Muchas gracias por leer. Recuerden comentar, reseñar y dar like. ¿Sera que Santos al fin se dejara llevar por su corazón y no por lo que dicen las pruebas?
— ¿Conoces a ese hombre? — comenzó por preguntar. Ana Paula asintió con seguridad. Él entornó los ojos. — Pero… no es lo que piensas. — De acuerdo, entonces explícame. Ella suspiró y bajó la mirada. — Estaba terminando mi tercer semestre en la universidad cuando… — Espera, ¿estabas estudiando una carrera? — quiso saber, asombrado. — Sí, pero no pude seguir pagándola, es una larga historia — admitió con nostalgia. Él asintió. — Continúa. — Bueno, yo terminaba mi tercer semestre cuando perdí mi antiguo trabajo por reducción de personal, así que este hombre... Lorenzo — así se llamaba — me ofreció trabajo, no era mucha la paga, pero cualquier cosa era mejor que nada, hasta qué… — ¿Hasta que, qué? — la instó a seguir. — Él comenzó a tener acercamientos que me incomodaban, se lo dije, pero no hizo caso y continuó — recordó con asco y rabia —. Yo trataba de evitarlo todo el tiempo y seguir con mi trabajo, pero, un día, él… — ¿Te tocó? — la interrumpió con una preocupación que de
— Señor… ese hombre, el tal Lorenzo, no tuvo más remedio que admitir que Renato le pagó a él y a la muchacha para inventar toda esa historia — informó Leonas a su jefe una vez que cerraron la puerta del despacho. Ana Paula, que todavía estaba sujeta a la mano de su esposo, arrugó la frente. — ¿Por qué? — quiso saber, ella nunca le había hecho nada para que se ensañara de esa forma. — Eso no lo sé, o al menos el tipo dice que Renato no le dio los motivos, solo le pagó. — ¿Y te aseguraste de que no estuviese guardándose información que nos sirviera? — preguntó Santos. Leonas apartó el vuelo de su chaqueta y dejó entrever el filo de una pistola. — Lo hice, señor, pero en esa ocasión parecía decir la verdad. — ¡Carajo! Y eso no es todo. ¿Recuerdas que intentaron atacar a Ana Paula? — el hombre de seguridad del CEO asintió — Fue Renato. — ¡Hijo de…! — Leonas apretó los puños — ¿Cuál es la orden, señor? Nada le apetecía más que clavarle una bala en el trasero. — Ese imbécil tiene q
— Me dijo una mucama que querías verme — mencionó Elizabeth a su hermano al entrar al salón. Santos caminaba de un lado a otro cuando alzó la vista. Leonas también estaba allí. — Beth, creo que sabes perfectamente lo que voy a pedirte. Ella pasó un trago. — Santos… — No lo quiero más en esta casa, no lo quiero ni siquiera cerca de ti o de Raquel. Tiene que irse. Tienes que divorciarte. Elizabeth bajó la mirada y jugó con sus dedos. — Es mi esposo, santos — musitó — No sé por qué discutieron de esa forma ni porque llegaron a los golpes, pero… — ¡Pues lo sabrás ahora! Renato ha estado amenazando a mi esposa, y no conforme con eso, ha intentado atacarla una vez. Elizabeth alzó el rostro y abrió los ojos. — ¿Qué…? — Beth, escucha — se acercó a ella y tomó su mano con cariño —… no solo estoy haciendo esto por proteger a mi esposa, sino a ti que eres mi hermana, además, me sobran motivos para creer que Renato te… maltrata. Ella retrocedió un paso y miró a Leonas por un microsegun
— Tu mano — le pidió Ana Paula a su esposo con ternura. Santos obedeció sin quitarle los ojos de encima. La luz plateada que entraba por la ventana y rodeaba su anatomía, la hacía lucir frente a sí como un ángel celestial, imposiblemente bella. Se quejó entre dientes cuando el desinfectante hizo contacto con la piel de sus nudillos. — Lo siento, ya casi acabo — musitó ella, sonrojada, y con dulce delicadeza, procuró ser lo más cuidadosa posible para no seguir lastimándolo. Segundos más tarde, sonrió orgullosa por su trabajo — Creo que ya está, en un par de días no sentirás nada. Él asintió, mirando que en efecto había hecho un buen trabajo curándolo. — Eres buena. — Aprendí a curar heridas desde pequeña, mi madre… — se mordió el interior de la mejilla, silenciándose a sí misma. — ¿Tu madre qué? — la instó a continuar. Ella negó con la cabeza y comenzó a guardar todo lo que había usado. — No es nada — dijo al tiempo que su indomable esposo la tomaba de la cintura, impidiéndose
