Aquel muchacho me contemplaba atónito con sus profundos y brillantes ojos acaramelados. Su rostro estaba pálido y al parecer alguien había sujetado de su cuello con tanta fuerza que aún tenía la marca de los dedos de su atacante.
Me llené de rabia al verme ideando el modo en que correría por mi garganta su dulce sangre. Seguramente sería como beber de una botella de vino recién sacada de su caja. La idea me estremeció por completo. ¿Cómo podía pensar de ese modo? El pobre lucía desorientado, casi en estado de shock.
No podía soportarlo más. Debía hacer algo. Debía controlarme.
— Luciano. — lo llamé con firmeza.
— ¿Hm? ¿Sucede algo?
— Déjame a solas con él. — le ordené.
— Lo dejé sólo para ti. No tienes que preocuparte por…— añadió pero me vi obligada a interrumpirlo de inmediato.
— Déjanos solos. — imperé ya sin rodeos.
Me sorprendí de lo áspera que sonó mi petición. Jamás hubiera creído poder ser tan dura con él. Incluso él se sorprendió al principio, pero la potencia de mi voz hizo que no tuviera más opción que acceder al pedido. Sin embargo, creí que lo que más lo impactó fue el hecho de no ser capaz de negarse a mi orden. Al parecer… tenía cierto poder sobre él…
Como si le hubieran apuñalado por la espalda, rebanó con la mirada a aquel otro muchacho allí presente en la sala, cuyo corazón palpitaba con rapidez. Luciano se marchó cerrando la puerta a su paso en completa calma, como si nada hubiese pasado.
— ¡Lo logré! Logré hacer que la distancia entre Luciano y yo fuese aún más larga y soportable…— recuerdo que fue lo que pensé en aquel entonces, aunque no creía que lo segundo se estuviera cumpliendo realmente.
Aun así, luego de que escuchara cómo la puerta se cerraba, dirigí mi atención a aquel rejunte de ruidos que provenían de aquel joven de ojos color miel. El pobre aún permanecía en el suelo, era exquisito el sólo verlo. Para explicarlo más apropiadamente, quizás deba compararlo con tu plato favorito, servido en bandeja de plata, esperando a por ti.
— ¡No! ¡Contrólate! Debes lograrlo si no quieres asustarlo. — me repetí a mí misma. Pero eso era más fácil decirlo que hacerlo.
Mi mirada se llenó de asco y lo vi a través de los ojos del muchacho que me miraba directamente a la cara.
Deduje que aquel rejunte de sonidos molestos no eran más que los latidos de su corazón. Por lo que tuve que hacer un esfuerzo mayor y ponerle una traba en la puerta donde dejé aprisionadas a mis instintos que me pedían a gritos comenzar a succionar su yugular.
Di el primer paso, y después de éste los otros cinco fueron aún más difíciles que el primero.
Entonces, cuando me agaché para alcanzar la altura de su rostro, me sentí terriblemente culpable por ser la causa de su agobio. Esa mezcla extraña y confundida de dolor, tristeza, nostalgia, terror, amargura y por sobre de mucho miedo.
Asomé mi mano a su cuello y cuando iba en el trayecto, el joven en un acto reflejo desvió el rostro a un costado, sin percatarse que al hacerlo dejó su cuello perfectamente expuesto.
Toda una serie de imágenes atravesaron por mi mente. Al parecer esos eran mis instintos hablándome sobre mi propia naturaleza. Pero aquello era demasiado para mí. Al menos para ése momento sí lo era. No podía hacerlo… no podía…
— No contigo. — dije en voz alta, sin darme cuenta de que pasé mis pensamientos al habla.
Estaba más ocupada estudiando las heridas de su cuello. No eran profundas, en algunas semanas sólo sería una leve cicatriz. Aun así, el simple hecho de verlo herido me provocaba una ira incontenible. Tendría mucho de qué hablar con Luciano cuando pasara por esa puerta.
El muchacho al oír mi voz, abrió sus ojos como platos.
— Oye… Lamento esto. —dije tras sincronizar mis pensamientos y mi voz.
— …. — el no dijo nada, más el hecho de que me dirigiera la mirada ya era todo un logro.
— No puedo hacerte daño. — resolví finalmente.
— ¿Por qué no? Está en tu naturaleza. — indagó molesto haciendo que me preguntara por qué rayos osaba tentar así de mi autocontrol. Sin embargo, aún buscaba la verdadera razón por la que no podía hacerle daño.
— ¿Sabes algo? Al parecer sí está en mi naturaleza… pero eres diferente, al menos para mí. Eres alguien a quien hubiera apreciado mucho como…
— ¿Humana? — aventuró a completar mi frase al ver que no podía hacerlo por mí misma.
— (Pensamientos) ¿Humana? ¿Eso era él? ¿Era un humano?... — no tardé en responderle y continué diciéndoles: —. Así es… Te hubiera querido mucho como “humana”. — concluí.
