Una sonrisa iluminó el rostro de Caterine al salir al jardín y escuchar el sonido de las risas de sus sobrinos. Era sábado por la mañana y el aire aún fresco y el olor de las flores le dieron la bienvenida. Sus padres habían llegado la noche anterior y habían decidido que querían pasar un día en familia.A lo lejos, observó a los hijos de su hermana mayor corriendo mientras el padre de Caterine los perseguía, imitando los gruñidos de un monstruo imaginario. Quien viera al gran y temido Giovanni Vitale en aquel momento seguro creería que estaba teniendo alucinaciones. Él podía doblegar a cualquiera con una sola mirada, pero se rendía por completo ante la voluntad de los dos pequeños traviesos.—¡Mira quién ha decidido honrarnos con su presencia! —exclamó Nerea desde la mesa en cuanto Caterine se acercó—. Ya estábamos empezando a pensar que dormirías todo el día.—Después de la semana que tuve, creo que me lo merecería —replicó Caterine con una sonrisa, inclinándose para besar a su herm
Caterine le hizo un gesto con la mano al camarero para que se acercara. En cuanto él llegó a su mesa, le dio su orden y la de Rosa.—Nunca había venido a este lugar —comentó Rosa, observando el lugar—. Es bastante agradable.—Me alegra que te guste. Amo la comida de este lugar. Mis hermanas y yo venimos aquí cuando pasamos un rato de chicas.—Es por eso que el personal pareció reconocerte.—Ah, eso. No. Trabajé aquí hace un tiempo, probablemente conseguí el trabajo porque mi papá conoce al dueño. El pobre casi soltó un suspiro de alivio cuando renuncié. —Caterine sonrió—. Supongo que no quería quedar mal con mi padre y por eso no me despidió antes.Rosa esbozó una leve sonrisa.—Por cierto, quería disculparme por haber cancelado nuestros planes del viernes a último momento.—Oh, no te preocupes por eso —dijo restándole importancia, moviendo la mano—. ¿Sucedió algo malo? Desde el viernes luces algo tensa. —Ese era el motivo por el cual había insistido en que ambas salieran a cenar desp
Corleone sostuvo la mirada de Caterine, percibiendo el desafío en sus ojos. Siempre demasiado expresiva, incapaz de ocultar sus emociones. Se preguntó si era igual de pasional en la cama. Una imagen fugaz cruzó su mente. Ella recostada en una cama, su cabello violeta esparcido sobre las sábanas, con una mirada traviesa que parecía invitarlo a perder el control.Su amigo se aclaró la garganta, devolviéndolo a la realidad. Caterine apartó la mirada y, aunque extrañó sus ojos sobre él, al menos le dio tiempo para recuperar la compostura.—Buenas noches, Ugo Berruti —se presentó su amigo, dando un paso al frente y extendiéndole la mano a Caterine.Corleone estuvo a punto de bufar. Era evidente que su amigo había decidido desplegar sus encantos.—Caterine Vitale —respondió ella con una sonrisa enorme—. Un gusto conocerlo.—El placer es todo mío. Corleone desvió la mirada hacia las manos entrelazadas de Caterine y Ugo, notando que el saludo se estaba alargando más de lo necesario. Volvió
Caterine abrió la boca y la cerró por tercera vez, sin decir palabra alguna. No se le ocurría un tema que pudiera aligerar la tensión en el aire. Corleone parecía tenso, pero a ella le resultaba imposible entender el porqué. Si la razón era que debía desviarse de su ruta por su culpa, entonces simplemente no debería haberse ofrecido. De hecho, Caterine ni siquiera había esperado que lo hiciera.Sacudió la cabeza y apoyó la mejilla en la ventana. Era mejor guardar silencio. Probablemente, en cuanto abriera la boca, terminaría diciendo algo que irritara a Corleone aún más. Siempre había tenido la mala costumbre de hablar de más, pero cuando se trataba de él, parecía que cualquier filtro que existiera en su mente dejaba de funcionar por completo.Entre el cansancio y copas poco a poco fue quedándose dormida.Cuando Corleone miró a Caterine la encontró durmiendo, tenía los labios ligeramente entreabiertos y una expresión serena. Sacudió la cabeza y volvió a fijar la vista en la carretera.
