La sala de baile del Palazzo Mancini brillaba con el resplandor de cientos de luces. Los candelabros colgaban majestuosamente del techo alto, reflejando un brillo dorado sobre las mesas decoradas con flores frescas y copas de cristal. Era la noche del evento benéfico organizado por la familia Mancini, un espectáculo de lujo destinado a recaudar fondos para causas nobles... o al menos, así lo presentaban. Para Bianca, esta noche era como todas las demás: otra ocasión para fingir interés en un mundo que cada vez le parecía más ajeno.
Vestía un elegante vestido de seda color marfil, que caía suavemente sobre su figura, destacando su aire de sofisticación. Su madre había insistido en que fuera "impecable", y aunque Bianca había cumplido, sentía que cada prenda era una capa más que ocultaba quién era realmente. Mientras los invitados se movían entre conversaciones banales y risas superficiales, ella permanecía cerca de una mesa, sosteniendo una copa de champán que apenas había probado.
Sus ojos recorrían la sala, buscando algo, aunque no estaba segura de qué. Quizás un escape, una razón para no sentirse tan fuera de lugar. Fue entonces cuando lo vio.
Luca Romano estaba al otro lado de la sala, conversando con un pequeño grupo de hombres trajeados. Su presencia era imposible de ignorar. Aunque su traje negro impecable lo hacía encajar en el ambiente, había algo en él que desentonaba: su postura relajada pero alerta, la intensidad de su mirada, el aire de peligro que parecía envolverlo.
Bianca sintió un escalofrío al reconocerlo. Era el hombre del balcón, aquel que había captado su atención de una manera que nadie más lo había hecho. ¿Qué hacía allí? Su familia no solía invitar a desconocidos, y menos a alguien que emanara una energía tan distinta.
Como si sintiera su mirada, Luca giró la cabeza hacia ella. Sus ojos se encontraron, y durante un breve instante, el bullicio de la sala desapareció. Bianca sintió que el tiempo se detenía, como si ese momento fuera solo para ellos. Antes de que pudiera reaccionar, él comenzó a caminar hacia ella, con pasos firmes pero tranquilos, como si cada movimiento estuviera calculado.
—Parece que no eres muy fanática de estas fiestas —dijo Luca cuando llegó a su lado. Su voz era baja, con un tono suave que contrastaba con su apariencia.
Bianca parpadeó, sorprendida por su audacia.
—¿Eso es tan evidente? —respondió, intentando sonar casual, aunque su corazón latía con fuerza.Luca sonrió levemente, inclinándose un poco hacia ella como si compartiera un secreto.
—Digamos que me fijo en los detalles.La tensión entre ellos era palpable, pero no incómoda. Bianca lo miró más de cerca, estudiando su rostro. Había algo en él que la intrigaba: una mezcla de dureza y misterio, pero también una chispa de algo más, algo que no podía definir.
—¿Y tú? —preguntó finalmente. —No pareces el tipo de hombre que disfruta de este tipo de eventos.
Luca se encogió de hombros, tomando una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba.
—Tal vez soy igual que tú. Un invitado atrapado en un lugar al que no pertenece.Bianca no pudo evitar sonreír ante su respuesta. Había algo refrescante en su honestidad, una falta de pretensión que contrastaba con todo lo que la rodeaba. Pero al mismo tiempo, sabía que no debía bajar la guardia. Había algo en él que le advertía que no era como los demás, que su presencia aquí no era casual.
Antes de que pudiera preguntar más, su madre apareció a su lado, interrumpiendo el momento con una sonrisa artificial.
—Bianca, querida, los embajadores están preguntando por ti. Ven, por favor.Bianca asintió, sintiendo una punzada de frustración. No quería irse, pero sabía que no tenía elección. Miró a Luca una última vez, como si intentara memorizar su rostro.
—Fue un placer conocerte... —dijo, dejando la frase abierta.—Luca —respondió él, sosteniendo su mirada. —El placer es mío, Bianca.
El simple hecho de que supiera su nombre la desconcertó, pero no tuvo tiempo de pensar en ello. Su madre la tomó del brazo y la guió lejos, hacia otro grupo de personas. Mientras intentaba concentrarse en las conversaciones banales que seguían, no podía dejar de pensar en Luca. Había algo en él que la hacía sentir viva, como si por primera vez alguien la viera de verdad.
