Sonaba la primera campanada de la gran catedral, cuyo estilo gótico se notaba aún a la distancia que me encontraba frente a la enorme plaza. Estaba anunciando las siete de la tarde en punto.
De repente, fue como si me sintiera dentro de una película. Porque por alguna extraña razón, sabía que estaba siendo observada.
Dirigí la mirada en cámara lenta hacia una pareja adulta, quienes corrían con cierta desesperación disimulada hacia la que supuse sería su casa, la cual en realidad por aquella actitud, pareció ser más bien algo así como su refugio.
Aquel pensamiento hizo que se me helara la espalda. No dejé avanzar dicho pensamiento y me centré en la idea de que había muchas cosas que aún no comprendíamos del todo. No había nada de lo cual alarmarse. Salvo del hecho de que mi melliza estuviera tardando tanto en averiguar sobre nuestro rumbo. Y por lo que pude ver, ella no lucía del todo contenta. De hecho, a la distancia podía ver perfectamente que estaba enfadada.
— Veo que alguien fue ignorada. — pensé en mi foro interno.
Fue extraño ver cómo aquel hombre, a quien mi hermana le pidió indicaciones, la ignorase como si tal cosa solo para continuar cerrando su local con cierto aire de frustración, a la vez que emitía alguna que otra rabieta debido a la hora que leía en su reloj.
Sonó la última campanada y mi hermana no daba el brazo a torcer. No se iría sin una respuesta. Aunque eso le costara mostrar sus puños (claro que no los aplicaría), pero eso me permitió saber que le tomaría un poco más de tiempo para volver a donde la esperaba sentada.
Me sorprendió el silencio que acontecía en la ciudad. Jamás se me hubiera ocurrido que se parecería tanto a nuestro pueblo, al menos en ése único aspecto.
Tanta soledad me hizo pensar en buscar en los alrededores, con la esperanza de encontrar a otros que también estuviesen en la misma situación.
La última campanada había sido potencialmente aturdidora, por lo que aún creía tener los oídos tapados para cuando dirigí la mirada hacia la parte central de la plaza.
Para mi sorpresa, sí había alguien allí. No se trataba más que de un niño pequeño, de unos ocho años aproximadamente. El pobre se refregaba los puños sobre los ojos, emitiendo un llanto en murmullos.
No podía quedarme ahí sin saber qué le sucedía. Quizás incluso podía ayudarlo en el caso de que se hubiera perdido, aunque, bueno; era más probable que fuese él quien nos terminara ayudando a nosotras.
Fui hasta el pequeño infante, pero él ni siquiera levantó la vista para saber quién era la extraña que se le acercó. Me arrimé a él y me puse de cuclillas para alcanzar su altura. Fue allí cuando le pregunté preocupada:
— ¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras? — traté de sonar lo más agradable que pude, pero el niño no se inmutó frente a mis preguntas, ni siquiera frente a mi tan próxima presencia.
El pequeño siguió refregándose los ojos con las manos una y otra vez. No parecía existir consuelo para su pequeña alma entristecida.
Sin embargo, sacó coraje y aun cuando era evidente que le costaba hablar, articuló algunas palabras.
— Lloro porque todos los de mi especie me odian. Todos en este mundo me odian. — rompió a llorar nuevamente.
Sus lágrimas y su voz quebrada temblándole en la garganta hicieron que mi corazón se me hiciera trizas, partiéndolo en miles de pedazos que jamás sabría cómo volver a unir.
Traté de encontrar palabras de aliento que lo animaran. Pero ninguna parecía ser de mucha utilidad. Aun así, debía decirle algo, por más mínimo que fuese con tal de que su llanto parara de una vez por todas.
— No digas eso — le pedí—. No entiendo por qué te dirían algo como eso. Pero estoy segura de que se equivocan. — al parecer, mis palabras tuvieron efecto sobre él, pues al menos había conseguido que dejara de limpiarse las lágrimas de los ojos.
El niño dirigió su mirada a un punto ciego en el horizonte y permaneció allí estupefacto. Su rostro se volvió gélido y frío como un glaciar. Ya no quedaba rastro alguno de aquel niño inocente que aparentaba ser en un principio.