Corleone levantó la mirada cuando llamaron a su puerta. Había pasado la mañana y parte de la tarde en juicios y audiencias, así que no había tenido oportunidad de hablar con Caterine sobre lo sucedido la noche anterior, tampoco la había visto en todo lo que iba del día. Cada vez que pasaba por secretaría, ella no estaba en su escritorio, lo que lo hizo preguntarse si era casualidad o si ella lo estaba evitando. Aunque ese no parecía el estilo de Caterine, ella no era de las personas que se amilanara fácilmente.Minutos antes, se había reunido con su secretario y le pidió algunos documentos, además de que los enviara con Caterine. Necesitaban hablar antes de que terminara el día para poder continuar con su trabajo sin ninguna tensión entre ellos.Caterine entró a su oficina con la mirada al frente y la misma sonrisa alegre de siempre en el rostro. Llevaba una camiseta de algodón de mangas largas, color negro, que se ajustaba a su figura como una segunda piel y una falda con pliegues que
—¿Entonces qué sucede entre tú y Caterine?Corleone mantuvo la mirada en la pantalla de la televisión, que ocupaba casi toda la pared, esforzándose por lucir imperturbable al escuchar el nombre de su pequeño tormento. Era viernes por la noche, y él y Ugo se habían reunido para ver un partido de fútbol. Se suponía que aquel momento era para relajarse, pero su amigo parecía tener otros planes en mente. ¿Por qué, si no, mencionaría a Caterine?No es que Ugo tuviera idea del beso que Caterine y él habían compartido, ni que desde entonces su cuerpo se sentía como una cuerda tensada al límite producto del deseo acumulado.Corleone había decidido no dejarse llevar por fantasías de nuevo. La última vez que lo había hecho, la imagen de Caterine se había apoderado de su mente mientras estaba en la ducha. La imagen de Caterine de rodillas frente a él había sido demasiado nítida y no le había tomado mucho tiempo alcanzar el clímax. Al verla al día siguiente, solo podía recordar cada segundo de aq
Caterine sonrió apenas Rosa abrió la puerta y se acercó a abrazarla, mientras la saludaba con entusiasmo.—Rosa, te presento a nuestro equipo de mudanza —dijo, dando un paso hacia atrás—. Estos son Angelo y Gino —continuó, mientras señala a sus primos—. A Ugo y al señor Fioravanti, por supuesto, ya los conoces.Los ojos de Rosa se abrieron con sorpresa al posarse en el último mencionado. Era evidente que apenas se había dado cuenta de su presencia. Caterine podía imaginar las preguntas que pasaban por su mente. Ella misma no terminaba de entender por qué Corleone había decidido ayudarlas.Cuando Ugo le preguntó si podía venir con él, había considerado decirle que no, pero eso habría implicado dar explicaciones que no quería dar.—Evidentemente, ellos son el músculo, y nosotras el cerebro —bromeó, tratando de aligerar el ambiente. —Si tú eres el cerebro, entonces estamos perdidos —comentó Angelo con una sonrisa burlona.—Muy gracioso —replicó ella, sin dejar de sonreír—. Bueno, si qu
Corleone empezaba a ponerse nervioso, una sensación poco habitual para él. Estaba acostumbrado a lidiar con todo tipo de personas en los juzgados y mantenerse tranquilo, pero desde que Caterine irrumpió en su organizada y práctica vida, había empezado a actuar diferente.Habían pasado unos quince minutos desde que la dejaron a ella y a Rosa dentro del departamento, y ninguna había salido aún. La posibilidad de que algo le sucediera a Caterine lo inquietaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.—Ella tiene esto bajo control —dijo Angelo.Corleone giró la cabeza. Angelo estaba a su lado, apoyado contra el auto con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada al frente.No entendía cómo él había adivinado lo que estaba pensando. Estaba seguro de que no había dejado entrever ninguna emoción.—Caterine, quiero decir —aclaró Angelo—. Su padre la preparó para enfrentarse a todo tipo de idiotas. Podría darle una paliza al tipo de adentro antes de que él se diera cuenta de lo que está suc