Mientras tanto, Luca se quedó en su lugar, observándola a la distancia. Sabía que acercarse a ella era peligroso, no solo por quién era ella, sino por lo que él representaba. Pero había algo en Bianca que lo atraía, algo que lo hacía querer conocerla más allá del apellido Mancini.
Un zumbido en su bolsillo lo sacó de sus pensamientos. Sacó su teléfono y vio el nombre de Marco en la pantalla.
—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja, alejándose un poco de la multitud.—Tenemos un problema en el puerto. Uno de los cargamentos fue interceptado, y los hombres que lo hicieron están pidiendo una reunión.
Luca apretó la mandíbula, sintiendo cómo la realidad de su vida volvía a imponerse.
—Voy para allá. Asegúrate de que nadie actúe hasta que llegue.Colgó y guardó el teléfono, mirando hacia el lugar donde Bianca estaba rodeada de personas. Por un momento, deseó poder quedarse, seguir explorando esa conexión inexplicable que sentía hacia ella. Pero sabía que no era posible. Su mundo no permitía distracciones, y Bianca Mancini era la distracción más peligrosa de todas.
Mientras se dirigía hacia la salida, una idea comenzó a formarse en su mente. Aunque sabía que debía mantenerse alejado, no podía evitar sentir que sus caminos estaban destinados a cruzarse de nuevo. Y cuando el destino juega sus cartas, ni siquiera el hombre más poderoso puede ignorarlo.
La luz del sol se filtraba a través de las ventanas del apartamento de Bianca, pero su calor no llegaba a su interior. Sentada en su cama, con una taza de café que apenas había tocado, Bianca miraba el horizonte de Roma, la ciudad que tanto amaba y que, al mismo tiempo, sentía que la mantenía atrapada. Desde el evento benéfico, su mente no había podido desprenderse de Luca Romano.No lo entendía. Había sido un encuentro breve, casi insignificante, pero algo en él había dejado una marca en ella. Su mirada, su voz, su forma de estar presente pero, al mismo tiempo, ocultar tanto. Luca no era como los hombres a los que estaba acostumbrada. Él no se esforzaba por impresionar; simplemente era.Con un suspiro, Bianca dejó la taza en la mesilla y trató de concentrarse en el libro que tenía en las manos, pero las palabras se mezclaban. Su vida, llena de lujos y eventos exclusivos, le parecía más vacía que nunca. Las conversaciones superficiales, las expectativas de su familia, todo comenzaba a
El reloj marcaba las tres de la madrugada, pero Bianca aún no podía dormir. Estaba sentada en el sillón de su habitación, con la vista perdida en el reflejo de la luna sobre los techos de Roma. La conversación con Luca en Villa Farnese seguía rondando en su mente, mezclándose con una maraña de emociones que no lograba descifrar. Había algo en él que la atraía, algo que hacía que cada una de sus decisiones recientes se sintiera como un desafío directo a las expectativas de su familia.Desde pequeña, Bianca había sido moldeada para encajar en un molde: la hija perfecta, la mujer sofisticada, el reflejo intachable de los Mancini. Pero ahora, con cada paso que daba hacia Luca, sentía que ese molde se rompía un poco más.Esa mañana, durante el desayuno, su madre comentó sobre una cena con los Rosetti, una familia influyente que su madre claramente veía como aliados estratégicos.—Bianca, querida, asegúrate de estar impecable esta noche. Los Rosetti tienen un hijo que acaba de regresar de L
Bianca se miraba al espejo, ajustando el collar de perlas que su madre le había regalado en su cumpleaños. La misma rutina de siempre: cenas elegantes, conversaciones superficiales, sonrisas ensayadas. Sin embargo, esta vez no era por un evento familiar ni por obligación alguna. Esta vez, era por él.En su móvil, un mensaje reciente brillaba en la pantalla. "Nos vemos a las 10. Te recogeré en la esquina de Via Condotti. No traigas nada llamativo." Era de Luca. Directo, sin adornos, como él mismo. Bianca había mentido a su madre sobre salir con una amiga, una mentira que le pesaba, pero que no podía evitar. Había algo en Luca que la arrastraba, una mezcla de peligro y sinceridad que hacía que quisiera conocerlo más, pese al riesgo.Se despidió con prisa, inventando una excusa para esquivar la mirada inquisitiva de su madre. En el camino, mientras el coche se deslizaba por las calles de Roma, se dio cuenta de que estaba cruzando un límite que nunca imaginó traspasar. Había empezado a me
