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Nuestra primera vez
Nuestra primera vez
Por: Flor M. Urdaneta
Parte I El precio de la amistad

Capítulo 1

Alex

Living in America sonaba tan fuerte que logró despertarme. Escuchar a James Brown a las siete de la mañana solo significaba una cosa: ella tuvo una mala noche. Negué con la cabeza mientras me levantaba de la cama –un lugar que no tenía planeado abandonar al menos hasta las diez de la mañana, ya que estuve jugando hasta las cinco en mi Xbox–. Corrí al baño, me lavé los dientes lo más rápido que pude, busqué una camiseta y unos pantalones deportivos en el buró y me vestí.

Sin preocuparme por calzarme los pies, salí por la ventana, hacia las escaleras de emergencia, y subí los escalones a largas zancadas, sintiendo el hierro helado en las plantas de mis pies. Pero no me importaba, tenía que ir con ella. Sabía que cuando Kim escuchaba soul a todo volumen algo iba muy mal.

¿Qué hizo el imbécil de su novio esta vez?

Él era la opción obvia. El idiota solía arruinar las cosas para ella. ¿Por qué seguía con él? Kim merecía a alguien mejor que a un musculoso y descerebrado jugador de fútbol que lo único que hacía era utilizarla a su antojo. Tal vez a un chico no tan popular, fanático de la informática y de las consolas de videojuego; uno que siempre, siempre, estaba para ella. ¡Ahhhh!, pero es que ese era otro idiota que no se atrevía a decirle lo muy enamorado que estaba de ella.

Cuando llegué a su ventana, mi mandíbula cayó hacia mi pecho. Kim estaba bailando con los ojos cerrados, usando sexys bragas rosadas con encaje en los bordes y una camiseta blanca con el logo de Hello Kitty dibujado al frente. Me quedé embobado mirando cómo sus pechos se movían de una forma sensual detrás de la tela de algodón de su camiseta, mientras que su cabello rojizo danzaba por sus hombros y espalda. Era la cosa más ardiente y excitante que había visto en toda mi vida. Amaba a esa chica. Y que estuviera bailando semidesnuda, moviendo sus caderas de un lado al otro como si le hiciera el amor al aire, me lanzó directo a un espiral de deseo.

—¡Donny! —gritó al verme. Una sonrisa se disparó en sus labios mientras caminaba hacia la ventana. Pasé de estar fuera, en las escaleras de emergencia, al interior de su habitación, en cuestión de segundos. No era la primera vez, pasaba más tiempo en su habitación que en la mía, pero jamás había sucedido con ella usando solo bragas y una sexy camiseta—. Baila conmigo. —Invitó, golpeando mi cadera con la suya.

¿Quiere que baile con ella? No, eso no va a pasar. Mis pantalones no podrán ocultar mi emoción.

—Sabes que no sé hacerlo —respondí con el mejor tono que pude conseguir. Di media vuelta y me senté en la silla de escritorio frente a su computadora. Alcancé uno de los cientos de peluches de Hello Kitty que tenía regados en su habitación y lo puse en mi regazo.

—¡Vamos, Donny! —pidió con un puchero gracioso.

Me encantaban sus labios. Eran carnosos, simétricos y muy sensuales. Ella decía que eran imperfectos, que su labio superior tenía un defecto, pero para mí eran los más hermosos del planeta. Los probé una vez, se sintieron suaves y esponjosos contra mi boca. Fue el mejor primer beso en la historia de los primeros besos y jamás lo olvidaré. Estábamos armando un rompecabezas en la sala de su apartamento cuando me dijo que quería saber lo que se sentía besar, que si podía besarla. Casi me oriné en mis pantalones. Entiendan, tenía diez años y la niña que me gustaba desde que entró de la mano de su tía a mi edificio usando lindas coletas y sonriendo con amabilidad hacia mí me estaba pidiendo un beso.

¡Un beso!

