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El resto del día, no volvió a saber de él. En el almuerzo bajó cuando una de las mucamas le avisó y allí escuchó que no los acompañaría. Durante la cena, no fue tan distinto, era como si ella no existiera en lo absoluto para él, como si lo que hubiese sucedido la noche anterior significara menos que nada, pues apenas terminó sus alimentos, se despidió de su familia y re retiró sin mirarla siquiera. Los demás días fueron casi igual. — Discúlpalo, querida, ha tenido días difíciles en la empresa — le había dicho Julia al notar la increíble tensión que existía entre su hijo y esa muchacha. Ana Paula esbozó una pequeña y cálida sonrisa. — Entiendo — respondió al terminar sus alimentos, entonces dejó la servilleta a un lado y se incorporó — Me retiro, buenas tardes. — Oh, cariño, espera — le pidió la mujer, también incorporándose — ¿Por qué no das un paseo por la casa? Hace un buen día y solo pasas en tu habitación. — Me gustaría, pero, la casa es tan grande que creo que podría perderm
Ana Paula se llenó de valentía — Es la carta que me dejó Cesar como despedida. — ¿Él mismo te la entregó? — necesitó saber. — No, pero… — ¡Carajo! — gruñó, colocando las manos en su cintura y echando la cabeza hacia atrás. — ¿Qué? Con la mirada roja del desconcierto y miles de cosas pasando por su cabeza, alzó el papel en un puño y la miró. — Esta no es la letra de Cesar — él mejor que nadie lo sabía, pues pasaba horas leyendo que su hermano escribía para darle su opinión. — ¿Qué? ¡No! ¡Es imposible! — Ana Paula negó, pero él la tomó de la mano y la sacó de su habitación para demostrárselo. Bajaron las escaleras y no se detuvieron hasta llegar al despacho. Allí él se acercó al escritorio y tomó uno de los libros más recientes en el que su hermana anotaba sus ideas y lo abrió para ella. La pobre y desconcertada Ana Paula comparó ambas letras, eran completamente distintas. Se llevó una mano a la boca y otra a su vientre, horrorizada, temblando de asombro. — ¿Entonces… quién es
Esa noche, la mansión Torrealba estaba cobijada por la tensión. También llovía. Elizabeth no había vuelto a ser la misma desde su apasionado encuentro con Leonas. Lo evocaba en cada cosa que hacía y no podía evitar desear que sus manos de nuevo la recorrieran entera, aun cuando sabía que no era lo correcto y que su marido había comenzado a vigilarla desde entonces. — ¿En qué tanto piensas? — le preguntó Renato al salir de la ducha, sacándola de sus cavilaciones. — En nada. Él se acercó a donde ella estaba, a los pies de la ventana. — ¿Y por qué no vienes a la cama, te desnudas para mí y te pones en la posición que me gusta? — gruñó, depositando un beso en su hombro desnudo. Ella no pudo evitar sentir asco antes su contacto, así que con disimulo se ató la bata y cubrió sus hombros. — Me duele la cabeza, Renato. Iré a la cocina por un analgésico — dijo, y antes de que pudiera dar un solo paso, él la tomó del cuello y la pegó contra la pared. — Me estoy hartando de tus jodidos des
En su habitación, la pobre Ana Paula Almeida no lograba conciliar el sueño, y es que a pesar de estar física y mentalmente agotada, sabía que debía hallar la forma de que su esposo le creyera que ella estaba diciendo la verdad, que no había tenido nada que ver con la muerta de Cesar y que era inocente de todas sus acusaciones.Caminó de un lado a otro, recordando detalles de ese día que pudieran de algún modo ayudarla, hasta que se sentó en la orilla de la cama dos horas después, sintiendo que toda aquella situación era más grande que ella y la sobrepasaba, que desde que quedó embarazada no había podido darle un crecimiento tranquilo a su bebé.Bajó la mirada y se llevó ambas manos al vientre.— Perdóname, hijo, perdóname si no estoy siendo una buena madre, pero te juro desde lo más profundo de mi corazón que eres lo más importante para mí y la razón por la que lucho cada día.Santos Torrealba pasaba por allí cuando escuchó un suave lamento proveniente de la habitación de su esposa. L
