« Tiempo presente » Su voz se fue difuminando junto al sueño que empezaba a desaparecer con el despertar. —¡Mamá!, el tren se detuvo.—Las manitos cálidas de su pequeña la movieron con sutileza. —Kairon...—Termino de abrir los ojos. Apenada. Su niña la veía con curiosidad. —¿Por qué llamas a papá?. ¡Mami!.—La Ternura, entre mística y carmesí de su pequeña diabla se le notaba a pesar de tener sus poderes infernales ocultos bajo un sello. Le acaricio sus cachetes. —Te pareces mucho a él, mí princesa.—La atrajo hacia ella, con un beso lleno de ansiedad. —Siempre lloras cuando hablas de papá.—Comprendio que volvía a ponerse sentimental. Cambió seguido la postura, bloqueando su observación. —Bajemos.—Tomo la mano de su pequeña, con la otra el ligero bulto que llevo, con escasas pertenencias de la niña. Al bajar, su primera impresión fue la calidez del entorno. «Golden Land». Miro el letrero. Debía recordar ese nombre. Una parte de ella tenía sentimientos encontrados con el d
«9 años más tarde...»—Este es el señor Leóncio, a quien debes cuidar durante este mes. —La hermana Carmen, le mostró al hombre que yacía inmóvil sobre la elegante cama. Una pena, rodeado de tanta opulencia y no podía moverse. Ni hablar de sus rasgos exquisitos. Aunque no era muy conocedora del sexo opuesto, había visto muchos ejemplares en las revistas. Tenía toda una colección de ellos. Solía masturbarse todas las noches viendo fotos de chicos apuestos y observando videos porno. —Es un hombre muy apuesto, hermana.—Se le escapó ese halago. —No repares en ese hecho banal, Sol Grace. Recuerda que debes atenderlo como si fuera un bebé. Con ojos santos y mansedumbre. —La monja fue y acomodo la almohada del señor. Este ni pabilo, tenía los ojos abiertos, pero no hacía ningún movimiento.—Prometo, enorgullecerla hermana, no defraudarla en su voto de confianza.—Se que lo harás bien. Eres joven pero sensata. Por eso te elegí.—Era verdad, aunque era más disimulo. No tenía vocación de monj
Él, le tapó la boca, siguió entrando y saliendo de su coño, ahora humedecido por su cremoso fluido. Hasta que por fin la libero. —Vístete rápido. —Le hizo caso y se puso el hábito, sus bragas fueron lo último. Mientras lo hacía no dejaba de ver su enorme tronco, con venas marcadas, se volvió a saborear. ¡Toc, toc!. Tocó nuevamente, con mayor hiperactividad. —¡Abre la puerta de una buena vez, niña inútil!.—Maldita, así catalogaba a la mujer que los interrumpió. Leóncio fue más inteligente que ella, se acostó sobre la mancha de sangre. Antes de abrir la puerta, recogió su sostén. Lo escondio dentro de su medio fondo —¡Voy señora!. —Exclamó, fingiendo estar algo sofocada. Cuando por fin, le abrió, casi le hace caer por la fuerza del empujé. —¿Por qué le pusiste seguro a la puerta?.—No le podia decir que cumplía una fantasía erótica y que su hijo estaba más vigoroso que ella. —Lo ayudaba a ir al baño.—Casi se ríe, más al ver el desconcierto en el hombre.—Esta un poco del
Leóncio estaba casi inmóvil, que decir de su ropa rasgada, ese monstruo pertenecía a la especie más rastrera del Hades. Conocía bien su estirpe, igual el hecho de que era difícil que emergieran. Camino unos pasos para observarlo, si lo cargaba se delataría, no solo el guardaba un oscuro secreto. Ella también. —¡Oh mí León!, al parecer deberás esperar un minuto aquí, soy una débil monjita. No tengo las fuerzas suficientes para cargar un ejemplar como tú.—Acaricio su rostro. El mutismo se volvía apoderar de sus labios. Sospechó que en esos momentos no podía hablar realmente. La frustración en sus ojos felinos lo delataban. Se giró, el círculo no estaba lejos, se alejo de el para ir en búsqueda de la silla de rueda. Aprovecho para correr, al no ser observada. Debía ganar tiempo, el punto más oscuro estaba despejandose. Según el misterio que guardaba la honorable familia Badin, el no podía recibir el sol.
