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Al llegar a la habitación, él la dejó con sumo cuidado en la cama, y sin poder evitarlo, se quedó prendado a esa belleza angelical por largos segundos, en esos ojos grises con tintes de azul, en esas mejillas que se sonrojaban de la nada y en esos labios que constantemente lo hipnotizaban. Ella experimentó algo similar, y es que a pesar de esa nube oscura que constantemente los rodeaba y separaba, no podía negar la inevitable e increíble atracción que sentía por el tío de su hijo, sobre todo después de lo ocurrido aquella vez en el hospital. No podía sacárselo de la cabeza, no podía hacerlo y no sabía qué hacer con ese hecho. Rabioso por sentirse de esa forma, el CEO rompió el contacto de sus miradas y se incorporó. — Hoy no bajarás al comedor, es mejor que te quedes a descansar. Ordenaré que se te suban los alimentos aquí — concluyó antes de salir. Ese día y los siguientes, una mucama subió puntual a llevarle las tres comidas, aun cuando ella se sentía bien para bajar; sin embargo
Santos entró al despacho seguido por su guardaespaldas, que pronto había puesto al tanto de la inesperada visita. — Señor, la joven no viene sola — le informó Leonas. Él se giró. — ¿A qué te refieres? — La acompaña un hombre, y no ha querido pasar si no es con él. — Bien, entonces que pasen. — Señor, perdone que se lo diga, pero la apariencia de ese hombre no me gusta para nada y me temo que no podre dejarlos solos sin saber cuál es el motivo de la visita. Santos asintió, comprendiendo. — De acuerdo, hazlos pasar. Adela y el hombre en cuestión lo observaron todo a su alrededor con increíble asombro antes de que una mucama los guiara al interior de la casa. — Es por aquí, pasen, el señor ya los está esperando. Adela se detuvo un momento, inquieta. — Ya no quiero hacer esto, lo mejor será que me… — antes de que pudiera terminar, el hombre la tomó del antebrazo y la pegó a él. — Ya no es momento de arrepentirse. ¿O es que piensas devolver el dinero que ya te gastaste? — murmu
Ana Paula se sentó en una banca a los pies de un gran árbol y se limpió las lágrimas que esta vez habían salido por enojo, más no por tristeza. Caviló durante quién sabe cuánto tiempo, hasta que escuchó la proximidad de unos pequeños pasitos por allí cerca y un jadeo de asombro, quizás de susto. Alzó la vista. La pequeña hija de Elizabeth jugaba con sus muñecas cuando se quedó estática y con la mirada clavada en algún punto. Parecía aterrada… y pronto Ana Paula descubrió por qué. Sus ojos se abrieron y su corazón comenzó a palpitar. — No te muevas, pequeña — le pidió en un tono tranquilo, aunque nervioso, pues frente a ellas, a unos pocos metros, un enorme tigre miraba fijamente en su dirección. La inocente y asusta Raquel pasó un trago. — Tengo… mucho… miedo… — Lo sé, lo sé, pero tienes que quedarte muy quieta… ¿está bien? — le pidió — Iré por ti y no te pasará nada. — ¿Lo prometes? — Te lo prometo. Ana Paula dio un pequeño paso al frente y después otro sin apartar la vista
Había pasado una hora desde Santos se encerró en el despacho con ese hombre y Ana Paula no había dejado de asomar la cabeza para ver si se abría la puerta. — ¿Por qué tardarán tanto? — se preguntó a sí misma. Julia y Laura la observaron con cariño. Esa muchacha era completamente genuina y transparente. — Tranquila, menina, mi nieto sabrá tomar la decisión correcta — le dijo la abuela de su esposo. Julia colocó una mano en su pierna. — ¿Cómo fue que llegó ese animal aquí? Pobre, debe estar aterrado, mira el estado en el que lo tienen — suspiró la mujer, observando por la ventana del salón principal la increíble desnutrición del felino. Otra hora más tarde, la puerta se abrió. Ana Paula se incorporó como un resorte y no dudó en acercarse, ansiosa por saber el destino de ese triste y pobre animal. — ¿Y? — preguntó a su esposo. Santos suspiró. — He contactado a las autoridades pertinentes y no podrán venir hasta dentro de cinco días. — ¿Eso qué significa? — Que no podremos hacer