No respondí. Solo me quedé helado en mi lugar, como si alguien hubiera pulsado un botón de pausa y arrojara las baterías del control al centro de la tierra. Entonces, ella se inclinó hacia adelante, puso sus manos en mis hombros y me besó. Tiró de mi labio inferior con sus esponjosos labios y me dio mi primer beso. Cuando se separó de mí, sonrió con picardía, como si hubiera hecho una enorme travesura, y luego se fue corriendo. Yo seguí sobre la alfombra, incrédulo. No podía ni moverme. Se había hecho de noche para cuando pude ponerme en pie, y lo hice solo porque la señora Clara –la tía de Kim– me dijo que era hora de ir a casa.

—¡No! —grité por encima de la música, tratando lo más posible de mirar sus ojos y no sus pechos o su pelvis, o sus estilizadas y preciosas piernas.

Concéntrate en sus ojos. En sus ojos, Alex.

—¡Aburrido! —dijo riendo. Su baile siguió al menos unos minutos más hasta que detuvo la música.

Rogué en silencio para que se pusiera alguna cosa a través de sus piernas que la cubrieran y terminara con mi tortura, pero todo empeoró cuando me pidió que la abrazara. Su sonrisa había desaparecido y lágrimas se asomaron en sus ojos. ¿Qué iba a hacer? Ella quería un abrazo y yo estaba tratando de esconder el bulto que había crecido en mi entrepierna.

—Alex, por favor —rogó con tristeza.

No quería que suplicara. Yo era su mejor amigo, tenía que poder serlo para ella cuando me necesitara.

Respiré hondo antes de ponerme en pie y abrazarla.

Su cuerpo se sentía frágil y suave a la vez mientras la sostenía. Olía a gomitas de dulces y a alguna esencia de flores silvestres con toques de vainilla.

—¿Qué pasó? —pregunté con un susurro suave en su oído. Mis manos estaban quietas en su espalda; temía que si las movía, mi erección se haría evidente para ella y no quería explicarle lo mucho que me emocionaba cuando estaba alrededor… o en mis pensamientos.

—Nunca llegó. Estuve esperándolo toda la noche, y él… —Lloriqueó.

Mataría a su novio. Sin importar que midiera más que yo o que tuviera el doble de masa muscular, lo mataría.

—Es un imbécil. No debes llorar por él —resumí. Tenía muchas palabras feas para decir del idiota de Max Grant, pero ella me odiaría si las pronunciaba.

—Creí que esta vez sí vendría. Soy una tonta. Me ha mentido desde que tenía ocho años, ¿por qué pensé que sería distinto esta vez?

Eso tenía más sentido. Ella no hablaba de Max, sino de su padre, y ese era un tema mucho más doloroso que su novio siendo un tonto. Él la dejó con sus tíos tras la muerte de su madre y eran pocas las veces que iba a visitarla o que al menos la llamaba. No sabía que la noche anterior esperaba por él, pensaba que se estaba arreglando para Max y por eso me fui sin preguntar. No quería que me hablara de su novio y de lo bien que besaba… ni de nada en absoluto que lo incluyera a él.

Kim se separó de mí y se sentó en la cama. Sus manos cayeron en su regazo y su mirada se mantuvo en sus dedos. Guardé silencio. Habíamos hecho esto muchas veces antes y solo tenía que esperar. A veces hablaba; otras, pero siempre me quedaba con ella.

El asunto de ella en bragas y una sexy camiseta dejó de importarme. Lo único que quería era hacerla sonreír y verla bailar una vez más esa vieja canción con esos movimientos locos.

Debí bailar con ella. ¡Fui tan estúpido!

—Kim, ven a desayunar —dijo su tía detrás de la puerta. Mi corazón se aceleró. Nada bueno podría pasar si entraba a la habitación y me encontraba con su sobrina semidesnuda. Ella no sabía que Kim y yo usábamos las ventanas como puertas y que pasábamos tanto tiempo solos encerrados en nuestras habitaciones.

—Voy en unos minutos —contestó sin poder apartar la tristeza de su voz.

Cuando los pasos de su tía se alejaron por el pasillo, volví a respirar. Estaba conteniendo el aliento, temía lo que podía pasar si me encontraba dentro de la habitación. La señora Clara era muy estricta con Kim.

—¿Estarás bien? —pregunté.

Ella respondió con un leve asentimiento sin levantar la mirada de sus dedos. Di la vuelta y comencé a caminar hacia la ventana para marcharme.

