Una brisa carismática se escabulló por la ventana y refrescó mis mejillas, logrando con ello un efecto renovador para mi rostro.
Había sido un largo viaje y más aún si le sumábamos los nervios de no conocer con certeza nuestro destino y de haber abandonado todo lo que conocíamos (desde nuestro hogar, amigos y aquella e inigualable sensación de saber con certeza lo que sucedía o lo que pudiera llegar a suceder).
Toda aquella seguridad a cambio de cumplir el sueño universitario. Era ambicioso por parte nuestra. Es decir, nuestros amigos nunca se atrevieron ni siquiera a pensarlo. No era muy común que al terminar la secundaria se pensara en la universidad. No al menos en un pueblo donde el simple hecho de graduarte del secundario era un pasaporte directo para conseguir un trabajo rentable.
Sin embargo, mi hermana y yo sabíamos que debíamos ir por más. Era una de esas cosas que uno simplemente lo siente así, y sólo sabes que debes intentarlo. Era nuestro desafío y lo habíamos aceptado desde hacía un buen rato.
Fue por ello que no dudamos en hacer nuestras maletas tan pronto como llegó la hora de partir. Ansiosas por haber aceptado el reto, nos paramos en la línea que marcaba los límites de nuestro bello pueblo con el resto del mundo. Contemplamos el desafío. Sería una gran montaña a escalar. Pero nos habíamos preparado toda la vida para esto. Fue puro instinto lo que nos impulsó a dar el primer paso. El resto, fue por pura decisión.
Fue a través de las mismas ventanillas que vimos cómo nos alejábamos de nuestro hogar y de todo lo que conocíamos. Para acercarnos a aquella ciudad que sería nuestro nuevo hogar.
Habíamos visto algunas revistas con fotografías de ésa ciudad y tan pronto las contemplamos, nos fascinó con su estilo gótico totalmente novedoso para nosotras. Claro que nos sorprendió de que no exagerara en nada el artículo cuando decía que “Desde la entrada, junto con las enormes gárgolas cumpliendo su deber de guardianes, hasta las profundidades de las calles de la ciudad, podrás encontrarte con detalles enigmáticos en cada rincón, edificación, así como en cada recoveco encontrarás un enigma deseoso por ser resuelto.”
Pese a que circulábamos en un colectivo, pudimos contemplar algunos de los tantos detalles que las gárgolas presentaban. Eran dos dragones imponentes, cuyas alas terminaban por unirse, actuando a modo de portal para entrar a la ciudad. Por debajo de aquel par de bestias aladas, fue como terminamos por entrar a la ciudad más detallista del mundo: Cielo Azul.
El chofer nos advirtió que haría su última parada, por lo que terminamos despidiéndonos de él, era una buena persona. Fue muy agradable con nosotras, aunque por algún motivo, lucía algo inquieto, como si su reloj estuviese ahorcándolo con la hora. No nos llamó la atención, seguramente tendría otros recorridos que hacer y a los que llegar a tiempo.
Bajamos de un salto el último peldaño de las escaleras del colectivo. La brisa húmeda hizo garabatos con nuestros cabellos. Podíamos sentir que la adrenalina comenzaba a fluir por nuestras venas. Pisábamos nuestro campo de batalla, a partir de ahora, nada podía hacer que nos retractáramos de nuestra decisión. Olíamos el desafío. La ciudad se preparaba para nuestra llegada y nosotros también lo habíamos hecho.
— Próximo destino…
— La universidad.
Concluimos saboreando cada palabra de nuestro nuevo reto.
Comenzamos a caminar por las veredas de la que ahora sería nuestra ciudad. Procuramos recordar los nombres de las calles, pero fue una tarea bastante difícil, ya que eran nombres tan antiguos y confusos, que incluso no estábamos seguras de que se trataran de algún prócer del que estuviéramos al tanto. Pero… ¿Quiénes éramos para juzgar? Así que seguimos caminando, intentando por todos los medios leer el mapa que mi hermana luchaba por descifrar. Nos fue guiando pero era arduo distinguir entre si nos estaba guiando o si sólo estaba dispuesto a hacernos dar más vueltas solo para hacernos perder.
