Gino abrió los ojos, desorientado por un instante. No tardó en darse cuenta de la habitación en la que se encontraba no era la suya, sino la de… Greta. Habían llegado allí en algún momento de la noche después de que habían tenido sex0 en la sala.A su lado, escuchó una respiración pausada. Se giró con suavidad y vio a Greta. Dormía de costado, el cabello enredado le cubría parte del rostro. Gino alzó una mano y, con cuidado, le apartó el mechón, acomodándolo detrás de la oreja. No pudo evitar rozarle el rostro con la yema de los dedos, en una caricia breve.Se incorporó con cuidado para evitar despertarla. Recordó que la última vez que habían estado juntos ella había preparado el desayuno en su casa. Esta vez le tocaba a él devolver el gesto. Esperaba que ella durmiera un poco más; sin embargo, apenas posó los pies en el suelo, sintió movimiento a su espalda. Al volver la mirada, notó que Greta tenía los ojos abiertos.—Buenos días, dormilona —saludó con una sonrisa.—Buenos días, ¿qu
—Adelante —indicó Gino cuando escuchó que llamaban a su puerta. Esta se abrió y Bono entró a su despacho.Gino hizo a un lado los papeles que estaba revisando a un lado para prestarle atención. Las personas a menudo creían que dirigir un taller de mecánica era solo saber de autos, pero la realidad era distinta. A medida que su negocio ganaba reconocimiento, también aumentaban las responsabilidades administrativas, incluso cuando tenía un equipo que lo ayudaba con esos asuntos.—¿Qué sucede?—Llegaron los pedidos que estábamos esperando.Gino se puso de pie y se acercó a su amigo, quien le entregó una carpeta.—¿Y cómo estás? —preguntó Bono, sin rodeos, mientras salían de la oficina.—¿A qué viene esa pregunta?—Simple interés.—Estoy bien —dijo, mirándolo confundido.—¿Estás seguro? Porque los muchachos han empezado a creer que hay problemas con el negocio. Por supuesto, les dije que eso es absurdo. La lista de clientes no hace más que crecer y la sucursal está funcionando bastante bi
—Te dije que podía hacerlo en menos tiempo —dijo Caterine, satisfecha. Pero entonces, pareció procesar lo que acababa de oír—. ¡¿Qué tú hiciste qué?! ¡Gino Spinelli! ¿Es que acaso no podías mantener a tu pequeño amigo dentro de los pantalones?Su prima se puso de pie rápido y Gino, por puro instinto de supervivencia, se levantó también, listo para huir. La mirada de su prima en ese momento daba mucho miedo. No era un cobarde, pero Caterine estaba un poco loca y su padre la había entrenado bien. Podía no alcanzar a su barbilla, pero era peligrosa.—Las mujeres con las que he pasado la noche podrían dar testimonio de que no es para nada pequeño —bromeó, aunque se dio cuenta que fue un gravísimo error al ver como la expresión de su prima se endurecía más.Debería haberse quedado callado.—¡Ugh! ¡Eres un cerdo!Caterine se acercó a él y él salió de detrás de su escritorio antes de que ella lo atrapara. Su prima lo persiguió por la oficina, mientras él corría de un lado a otro.—Respira, p
—Lo siento, mamá —dijo Greta con tono suave—. Esta noche no podré. Te prometo que estaré allí el fin de semana.—Oh, cariño, de verdad deberías dejar de trabajar tanto —musitó su madre, sonando claramente preocupada—. Eres como la versión más joven y femenina de tu padre. Necesitas relajarte un poco.—En realidad, no es por trabajo que no podré asistir. Yo tengo… una cita esta noche.—¿Una cita? ¡No lo puedo creer! ¿Con quién? ¿Lo conozco? ¿Es alguien de la empresa?Greta soltó una carcajada al escuchar el entusiasmo desbordado de su madre.—No sé si lo conoces. Y no, no es de la empresa.—¿Estás segura de que no es un asesino en serio o un estafador?—Creo que sí. Caterine organizó todo, confió en que hizo las averiguaciones necesarias. Su amiga había insistido en que se reuniera con el conocido de Corleone hasta que Greta al fin aceptó. Era demasiado persistente cuando algo se le metía en la cabeza.—Entonces, esperaré que me cuentes todo después.—Está bien, mamá. Hablamos luego.
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado
Caterine se negó a permitir que aquel hombre arruinará su día, todavía convencida de que aquel día iba a ser perfecto. Recuperó su sonrisa, dejó el incidente en el pasado y salió de la cafetería.La corte estaba a solo una cuadra de distancia, así que no le tomó demasiado tiempo llegar hasta allí. De pie, frente a las imponentes puertas del edificio, se tomó unos segundos para contemplar su nuevo lugar de trabajo.Bajó la mirada para observar su atuendo y se alisó el vestido con las manos. Luego respiró profundo y, con un paso decidido, entró en el edificio. Una vez en el interior, su mirada recorrió el lugar por unos instantes antes de dirigirse al guardia de seguridad para pedir indicaciones—Buenos días —lo saludó, con una sonrisa amable—. Soy Caterine Vitale, la nueva auxiliar administrativa. ¿Dónde puedo encontrar al secretario Bianchi?—Señorita, buenos días —replicó el guardia—. El secretario me puso al tanto de que vendría. Solo tiene que continuar de frente, subir al tercer p
Caterine se mordió el labio inferior para evitar decir lo que pasaba por su mente en ese momento.«Es tu jefe», se repitió mentalmente, pero no estaba segura de cuánto tiempo más esa frase lograría detenerla. Siempre había tenido la costumbre de decir lo que pensaba. Y cuando alguien actuaba como un imbécil, no dudaba en hacérselo saber.—Señorita… —dijo Don Gruñón, mirándola con una ceja arqueada, como esperara una respuesta inmediata.Caterine se preguntó si, después de darle su nombre, él le pediría que saltara o rodara por el suelo como un cachorro bien entrenado.Su aprecio por el hombre, si es que alguna vez había existido alguno, estaba disminuyendo en picada. Aunque al principio le había parecido bastante atractivo, eso ya era parte del pasado. En su mente solo quedaban ideas muy creativas sobre cómo acabar con su vida.Dado su carácter dudaba mucho que alguien lo extrañara.—¿Señorita? —insistió Corleone, su tono impaciente.—Estoy segura de que ya me presenté antes, pero no
Caterine cerró la puerta del despacho de Corleone con suavidad, aunque lo que realmente deseaba era darle un portazo tan fuerte que hiciera saltar a Corleone del susto. Aunque dudaba mucho que algo lograra asustar a un hombre como él.—Seguro que en la escuela los padres de sus compañeros usaban a Corleone para asustar a sus hijos —comentó con una pizca de sarcasmo—. “Si no te portas bien, vendrá Corleone por ti” —dijo, imitando una voz tétrica mientras movía los dedos frente a ella como una bruja sacada de una película de terror—. Probablemente funcionaba mejor que hablarles del l'uomo nero*.—¿Dijiste algo? —preguntó una voz detrás de ella.Caterine cerró los ojos y apretó los labios, maldiciendo en silencio su mala costumbre de expresar sus pensamientos en voz alta. Tomó una respiración profunda y se dio la vuelta, solo para encontrarse con Rosa. De inmediato, esbozó una sonrisa amplia, tratando de no verse culpable.—Nada —mintió, sin dejar de sonreír—. Absolutamente nada.Los lab