Gino observó con admiración el interior del edificio de la empresa de Greta. Era como entrar en otra realidad.Los grandes ventanales dejaban paso a la luz del día que iluminaba el lugar. Los pisos de mármol y las paredes impecables relucían bajo el resplandor. Grandes pantallas ubicadas en algunos muros mostraban imágenes de paisajes urbanos que cambiaban constantemente. Una música suave, apenas perceptible, flotaba en el ambiente. Todo, en conjunto, transmitía modernidad y elegancia.Se detuvo frente al mostrador, donde una mujer lo recibió con una sonrisa educada.—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle? —preguntó la mujer amablemente.—Estoy buscando a la señorita Greta Vanucci.—¿Tiene una cita?—No, pero podría decirle que Gino Spinelli está aquí, por favor. Soy un amigo. Ella me recibirá —aseveró, aunque no estaba muy seguro de que fuera a ser cierto.—Por supuesto, deme un segundo.Gino asintió y se giró para observar a las personas que transitaban el vestíbulo. Todos parecían ll
Greta soltó una carcajada. No había dejado de reír desde que llegaron al restaurante gracias a las historias de Gino, una más divertida que la otra.—No puedo creer que los muchachos hicieran eso —dijo entre risas.—No le veo la gracia —replicó Gino, aunque la sonrisa en su rostro contradecía sus palabras.—Oh, vaya que sí fue divertido. Me habría encantado estar allí.—Lindura, ya me has visto desnudo antes —dijo Gino sin pensarlo demasiado.Greta sintió cómo sus mejillas se encendían y, de inmediato, se quedó en silencio. Tras unos segundos, bajó la mirada hacia su celular y revisó la hora.—Creo que ya es hora de irnos —murmuró, intentando recuperar el control. El comentario de Gino había desenterrado una serie de pensamientos e imágenes que había logrado mantener a raya hasta ese momento.¿Por qué era tan difícil olvidar que se habían acostado juntos?Probablemente, Gino pensaba que algo estaba mal con ella. Él había estado con muchas mujeres, y Greta no creía que, cuando se reenc
Greta miraba la televisión, aunque en realidad no estaba prestando atención. No podía dejar de pensar en la mentira que le había dicho a Gino. Ni siquiera sabía de dónde había salido. Había esperado que, al decirlo, él no intentara besarla otra vez, y por cómo había reaccionado tenía el presentimiento de que así sería.Había bastado una sola mirada a Gino para que todas las emociones confusas que creía olvidadas volvieran a surgir con fuerza y para que sus pensamientos se volvieran un caos. En cambio, había salido con Isaia un par de veces más desde su primera cita; de hecho, deberían haber salido esa noche también, pero había encontrado una excusa para cancelar. Y, aunque él le agradaba mucho y se llevaban muy bien, no le producía ninguna emoción.Después de estar horas dándole vuelta al asunto, tenía que aceptar que sus sentimientos por Gino iban más allá del deseo y no tenía sentido continuar negándolo.Y eso era un desastre, porque solo terminaría con el corazón roto. Esa era una
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no
Caterine cerró la puerta del despacho de Corleone con suavidad, aunque lo que realmente deseaba era darle un portazo tan fuerte que hiciera saltar a Corleone del susto. Aunque dudaba mucho que algo lograra asustar a un hombre como él.—Seguro que en la escuela los padres de sus compañeros usaban a Corleone para asustar a sus hijos —comentó con una pizca de sarcasmo—. “Si no te portas bien, vendrá Corleone por ti” —dijo, imitando una voz tétrica mientras movía los dedos frente a ella como una bruja sacada de una película de terror—. Probablemente funcionaba mejor que hablarles del l'uomo nero*.—¿Dijiste algo? —preguntó una voz detrás de ella.Caterine cerró los ojos y apretó los labios, maldiciendo en silencio su mala costumbre de expresar sus pensamientos en voz alta. Tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, solo para encontrarse con Rosa. De inmediato, esbozó una sonrisa amplia, tratando de no verse culpable.—Nada —mintió, sin dejar de sonreír—. Absolutamente nada.Los lab
Corleone dictó la sentencia sin dejar traslucir ninguna emoción, aunque en el fondo no estaba de acuerdo con ella. Estaba convencido de que la culpabilidad del acusado. Bastaba con observar su mirada cargada de odio y sadismo o la sonrisa vacía que nunca llegaba a sus ojos. Ni siquiera el falso llanto que había desplegado al rendir su testimonio, lo había logrado convencer de lo contrario.Sin embargo, por evidente que su culpabilidad fuera para él, no bastaba para castigarlo. El abogado de la víctima no había presentado pruebas sólidas, y la víctima no podía recordar todo lo sucedido la noche que había sido atacada en aquel callejón de camino a su casa. Para el abogado del acusado había sido tan fácil poner en duda el testimonio de la mujer. Corleone esperaba que el caso volviera a su sala, esta vez con la evidencia necesaria para poder castigar al culpable. Aunque sabía que la probabilidad no era alta. Muchas víctimas abandonaban la lucha al no obtener la justicia que esperaban.