Todos tenemos un pasado que no deseamos mostrar con facilidad, pero yo se lo mostré en su totalidad a mi jefe y muy poco a mi compañera. Ya no la veo como tal, ni como a una amiga, la siento y veo como algo más allá de esos apodos… no la siento como mía, pues no es un objeto que puedo utilizarlo cuando se me venga en gana, la aprecio como mi complemento.
Me levanto de la cama, no logro conciliar el sueño gracias a mi mente que divaga demasiado. Aparto las cortinas para observar el edificio de al frente, están en plena fiesta, pero respetan que los demás se encuentran roncando, pues el volumen de la música no es para nada alto.
Me giro para salir y hacer algo de comer. Zhúric debe de estar en su oficina junto a Gastón; entre observadores se entienden. Trabaja hasta tarde, es demasiado enfocada en su labor, por ello no duerme lo suficiente, solo dormita.
—Pero si estoy aqu&ia
Ella gime intentando llevar oxígeno a sus pulmones. Caigo de rodillas frente suyo, impactado y moviéndome de adelante hacia atrás; las lágrimas se deslizan libres. En el momento que se desploma la agarro, aún tiembla y sigue sin entender bien lo que hice. La impotencia es reemplazada por la cruda furia, la abrazo contra mí, sollozando. Negando una y otra vez con la cabeza… soy un monstruo, uno de los peores.Su rostro se drena de color, abre la boca para sacar algunas palabras, pero lo único que expulsa es su sangre. Sus ojos turbios pierden el brillo con celeridad, me sigo moviendo, ignorando mis lamentos para poder enfocar mi mirada en la herida, es tarde… no podré llevarla a algún centro médico cercano, es grave, no cesa de sangrar. Mis hombros tiemblan más. ¿Qué hice?—Damián —tartamudea con las pocas fuerzas que reúne—, tranquilo
Ciudad SilverDespierto agitada; la misma pesadilla regresó. El gélido sudor se desliza por mi frente, haciéndome recordar que no lograré salir de la culpa tan fácil… los recuerdos siguen ahí, sin querer soltarme. Me inclino con un suspiro para saber la hora, esta me saluda con letras rojas y con un bufido vuelvo a caer sobre las sábanas. Ya es de madrugada y afuera el bullicio de la ciudad no cesa. Vuelvo a levantarme, de ese modo dejo que las sábanas húmedas se deslicen hasta posarse en el suelo; no veo la hora de poder salir a la playa, pero el clima parece no querer dar el brazo a torcer. He anhelado el descanso desde que entré a mi oficina como una detective hecha y derecha. Ahora que la tengo, no he podido disfrutarla como es debido.Trazo con los dedos aquella cicatriz que se extiende por mi hombro y muere en mi omoplato. “Marcas de guerra”, ot
Ciudad OcreSalto los botes de basura sin perder de vista al fugitivo. Mis pulmones se cierran con fuerza y la garganta se me seca al girar; lo hallo e intenta rebanarse las muñecas. Mi cuerpo colisiona con el suyo antes de que la navaja pase por su pálida piel.Lo inmovilizo y, con rapidez, saco las esposas de electricidad de mi chaleco. Él se resiste como una lombriz, pero logro ponérselas. Su organismo convulsiona por el choque eléctrico de la cuerda que sostiene cada grillete y esto hace que se calme, de este modo, el alambre deja de despedir electricidad.Este tipo de esposas es para eso; las cargas eléctricas que sueltan son como un calmante o dopante a la hora que entra en contacto con alguien nervioso (se activan al presenciar que el nivel cardiaco es elevado, pues las muñecas empiezan a palpitar revelando el pánico). Es un mecanismo sofisticado y realmente bueno.
