Todo era diferente

Tres horas más tarde, Helena volvió a sentir hambre. Miró la hora en el reloj de arena que estaba en la mesita de noche y gritó de emoción cuando marcaron las cinco de la tarde. Rápidamente saltó de la cama y corrió hacia su vestidor para elegir qué ponerse antes de ir a la habitación del rey.

Estaba tan emocionada de cenar con él que no pudo tomar una siesta esa tarde a pesar de que su cuerpo le rogaba dormir. Su mente no podía ceder a las demandas de su cuerpo porque seguía pensando en el rey Ares. La forma en que la cuidaba, las cosas que decía conseguir y la forma en que la miraba.

Todo era diferente.

Estaba enamorado de ella.

Ella podía verlo en sus ojos.

—¡Ven aquí! —sacó una bata de seda del armario y la colocó sobre su cuerpo, admirándola.

La idea de seducir al rey Ares nunca se le había pasado por la cabeza, pero esa noche se sentía traviesa. Con una sonrisa arrogante en su rostro, se quitó el camisón que llevaba y se puso la bata de seda, pero se acercó al espejo y se miró r
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