Capítulo 83
A pesar de todo, él entró. Se detuvo en la puerta y me observó intensamente con sus ojos oscuros.

Yo, sintiéndome avergonzada, aparté la mirada, como si hubiera perdido todo el valor. Mateo se acercó. Me cubrí el pecho, y mi rostro se puso tan rojo que no pude evitarlo. Él se agachó frente a mí y esbozó una pequeña sonrisa.

—Si no entro, ¿pensabas salir arrastrándote tú sola?

Bajé la mirada, sin responder. Pensé en lo mal que me veía y me sentí tan avergonzada que casi rompí a llorar.

Mateo suspiró profundamente y me levantó en brazos. Me miró el rostro sonrojado y, riendo, dijo:

—No es como si no te hubiera visto antes, ¿por qué te pones tan tímida ahora?

Esto era diferente. En ese momento, no me sentía avergonzada, sino humillada.

Me soltó suavemente en el sofá y me pasó una bata. Ágilmente me la puse, pero mi cara seguía muy roja.

Él me miró por unos segundos y luego sonrió un poco:

—¿Y ahora te da vergüenza? La última vez que viniste a pedirme dinero, venias pues vestida
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