Las pantallas a mis lados se iluminan. El lugar es sombrío, no hay suelo, más bien es algo transparente que me mantiene en pie. Me estremezco por los murmullos ahogados más allá de esta clase de bosque, llamada la mente de la bastarda.Empiezo a revisar cada pantalla, viendo momentos de su infancia, el cómo se cortó la lengua de pequeña por intentar cocinar algo, hasta su primer encuentro sexual. El ambiente es pesado y me siento flotar. A mis espaldas algo se mueve, me giro con celeridad, encontrándome con mi reflejo a través de un espejo empañado. Toco el cristal, y al hacerlo, su memoria reciente se muestra ante mí. Respiro hondo ante las escenas.Ella se encuentra justo detrás del vidrio de visión unilateral. Está observando al detenido con una máscara de enojo puesta en su rostro, oprime un botón del panel del control, desactivando las cámaras y a
Dos años antes, ciudad OcreLe hago una seña a mi hermano para que no se acerque a mí en silencio. Él me mira con los ojos encapuchados por la preocupación, dado que me encuentro justo al frente del tiroteo, refugiada en un muro que no resistirá más el maltrato. Además de que estoy herida, mi hombro pulsa al mismo ritmo de mi corazón y sé que la herida es muy profunda, puesto que sentí cuando el arma de láser atravesó parte del hueso y de la clavícula. Lo único que pude hacer fue correr, apretar la herida con un trozo de tela que encontré y rezar para que no me desangrara tan rápido.Vinimos aquí, a las calles bajas, para poder averiguar un homicidio con arma de fuego y con esto nos encontramos, una pelea de pandillas. Al parecer, la pandilla de las calles medias cruzó la línea imaginaria que impusier
La pantalla al frente de mí parpadea. Sé que alguien se refugia tras la puerta, pero no quiere dar la cara. Vuelvo a oprimir el pequeño botón para llamar la atención del inquilino, el monitor se enciende del todo y muestra el rostro de un niño pequeño.Suspiro con una sonrisa. Es habitual que en estos apartamentos se encierren, quizá por el temor a las pandillas, entre otros obstáculos. Por ende, hay monitores colgados en las puertas, que parecen ser los recibidores, los que son el timbre, pues tienen una cámara que prevé si es alguien malo o no tras la madera sucia. También, nunca te abrirán la puerta, por algo utilizan dicho sistema.—Soy de PC[1]. Necesito hacerle algunas preguntas.—Mi madre no está en casa —resopla. Sus ojos dicen todo lo contrario.—¿Cuántos años tienes, pequeño? —Esta pregunta t
—Menos mal nuestros trajes son impermeables —bromea.Una mirada por parte mía hace que se calle.—No me parece chistoso, Colt. —Paso el pañuelo por mi cuello, limpiando algunas notas de sangre escurridizas.—Deberías dejar la empatía a la hora de atender un caso, Zhúric.—No empieces con los sermones, no eres mi padre —mascullo.Él se cruza de brazos. Yo ni me inmuto por su mirada de regaño, ahora estoy enfocada de meter a cierto delincuente en la prisión para que se pudra lentamente, después de todo, las cucarachas, aunque sea, merecen una mejor vida de la que le daré a ese hijo de…—Zhúric, enfócate —gruñe, con la vista puesta en el cielo. Deben de ser más de las dos de la madrugada.—Estuve en la habitación 47 —empiezo a argumentar con voz concisa—. U
Me siento en las escaleras jalando mi cabello con frustración. No he podido comunicarme con la epidémica, no se encontraba en casa, así que preferí seguir con la interrogación habitual. Nada productivo, me he desviado de mi verdadero punto, no he encontrado nada sobre mi hermano… joder, me volveré una histérica si no ato los cabos antes de que amanezca. Y eso que falta una hora para eso. Decido llamar a mi jefe que no tarda en responder, su rostro malhumorado es un impacto para mí. No quiero una video llamada, pero qué más da.—¿Sucede algo? —increpa—. Te veo muy cansada.—Estoy bien. Solo cansada —Miro mis botas, intentando no mostrar mi enojo—. ¿Recibiste mi informe?—Sí. A primera hora de la mañana la CCV sacará el cuerpo para examinarlo y darle el pésame a la familia involucrada.—Bien.