Cruces de fuego
El sol se filtraba a través de los enormes ventanales de la mansión Mancini, iluminando el comedor decorado con ostentación barroca. Bianca estaba sentada en un extremo de la mesa, rodeada por sus padres, su hermano mayor Alessandro y un par de tíos que habían venido de Milán para pasar unos días en Roma. Como era tradición en la familia, los domingos eran para reuniones familiares, una costumbre que Bianca normalmente soportaba en silencio. Pero esa mañana, sentía la mirada de todos posada en ella como cuchillos.

—Te noto distante, Bianca —comentó su madre, Adriana, con tono firme, aunque mantenía su sonrisa perfecta. —¿Hay algo que quieras compartir con nosotros?

Bianca miró su plato, jugando con su tenedor sobre los restos de su desayuno.

—Estoy bien, mamá. Solo he tenido muchas cosas en la cabeza.

—¿"Cosas"? —intervino Alessandro, apoyándose en el respaldo de su silla. —No recuerdo la última vez que pasaste una noche en casa. Últimamente siempre tienes "compromisos".

Bianca alzó l
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