— …. — ambos permanecimos en silencio un largo instante.
— Debo irme. — advertí levantándome del suelo para dirigirme luego a la salida.
— Al parecer… aún sigues haciéndolo…— acotó pensativo.
— No… sólo han quedado las migajas suficientes como para salvarte el pellejo… Lo siento. — contesté con sinceridad mientras leí en un instante su etiqueta de identificación, al parecer su nombre era Hernán.
— No me quejo… Gracias. — su agradecimiento fue honesto, incluso esa chispa de su personalidad despertó mi curiosidad.
— …— permanecí en silencio, solo faltaba abrir la puerta e irme, y ya todo quedaría atrás. Nada de lo que había dicho era falso. En verdad sentía un aprecio incalculable por aquel muchacho… aunque no tenía ni la menor idea del motivo… sólo fue la misma sensación que tuve cuando vi a Luciano por primera vez, hacía no más que unos momentos. Aunque claro, menos exponencial.
Supuse que era por algo especial… pero obviamente tardaría algún tiempo en descubrirlo.
Lo contemplé en silencio una última vez. Él también me observaba titubeante ante la idea de sobrevivir a nuestro encuentro.
Pero su corazón volvió a un ritmo más relajado una vez que me marché y cerré la puerta tras de mí.
— Aún escucho sus latidos. — acotó Luciano mostrándose molesto.
— Y seguirá así por mucho tiempo más. — aclaré rigurosa.
— ¿De qué hablas? ¿Te traigo comida y te haces amiga de ella? Creo que no entiendes el concepto de desayuno. — me reprochó.
— No lo entiendes. —declaré.
— Iré yo mismo, acabaré con él y sólo tomarás su…
— Nunca más te atrevas a tocarlo. Jamás volverás a ponerle una mano encima. ¿Entendiste bien? — mi voz era la de un jefe hacia su empleado. La de una Reina a su súbdito.
Me sentí miserable de tratarlo de ése modo.
Sin embargo, de nuevo parecía que mis palabras surtían efecto sobre él de una manera que se acercaba a la obediencia absoluta. El efecto de dominancia que gobernaba entre un ser dominante sobre un subordinado.
¿A caso él me vería de ese modo?
— No permitiré que sufra ningún daño. Te lo prometo. — me dijo solemnemente. Él nunca me mentiría, jamás lo haría, por ello confié en sus palabras.
Nuevamente sentí que las cosas dejaban de ser tan agitadas y todo volvía a su lugar. Por lo que me atreví a pedirle si podíamos salir de inmediato de ése lugar.
— Quizás querías mostrarme la ciudad, antes de que yo hiciera de tu día una locura. — le dije calmando los aires.
— …Tu “noche” —me corrigió con una sonrisa envolviéndole el rostro y continuó diciendo—. Y me encantaría que conocieras nuestra ciudad, aprovechando todo el tiempo que nos queda de ella. Más tarde conocerás nuestro hogar. Seguramente te agradará. — comenzamos a caminar y a parlotear, olvidando toda la tensión atravesada momentos antes.
No me permitiría ponerlo de nuevo en una situación como la de ése día. El no sería el dominado, porque mi idea más bien, se orientaba en cierta forma retorcida y aún oculta entre mis pensamientos, en que ambos fuésemos los dominantes en aquellas tierras que ante mis ojos eran toda una novedad.
Dejé mi maleta a un costado de la puerta, y descansé del peso de mi mochila dejándola sobre el escritorio.Contemplé en silencio mi nueva habitación.A través del ventanal pasaban los rayos de sol que iluminaban la sombría habitación de aquel complejo universitario, cuya infraestructura gótica ya no me parecía tan atractiva como cuando estaba con…Entonces, sobrevino un ataque de pánico. Sentí que me asfixiaba, pero no era más que el producto de mi propia garganta ahogando un grito de desesperación. Pensar en lo que tuve que pasar para sólo llegar a éste cuarto, me era tan difícil de soportar que apenas me lo podía creer. Y de no ser porque ella…Una vez más, esa horrible sensación de amargura jugando con los trozos partidos de mi alma…De no ser po
Allí me encontraba, sentada en el pasillo, aguardando la llegada del profesor. Tenía a mano algunas hojas en un intento de repasar para el examen que rendiríamos en menos de diez minutos. Aún no había llegado el profesor, pero todo el curso estaba dentro del aula hace ya más de quince minutos. No me mintieron con respecto al asunto de la puntualidad en éste lugar.Levanté la mirada en busca de un descanso para mis ojos. Si seguía mirando por más horas las pilas incontables de hojas, sabía que no me haría para nada bien.Entonces, descubrí que no era la única dando el repaso final a unos apuntes hecho a mano. Justo frente a mí, al otro lado del pasillo que daba a los barandales que nos protegían de caer del tercer piso del edificio, había un sujeto que había visto un par de veces atrás.Me p
