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Una conexión que no se puede evitar

La luz del sol se filtraba a través de las ventanas del apartamento de Bianca, pero su calor no llegaba a su interior. Sentada en su cama, con una taza de café que apenas había tocado, Bianca miraba el horizonte de Roma, la ciudad que tanto amaba y que, al mismo tiempo, sentía que la mantenía atrapada. Desde el evento benéfico, su mente no había podido desprenderse de Luca Romano.

No lo entendía. Había sido un encuentro breve, casi insignificante, pero algo en él había dejado una marca en ella. Su mirada, su voz, su forma de estar presente pero, al mismo tiempo, ocultar tanto. Luca no era como los hombres a los que estaba acostumbrada. Él no se esforzaba por impresionar; simplemente era.

Con un suspiro, Bianca dejó la taza en la mesilla y trató de concentrarse en el libro que tenía en las manos, pero las palabras se mezclaban. Su vida, llena de lujos y eventos exclusivos, le parecía más vacía que nunca. Las conversaciones superficiales, las expectativas de su familia, todo comenzaba a pesarle más de lo habitual. Por primera vez, se preguntaba si había algo más allá de ese mundo cuidadosamente construido.

Mientras Bianca luchaba con sus pensamientos, Luca estaba en su despacho, revisando documentos y mapas relacionados con sus operaciones. Sin embargo, su concentración también era escasa. La imagen de Bianca, con su elegancia natural y su mirada inquieta, seguía rondando su mente. Sabía que acercarse a ella era un riesgo, pero la atracción que sentía no era algo que pudiera ignorar.

—Marco —llamó, girándose hacia uno de sus hombres más cercanos.

Marco, que estaba revisando unos papeles, levantó la vista.

—¿Qué necesitas?

—Quiero que encuentres la forma de que Bianca Mancini esté en la cafetería Caffè Florian mañana por la tarde. Hazlo discreto, pero asegúrate de que suceda.

Marco arqueó una ceja, claramente sorprendido, pero no hizo preguntas. Sabía que Luca no tomaba decisiones a la ligera.

—Lo haré.

La tarde siguiente, Bianca decidió salir a despejarse. Caminó por las calles adoquinadas de Roma hasta llegar al Caffè Florian, un lugar exclusivo donde solía refugiarse cuando necesitaba un momento de tranquilidad. Se instaló en una mesa junto a la ventana, disfrutando del ambiente clásico del lugar.

Estaba hojeando la carta cuando un hombre se le acercó.

—Disculpe, señorita Mancini —dijo, inclinándose con cortesía. —Un amigo mío insiste en que sería un honor para él invitarla a un café.

Bianca lo miró, desconcertada.

—¿Quién es su amigo?

El hombre le entregó una tarjeta sin responder. Bianca la tomó, leyendo un nombre que la hizo detenerse: Luca Romano. Su corazón dio un vuelco.

—¿Está aquí? —preguntó, intentando sonar más tranquila de lo que se sentía.

—No, pero me pidió que le entregara esto. Si acepta, puede encontrarlo esta noche a las ocho en Villa Farnese.

Bianca dudó. Todo en su interior le decía que esto era una locura, que no tenía sentido aceptar una invitación de un hombre que apenas conocía y que, claramente, no pertenecía a su mundo. Pero algo más, algo más fuerte, la empujaba a decir que sí.

—Dígale que estaré allí.

Esa noche, Bianca llegó a Villa Farnese, un lugar elegante pero apartado del bullicio de la ciudad. La villa, rodeada de jardines, era discreta, casi como si estuviera diseñada para encuentros que debían mantenerse en secreto.

Luca la esperaba en la entrada, vestido con un traje oscuro que realzaba su presencia imponente. Al verla, una sonrisa leve apareció en su rostro.

—Gracias por venir.

—Supongo que la curiosidad pudo más que la prudencia —respondió Bianca, intentando mantener la compostura.

Luca le ofreció su brazo, guiándola hacia una pequeña terraza con una vista espectacular de la ciudad. La mesa estaba preparada con dos copas de vino y velas que iluminaban suavemente el ambiente.

—¿Siempre organizas cenas clandestinas para mujeres que apenas conoces? —preguntó Bianca, con un tono que mezclaba humor y desconfianza.

Luca sonrió.

—No. Pero tú no eres como las demás.

Bianca lo miró con atención. Había algo en su voz que sonaba sincero, aunque su mente le decía que no debía confiar en él.

—¿Por qué estoy aquí, Luca?

Luca se recostó en su silla, tomando un sorbo de vino antes de responder.

—Tal vez porque ambos sabemos que nuestras vidas no son tan perfectas como parecen.

Bianca sintió un nudo en el estómago. No esperaba una respuesta tan directa, pero no podía negar que tenía razón.

—¿Y la tuya? ¿Qué es lo que escondes? —preguntó, atreviéndose a indagar más.

Luca la miró, sus ojos oscuros cargados de significado.

—Digamos que no soy el hombre que aparento ser. Pero tampoco soy el monstruo que muchos creen.

La tensión entre ellos creció, pero no era incómoda. Bianca sentía que, por primera vez, alguien estaba siendo honesto con ella, aunque solo fuera de manera parcial.

—Entonces, ¿qué eres? —preguntó, con voz suave.

Luca se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

—Eso es algo que tendrás que descubrir por ti misma, si estás dispuesta.

Bianca sabía que estaba jugando con fuego, pero también sabía que no quería detenerse. Por primera vez en su vida, sentía que estaba haciendo algo que realmente quería, algo que no estaba dictado por las expectativas de su familia o la sociedad.

Cuando la noche terminó y se despidieron, ambos sabían que este encuentro no sería el último. Sus mundos estaban empezando a colisionar, y aunque las consecuencias eran impredecibles, ninguno de los dos estaba dispuesto a retroceder.

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