Leonas es el hombre que merece Beth. No olviden seguir comentando, reseñando y dejando sus likes porque eso me ayuda muchisimo.
Sin saber cómo, llegaron al cuarto de baño. Tropezaron con la puerta y con el retrete. Rieron. — Carajo, Beth, te deseo — murmuró el sexy guardaespaldas contra la boca femenina. Pegó su frente a la suya. — Yo… también te deseo — confesó, y no solo eso, lo amaba… no había dejado de hacerlo un solo instante de su vida. — ¿Estás segura de que quieres esto tanto como yo? — le preguntó — No quiero que mañana finjas que no pasó nada. — Leonas… — ella lo miró con compasión. — No haremos nada si prometes que no me ignorarás después. — Yo… — ¡Promételo, Beth! Elizabeth asintió. — Lo prometo — respondió. Y fue lo único que él necesitó para fundirse en sus suaves labios. La llevó a la ducha. El agua estaba a una temperatura perfecta. Ninguno de los dos se preocupó por la ropa empapada, aunque esta después desapareció en un santiamén. Entonces se amaron y adoraron como cuando eran apenas unos tontos e inexpertos adolescentes. — Separa las piernas para mí, Beth. Quiero tocarte. Quiero to
Media hora después, nervioso, alegre, como nunca en toda su vida, Santos Torrealba volvió a la habitación de su joven e inesperada esposa. Ella no estaba. — Buenos días, señor — saludó una mucama que cambiaba las sábanas esa mañana —. ¿Busca a su esposa? — Sí, ¿la has visto? — Creo que bajó al jardín, señor. ¿Quiere que vaya por ella? — No, gracias, yo me encargo — respondió, sospechando en donde podría encontrarla. Sonrió al descubrir que no se había equivocado, y que esa mañana, en especial, lucía como un ser celestial, enfundada en aquel fresco vestido de temporada. — Sabía que estarías aquí — mencionó al acercarse. Ana Paula alzó la vista, sonrojada. — ¿Crees que vaya a estar bien? — preguntó, refiriéndose al tigre en la jaula. Él se acercó. — Ordené que le trajeran comida y esta mañana volví a hablar con las autoridades encargadas. Es muy probable que el traslado a su hábitat sea antes de lo previsto. La dulce joven asintió, más tranquila, y volvió a mirar al felino con
Con cuidado, la recostó en la cama y ordenó a una de las mucamas que se quedara con ella y le avisara en cuanto despertara. — No quiero que te separes de ella, ¿de acuerdo? — ordenó a la mujer. — Sí, señor. Entonces salió de la habitación. Leonas ya se encontraba con el veterinario, así que juntos fueron a revisar que carajos había ocurrido con el animal. No era posible que hubiese muerto así nada más. — ¡Rápido, tráiganme agua y sal! ¡Hay que inducirle el vómito! — ordenó el veterinario, robando la reacción del CEO y su guardaespaldas — ¡Este animal ha sido envenenado! Los ojos de Santos se abrieron, pero sabía que no había tiempo para desconciertos y explicaciones, así que ordenó a uno de los guardias que consiguieran lo que el veterinario pedía. Instantes más tarde, se hizo lo necesario. El veterinario consiguió que el tigre reaccionara lánguidamente con varias arcadas. Santos sintió una especie de increíble alivio. — Vamos a tener que trasladarlo a la clínica, aquí no tengo
Elizabeth miró la pequeña llave entre sus dedos, nerviosa a más no poder. No sabía lo que iba a suceder después de esa noche, pero ya ansiaba descubrirlo. Amaba a Leonas, y el hecho de que él la siguiera amando a ella despertó algo en que corazón que creía se había quedado en el pasado. — Señora, ya llegamos — le avisó el chofer, al detenerse a los pies de propiedad. Ella miró por la ventana. Era casa con un jardín grande y precioso. — ¿Estás seguro de que es aquí? — preguntó, extrañada. No podía creer que Leonas fuese el dueño de una propiedad así, aunque sabía que ganaba más que cualquier escolta de élite común. — Sí, señora, estoy seguro de que es aquí. ¿Quiere que la espere? Ella negó con una sonrisa. — Vuelve a la mansión, y si alguien pregunta por mí, tú diles qué… — se mordió el interior de la mejilla, un tanto avergonzada. El hombre la miró por el espejo retrovisor y le regaló una fresca sonrisa. — No se preocupe, señora, yo veré que digo, vaya — la motivó, sacando los