Se quedó sin fuerzas, el no parecía tener intenciones de parar. Hizo un camino de besos desde su pubis hasta llegar a su voluminosos pechos, tenía un sostén delicado. Lo destrozó, no le pareció bien por un lado, sus prendas eran limitadas. Esa molestia se le pasó, cuando tomo su pezón, a su León le gustaba chuparlo, había que verlo como lamía, cada uno. —Mamas muy rico, mi León. —Me gustan tus pechos, ¡uhh!. —Le paso la lengua varias veces, mientras habrías sus piernas. Con la clara intención de penetrarla. —¡Espera!, tu mamá puede salirte a buscar, si te encuentra aquí, sabrá que solo finges.—El sonrió, se derritió, esos ojos la tenían hechizada. Más su tono de voz que le resultaba tan seductor. —Si eres mía, nadie podrá tocarte, lo eres después que me hiciste tuyo.—Fue lo único que dijo. Con algo de hermetismo. Chupo de nuevo su pecho izquierdo, con más ferocidad, duro mucho jugueteando con él. —Me parece que no te amantaron mucho de pequeño mí León. —Este solo sonrió
Fue algo atrevida, lo había besado el día anterior. Antes de el decirle que solo pensaba besar por deseo propio a la mujer que llegara a enamorarlo. Se miro en el espejo, sintió lástima por ella misma. Tampoco comprendía ese sentimiento, aparte, una diabla como ella no venian a la tierra a crear vínculos, más bien solo estaban de paso como pequeños insectos. Experimentando la experiencia humana, gracias a que ocultaban su identidad. Ella entendía porqué estaba ahí. A diferencia de su hermana gemela Luna. Cargaban juntas un aparente karma contradictorio, Esta corrió con más suerte, nació como una bruja blanca, su pelo platinado era lo único que las diferenciaba, el mismo color del de su madre. Ella en cambio heredó el cabello oscuro, como el diablo de su padre. Miro la pequeña marca en su muñeca, era un pequeño sello para ocultar su linaje. Su madre se lo habia hecho antes de esfumarse. Siempre se lo recordó hasta el día que desapareció, eso siempre la protegería, si descubrían s
Leóncio Badin observaba desde el ventanal transparente de su habitación, la mujer que paseaba a su perro Vil, esté parecía muy agusto con ella, tanto como el lo había estado desde su llegada. Una monja atrevida, esa mañana, cuando llegó a su casa, lo había prácticamente violado, una fascinante posesión. Ya sabía que las monjas podían tener un líbido pecaminoso escondido debajo de su hábito. Todas las que lo habían cuidado por más de 10 años, habían de una u otra forma tocado su cuerpo, pero no a los extremos atrevidos de Sol. Ella llevaba ventajas, le aumento tanto el deseo que al final sucumbió y se vió enterrándose en su coño virgen. Incluso esa tarde había durado horas follandola. Sentía algo muy especial cuando la tenía piel con piel. Las fuerzas lo abordaban con un simple roce de esa hermosa criatura. Volvió a examinar sus facciones, eran perturbadoras, el rostro de un ángel, con cuerpo de diabla, sus curvas eran una locura y ni hablar de su delicioso coño, su interior era u
El señor Leóncio parecía afectado por su intención de parar el juego sexual entre ellos, oh más bien experimentar, ya había tenido el placer de disfrutarlo, no pensaba seguir, más sabiendolo un hombre casado. Se lo puso claro cuando la encaro una hora atrás. Aunque lo deseaba y se había comportado como una promiscua desde el día uno con el, respetaba el matrimonio. En la iglesia, especialmente en el concesionario, había sentido los llantos de muchas mujeres confesando las infidelidades de sus esposos. No sería la causa de las penas de esa señorita tan fina, llamada Brenda. Fue desafiante, camino en el pequeño espacio de la habitación, antes de salir. Respiro profundo mientras hacia rodar el pomo de la puerta, empujaba hacia el interior. Salió con prisa, ya habían pasado unos diez minutos después de su conversación, algo tensa. Después de bajar los escalones, fue directo a la cocina, agradeció que no había nadie. Tomo dos peras y las guardo en los bolsillos de su abrigo. Cua