Gabriel no podía explicarlo, pero aquel mal presentimiento lo hacía conducir más rápido por la carretera que subía a la cabaña. No había dejado sola a Marianne, se había asegurado de quedarse hasta que Stela estuviera con ella, y habían hablado hacía menos de media hora, pero aun así no estaba tranquilo.Intentó llamarla varias veces pero el teléfono lo mandaba directamente a buzón. Reed empezó a ponerse nervioso e hizo lo mismo con el número de Stela.—Maldición, Stela tampoco responde.Gabriel pisó con fuerza el acelerador, pero de repente frenó, señalando algo a un costado del camino. Faltaban como trescientos metros para llegar a la cabaña y había un sedán estacionado en medio de la nada.—¿Qué hace este auto aquí? —murmuró Gabriel antes de apresurarse a llegar a la casa.Sin embargo la escena que lo esperaba espantó a Reed tanto como a él.—¡Stela! —gritó Morgan bajándose de la camioneta y corriendo hacia ella mientras Gabriel sacaba el arma que tenía en la guantera.A pocos paso
Varias horas antes.Hacía varios días que el clima era bastante frío, pero cada vez que Marianne veía a su mejor amiga atravesar la puerta, el mundo simplemente se convertía en un lugar mejor. Stela era su hermana, más de lo que nunca lo había sido Asli, ella y Lucio eran las únicas personas a las que Marianne consideraba verdaderamente familia, así que era la primera a la que quería contarle sus planes. Sin embargo, tal como esperaba, no fue necesario. Apenas Stela vio las maletas abiertas sobre la cama, se dio cuenta.—¿Se van? —preguntó sorprendida.—Por eso te llamé —dijo Marianne sentándose con ella en el sofá—. ¿Te enteraste de lo de Astor?Su amiga asintió con preocupación.—¿Cadena perpetua, ah? Y sin posibilidad de apelación —murmuró Stela—. Esto va a ser un golpe duro para los Grey.Marianne miró a los ojos de Stela y su amiga vio el miedo que había en ellos.—Por eso tengo que irme. Gabriel solo fue a renunciar a la organización. Vamos a volver a Suiza —le contó Marianne.—
Marianne miró por el espacio de la puerta entreabierta y vio a Reed hablando con Max, que había venido a traerle algo de ropa. Los dos parecían muy preocupados, así que Marianne terminó de cambiarse la ropa del hospital por una de calle abrigada y salió de la habitación.—Sabes que el doctor no te ha dado de alta —murmuró Reed—. Me preocupa llevarte sin su consentimiento.—Tú eres doctor y vas a venir conmigo —respondió Marianne—. Confío en ti como médico más de lo que confío en nadie, pero voy a firmar el acta voluntaria y voy a salir de aquí a sacar a Gabriel de esto.Reed suspiró con resignación.—Está bien, ya sé que no te vas a dar por vencida, y que vas a hacer lo que quieres conmigo o sin mí… así que mejor conmigo.—¿Han dicho algo de Stela? —preguntó Marianne con angustia y Reed asintió.—Ya está estable, solo están esperando que despierte.—Gracias a dios —susurró la muchacha cerrando los ojos por un segundo—. Entonces nos vamos. ¿En qué comisaría tienen a Gabriel?— En la 85
Era una situación muy difícil, el Juez Sheffield lo sabía, pero también estaba bastante seguro de lo que debía hacer: pedirle a su mano derecha, el US Marshall de aquel juzgado en el que más confiaba, que lo ayudara a resolver aquello.El Juez Sheffield les pidió a todos que esperaran fuera de la oficina, luego activó la pantalla de su ordenador y marcó el número del capitán Norton. Era una llamada privada, de esas que no se registran en los archivos del juzgado, y tampoco requieren de testigos.—Tengo un problema, Norton —dijo Sheffield sin rodeos una vez que oyó la voz del otro hombre al otro lado de la línea—. Tengo un caso difícil, de esos que necesitan una investigación menos parcializada. Tengo dos declaraciones de culpabilidad y siento que ninguno de los dos que asume la culpa en realmente responsable de lo que sucedió, así que necesito que investigues este asunto con discreción.El Juez Sheffield había conocido a Norton cuando todavía era un simple detective de la policía y él