Terminamos llegando a la plaza principal, que según el mapa, era el complejo a donde queríamos llegar.
Decidimos que lo mejor sería averiguar por otros medios qué dirección tomar para llegar a la universidad, pues allí nos asignarían una habitación en el complejo universitario, así como también las tareas adicionales que deberíamos cumplir para costear los gastos y los víveres, así como los libros que deberíamos comprar, incluyendo a su vez, algunas prendas nuevas para nuestro guardarropa; ya que veníamos de un pueblo demasiado frío y el clima de Cielo Azul era más bien cálido, por lo que no veníamos bien preparadas para eso.
Mi hermana fue quien se encargó de pedir indicaciones, por lo que terminó por entrar a una confitería para averiguar cómo llegar al lugar en cuestión.
Dejé nuestras maletas apoyadas en el suelo. Teníamos una carga bastante ligera. Cada una llevaba una mochila de tela y su propia maleta. Y aunque fuese una locura, eso era todo lo que teníamos. Éramos un par de forasteras enfrentándose al resto del mundo.
Aquella última frase me robó una sonrisa. Era gracioso pensar de ése modo. Siempre hablábamos así cuando pensábamos en grande. Después de todo, una vez pensamos de ése modo chistoso acerca de éste momento, nuestro primer encuentro con la ciudad, y fue siempre ése mismo pensamiento el que terminó impulsándonos para que hoy estuviéramos allí.
Eché un vistazo a la plaza y al resto del epicentro de la ciudad. Era llamativo ver que el movimiento fuera prácticamente nulo. De hecho, no había personas por ninguna parte. Traté de verificar si no había alguna clase de corte de tránsito o algo por el estilo, pero todo parecía estar bien. No había manifestaciones ni nada que se le pareciera como para cortar la circulación vehicular.
Entonces, un potente y alarmador sonido hizo que todo mi ser se estremeciera por completo.
Sonaba la primera campanada de la gran catedral, cuyo estilo gótico se notaba aún a la distancia que me encontraba frente a la enorme plaza. Estaba anunciando las siete de la tarde en punto.De repente, fue como si me sintiera dentro de una película. Porque por alguna extraña razón, sabía que estaba siendo observada.Dirigí la mirada en cámara lenta hacia una pareja adulta, quienes corrían con cierta desesperación disimulada hacia la que supuse sería su casa, la cual en realidad por aquella actitud, pareció ser más bien algo así como su refugio.Aquel pensamiento hizo que se me helara la espalda. No dejé avanzar dicho pensamiento y me centré en la idea de que había muchas cosas que aún no comprendíamos del todo. No había nada de lo cual alarmarse. Salvo del hecho de que mi melliza es
Me di media vuelta y mis piernas estrenaron su estado físico en la ciudad. Fue una lástima que me estampara contra lo que pareció una pared. Y digo que se le parecía por el hecho de que tras caer de bruces al suelo, quedando atontada por el golpe, me encontré con la realidad de que aquella muralla no era más que una mujer.Si, una mujer que lucía verdaderamente seria. Aparentaba rondar en sus treinta, aunque tenía unas cuantas capas de maquillaje para disimular lo que serían unas terribles ojeras. Aun así, su figura delataba que quizás tuviera algunos años menos.Aquella mujer me estudió sólo unos segundos. Por un momento pensé en reprocharle tan tremenda descortesía, pero luego me percaté que no podía moverme, ni siquiera unos centímetros mientras ella me dirigía la mirada directamente.