El comedor de los Mancini estaba iluminado por la luz tenue de una lujosa araña de cristal. La vajilla de porcelana fina y las copas de cristal relucían en la mesa impecablemente arreglada. Bianca, sentada al final, jugaba con su tenedor, apenas tocando la ensalada que tenía frente a ella. Frente a ella estaba Stefano Rosetti, el hombre que su madre había elegido para cenar esa noche. Era perfecto. Perfectamente aburrido.—Entonces, Bianca, ¿te gusta viajar? —preguntó Stefano con una sonrisa ensayada, mientras cortaba meticulosamente su filete.Bianca levantó la vista y forzó una sonrisa.—Sí, claro.Stefano comenzó a hablar sobre sus viajes a Nueva York y Londres, sobre las reuniones importantes y los círculos sociales exclusivos. Pero Bianca apenas escuchaba. Su mente estaba en otra parte, en otro lugar, con otra persona. Cada palabra de Stefano la hacía pensar en lo opuesto que era a Luca. Stefano era predecible, cuidadosamente pulido, exactamente lo que se esperaba de alguien en s
El sol se filtraba a través de los enormes ventanales de la mansión Mancini, iluminando el comedor decorado con ostentación barroca. Bianca estaba sentada en un extremo de la mesa, rodeada por sus padres, su hermano mayor Alessandro y un par de tíos que habían venido de Milán para pasar unos días en Roma. Como era tradición en la familia, los domingos eran para reuniones familiares, una costumbre que Bianca normalmente soportaba en silencio. Pero esa mañana, sentía la mirada de todos posada en ella como cuchillos.—Te noto distante, Bianca —comentó su madre, Adriana, con tono firme, aunque mantenía su sonrisa perfecta. —¿Hay algo que quieras compartir con nosotros?Bianca miró su plato, jugando con su tenedor sobre los restos de su desayuno. —Estoy bien, mamá. Solo he tenido muchas cosas en la cabeza.—¿"Cosas"? —intervino Alessandro, apoyándose en el respaldo de su silla. —No recuerdo la última vez que pasaste una noche en casa. Últimamente siempre tienes "compromisos".Bianca alzó l
La noche en Roma caía como un manto de terciopelo oscuro, salpicado por las luces amarillas de las farolas. Bianca esperaba a Luca en un pequeño apartamento en Trastevere, una de las propiedades que él utilizaba como refugio cuando necesitaba escapar del ojo público. Sentada en el sofá de cuero desgastado, miraba sus manos entrelazadas mientras el eco de las palabras de su madre esa misma mañana resonaba en su mente: "Sea lo que sea que estás ocultando, Bianca, tarde o temprano saldrá a la luz."La puerta se abrió de golpe, y Luca entró, su rostro marcado por el cansancio y la tensión. Su camisa negra estaba desabotonada en el cuello, y su chaqueta de cuero llevaba el olor de la noche fría. Bianca se levantó al instante, su corazón latiendo con fuerza.
La vida de Bianca, antes tan ordenada y predecible, ahora parecía un caos constante. Desde que Luca había entrado en su mundo, todo lo que daba por seguro comenzó a desmoronarse. Las miradas inquisitivas de su madre, las preguntas sutiles de sus amigas y la presencia insistente de Stefano habían creado una atmósfera sofocante.Esa mañana, mientras desayunaba con su familia, sintió el peso de las expectativas sobre sus hombros. Giovanna, siempre atenta a cada detalle, la miraba con una mezcla de sospecha y desaprobación.—Stefano me ha dicho que estarás en el evento de caridad este fin de semana con él —comentó su madre, con una sonrisa tensa.Bianca apenas levantó la vista de
El salón de baile del Palazzo Altieri brillaba bajo la luz de imponentes candelabros de cristal. Era una noche de gala en la que la élite de Roma se congregaba, vestidos en trajes de diseñador, para celebrar un supuesto acto de beneficencia. Las familias más poderosas de la ciudad estaban allí, incluidas los Mancini.Bianca caminaba al lado de Stefano, su supuesto "pretendiente", quien vestía un impecable esmoquin negro. Su madre, Giovanna, se había asegurado de que todo estuviera perfectamente planeado. Bianca debía estar a su lado toda la noche, una pieza más en el tablero de ajedrez que su familia manejaba con precisión.—Recuerda, Bianca, una sonrisa cálida y evita hablar de más. Stefano es un excelente partido —había dicho Giovanna antes de salir de casa, mientras ajustaba las perlas en el