Greta ingresó los últimos comandos en su consola de desarrollo para completar el módulo final de análisis. El sistema respondió con un mensaje de error. Soltó una maldición por lo bajo y volvió a teclear, decidida a resolverlo. Sus dedos volaron sobre el teclado con prisa, mientras buscaba donde se había equivocado. Cuando lo encontró, lo corrigió de inmediato y continuó desde allí.Tomó una respiración profunda y presionó una última tecla. Casi gritó de alegría cuando el sistema respondió correctamente. Dejó escapar un largo suspiro y se recostó en la silla, aliviada. Aún quedaban algunos ajustes menores, pero se preocuparía por ello más adelante. Abrió el panel de simulación para poner a prueba los nuevos cambios. En teoría, las gráficas debían cargarse con mayor velocidad, y los datos reorganizarse automáticamente según la prioridad de cada usuario. Además, había logrado una mejora significativa en el algoritmo de recomendaciones sostenibles. Las sugerencias a los clientes debían
Greta se bajó del auto y le dedicó una sonrisa amable a su conductor. Aquel hombre de mediana edad, de gesto sereno y mirada atenta, llevaba apenas un par de días trabajando para ella como conductor y guardaespaldas. Sin embargo, su presencia no le resultaba incómoda. Tal vez porque, a pesar de no haber tenido antes a alguien asignado exclusivamente a su seguridad, había crecido rodeada de personas a su servicio.La casa de sus padres estaba siempre llena de empleados que rondaban atentos a cada movimiento suyo, como si fuera incapaz de hacer algo por sí sola. Solo cuando se mudó por su cuenta —unos meses después de comenzar a trabajar para su padre— conoció por primera vez lo que significaba la verdadera privacidad.El guardaespaldas la acompañó hasta el interior del departamento. Tras una revisión rápida y meticulosa de ambas plantas, regresó a la sala, donde ella ya se había acomodado en el sofá. Después de un largo día solo quería relajarse un poco y quizás ver algún programa de t
Greta avanzó con seguridad hasta uno de los sofás vacíos y se acomodó en él, recogiendo las piernas. Sabía que Gino aún la observaba. Podía sentir el calor de su mirada como una caricia invisible deslizándose por su piel.Tal vez debería haber elegido algo más recatado para ponerse, pero lo cierto era que todo su repertorio de pijamas era igual de provocador… o incluso peor. Siempre había tenido una debilidad por la ropa que la hacía sentirse sexy, en especial cuando se trataban de prendas interiores y pijamas. Por otro lado, podría haberse colocado encima una bata o incluso un suéter para cubrirse. Pero su lado rebelde se había hecho cargo y la había impulsado a salir tal cual estaba.—Entonces, ¿qué decías sobre ese vino? —preguntó, intentando sonar casual.Gino no respondió de inmediato. La contempló en silencio durante unos segundos que se sintieron eternos. Greta no dejó que su mirada vacilara, sostuvo su mirada con seguridad, aunque por dentro era un lío. Sentía el corazón en la
Gino abrió los ojos, desorientado por un instante. No tardó en darse cuenta de la habitación en la que se encontraba no era la suya, sino la de… Greta. Habían llegado allí en algún momento de la noche después de que habían tenido sex0 en la sala.A su lado, escuchó una respiración pausada. Se giró con suavidad y vio a Greta. Dormía de costado, el cabello enredado le cubría parte del rostro. Gino alzó una mano y, con cuidado, le apartó el mechón, acomodándolo detrás de la oreja. No pudo evitar rozarle el rostro con la yema de los dedos, en una caricia breve.Se incorporó con cuidado para evitar despertarla. Recordó que la última vez que habían estado juntos ella había preparado el desayuno en su casa. Esta vez le tocaba a él devolver el gesto. Esperaba que ella durmiera un poco más; sin embargo, apenas posó los pies en el suelo, sintió movimiento a su espalda. Al volver la mirada, notó que Greta tenía los ojos abiertos.—Buenos días, dormilona —saludó con una sonrisa.—Buenos días, ¿qu