El hecho de ver cada uno de mis recuerdos, me hicieron dar cuenta de un detalle que pasé por alto el último año. Es decir, lo sabía bien, pero al darlo por sentado, había olvidado lo que realmente era importante.Había traído a mi memoria el más importante de todos mis recuerdos, y ése era el de recordarme a mí misma feliz por mi vida. Sinceramente, habían pocas cosas de las que realmente me arrepintiera; razón por la cual me considero afortunada. Siempre hice lo que quería, en el buen sentido de la expresión. Nunca tuve ataduras cuando de sueños se tratasen. Pero muchas veces, también hice lo que debía hacer.Cada vez que pasaba un recuerdo por mi mente, al principio era una imagen bien nítida y definida, pero al pasar los segundos se volvían borrosas hasta el punto de difuminarse y desaparecer p
Pronto sobrevino el amanecer. Tocaron la puerta. Era el transporte que llevaría mi cuerpo inmóvil a la morgue.Pude ver sus puños cerrados con frustración y llenos de ira. Su mirada me confirmaba que sus pensamientos se centraban en un único deseo… la venganza.Levantó la vista en mi dirección, dándome la última ojeada. Sería un “hasta nunca”.Pero se limitó a secar sus lágrimas, claro que sin éxito. Tomó su mochila y su maleta, y simplemente me vio partir, siendo apartada de su lado sin poder hacer nada por evitarlo. Siendo arrancada de su vida para siempre…Una vez dentro de la camioneta, perdí la noción del tiempo. Perdí mi único remedio contra mi repentina amnesia. Y el hecho de oír las voces de unos extraños tan próximos a mí
Aquel muchacho me contemplaba atónito con sus profundos y brillantes ojos acaramelados. Su rostro estaba pálido y al parecer alguien había sujetado de su cuello con tanta fuerza que aún tenía la marca de los dedos de su atacante.Me llené de rabia al verme ideando el modo en que correría por mi garganta su dulce sangre. Seguramente sería como beber de una botella de vino recién sacada de su caja. La idea me estremeció por completo. ¿Cómo podía pensar de ese modo? El pobre lucía desorientado, casi en estado de shock.No podía soportarlo más. Debía hacer algo. Debía controlarme.—Luciano. — lo llamé con firmeza.—¿Hm? ¿Sucede algo?—Déjame a solas con él. — le ordené.—Lo dej&ea
Dejé mi maleta a un costado de la puerta, y descansé del peso de mi mochila dejándola sobre el escritorio.Contemplé en silencio mi nueva habitación.A través del ventanal pasaban los rayos de sol que iluminaban la sombría habitación de aquel complejo universitario, cuya infraestructura gótica ya no me parecía tan atractiva como cuando estaba con…Entonces, sobrevino un ataque de pánico. Sentí que me asfixiaba, pero no era más que el producto de mi propia garganta ahogando un grito de desesperación. Pensar en lo que tuve que pasar para sólo llegar a éste cuarto, me era tan difícil de soportar que apenas me lo podía creer. Y de no ser porque ella…Una vez más, esa horrible sensación de amargura jugando con los trozos partidos de mi alma…De no ser po
Allí me encontraba, sentada en el pasillo, aguardando la llegada del profesor. Tenía a mano algunas hojas en un intento de repasar para el examen que rendiríamos en menos de diez minutos. Aún no había llegado el profesor, pero todo el curso estaba dentro del aula hace ya más de quince minutos. No me mintieron con respecto al asunto de la puntualidad en éste lugar.Levanté la mirada en busca de un descanso para mis ojos. Si seguía mirando por más horas las pilas incontables de hojas, sabía que no me haría para nada bien.Entonces, descubrí que no era la única dando el repaso final a unos apuntes hecho a mano. Justo frente a mí, al otro lado del pasillo que daba a los barandales que nos protegían de caer del tercer piso del edificio, había un sujeto que había visto un par de veces atrás.Me p
—Hola…— saludó mostrando amabilidad mientras se aparecía de la nada por la puerta de la habitación, la cual había dejado entreabierta yo misma.La miré de reojo, analizando qué era y después de una inspección minuciosa y rápida, donde mi mirada gélida había resultado incómoda para ella, descarté que fuese un chupasangre y finalmente dije:—¿Quién eres?—Soy tu vecina, pasaba a presentarme. Soy Elizabeth, pero casi todos me llaman Ely. Te aviso porque el sobrenombre Liza no me gusta tanto como el de Ely.Quedé perpleja por unos segundos, era la primera conversación decente y agradable que tenía desde que había llegado a Cielo Azul. Y pensar que la última vez que había hablado sobre temas tan triviales como el de un nombre