Era una tarde soleada cuando el coche de los padres de Bianca se detuvo frente a la nueva casa en las colinas. Bianca, con Matteo en brazos, salió a recibirlos. Aunque las relaciones con sus padres habían mejorado desde la reconciliación, esta era la primera vez que visitaban el hogar que ella y Luca habían construido juntos.
—¡Mamá! ¡Papá! —dijo Bianca con una sonrisa nerviosa mientras ellos bajaban del coche.
—Es hermosa la casa, Bianca —comentó su madre, admirando el entorno.
Su padre, sin embargo, parecía más reservado. Aunque había dado su bendición tiempo atrás, aún guardaba cierta cautela hacia Luca.
El verano había llegado al pequeño pueblo, trayendo consigo días largos y cálidos. Una tarde, mientras Bianca regaba las flores en el jardín, vio un camión de mudanza detenerse frente a la casa vecina, que había estado deshabitada por años. Una pareja bajó del vehículo, seguidos por una niña de rizos oscuros y una gran sonrisa.—¡Mamá, papá! ¡Miren! —gritó Matteo desde el columpio, señalando a la recién llegada.Bianca sonrió y, tomando de la mano a Matteo, se acercó para saludar.—¡Hola! Soy Bianca, y este es Matteo. Vivimos aquí al lado.La mujer,
El sonido del viento acariciando las colinas del pequeño pueblo acompañaba a Bianca mientras caminaba hacia la galería, sosteniendo en sus manos una taza de té de hierbas. Se sentía diferente, aunque no podía definir exactamente cómo. Había notado ciertos cambios en su cuerpo en los últimos días, pero asumió que era el cansancio del trabajo y la vida cotidiana con un Matteo cada vez más activo.Sin embargo, esa tarde, después de un leve mareo, decidió visitar a la doctora del pueblo. La consulta fue breve, y el resultado la dejó atónita.—Bianca, estás embarazada.El corazón de Bianca se detuvo por un instante antes de acelerarse. La noticia
El amanecer llegó teñido de un gris profundo, con el cielo cubierto de nubes que anunciaban una tormenta inminente. El aire estaba pesado, y el silencio en el pueblo parecía anticipar lo que estaba por venir. Bianca observaba el horizonte desde la ventana de la cocina, con una sensación de inquietud que no podía ignorar. Luca entró desde el taller, sacudiéndose el polvo de las manos.—Va a llover fuerte esta noche —dijo, mirando por la ventana junto a ella—. Debemos asegurarnos de que todo esté seguro en la casa.Bianca asintió, pero no podía evitar pensar en sus vecinos, especialmente en los ancianos que vivían más cerca del río y en la nueva familia que apenas se estaba instalando en el pueblo.
La brisa de la mañana entraba suavemente por la ventana de la habitación, meciendo las cortinas. Bianca descansaba en la cama, acariciándose el vientre con una mezcla de calma y anticipación. Faltaban pocos días para que Aurora llegara al mundo, pero algo en el aire esa mañana le dijo que no tendría que esperar mucho más.—¿Cómo te sientes? —preguntó Luca, entrando con una taza de té en la mano.—Tranquila... pero creo que hoy será el día —respondió Bianca, con una leve sonrisa.Luca dejó la taza sobre la mesita de noche y se inclinó para besarla en la frente. Su mirada estaba llena de ternura y algo de nerviosismo, una mezcla que
La música flotaba en el aire, un vals elegante que llenaba el gran salón iluminado por candelabros de cristal. Las paredes del palacio estaban decoradas con frescos del Renacimiento, y los invitados se movían como piezas en un tablero de ajedrez perfectamente orquestado. Hombres con trajes de diseñador discutían negocios en voz baja, mientras las mujeres lucían vestidos largos que parecían flotar con cada paso. Entre ellos estaba Bianca Mancini, el reflejo de la perfección que todos esperaban de una hija de la alta sociedad romana.A sus veintisiete años, Bianca lo tenía todo: belleza, dinero, conexiones sociales. Su cabello castaño, recogido en un moño elegante, dejaba al descubierto unos ojos verde esmeralda que siempre parecían mirar más allá de lo evidente. Pero esta noche, como tantas otras, el peso de su mundo perfecto la aplastaba.—Bianca, querida, ven a conocer al hijo del embajador francés —dijo su madre, tomándola del brazo con una sonrisa calculada. Bianca suspiró. Sabía l
El humo del cigarro flotaba en el aire pesado de la habitación. Luca Romano, sentado en el borde de una mesa de roble, miraba fijamente a los hombres que tenía frente a él. La sala era amplia, pero las paredes grises y desnudas la hacían parecer más pequeña. A un lado, una ventana ofrecía una vista parcial de las luces nocturnas de Roma, la ciudad que había sido su aliada y enemiga durante años.Luca apagó el cigarro en un cenicero de cristal sin apartar la mirada del hombre que acababa de hablar. La negociación había llegado a un punto crítico, y todos esperaban su respuesta. Con un movimiento lento pero calculado, se puso de pie. Su presencia llenaba la habitación; no necesitaba gritar ni levantar la voz para imponer respeto.—Si no puedes cumplir tu parte del trato, entonces no hay trato —dijo con calma, pero con una dureza que no admitía réplica.El hombre frente a él tragó saliva, intentando mantener la compostura. Sabía quién era Luca Romano: el líder de una de las bandas más pe
La sala de baile del Palazzo Mancini brillaba con el resplandor de cientos de luces. Los candelabros colgaban majestuosamente del techo alto, reflejando un brillo dorado sobre las mesas decoradas con flores frescas y copas de cristal. Era la noche del evento benéfico organizado por la familia Mancini, un espectáculo de lujo destinado a recaudar fondos para causas nobles... o al menos, así lo presentaban. Para Bianca, esta noche era como todas las demás: otra ocasión para fingir interés en un mundo que cada vez le parecía más ajeno.Vestía un elegante vestido de seda color marfil, que caía suavemente sobre su figura, destacando su aire de sofisticación. Su madre había insistido en que fuera "impecable", y aunque Bianca había cumplido, sentía que cada prenda era una capa más que ocultaba quién era realmente. Mientras los invitados se movían entre conversaciones banales y risas superficiales, ella permanecía cerca de una mesa, sosteniendo una copa de champán que apenas había probado.Sus
La luz del sol se filtraba a través de las ventanas del apartamento de Bianca, pero su calor no llegaba a su interior. Sentada en su cama, con una taza de café que apenas había tocado, Bianca miraba el horizonte de Roma, la ciudad que tanto amaba y que, al mismo tiempo, sentía que la mantenía atrapada. Desde el evento benéfico, su mente no había podido desprenderse de Luca Romano.No lo entendía. Había sido un encuentro breve, casi insignificante, pero algo en él había dejado una marca en ella. Su mirada, su voz, su forma de estar presente pero, al mismo tiempo, ocultar tanto. Luca no era como los hombres a los que estaba acostumbrada. Él no se esforzaba por impresionar; simplemente era.Con un suspiro, Bianca dejó la taza en la mesilla y trató de concentrarse en el libro que tenía en las manos, pero las palabras se mezclaban. Su vida, llena de lujos y eventos exclusivos, le parecía más vacía que nunca. Las conversaciones superficiales, las expectativas de su familia, todo comenzaba a