—Adelante —indicó Gino cuando escuchó que llamaban a su puerta. Esta se abrió y Bono entró a su despacho.Gino hizo a un lado los papeles que estaba revisando a un lado para prestarle atención. Las personas a menudo creían que dirigir un taller de mecánica era solo saber de autos, pero la realidad era distinta. A medida que su negocio ganaba reconocimiento, también aumentaban las responsabilidades administrativas, incluso cuando tenía un equipo que lo ayudaba con esos asuntos.—¿Qué sucede?—Llegaron los pedidos que estábamos esperando.Gino se puso de pie y se acercó a su amigo, quien le entregó una carpeta.—¿Y cómo estás? —preguntó Bono, sin rodeos, mientras salían de la oficina.—¿A qué viene esa pregunta?—Simple interés.—Estoy bien —dijo, mirándolo confundido.—¿Estás seguro? Porque los muchachos han empezado a creer que hay problemas con el negocio. Por supuesto, les dije que eso es absurdo. La lista de clientes no hace más que crecer y la sucursal está funcionando bastante bi
—Te dije que podía hacerlo en menos tiempo —dijo Caterine, satisfecha. Pero entonces, pareció procesar lo que acababa de oír—. ¡¿Qué tú hiciste qué?! ¡Gino Spinelli! ¿Es que acaso no podías mantener a tu pequeño amigo dentro de los pantalones?Su prima se puso de pie rápido y Gino, por puro instinto de supervivencia, se levantó también, listo para huir. La mirada de su prima en ese momento daba mucho miedo. No era un cobarde, pero Caterine estaba un poco loca y su padre la había entrenado bien. Podía no alcanzar a su barbilla, pero era peligrosa.—Las mujeres con las que he pasado la noche podrían dar testimonio de que no es para nada pequeño —bromeó, aunque se dio cuenta que fue un gravísimo error al ver como la expresión de su prima se endurecía más.Debería haberse quedado callado.—¡Ugh! ¡Eres un cerdo!Caterine se acercó a él y él salió de detrás de su escritorio antes de que ella lo atrapara. Su prima lo persiguió por la oficina, mientras él corría de un lado a otro.—Respira, p
—Lo siento, mamá —dijo Greta con tono suave—. Esta noche no podré. Te prometo que estaré allí el fin de semana.—Oh, cariño, de verdad deberías dejar de trabajar tanto —musitó su madre, sonando claramente preocupada—. Eres como la versión más joven y femenina de tu padre. Necesitas relajarte un poco.—En realidad, no es por trabajo que no podré asistir. Yo tengo… una cita esta noche.—¿Una cita? ¡No lo puedo creer! ¿Con quién? ¿Lo conozco? ¿Es alguien de la empresa?Greta soltó una carcajada al escuchar el entusiasmo desbordado de su madre.—No sé si lo conoces. Y no, no es de la empresa.—¿Estás segura de que no es un asesino en serio o un estafador?—Creo que sí. Caterine organizó todo, confió en que hizo las averiguaciones necesarias. Su amiga había insistido en que se reuniera con el conocido de Corleone hasta que Greta al fin aceptó. Era demasiado persistente cuando algo se le metía en la cabeza.—Entonces, esperaré que me cuentes todo después.—Está bien, mamá. Hablamos luego.
Caterine se inclinó sobre el mostrador de la cafetería, sus ojos recorrieron con deleite los postres perfectamente alineados tras el cristal. El estómago le rugió suavemente, y la boca se le hizo agua. No había mejor forma de empezar su día que con algo dulce.Era su primer día de trabajo en el tribunal, y la emoción se mezclaba con una pizca de nerviosismo. Para ella, el primer día marcaba el curso de lo que vendría después, y estaba decidida a que este inicio fuera perfecto.Caterine soltó un suspiro y una sonrisa se extendió por su rostro, mientras sus ojos se detenían en un delicioso sfogliatelle, cuya textura hojaldrada prometía ser tan crujiente como su aspecto. Casi podía imaginarse el sonido que haría cuando le diera el primer mordisco. Decidida, se acercó al hombre tras el mostrador e hizo su pedido.—Un sfogliatelle y un vaso mediano de Caramel Macchiato.El hombre ingresó su orden en su computadora, antes de pedirle a su ayudante que la preparara.Caterine se hizo a un lado