Reed sintió que toda su esperanza se desvanecía en aquel momento. Había pasado algo malo, algo muy malo con Stela... Cada momento que habían pasado juntos hizo eco en su cabeza mientras miraba a aquellas dos personas frente a él. Marianne lloraba sin control y Lucio parecía incapaz de articular palabra, pero en cuanto lo vio acercarse pareció recomponerse.—¿Qué... qué... sucedió? —preguntó Reed mientras caminaba hacia ellos tembloroso.Lucio se limpió las lágrimas y le alargó un brazo.—¡Stela está bien! —dijo y Reed sintió que se desmayaría, pero Marianne asintió con la cabeza y agregó:—Stela despertó. —Y aunque sus ojos también estaban llenos de lágrimas, sonreía—. Despertó hace unos minutos.Reed no podía creer lo que estaba escuchando, y por un momento pensó que tal vez estaba dormido y soñaba.—Al principio no sabíamos si estaba bien o mal, pero después de un rato supimos que iba a estar bien —aseguró Lucio.—El doctor dice que se recuperará por completo —sonrió Marianne.Reed
Gabriel se levantó de la cama en su celda cuando vio que el Marshall se acercaba para abrir el cerrojo de la puerta, sin embargo no se acercó, sino que esperó a que le dieran una orden.Un minuto después la figura regia y severa del Juez Sheffield atravesaba la reja y se sentaba en la camina con gesto cansado.—¿Su Señoría? —murmuró Gabriel sentándose a su lado.—No puedo decir que apruebe lo que hiciste... —murmuró el juez—, pero soy capaz de entenderlo. Los Marshall realizaron una investigación exhaustiva, el asesinato de Griselda Grey se declarará como legítima defensa a favor de Marianne.Gabriel sintió que volvía a respirar con alivio por primera vez en casi dos semanas, sin embargo la voz del juez fue acusadora cuando lo regañó.—¡Tú, sin embargo, cometiste perjurio! Y si yo no pensara como pienso, las cosas podrían haber salido muy mal para Marianne y para ti, así que ni creas que no vas a responder por eso —gruñó el juez y Gabriel pasó saliva, porque él estaba dispuesto a afro
Marianne sentía que la voz se le acababa mientras hablaba por aquel teléfono.—¿Qué? Pero... ¿cómo? —dijo Norton sorprendido.—No tengo ni idea, pero tienes que venir... por favor. Él no se encuentra bien y yo... no sé qué hacer.—¡Calma! Voy para allá ahora mismo, ¿están en casa?Marianne asintió aunque él no podía verla.—¡Claro que estamos en casa! ¿¡Dónde más vamos a estar, por dios!? Por favor, date prisa.Marianne colgó la llamada y se apresuró a echar en una bolsa algunas cosas que necesitaba, incluyendo el teléfono.Pocos minutos después Norton entraba como un huracán por aquella puerta, seguido de tres Marshall, y le bastó un solo vistazo para darse cuenta de que Marianne tenía razón para estar asustada.—Lo siento, capitán —dijo Norton—. Vamos a tener que llevarte al hospital.—¡Maldición! —gruñó Gabriel—. ¿Fue ella, verdad? —y todos sabían que se refería a Asli.—Todavía no lo sabemos —respondió Norton—. Vamos a rezar para que esto solo sea una intoxicación alimenticia grav
Gabriel se apresuró a llamar a varios de sus amigos, y pronto Reed, Stela, Lennox y Max estaban junto a ellos.—Bueno, lo primero es que hice una investigación importante sobre el talio con el que te envenenaron —dijo mirando a Gabriel—. Como dato curioso, el talio dejó de usarse en este país como veneno para ratas desde 1986, por la alta toxicidad que tiene. Así que cualquiera que lo haya usado, debe tener una reserva antigua, porque su uso en la actualidad es bastante controlado.—¿Para qué se usa exactamente? —preguntó Lennox.—Para fabricar dispositivos electrónicos, terminales, interruptores, semiconductores...—¡Espera, espera! —Max levantó un dedo y cerró los ojos, como si tratara de acordarse de algo—. Semiconductores... ¡leí eso en alguna parte! —le dieron unos minutos de silencio y Max fue intentando encadenar una idea con otra—. Cuando Marianne fue a esa fiesta de la recaudación de fondos, y se hizo todo el escándalo, yo logré escabullirme y descargar un montón de informaci