—¿Aurora…? Mateo me miró sorprendido.—¿Te lastimaste? Contuve el dolor, para evitar que él pensara que estaba exagerando. Se agachó para ver mi tobillo. Yo lo retiré un poco, para que no lo viera bien. Eso no le gustó, me agarró la pierna y, con firmeza, tiró de mi pie. Observó mi tobillo hinchado por unos segundos y, con cara seria, dijo: —¿Por qué no dijiste nada? —¿Por qué debería decirlo? ¿De verdad crees que si lo digo te importaría? Le sonreí con sarcasmo. Mateo me miró fijamente por un rato, sin decir nada. Luego me levantó y me puso en el sofá.Se arrodilló, puso mi pie en su mano y con la otra mano comenzó a masajear suavemente la zona inflamada de mi tobillo. Aunque me dolía mucho, me sorprendió su actitud y la forma en que me trataba. Al mirarlo así, parecía haber vuelto a ser el Mateo de antes, el atento y comprensivo. Fue entonces cuando me di cuenta de que el Mateo de antes era realmente muy bueno, tan bueno que incluso lo comenzaba a extrañar. Mientra
Mateo me dejó en el sofá y, con un tono serio, dijo: —Si te quedas invalida, ahora menos me despertarás algo de deseo. —Cómo te atreves a decir algo así… Lo miré, furiosa, sin poder hablar, tan molesta que solo quería salir corriendo de ahí. De verdad, este hombre nunca decía una sola palabra amable. Además, siempre era capaz de decir algo tan incómodo con total seriedad. Ojalá se fuera rápido, ya me estaba hartando de su presencia. Mientras pensaba esto, de repente, levantó mi pie y luego me puso una crema caliente para aliviar el dolor.Sin mirarme, dijo: —No hay medicina para la hinchazón en casa, esta crema no es la que necesitas, pero al menos ayuda a calmar el dolor, úsala por ahora. —… Ah. Respondí de manera apagada. Parece que fue a buscar el botiquín. Con cuidado, Mateo aplicó la pomada. Cuando terminó, me miró y preguntó: —Tienes hambre, ¿cierto? Miré mi tobillo hinchado, que parecía una pelota, y respondí en voz baja: —No he comido en todo el día, ¿c
Mateo se rio de mí: —¿Qué es eso que te da tanta vergüenza y miedo que lo vea? Yo, sorprendida, respondí: —No es nada, solo son los documentos de un proyecto de la empresa. —¿Tu empresa? Mateo volvió a reír: —¿Es tu primer día de trabajo y ya te sientes tan comprometida? Realmente no entendía qué encontraba gracioso. Me aclaré la garganta y respondí: —¿Y qué? Desde el momento en que acepté el trabajo, no importa si es el primer día o el primer segundo, debo ponerle todo mi esfuerzo y tratar la empresa como si fuera mi propia casa. —¡Je! Mateo se burló nuevamente.—Eres buena empleada, deben estar contentos de tenerte. Me quedé en silencio. Su tono de burla realmente comenzaba a ser insoportable. Me levanté y cambié de tema: —Tengo mucha hambre, ¿ya está lista la comida? Dicho esto, arrastre como pude hacia la mesa, pero él, de la nada, me levantó en brazos. Me sorprendí y susurré: —Yo… puedo caminar sola, suéltame. Mateo no me hizo caso, me llevó hasta
Mateo fue rápido y en poco tiempo ya había lavado los platos y dejado la cocina completamente limpia. Se secó las manos con una toalla y salió de la cocina. No pude evitar preguntarle: —¿Cómo sabes cocinar tan bien? ¿Dónde aprendiste? Él levantó la vista y me miró, respondiendo con calma: —Cuando era pequeño, a veces no tenía quien me cuidara, así que poco a poco aprendí a hacer de todo. Aunque dijo estas palabras de manera tan tranquila, sentí una punzada de tristeza en mi corazón. Recuerdo que sus padres se separaron cuando él era muy joven. Su padre se casó con otra mujer, y Michael, el hijo de ella, era el consentido de la familia Bernard. En cambio, a él, según me contaron, no lo cuidaban bien, y creció con malas costumbres, convirtiéndose en el joven problemático que todos criticaban. Por esos rumores, siempre lo había odiado. Además, después de lo que pasó en la graduación, mis prejuicios hacia él solo aumentaron. Pero, ahora que lo veía, ya no parecía el mucha
