El baile real

El encantador perfume que recuerdo como si fuera ayer invade mis fosas nasales de inmediato cuando, al llegar a Elisa, este ha levantado la vista y se ha encontrado con la mía, y como un imán viene a mí.

En el momento en que me sonríe ampliamente y hacemos una reverencia mutua, las piernas comienzan a temblarme. El príncipe Rodrigo me invita a tomar su mano, y cuando lo hago, siento cosquillas que comienzan a desplazarse desde la palma de mi mano, sin poder despegar mi mirada de la suya, ni al parecer él de la mía.

Damos un paso adelante al ser pegada ligeramente a su cuerpo por sus firmes manos, y jadeo. Puedo sentir mi pecho retumbar junto al suyo cuando examina todo mi rostro ruborizado, y al darme una media vuelta para comenzar el baile, me susurra frente a frente:

—Ni el amanecer más cálido y brillante se compara con tu belleza esta noche, Anna. Eres toda una hermosa señorita, mucho más encantadora de como recordaba.

Su voz hace estragos en todo mi cuerpo, dejándome como el mismo títere en sus manos, completamente bajo su control en toda la pista danzando al ritmo de la música y al compás de la coreografía aprendida.

Entre vueltas, sus manos en mi cintura, nuestras miradas fijas y las sonrisas que se congelan gustosas por el otro, me tomo el tiempo de detallarlo. Su traje tiene un corte impecable y refinado, confeccionado todo en lana fina; con un frac negro con adornos dorados en el pecho y solapas terciopelo, pantalones a juego con rayas laterales, chaleco bordado dorado, camisa blanca con cuello alto y corbata de lazo. Entonces suspiro, casi temblando, por lo atractivo y hermoso que se ve.

—¿Sucede algo, señorita Anna? No me ha dirigido la palabra en todo el baile. ¿Acaso cometí un error en nuestro primer encuentro? Dígame, prometo recompensarlo.

Ante su comentario, espabilo. Entonces, siguiendo los pasos y viéndolo a la cara, apenada, consigo mi voz.

—No, su majestad. No creo que pueda hacer usted algo voluntariamente para quitarle el habla.

Me levanta sin despegarme de su cuerpo, tomando con fuerza mi cintura, me baja lentamente friccionando nuestros cuerpos, sin quitarnos la mirada, y soy gelatina al llegar al suelo. Entonces escucho su risa en mi oído, y tiemblo en sus brazos. Me sorprende, pero me gustan todas las sensaciones que experimenta mi cuerpo a su lado con un simple baile.

—¿Dices “voluntariamente”?, ¿acaso he hecho o hago algo que cause un efecto en ti? —me cuestiona.

Trago hondo mientras seguimos moviéndonos sobre la pista, y asiento, aunque seguramente más que sonrojada.

—No hay mujer en esta sala, además de su madre, claro, que no se encante por su presencia, majestad.

—Pues también noto a muchos hombres en esta sala que lucen encantados al vernos, ¿eso qué quiere decir?

Aquello me resulta gracioso, así que escondo mi cara en su cuello para reír cuando encuentro la oportunidad. Y siento al príncipe Rodrigo apretar mi cintura con más fuerza y respirar con dificultad en mi oído.

Mi piel se eriza lentamente.

—No tengo idea, su majestad —respondo aún con una sonrisa.

—Pues están pensando en lo mucho que quieren bailar contigo, Anna.

Nuestras manos se separan mientras damos dos pasos hacia atrás para incluirnos en la fila, seguimos la coreografía y pronto nos encontramos agitados y pegados al otro, de nuevo.

—¿Por qué cree eso, señor? Soy una simple plebeya.

Noto cómo el príncipe muerde su labio inferior unos segundos y después pasa ligeramente su lengua por ellos, causando que mi ropa comience a molestar.

—Aunque lo seas, Anna, juro que no he visto mujer más hermosa en este reino.

—Ni yo a un hombre como usted, su majestad… —me atrevo a decirle.

El príncipe sonríe y me regala una mirada que siento desnuda mi alma.

—Es bueno saber eso.

El baile acaba con mi cuerpo siendo sujetado por el suyo casi en el aire, y al levantarme, realmente soy consciente del mundo a mi alrededor al escuchar los aplausos.

Jadeo cuando su mano toma la mía delicadamente y me planta un beso cálido sin dejar de verme.

—Aguarde, bella señorita, estaré de vuelta con usted en unos minutos.

Asiento rápidamente, y siento el vacío en todo mi cuerpo cuando se aleja con su rostro sonriente.

Las manos que atacan mis hombros mientras me sacuden me sacan de mi hipnosis.

—Sí, yo también estaría así —comenta Teresa.

—¡Bailaste con el príncipe, Anna! —exclama Martina.

—Te escogió a ti entre todas…

—Mamá no va a creer esto —es lo que digo, y las risas de mis hermanas se juntan con la mía, aunque pronto veo a Elisa verme con nostalgia.

Quiero hablarle pero esta me da una mirada extraña para tomar el brazo de nuestra hermana Martina y caminar hacia los sirvientes seguramente a buscar agua.

—Tranquila —Teresa me dice—. Es solo una niña.

—Estaba muy ilusionada… —expreso viéndola a lo lejos—. ¿Crees que lo supere?