— Es que…— su voz se tornó seria, pero la nota de tristeza seguía intacta en ella—. Ellos me odian porque es mi culpa que se convirtieran en lo que ahora son. Es por mí que tendrán que soportar el letargo eterno… tan eterno que con sólo pensarlo…— no necesitó terminar su frase, sabía que no lo entendería ni en sueños.
Fue entonces, que por primera vez, el pequeño me dirigió la mirada. Sus ojos carmesí me provocaron un grito inconsciente que tuve que retener en mi garganta. El pavor me llevó a aquella región de mí ser que nunca antes había sentido con tanto pesar. Aquella región oscura, a la cual me negué rotundamente a regresar durante toda mi infancia.
Sin embargo, allí estaba. Como un niño que por hacer una broma, toca el timbre de una casa y se olvida de salir corriendo.
Allí me hallaba, con la espada contra la pared.
Su mirada cautivó mis sentidos. Sentía millones de sensaciones y no sabía cómo expresarlas a todas juntas. ¿Cómo podría? Eran demasiadas, ¡demasiadas! Fue como si por un instante, la realidad y aquel mundo de pesadillas chocaran de una forma abismalmente espeluznante. Pero había más que sólo miedo. Aún seguía sintiendo culpa por aquel niño. Sus colmillos sobresaliendo de sus labios me dejaban completamente perpleja. Sabía que en alguna parte sentía comprensión y, por sobre todo, compasión. Seguí experimentando aquel remolino de emociones, pero sólo amagué a expresar mi enorme confusión dando unas zancadas hacia atrás.
Mi cuerpo se precipitó a temblar, así como mi corazón se decidió por trabajar el triple de su capacidad, sólo para cerciorarse de que si no era yo la que salía corriendo, entonces él tomaría la iniciativa.
Me di media vuelta y mis piernas estrenaron su estado físico en la ciudad. Fue una lástima que me estampara contra lo que pareció una pared. Y digo que se le parecía por el hecho de que tras caer de bruces al suelo, quedando atontada por el golpe, me encontré con la realidad de que aquella muralla no era más que una mujer.Si, una mujer que lucía verdaderamente seria. Aparentaba rondar en sus treinta, aunque tenía unas cuantas capas de maquillaje para disimular lo que serían unas terribles ojeras. Aun así, su figura delataba que quizás tuviera algunos años menos.Aquella mujer me estudió sólo unos segundos. Por un momento pensé en reprocharle tan tremenda descortesía, pero luego me percaté que no podía moverme, ni siquiera unos centímetros mientras ella me dirigía la mirada directamente.
El hecho de ver cada uno de mis recuerdos, me hicieron dar cuenta de un detalle que pasé por alto el último año. Es decir, lo sabía bien, pero al darlo por sentado, había olvidado lo que realmente era importante.Había traído a mi memoria el más importante de todos mis recuerdos, y ése era el de recordarme a mí misma feliz por mi vida. Sinceramente, habían pocas cosas de las que realmente me arrepintiera; razón por la cual me considero afortunada. Siempre hice lo que quería, en el buen sentido de la expresión. Nunca tuve ataduras cuando de sueños se tratasen. Pero muchas veces, también hice lo que debía hacer.Cada vez que pasaba un recuerdo por mi mente, al principio era una imagen bien nítida y definida, pero al pasar los segundos se volvían borrosas hasta el punto de difuminarse y desaparecer p
Pronto sobrevino el amanecer. Tocaron la puerta. Era el transporte que llevaría mi cuerpo inmóvil a la morgue.Pude ver sus puños cerrados con frustración y llenos de ira. Su mirada me confirmaba que sus pensamientos se centraban en un único deseo… la venganza.Levantó la vista en mi dirección, dándome la última ojeada. Sería un “hasta nunca”.Pero se limitó a secar sus lágrimas, claro que sin éxito. Tomó su mochila y su maleta, y simplemente me vio partir, siendo apartada de su lado sin poder hacer nada por evitarlo. Siendo arrancada de su vida para siempre…Una vez dentro de la camioneta, perdí la noción del tiempo. Perdí mi único remedio contra mi repentina amnesia. Y el hecho de oír las voces de unos extraños tan próximos a mí