A pesar de todo, él entró. Se detuvo en la puerta y me observó intensamente con sus ojos oscuros. Yo, sintiéndome avergonzada, aparté la mirada, como si hubiera perdido todo el valor. Mateo se acercó. Me cubrí el pecho, y mi rostro se puso tan rojo que no pude evitarlo. Él se agachó frente a mí y esbozó una pequeña sonrisa. —Si no entro, ¿pensabas salir arrastrándote tú sola? Bajé la mirada, sin responder. Pensé en lo mal que me veía y me sentí tan avergonzada que casi rompí a llorar. Mateo suspiró profundamente y me levantó en brazos. Me miró el rostro sonrojado y, riendo, dijo:—No es como si no te hubiera visto antes, ¿por qué te pones tan tímida ahora?Esto era diferente. En ese momento, no me sentía avergonzada, sino humillada. Me soltó suavemente en el sofá y me pasó una bata. Ágilmente me la puse, pero mi cara seguía muy roja. Él me miró por unos segundos y luego sonrió un poco: —¿Y ahora te da vergüenza? La última vez que viniste a pedirme dinero, venias pues vestida
Este proyecto estaba muy bien detallado, y no parecía ser complicado. No sé cuánto tiempo estuve mirando, pero al final, me quedé dormida en la silla. Cuando desperté, fue por una intensa mirada que sentí sobre mí. Abrí los ojos y vi a Mateo de pie junto a mí, vestido con su bata de dormir, con el proyecto en la mano. Me levanté de un salto para arrebatárselo. Después de todo, Mateo también estaba involucrado en el mundo de los medios, y su empresa competía directamente con CE Media, así que era muy malo que él hubiera visto los proyectos de nuestra empresa. Vi que, al verme tan nerviosa por el proyecto, Mateo suspiró: —Tranquila, no lo he visto, solo lo recogí para ti. —...Ah, gracias. Enrollé rápidamente el proyecto y no me atreví a mirarlo, aunque sentía su energía amenazante a mi alrededor. Por suerte, él no dijo nada más, solo se fue a acostarse en la cama. Suspiré un poco, metí el proyecto en mi bolso y tomé mi teléfono, que ya estaba cargado, para ver las notificac
Miré la comida sobre la mesa. Había sándwiches, huevos fritos, panqueques y pan. Esto no fue simplemente un poco de más, fue demasiado. Le pregunté: —¿Ya comiste?Él, sin mirarme, respondió: —Sí, ya comí.Me quedé en silencio por un momento y, sin decir nada más, fui a buscar unas bolsas para guardar la comida. Puse un sándwich y dos panes, pero aún quedaba mucha comida. No pude evitar comentarle:—La verdad, no es necesario que prepares tanto para el desayuno. No solo es un desperdicio, sino también una molestia. Como es solo para ti, puedes pedir algo a domicilio, comprar algo en el camino al trabajo, o incluso pedirle a tu asistente que te lo traiga. Mira, todo esto es un desperdicio de tiempo y comida.Mateo levantó la cabeza y me miró. Entrecerró los ojos lentamente, y su mirada era cortante como un cuchillo. Me mordí el labio y no me atreví a decir nada más. Con una sonrisa, me dijo: —Entonces, ¿vas a comer o no? Si no, tendrás que tirarlo todo. —Sí, sí voy a comer… —res
—¡Sería increíble! No había terminado de hablar cuando el señor Javier me respondió, sonriendo. Me quedé sorprendida por unos segundos, luego rápidamente le ofrecí el desayuno y le pregunté: —¿Qué te gustaría comer? Puedes elegir lo que quieras. —Hmm… el sándwich y el pan. Me sorprendió de nuevo, el jefe tiene los mismos gustos que yo. Escogió un sándwich y dos panes, y luego me dijo: —Muchas gracias. Y se fue. Lo vi desaparecer tras la puerta del ascensor, y sentí como si todo fuera un sueño. ¡El presidente de CE Media era tan amigable y hasta comió el desayuno que traje! Al llegar a la oficina, algunas personas se arreglaban frente al espejo, otras charlaban. El día aún no había comenzado, y el ambiente de la mañana era tranquilo. Me acerqué a la compañera que me había ayudado ayer con la tinta, y le pregunté: —¿Ya comiste? Traje unos desayunos, ¿quieres? Mi compañera me miró y sonrió con una risa burlona: —Vaya, en tu segundo día ya estás tratando de caer