— ¡Espera, por favor! — rogó Ana Paula, siguiendo a su furioso esposo. Lo tomó del brazo — ¡Lo que digo es cierto! ¡Tienes que creerme! Santos Torrealba se giró con los ojos enrojecidos. No sabía cómo diablos explicar lo que estaba pasando por su mente en ese momento. — ¿Cómo esperas que te crea, eh? Te doy un voto de confianza… ¡Uno, carajo, y parece que solo soy tu burla, tu idiota! — gruñó con decepción y dolor, pues una grande parte de él había estado rogando para que su inocencia en todo aquello fuese una posibilidad, no importaba cuan pequeña fuera. Desde lo más profundo de su ser era lo que había deseado. Ana Paula negó, llorosa. Ya no encontraba solución. — No sé por qué lo hizo, pero te juro que te estoy diciendo la verdad, ella mintió, ella… Él rio sin gracia, interrumpiéndola. — Todos mienten menos tú, ¿verdad? — No, yo… — Sube al auto de una buena vez y larguémonos de aquí — espetó, serio, mirando a su alrededor con recelo —… este lugar solo me recuerda lo que tú pr
Al llegar a la habitación, él la dejó con sumo cuidado en la cama, y sin poder evitarlo, se quedó prendado a esa belleza angelical por largos segundos, en esos ojos grises con tintes de azul, en esas mejillas que se sonrojaban de la nada y en esos labios que constantemente lo hipnotizaban. Ella experimentó algo similar, y es que a pesar de esa nube oscura que constantemente los rodeaba y separaba, no podía negar la inevitable e increíble atracción que sentía por el tío de su hijo, sobre todo después de lo ocurrido aquella vez en el hospital. No podía sacárselo de la cabeza, no podía hacerlo y no sabía qué hacer con ese hecho. Rabioso por sentirse de esa forma, el CEO rompió el contacto de sus miradas y se incorporó. — Hoy no bajarás al comedor, es mejor que te quedes a descansar. Ordenaré que se te suban los alimentos aquí — concluyó antes de salir. Ese día y los siguientes, una mucama subió puntual a llevarle las tres comidas, aun cuando ella se sentía bien para bajar; sin embargo
Santos entró al despacho seguido por su guardaespaldas, que pronto había puesto al tanto de la inesperada visita. — Señor, la joven no viene sola — le informó Leonas. Él se giró. — ¿A qué te refieres? — La acompaña un hombre, y no ha querido pasar si no es con él. — Bien, entonces que pasen. — Señor, perdone que se lo diga, pero la apariencia de ese hombre no me gusta para nada y me temo que no podre dejarlos solos sin saber cuál es el motivo de la visita. Santos asintió, comprendiendo. — De acuerdo, hazlos pasar. Adela y el hombre en cuestión lo observaron todo a su alrededor con increíble asombro antes de que una mucama los guiara al interior de la casa. — Es por aquí, pasen, el señor ya los está esperando. Adela se detuvo un momento, inquieta. — Ya no quiero hacer esto, lo mejor será que me… — antes de que pudiera terminar, el hombre la tomó del antebrazo y la pegó a él. — Ya no es momento de arrepentirse. ¿O es que piensas devolver el dinero que ya te gastaste? — murmu
Ana Paula se sentó en una banca a los pies de un gran árbol y se limpió las lágrimas que esta vez habían salido por enojo, más no por tristeza. Caviló durante quién sabe cuánto tiempo, hasta que escuchó la proximidad de unos pequeños pasitos por allí cerca y un jadeo de asombro, quizás de susto. Alzó la vista. La pequeña hija de Elizabeth jugaba con sus muñecas cuando se quedó estática y con la mirada clavada en algún punto. Parecía aterrada… y pronto Ana Paula descubrió por qué. Sus ojos se abrieron y su corazón comenzó a palpitar. — No te muevas, pequeña — le pidió en un tono tranquilo, aunque nervioso, pues frente a ellas, a unos pocos metros, un enorme tigre miraba fijamente en su dirección. La inocente y asusta Raquel pasó un trago. — Tengo… mucho… miedo… — Lo sé, lo sé, pero tienes que quedarte muy quieta… ¿está bien? — le pidió — Iré por ti y no te pasará nada. — ¿Lo prometes? — Te lo prometo. Ana Paula dio un pequeño paso al frente y después otro sin apartar la vista