—Hola…— saludó mostrando amabilidad mientras se aparecía de la nada por la puerta de la habitación, la cual había dejado entreabierta yo misma.La miré de reojo, analizando qué era y después de una inspección minuciosa y rápida, donde mi mirada gélida había resultado incómoda para ella, descarté que fuese un chupasangre y finalmente dije:—¿Quién eres?—Soy tu vecina, pasaba a presentarme. Soy Elizabeth, pero casi todos me llaman Ely. Te aviso porque el sobrenombre Liza no me gusta tanto como el de Ely.Quedé perpleja por unos segundos, era la primera conversación decente y agradable que tenía desde que había llegado a Cielo Azul. Y pensar que la última vez que había hablado sobre temas tan triviales como el de un nombre
Ya no importaba la medicina, ahora me resultaba indispensable saber todo lo relacionado al pasado de esta ciudad y del mundo entero. Si estas criaturas existían, entonces quería saber desde cuándo y cómo fue que llegaron a este lugar.Quería saberlo todo, si hicieron pactos con demonios o brujas, cómo nacían, cómo morían, si existían otros seres como ellos. Y por sobre todo, quería saber cómo exterminarlos. Seguramente, a lo largo del tiempo habrían intentado matarlos de distintas formas… yo encontraría el modo de cobrar mi venganza a como dé lugar.—Ely… ¿Qué estudias? — traté de no ser descortés y le devolví la pregunta.—Medicina, ya estoy en tercer año. — dijo sonriente.Me alegré por ella, al menos alguien cu
Escuchamos unos pasos medio apresurados a través del pasillo lateral.—Deberíamos ir a presentarnos…— dijo Ada, pero por alguna razón su voz se escuchó lejana y por demás distante.Mi concentración estaba puesta en otro lado. Mis ojos se perdían en los últimos rayos de sol que se colaban por la ventana.Se acercaba la hora del toque de queda… un día más sin que pudiera verme al espejo sin que me desarmara entre lágrimas.—Vas a estar bien. — me animó Ely al ver mi rostro frío y carente de expresión.Me volví hacia ella y asentí. Ada ya nos esperaba en la puerta para partir al encuentro de nuestros nuevos vecinos.—Ah… eres tu Esteban. No sabía que también estarías aquí.—Estoy
—¿Peligroso? ¿Por qué sería peligroso? — replicó ella.—Por ellos…— le señalé con la mirada y su inquietud hizo que saliera disparando hacia la cornisa desde la cual me encontraba observando la ciudad.—¿Quiénes? — quiso saber y cuando miró, el horror le bañó la expresión. Su rostro se volvió tan pálido y blanco como el de un papel, similar a Ely cuando supo que Ada no estaba al tanto del toque de queda.—¡¿Qué rayos está haciendo ese tipo con esa mujer?! La dejó ahí tirada… ¡Tirada! Esta… Él la…—Son chupasangres… por eso no puedes salir, Ada. — le dije indiferente, sin medir mis palabras.—¿Chupasangres? — r
Segundos previos a que pudiera tomar el cuello de mi amiga, retuve su mano sin ningún tipo de inconveniente. No le agradó para nada que una humana pudiera retenerle la mano con el solo hecho de aprisionar su muñeca. El temor que había dejado paralizada a Ely, no provocaba ningún efecto sobre mí y, gracias a eso, podía defendernos a ambas casi sin problemas. La joven que los acompañaba, se mostró disgustada con las circunstancias y no dudó en relucir sus colmillos para defender a su aliado. Su cabello morocho, largo y ondulado prácticamente ocultaba sus ojos verdes detrás de un flequillo cuidadosamente peinado. —Veo que ya están todos reunidos— interrumpió una voz adulta. Un hombre que no llegaba ni a los treinta años, probablemente rondaba en sus veintiocho, aunque no podía afirmarlo a ciencia cierta. —. Elizabeth, podrías venir aquí un minuto, tengo algunos papeles que deberás firmar para mañana. — la
Tras la bienvenida del Sr. Tiunf, nos quedamos cenando en el gran comedor. Pero la verdad era que aún no sobrellevaba bien el tema de actuar con naturalidad en presencia de aquellas sanguijuelas.Los chupasangres bebieron sus copas de sangre mientras que Hernán y Esteban, que fueron los últimos en llegar, repitieron su ración y siguieron cenando como si el hecho de ver a loschupasangresno les causara ninguna clase de incomodidad.—No deben preocuparse por ellos— les comentó Esteban a las chicas, quienes aún parecían algo sensibles con el tema. Mientras me veía partir por las puertas del comedor, añadió: —. No se meterán con ustedes si no se meten con ellos.—Además, ellos siempre nos ignoran. Actúen igual y se terminarán acostumbrando. Ellos saben muy bien que no nos p