¿Les gusta que incluya a Beth y a Leonas en la historia? Dejenmelo saber, es importante. Tambien dejen sus reseñas y likes.
Subió rápido las escaleras. Entró después de tocar. Ella estaba acostada, de espaldas a él, así que no podía ver su rostro. — Me dijeron que no has querido comer nada, y si esto es un capricho tuyo, te advierto que no solo te estás perjudicando a ti, sino a tu propio hijo. ¿Tan inconsciente eres así? — le dijo en tono críptico, pero, para su sorpresa, ella no replicó, ni siquiera se inmutó — ¿Piensas ignorarme? Al ver que ella seguía sin responder, el CEO se acercó a su cama y sin pensarlo la hizo girarse a él de inmediato. Sus ojos enseguida se abrieron. Ella no solo temblaba de cuerpo entero y tenía la frente perlada en sudor, sino que tenía el rostro de un pálido enfermo. — ¡Ana Paula! — se sentó a la orilla de la cama y tocó sus hombros, cuello y mejilla, ansioso, solo para comprobar que su joven esposa estaba prendida en fiebre. Su corazón comenzó a latir de preocupación — ¡Eh, Ana Paula! Palmeó sus mejillas con demasiada delicadeza, pero nada, aunque estaba consciente; pues
Entró a la habitación a la que la habían trasladado. Ella dormía boca arriba, serena, ya no sudaba ni le temblaban los labios. — Creí que estaba despierta — mencionó en voz baja a su amigo que se había quedado cruzado de brazos bajo el marco de la puerta. — Se habrá quedado dormida otra vez, el exceso de sueño es un síntoma muy común en su estado. — Me quedaré con ella. — Bien, avísame si necesitas algo. Es muy probable que tenga que pasar la noche aquí para tenerla monitoreada. — ¿Puedes decirle a mi madre y abuela que vuelvan a casa? No tiene caso que sigan aquí si yo me quedaré con ella. — Por supuesto. Él asintió antes de quedarse a solas con ella. Minutos más tarde, mientras observaba a la nada a través de la ventana, escuchó un suave sollozo. — No, por favor, no me quites a mi hijo — al principio, se quedó pasmado, luego se dio la vuelta y descubrió que Ana Paula se movía y quejaba con debilidad — Es mío, es mi hijo… no nos separes, me necesita. El corazón del CEO se enc
Elizabeth y Leonas respiraban agitados después de lo ocurrido en la parte trasera de aquel auto. Ninguno de los dos sabía cuánto tiempo había pasado, pues se dejaron llevar sin importarles nada más. Sin embargo, todo cambió cuando el móvil de ella sonó. Se puso pálida. Era Renato. — No le contestes — le pidió el hombre que acababa de convertirse en su amante. Ella negó. No podía hacer eso. — Si no lo hago, él podría… — bajó la mirada, sacudió la cabeza y comenzó a abotonarse la camisa rápidamente. No se había desnudado por completo, al menos no de la parte de arriba, y es que aunque la bruma del deseo casi la hizo perder toda perspectiva, no podía permitirse que Leonas la viese desnuda. — ¿Podría qué? — él la instó a completar lo que iba a decir, con los ojos entornados. “Matarnos a ambos”. Esa hubiese sido su respuesta, pero, a cambio, solo tomó una profunda respiración y se llevó el teléfono a la oreja. — ¿Sí? — intentó escucharse natural. — ¿Es más importante foll4r con tu a
El resto del día, no volvió a saber de él. En el almuerzo bajó cuando una de las mucamas le avisó y allí escuchó que no los acompañaría. Durante la cena, no fue tan distinto, era como si ella no existiera en lo absoluto para él, como si lo que hubiese sucedido la noche anterior significara menos que nada, pues apenas terminó sus alimentos, se despidió de su familia y re retiró sin mirarla siquiera. Los demás días fueron casi igual. — Discúlpalo, querida, ha tenido días difíciles en la empresa — le había dicho Julia al notar la increíble tensión que existía entre su hijo y esa muchacha. Ana Paula esbozó una pequeña y cálida sonrisa. — Entiendo — respondió al terminar sus alimentos, entonces dejó la servilleta a un lado y se incorporó — Me retiro, buenas tardes. — Oh, cariño, espera — le pidió la mujer, también incorporándose — ¿Por qué no das un paseo por la casa? Hace un buen día y solo pasas en tu habitación. — Me gustaría, pero, la casa es tan grande que creo que podría perderm