—Sí, Anna. Tampoco es como si el príncipe pudiera escoger a alguna de nosotras las plebeyas para casarse. Eso jamás se ha visto, y conociendo a la reina, jamás se verá.

El comentario de mi hermana mayor me deja con la garganta seca y un pequeño dolor en el pecho. Si bien es cierto que todas en el fondo guardamos la esperanza de que eso pueda ser posible, al conocer a la reina, lo dudo; pues esta mujer de carácter e inteligente, no tendría nada de beneficio si su primogénito se casa con alguna plebeya. Y me atrevo a decirlo porque sabemos que en otros reinos los matrimonios bailan al compas de la conveniencia del reino y no como debería ser: por el amor.

Me dirijo a uno de los sirvientes, en busca de alguna bebida para refrescar mi garganta y también para apaciguar la temperatura extraña de mi cuerpo. Entonces al sonreírle a uno de estos, me consigo con la mirada del hombre que me faltó el respeto hace años, el ayudante de cocina. Este me ve de forma intensa, apuntando luego su mirada en mi pecho, con descaro, entonces me doy vuelta para quitarme de su vista, disgustada, pero pronto lo tengo frente a mí.

—Te veías muy feliz bailando con el príncipe eh.

—Sí, permiso… —intento irme.

—¿No te gustaría bailar conmigo también?

Alzo la mirada para saber si alguien nos observa, a sabiendas de que está por rebasar mi paciencia, porque desde aquella vez no me cae bien y podría descontrolarme; pues no quiero causar un espectáculo, menos después de haber tenido la atención de todos en mí al bailar con el príncipe.

—No, gracias.

—Por favor, ¿Qué acaso ya te crees la futura esposa del príncipe? —me cuestiona, con ese tono de voz asqueroso y esa mirada que me irrita.

Respiro hondo y alzo la mirada, sin miedo.

—Por supuesto que no, ahora, permiso…

Él vuelve a interponerse.

—Ohhh, ya entiendo. Alguien como tú seguramente tuvo que haber hecho algo completamente valioso aquella vez que te llevó en el carruaje real. ¿No es así, Anna?

Respiro profundo intentando controlar mis impulsos, pero cuando no le doy respuesta e intento irme, este vuelve a interferir en mi camino, causando que mi control abandone la sala y lo empuje con todas mis fuerzas. Sin ver que detrás de él venía la mismísima reina, sin poder reaccionar cuando este del impacto cae sobre ella, la corona se le cae, y rápido ambos se encuentra en el suelo, con la mirada de todos puesta en ellos y en mí.

—¡Ayuden a la reina! —todos gritan, así que de inmediato me acerco junto a su mayordomo para levantarla, pero entonces justo antes de que uno de los sirvientes pueda recoger la corona, uno de los perros reales la toma en sus dientes.

—Oh no, ¡no, no, no! —exclamo, viendo como el perro corre con la corona en su poder. Deseo ir tras él pero me detengo al ver a los sirvientes hacerlo, entonces me giro para ver a la reina, quien está siendo atendida por su mayordomo como si hubiera caído por un precipicio.

—¿Qué pasó aquí? —El príncipe llega hasta nosotras, luciendo confundido.

—Nada, hijo. Me disponía a hablar con la plebeya que escogiste para bailar, y ha atentado contra mí.

—No, su majestad… —intento explicarle, con el corazón en la garganta—. No es lo que piensa. ¡Ese hombre! —Señalo al ayudante—. Me estaba intimidando, así que tuve que…

—¿Actuar como una salvaje? —me interrumpe la reina, con su tono de voz duro e hiriente—. Ese no es el comportamiento de una señorita recta y con buenos modales.

Sus palabras me irritan.

—¿Entonces qué debía hacer, su majestad? —le digo, y escucho en el fondo el asombro de algunas personas por mi atrevimiento—. ¿Aceptar bailar con él después de haber bailado con el príncipe?, ¿bailar aunque no lo quisiera?, ¿obligarme?, ¿eso dice?, ¿acaso permitiendo que otro tenga control sobre mí es que puedo tener buenos modales? Porque sí es así, vaya, está usted y todo el reino equivocados.

—¡Niña insolente! —la misma reina me grita, perdiendo la postura, roja al igual que yo seguramente—. ¿Cómo te atreves a hablarme de esa forma, retarme e insultarme?

—Madre… —El príncipe se interpone entre nosotras, mirando a su madre a la cara, permitiendo que pueda concentrarme en otra cosa, como la cara de mis hermanas sacudiendo la cabeza en total negación por mis acciones y palabras—. Por favor, no llevemos esto a otro nivel. Estamos en la fiesta en donde se supone debo escoger a mi esposa y…

—¡Y nada, Rodrigo! —esta le dice, y todos parecen temblar por su tono de voz—. Saquen a esta muchacha insolente del palacio. No permitiré que nadie me falte el respeto, ni que nada arruine nuestro propósito.

Su mandato me hace jadear asustada por robarme la posibilidad de estar más tiempo con el príncipe. Entonces veo a todos lados a los guardias acercándose a mí, a la reina mirándome con molestia fijamente, y a Rodrigo a punto de refutar para salvarme.

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