En la penumbra de la habitación, las palabras resonaban como ecos de un pasado que se negaba a desvanecerse. Dolores, con el corazón desgarrado, se debatía entre la lealtad y la desconfianza, atrapada en una maraña de emociones que la asfixiaban. Su mente viajaba a las advertencias de su tío, quien había sido un faro de sabiduría en tiempos de tormenta. "Estás unida a este hombre ante la ley y ante Dios", le había dicho, pero ahora esa unión parecía más una prisión que un refugio. Nicolás, su confidente y protector, se mostraba inquieto, paseándose de un lado a otro como un león enjaulado, mientras las sombras danzaban a su alrededor.La incertidumbre se apoderó de ella al recordar la pregunta que había flotado en el aire: "¿Es posible que David haya sido traicionado por alguien de confianza?" La respuesta de Nicolás había sido un rotundo "no", pero su tono había dejado entrever una preocupación latente. ¿Acaso las palabras de su tío eran un aviso premonitorio? La idea de un asesinato
En el luminoso y acogedor salón del palacio, Phiobe, la hermana entrañable de Valeria, había irrumpido con una noticia que prometía agitar los corazones de las jóvenes: la llegada de varios príncipes a la ciudad. Maite, su inseparable amiga, la acompañaba, pues siempre eran ellas dos las que compartían los momentos más significativos con Valeria, la princesa adorada por todos. Con un brillo de emoción en sus ojos, Phiobe se sentó junto a Valeria y comenzó a relatar las novedades que había escuchado en el palacio._ “Valery”, dijo con voz melodiosa, “he oído que el príncipe heredero Faruq de las Dunas y su primo Takeq estarán presentes. Dicen que es un galán majestuoso, un hombre de extraordinarias cualidades y méritos en la batalla”.Maite, con su imaginación desbordante, no tardó en añadir: “Sin olvidar al príncipe Kamal y al príncipe Masud de Arabia. Son muy guapos y prometedores”.La conversación se tornó animada, mientras enumeraban a los príncipes que llegaban:_“Está el príncipe
En la majestuosa mansión de los Pertong, Aita se despertó empapada en sudor. Había tenido un sueño perturbador, recordando la noche en la posada cuando todo comenzó a salir mal. Debía dominar esos brotes de inquietud que cada vez eran más fuertes y frecuentes. La posibilidad de tener un novio grande y fuerte, y vivir con él, no resultaba especialmente tranquilizadora.Sentía que le debía a Llelewas una explicación más detallada. Él no había hecho nada para merecer su desprecio, y a pesar de que no parecía que fuera a hacer algo en su empeño de cortejarla, Aita acabaría desmayándose ante el altar si no le contaba la verdad. Podía poner fin a todo aquello, pero de día conseguía mantener a los demonios a raya. Sin embargo, de noche, las pesadillas la invadían y aquello la frustraba enormemente. Era injusto enredarlo todo para que pareciera el único culpable cuando había sido ella la que organizó su fuga.Estaba dispuesta a pagar el precio por su imprudencia con un ostracismo social bien
Al contemplar la imponente mansión, no pudo evitar pensar en la posibilidad de que todo eso pudiera ser suyo. Sin embargo, sabía que no quería casarse solo por obtener una casa. Durante su aislamiento, había aprendido a prescindir de los lujos materiales y no estaba dispuesta a sacrificar su libertad por una vida de opulencia. La invitación del Duque a su casa parecía haber sido cuidadosamente planeada para impresionarla con su riqueza, pero ella no se dejaría seducir por las apariencias.Mientras observaba el vestíbulo, los cuadros en las paredes y la lujosa decoración, se dio cuenta de que prefería la sencillez y la autenticidad a la ostentación. La multitud que se congregaba en la mansión parecía reflejar el deseo del Duque de impresionarla, pero ella no se dejaría deslumbrar. A medida que él se abría paso entre los invitados para recibirla, ella se prometió a sí misma que no se dejaría influenciar por su aparente generosidad. A pesar de la tentación que representaba toda aquella o