— ¿Conoces a ese hombre? — comenzó por preguntar. Ana Paula asintió con seguridad. Él entornó los ojos. — Pero… no es lo que piensas. — De acuerdo, entonces explícame. Ella suspiró y bajó la mirada. — Estaba terminando mi tercer semestre en la universidad cuando… — Espera, ¿estabas estudiando una carrera? — quiso saber, asombrado. — Sí, pero no pude seguir pagándola, es una larga historia — admitió con nostalgia. Él asintió. — Continúa. — Bueno, yo terminaba mi tercer semestre cuando perdí mi antiguo trabajo por reducción de personal, así que este hombre... Lorenzo — así se llamaba — me ofreció trabajo, no era mucha la paga, pero cualquier cosa era mejor que nada, hasta qué… — ¿Hasta que, qué? — la instó a seguir. — Él comenzó a tener acercamientos que me incomodaban, se lo dije, pero no hizo caso y continuó — recordó con asco y rabia —. Yo trataba de evitarlo todo el tiempo y seguir con mi trabajo, pero, un día, él… — ¿Te tocó? — la interrumpió con una preocupación que de
— Señor… ese hombre, el tal Lorenzo, no tuvo más remedio que admitir que Renato le pagó a él y a la muchacha para inventar toda esa historia — informó Leonas a su jefe una vez que cerraron la puerta del despacho. Ana Paula, que todavía estaba sujeta a la mano de su esposo, arrugó la frente. — ¿Por qué? — quiso saber, ella nunca le había hecho nada para que se ensañara de esa forma. — Eso no lo sé, o al menos el tipo dice que Renato no le dio los motivos, solo le pagó. — ¿Y te aseguraste de que no estuviese guardándose información que nos sirviera? — preguntó Santos. Leonas apartó el vuelo de su chaqueta y dejó entrever el filo de una pistola. — Lo hice, señor, pero en esa ocasión parecía decir la verdad. — ¡Carajo! Y eso no es todo. ¿Recuerdas que intentaron atacar a Ana Paula? — el hombre de seguridad del CEO asintió — Fue Renato. — ¡Hijo de…! — Leonas apretó los puños — ¿Cuál es la orden, señor? Nada le apetecía más que clavarle una bala en el trasero. — Ese imbécil tiene q
— Me dijo una mucama que querías verme — mencionó Elizabeth a su hermano al entrar al salón. Santos caminaba de un lado a otro cuando alzó la vista. Leonas también estaba allí. — Beth, creo que sabes perfectamente lo que voy a pedirte. Ella pasó un trago. — Santos… — No lo quiero más en esta casa, no lo quiero ni siquiera cerca de ti o de Raquel. Tiene que irse. Tienes que divorciarte. Elizabeth bajó la mirada y jugó con sus dedos. — Es mi esposo, santos — musitó — No sé por qué discutieron de esa forma ni porque llegaron a los golpes, pero… — ¡Pues lo sabrás ahora! Renato ha estado amenazando a mi esposa, y no conforme con eso, ha intentado atacarla una vez. Elizabeth alzó el rostro y abrió los ojos. — ¿Qué…? — Beth, escucha — se acercó a ella y tomó su mano con cariño —… no solo estoy haciendo esto por proteger a mi esposa, sino a ti que eres mi hermana, además, me sobran motivos para creer que Renato te… maltrata. Ella retrocedió un paso y miró a Leonas por un microsegun
— Tu mano — le pidió Ana Paula a su esposo con ternura. Santos obedeció sin quitarle los ojos de encima. La luz plateada que entraba por la ventana y rodeaba su anatomía, la hacía lucir frente a sí como un ángel celestial, imposiblemente bella. Se quejó entre dientes cuando el desinfectante hizo contacto con la piel de sus nudillos. — Lo siento, ya casi acabo — musitó ella, sonrojada, y con dulce delicadeza, procuró ser lo más cuidadosa posible para no seguir lastimándolo. Segundos más tarde, sonrió orgullosa por su trabajo — Creo que ya está, en un par de días no sentirás nada. Él asintió, mirando que en efecto había hecho un buen trabajo curándolo. — Eres buena. — Aprendí a curar heridas desde pequeña, mi madre… — se mordió el interior de la mejilla, silenciándose a sí misma. — ¿Tu madre qué? — la instó a continuar. Ella negó con la cabeza y comenzó a guardar todo lo que había usado. — No es nada — dijo al tiempo que su indomable esposo la tomaba de la cintura, impidiéndose