Ana Paula se llenó de valentía — Es la carta que me dejó Cesar como despedida. — ¿Él mismo te la entregó? — necesitó saber. — No, pero… — ¡Carajo! — gruñó, colocando las manos en su cintura y echando la cabeza hacia atrás. — ¿Qué? Con la mirada roja del desconcierto y miles de cosas pasando por su cabeza, alzó el papel en un puño y la miró. — Esta no es la letra de Cesar — él mejor que nadie lo sabía, pues pasaba horas leyendo que su hermano escribía para darle su opinión. — ¿Qué? ¡No! ¡Es imposible! — Ana Paula negó, pero él la tomó de la mano y la sacó de su habitación para demostrárselo. Bajaron las escaleras y no se detuvieron hasta llegar al despacho. Allí él se acercó al escritorio y tomó uno de los libros más recientes en el que su hermana anotaba sus ideas y lo abrió para ella. La pobre y desconcertada Ana Paula comparó ambas letras, eran completamente distintas. Se llevó una mano a la boca y otra a su vientre, horrorizada, temblando de asombro. — ¿Entonces… quién es
Esa noche, la mansión Torrealba estaba cobijada por la tensión. También llovía. Elizabeth no había vuelto a ser la misma desde su apasionado encuentro con Leonas. Lo evocaba en cada cosa que hacía y no podía evitar desear que sus manos de nuevo la recorrieran entera, aun cuando sabía que no era lo correcto y que su marido había comenzado a vigilarla desde entonces. — ¿En qué tanto piensas? — le preguntó Renato al salir de la ducha, sacándola de sus cavilaciones. — En nada. Él se acercó a donde ella estaba, a los pies de la ventana. — ¿Y por qué no vienes a la cama, te desnudas para mí y te pones en la posición que me gusta? — gruñó, depositando un beso en su hombro desnudo. Ella no pudo evitar sentir asco antes su contacto, así que con disimulo se ató la bata y cubrió sus hombros. — Me duele la cabeza, Renato. Iré a la cocina por un analgésico — dijo, y antes de que pudiera dar un solo paso, él la tomó del cuello y la pegó contra la pared. — Me estoy hartando de tus jodidos des
En su habitación, la pobre Ana Paula Almeida no lograba conciliar el sueño, y es que a pesar de estar física y mentalmente agotada, sabía que debía hallar la forma de que su esposo le creyera que ella estaba diciendo la verdad, que no había tenido nada que ver con la muerta de Cesar y que era inocente de todas sus acusaciones.Caminó de un lado a otro, recordando detalles de ese día que pudieran de algún modo ayudarla, hasta que se sentó en la orilla de la cama dos horas después, sintiendo que toda aquella situación era más grande que ella y la sobrepasaba, que desde que quedó embarazada no había podido darle un crecimiento tranquilo a su bebé.Bajó la mirada y se llevó ambas manos al vientre.— Perdóname, hijo, perdóname si no estoy siendo una buena madre, pero te juro desde lo más profundo de mi corazón que eres lo más importante para mí y la razón por la que lucho cada día.Santos Torrealba pasaba por allí cuando escuchó un suave lamento proveniente de la habitación de su esposa. L
— ¡Espera, por favor! — rogó Ana Paula, siguiendo a su furioso esposo. Lo tomó del brazo — ¡Lo que digo es cierto! ¡Tienes que creerme! Santos Torrealba se giró con los ojos enrojecidos. No sabía cómo diablos explicar lo que estaba pasando por su mente en ese momento. — ¿Cómo esperas que te crea, eh? Te doy un voto de confianza… ¡Uno, carajo, y parece que solo soy tu burla, tu idiota! — gruñó con decepción y dolor, pues una grande parte de él había estado rogando para que su inocencia en todo aquello fuese una posibilidad, no importaba cuan pequeña fuera. Desde lo más profundo de su ser era lo que había deseado. Ana Paula negó, llorosa. Ya no encontraba solución. — No sé por qué lo hizo, pero te juro que te estoy diciendo la verdad, ella mintió, ella… Él rio sin gracia, interrumpiéndola. — Todos mienten menos tú, ¿verdad? — No, yo… — Sube al auto de una buena vez y larguémonos de aquí — espetó, serio, mirando a su alrededor con recelo —… este lugar solo me recuerda lo que tú pr