Después del baile con el Duque, se separaron a un lugar alejado de la multitud. Heliodoro se acercó y el Duque dijo: "Aquí está, ligado a hacer las presentaciones. Me alegro de volver a verlo, señor Heliodoro. Supongo que ya conoces a mi invitada de honor"._"Claro que sí, excelencia", respondió el señor Heliodoro, haciendo una reverencia y girando medias el cuerpo para aislarlos a los tres del resto de la sala. La dama, Aita, ya había agarrado la mano de Heliodoro y él sintió su pequeño respingo ante el inesperado contacto._"Me alegro de verlo, señor Heliodoro. Me alegra muchísimo. Dígame, ¿cómo está mi hermana?"._"Está bien, por desgracia se ha puesto enferma y no ha podido venir", respondió Heliodoro.Isaac se giró brevemente y los miró con una sonrisa de advertencia._"A lo mejor os gustaría continuar la conversación en algún lugar más tranquilo. Veo que hay otro invitado que merece mi atención", dijo con falso entusiasmo mientras se alejaba.La atmósfera en la que se encontrab
Al darse cuenta Nicolás de que había extraviado un par de guantes, recordó haberlas dejado en la cámara de Dolores. Fue a buscarlas, pensando que podría haber enviado a un criado por ello, pero eso habría sido una pura cobertura, ya que su esposa y él no tenían nada que decirse. Al entrar en la habitación, la expresión de su rostro cambió a una de incomodidad al ver a su esposa._"¿Qué hacéis aquí?", preguntó, notando un cuenco de líquido y velas sobre la mesa. Pasó la mano sobre el líquido y las velas, sin encontrar nada._"¿Qué es esto?" preguntó con sorpresa. Nicolás se acercó a ella con una expresión desafiante. "Ningromanía negra nunca lo permitiría._ Estaba intentando adivinármelo", ella dijo, levantándose y limpiándose las cenizas de la falda. Nicolás la miró abiertamente a los ojos, sintiendo que su corazón daba un brinco. Su voz pasó a ser un murmullo por temor a ser escuchado, pero no disimuló la ira._"¿Os atrevéis a hacer tales prácticas en mi casa? ¿Creéis que me gustarí
Había tomado su caballo y estaba listo para salir del palacio cuando se topó con el carruaje de Maite y Phiobe también estaba en la salida del carruaje de Verónica, junto a su doncella. El caballo, con la cortina del carruaje levantada, dejaba a la vista la expresión y la silueta incontrolable de Maite, acompañada de dos bellezas incomparables. Maite tenía una mirada perdida en algo que leía, sus ojos majestuosos fijos en algo desconocido, y una sonrisa encantadora que cautivaba a cualquiera que la observara. Su belleza dejó a todos admirados, incluyendo a Sheraak, quien no pudo evitar quedar encantado por su presencia. Estas acciones no pasaron desapercibidas para Verónica, quien no pudo soportarlo y preguntó de manera desafiante quién se atrevería a montar a caballo en el Palacio a esas horas.Verónica sabía que era uno de los príncipes, pero no sabía exactamente quién. No había visto su presentación entre los tres príncipes, pero comparando su vestimenta y tipo de ropa, sabía que e
Dolores lloraba desconsoladamente, como no lo había hecho desde la muerte de su madre cuando era solo una niña. ¿Cómo podía ser tan cruel consigo misma? ¿Cómo podía pensar tan mal de ella? El daño era irreparable, se demostraba por su incomparencia cada noche en su cama, donde sentía el corazón vacío y el lecho desolado.Ivonne abrió los brazos para consolarla, murmurando palabras que pretendían calmar sus sollozos. "¿Importa tanto ese hombre, verdad?" murmuró. "Sí, podría ser el caballero de pelo oscuro de la bola de cristal", dijo Ivoone, con la mejilla apoyada sobre la cabeza de su señora. "Podría ser vuestro enemigo"._"No, no lo es. O no lo sería de no haberlo puesto yo misma en mi contra. ¿Cómo he podido actuar así, Ivonne?"_"Él os hizo daño, y vos os limitáis a devolver el golpe", señaló Ivonne._"No pensé, y ahora me odia"._"No nos odia", replicó Ivonne._"No seáis tan atrevida hoy, Ivonne. ¿Qué necesito, recurrir a la magia negra para llamar su atención? ¿Cómo me acusó? ¡Ta