Leonas oteó el reloj en su muñeca, inquieto. Había estado esperando a Elizabeth durante la última hora desde que uno de sus hombres en la mansión Torrealba la informó que ya iba de camino, así que no esperó un segundo más y decidió llamarla. No contestó. Ni en ese ni en los demás intentos. Entonces contactó al chofer. — Señor, buenas noches. — ¿Estás con Elizabeth? — ¿Con la señora Elizabeth? Pero… no comprendo, señor. Yo la dejé en su casa como me lo pidió. Espere un segundo — Leonas suspiró —. Señor, me informan que la señora Elizabeth sí vino a la mansión, pero así mismo volvió a salir. — ¿Sola? — Sí, uno de los guardias quiso acompañarla porque… — ¿Por qué, qué? — Se veía extraña, pero ella ordenó que la dejaran sola. Leonas volvió a mirar su reloj, extrañado. — ¿Hace cuánto de eso? — Dos horas, quizás un poco más, no lo sé. ¿Quiere que…? — No, yo me encargo. Tan pronto colgó, comenzó a localizarla por el dispositivo de rastreo que tenía de todos los teléfonos de la f
— ¿Qué es lo que pasa con Ana Paula? — preguntó, saliendo de allí. La mujer lo siguió. — No lo sé, señor, pero dice que le duele mucho y llora por su bebé. ¡Vaya a verla! ¡Se ve muy mal! De pronto comenzó a escuchar los quejidos desde la planta de arriba. Su pulso se disparó. — Dios, ¿Qué ha pasado? — Julia Torrealba salió en bata, preocupada por los sollozos que escuchaban. La abuela del CEO también se asomó. Santos subió las escaleras muerto de miedo, y en cuanto abrió la puerta, se quedó paralizado por un segundo. Sus ojos se abrieron. Ella lloraba desconsolada, con las manos aferradas a su vientre, protegiendo a su bebé con todas sus fuerzas. — ¡Ana Paula! — se hincó frente a ella. — ¡Me duele! ¡Me duele mucho! — sollozó — ¡Mi bebé, siento que… siento que…! ¡Por favor ayúdame! Él no lo dudó, ni siquiera lo pensó, la cargó liviana y bajó con ella así, en ropa de cama, lanzando órdenes a todo el mundo durante el camino. — ¡Madre, ordena que empaquen lo necesario para Ana Pa
Transcurrió una hora, pero, para el preocupado y angustiado CEO, parecieron cinco. Julia y Laura Torrealba todavía se mostraban consternadas con lo sucedido. No se explicaban qué pudo haber ocurrido con esa muchacha, solo esperaban y rogaban para que ella y el nuevo integrante de la familia estuviesen bien. — ¿Por qué nadie sale a darme noticias? — se sentía a punto de hacer un escándalo. Se acercó a recepción — Señorita, ¿Qué sucede con mi esposa? ¿Cuándo saldrán a darme razón de ella? La mujer solo se encogió de hombros. — Lo siento, señor, pero… no sabría decirle. — ¿Y entonces quién sabría? — argumentó, molesto —. ¡Mi esposa lleva más de una hora que atravesó esa puerta y nadie sale a decirme nada! — Hijo, tranquilo, por favor — le pidió su madre, acercándose. Lo tomó del brazo —. Estas cosas son así, pero verás que todo va a estar bien. Él negó y colocó los brazos en jarra, seriamente frustrado. — ¡Allí viene Bruno! — dijo la abuela del CEO, incorporándose. Santos se acer
Pasados unos largos segundos, todavía en completo silencio, con la sangre corriendo vertiginosa por su torrente sanguíneo y con las manos convertidas en dos puños fuertemente apretados, salió de allí. No necesitó de una explicación que buscara llegar al fondo de aquello. Habían intentado envenenar a su esposa y el culpable tenía nombre y apellido: Renato Castanho — ¡Santos! ¡Santos, espera! — le pidió su amigo, pero él no se detuvo, al menos no hasta que lo tomó del brazo — ¿Qué pasa? ¿Qué vas a hacer? — ¿Cuánto tiempo más va a permanecer Ana Paula aquí? — preguntó en respuesta. — No lo sé, quizás unas pocas horas más o un día entero, todo depende. Él asintió, y emprendió camino otra vez. — ¡Pero…! ¡Santos! Santos entró a la habitación de Ana Paula. Reía de algo que le había dicho su madre. — Hijo, que bueno que… — Madre, voy a necesitar que se queden con Ana Paula durante unas horas hasta que yo vuelva. — Claro, hijo, pero… ¿Por qué? ¿Para dónde vas? — Después te cuento. —