La llevó a la cama y la desnudó con increíble ternura. Un lado de luz plateada iluminaba cada pedazo de piel expuesta… enloqueciéndolo; y mientras la recorría entera a besos, sus ojos no echaron de menos la expresión de deseo en el rostro de su joven esposa, cada gesto, cada pequeño y suave suspiro que salía de su boca. Probó la piel de sus caderas, del plexo solar y la curvatura de sus frondosos pechos. Ansioso, llenó una de sus manos con ambos, primero uno y después el otro. Eran del tamaño perfecto. — Necesito probarlos — gruñó, y buscó en su mirada algún indicio de aceptación. Ana Paula asintió ligeramente, embelesada. Él no esperó una segunda oportunidad y los probó ávidamente, como si hubiese estado hambriento de ellos desde hace una década entera. Ella se arqueó en respuesta y gimió de aceptación, de increíble placer y absoluto deseo. Enterró los dedos en cabello, intentando controlarse de no estallar, pues lo que él le hacía sentir únicamente con su boca era inigualable. Ja
Se quedó en silencio por varios segundos. — ¿Qué? — preguntó en un hilo de voz. Él le frotó los brazos. — Sí, Beth, no tienes por qué seguir viviendo ese infierno, y si tú me lo pides, yo… haría cualquier cosa. La mujer parpadeó. — Leonas, yo… — Te sigo amando, Beth — confesó con certeza, provocando que un segundo después ella lo mirara como si hubiese dicho algo irreal. — ¿Me… sigues amando? — averiguó un tanto incrédula. Él asintió. — Nunca he dejado de hacerlo. Te he amado desde el primer día y estoy completamente seguro de que lo haré hasta el último de mis días — sus palabras no podían ser más sinceras, y había esperado por ese momento durante muchísimo tiempo. Contrariada, ella negó con la cabeza y se alejó un par de pasos. Él la miró extrañado. — ¿Beth…? — ¿Cómo puedes seguir amándome? — quiso saber — ¿Cómo puedes seguir haciéndolo después de lo que te hice? Leonas solo se encogió de hombros y sonrió con tristeza. — No te niego que intenté dejar de hacerlo después
Sin saber cómo, llegaron al cuarto de baño. Tropezaron con la puerta y con el retrete. Rieron. — Carajo, Beth, te deseo — murmuró el sexy guardaespaldas contra la boca femenina. Pegó su frente a la suya. — Yo… también te deseo — confesó, y no solo eso, lo amaba… no había dejado de hacerlo un solo instante de su vida. — ¿Estás segura de que quieres esto tanto como yo? — le preguntó — No quiero que mañana finjas que no pasó nada. — Leonas… — ella lo miró con compasión. — No haremos nada si prometes que no me ignorarás después. — Yo… — ¡Promételo, Beth! Elizabeth asintió. — Lo prometo — respondió. Y fue lo único que él necesitó para fundirse en sus suaves labios. La llevó a la ducha. El agua estaba a una temperatura perfecta. Ninguno de los dos se preocupó por la ropa empapada, aunque esta después desapareció en un santiamén. Entonces se amaron y adoraron como cuando eran apenas unos tontos e inexpertos adolescentes. — Separa las piernas para mí, Beth. Quiero tocarte. Quiero to
Media hora después, nervioso, alegre, como nunca en toda su vida, Santos Torrealba volvió a la habitación de su joven e inesperada esposa. Ella no estaba. — Buenos días, señor — saludó una mucama que cambiaba las sábanas esa mañana —. ¿Busca a su esposa? — Sí, ¿la has visto? — Creo que bajó al jardín, señor. ¿Quiere que vaya por ella? — No, gracias, yo me encargo — respondió, sospechando en donde podría encontrarla. Sonrió al descubrir que no se había equivocado, y que esa mañana, en especial, lucía como un ser celestial, enfundada en aquel fresco vestido de temporada. — Sabía que estarías aquí — mencionó al acercarse. Ana Paula alzó la vista, sonrojada. — ¿Crees que vaya a estar bien? — preguntó, refiriéndose al tigre en la jaula. Él se acercó. — Ordené que le trajeran comida y esta mañana volví a hablar con las autoridades encargadas. Es muy probable que el traslado a su hábitat sea antes de lo previsto. La dulce joven asintió, más tranquila, y volvió a mirar al felino con