Aquel muchacho me contemplaba atónito con sus profundos y brillantes ojos acaramelados. Su rostro estaba pálido y al parecer alguien había sujetado de su cuello con tanta fuerza que aún tenía la marca de los dedos de su atacante.Me llené de rabia al verme ideando el modo en que correría por mi garganta su dulce sangre. Seguramente sería como beber de una botella de vino recién sacada de su caja. La idea me estremeció por completo. ¿Cómo podía pensar de ese modo? El pobre lucía desorientado, casi en estado de shock.No podía soportarlo más. Debía hacer algo. Debía controlarme.—Luciano. — lo llamé con firmeza.—¿Hm? ¿Sucede algo?—Déjame a solas con él. — le ordené.—Lo dej&ea
Dejé mi maleta a un costado de la puerta, y descansé del peso de mi mochila dejándola sobre el escritorio.Contemplé en silencio mi nueva habitación.A través del ventanal pasaban los rayos de sol que iluminaban la sombría habitación de aquel complejo universitario, cuya infraestructura gótica ya no me parecía tan atractiva como cuando estaba con…Entonces, sobrevino un ataque de pánico. Sentí que me asfixiaba, pero no era más que el producto de mi propia garganta ahogando un grito de desesperación. Pensar en lo que tuve que pasar para sólo llegar a éste cuarto, me era tan difícil de soportar que apenas me lo podía creer. Y de no ser porque ella…Una vez más, esa horrible sensación de amargura jugando con los trozos partidos de mi alma…De no ser po
Allí me encontraba, sentada en el pasillo, aguardando la llegada del profesor. Tenía a mano algunas hojas en un intento de repasar para el examen que rendiríamos en menos de diez minutos. Aún no había llegado el profesor, pero todo el curso estaba dentro del aula hace ya más de quince minutos. No me mintieron con respecto al asunto de la puntualidad en éste lugar.Levanté la mirada en busca de un descanso para mis ojos. Si seguía mirando por más horas las pilas incontables de hojas, sabía que no me haría para nada bien.Entonces, descubrí que no era la única dando el repaso final a unos apuntes hecho a mano. Justo frente a mí, al otro lado del pasillo que daba a los barandales que nos protegían de caer del tercer piso del edificio, había un sujeto que había visto un par de veces atrás.Me p
—Hola…— saludó mostrando amabilidad mientras se aparecía de la nada por la puerta de la habitación, la cual había dejado entreabierta yo misma.La miré de reojo, analizando qué era y después de una inspección minuciosa y rápida, donde mi mirada gélida había resultado incómoda para ella, descarté que fuese un chupasangre y finalmente dije:—¿Quién eres?—Soy tu vecina, pasaba a presentarme. Soy Elizabeth, pero casi todos me llaman Ely. Te aviso porque el sobrenombre Liza no me gusta tanto como el de Ely.Quedé perpleja por unos segundos, era la primera conversación decente y agradable que tenía desde que había llegado a Cielo Azul. Y pensar que la última vez que había hablado sobre temas tan triviales como el de un nombre
Ya no importaba la medicina, ahora me resultaba indispensable saber todo lo relacionado al pasado de esta ciudad y del mundo entero. Si estas criaturas existían, entonces quería saber desde cuándo y cómo fue que llegaron a este lugar.Quería saberlo todo, si hicieron pactos con demonios o brujas, cómo nacían, cómo morían, si existían otros seres como ellos. Y por sobre todo, quería saber cómo exterminarlos. Seguramente, a lo largo del tiempo habrían intentado matarlos de distintas formas… yo encontraría el modo de cobrar mi venganza a como dé lugar.—Ely… ¿Qué estudias? — traté de no ser descortés y le devolví la pregunta.—Medicina, ya estoy en tercer año. — dijo sonriente.Me alegré por ella, al menos alguien cu