protestas de Liam debían escucharse porque ya era hora de comer para él. Liam… —¡Liam! —se incorporó de golpe en la cama y el mareo la hizo sostenerse la cabeza con fuerza. Sintió un brazo pasar sobre su estómago y tirar de su cuerpo hacia atrás. —Liam está bien, amor. Ven acá. Mía sintió que su cuerpo andaba un pequeño tramo sobre la cama hasta que su espalda se pegaba a aquel pecho que tan bien conocía. Los brazos de Leo se cerraron a su alrededor, sentado y apoyado en la cabecera de la cama, la estrechaba manteniéndola rodeada con sus brazos y piernas. Ella era su pequeña prisionera hermosa. Durante un largo minuto Mía se quedó así, dejándose llevar por aquel sentimiento de quietud, hasta que pareció caer en cuenta de que no estaba soñando. ¡El secuestro de Massari no había sido una pesadilla y Leo…! ¡Leo no era un sueño esta vez!
Los ojos de Mía se humedecieron en un segundo. Le habría gustado voltearse, darle la espalda, controlarse por un momento, y sobre todo alejarse de él antes de decirle algo como aquello, pero Leo la tenía atrapada entre el espejo de Tocador y su cuerpo y era imposible escapar de ahí.—Nena, ya todo pasó… —le aseguró él levantándole el rostro y limpiándole las lágrimas con los pulgares—. Sé que va a pasar un tiempo antes de que te sientas bien del todo, pero tenemos que intentarlo, ¿si? Vámonos de vacaciones, vámonos a divertirnos y a olvidarnos de todo esto, Sam, Guido, tú y yo… en uno de esos barquitos hermosos de Santiago…Mía ahogó un gemido cuando escuchó ese nombre y Leo frunció el ceño al escucharla sollozar con más fuerza y apartar sus manos.—Mía &iques