—Gracias por venir a comprobarme, Donny —pronunció con voz ronca.

—Siempre, Kitty —contesté con un guiño.

Kim sonrió y eso fue todo lo que necesité para saber que estaría bien.

***

El lunes en la mañana, esperé a Kim en la salida del edificio con su dosis de café en mi mano. Ella lo tomaba negro y con un sobre de edulcorante. Sus tíos no la dejaban consumir cafeína, decían que era una bebida peligrosa para una chica de su edad. «Me tratan como si todavía fuera una niña de ochos años», era su queja. Al verme, sonrió como hacía siempre. Ella era mi cafeína, la única cantidad de energizante que necesitaba para comenzar mi día con buen pie. Se veía hermosa. Estaba usando un lindo vestido amarillo, botines marrones y una chaqueta de mezclilla. Llevaba el cabello recogido en una cola de caballo y sus hermosos labios pintados de un color rojo muy sensual que los hacía lucir más carnosos.

¡Quería besarlos!

—¿Por qué me miras así? —preguntó con el ceño fruncido.

Sacudí la cabeza y sonreí. No podía decirle lo que estaba pensando. Ella no insistió, por suerte.

Comenzamos a caminar hacia la escuela; quedaba cerca del edificio donde vivíamos y nos gustaba ir andando. Hacía un poco de frío, al menos diecisiete grados, pero en Kansas City los inviernos eran feroces y estábamos acostumbrados a soportar las bajas temperaturas.

Al llegar a la escuela, entramos juntos a la clase de literatura; compartíamos casi el mismo horario de forma deliberada. Ella no era buena en todas las asignaturas y me aseguraba de que tuviera alguna oportunidad conmigo como compañero de estudio. Bueno, admito que no solo por eso, también para pasar todo el día con ella… o la mayor parte, porque a la hora de la comida –y en los momentos libres– ella era de Max.

—Deja de mirarla —murmuró mi amigo Brady a mi lado.

—Lo odio —dije entre dientes. Estábamos en el cafetín, en la mesa de los “perdedores”. Kim se encontraba sentada junto a Max, en la mesa de los “populares”. Así era el mundo en la escuela. Una idiotez, pero no había algo que pudiera hacer para cambiarlo. Mi reputación me sentó en ese lugar y no estaba haciendo nada para moverme de este puesto… y nunca lo haría.

Yo tenía a Kim en cada clase, Max la tenía a la hora de la comida. Ese fue el trato silencioso que tomé cuando comenzaron a salir. Al principio, ella se sentaba conmigo, pero pasaba todo el tiempo mirando hacia Max, así que la dejé ir. Le dije que estaría bien.

—Pero no quieres que nadie más que tú lo sepa. Serías un blanco fácil, Donny.

—No me digas Donny. Solo ella puede decirme así. Y si alguien aquí lo escucha…

—Sí, sí. Lo que sea. Hablando de cosas más interesantes… ¿Invitarás a alguien al baile de graduación?

—No —respondí sin tener que pensarlo.

—¿Por qué no? —Lo miré con mala cara.

Él giró los ojos antes de seguir hurgando en su plato, moviendo las espinacas de un lado al otro. ¿Para qué las tomaba si jamás las comía?

—No puedes seguir esperando a esa chica, Alex. Nunca va a pasar.

—Pues no quiero a nadie más. Mejor ocúpate tú de buscar a alguien con quién ir.

—Está hecho, llevaré a Olivia.

Me reí. Fue inevitable. Él no tenía posibilidad alguna con esa chica. Era la capitana de las porristas y jamás en la vida iría con Brady al baile de graduación.

—No te burles, idiota. Te digo que está hecho. Soy un puto genio y la ayudé con las asignaturas difíciles a cambio de ir conmigo al baile.

—¿Cuándo pasó eso?

—Mientras tú visitabas todas las fuentes de Kansas, persiguiendo a tu mejor amiga por siempre, Kitty.

—¡Shhh! —Lo mandé a callar. Si ese apodo llegaba a oídos de la escuela, Kim me iba a matar. Peor que eso, me odiaría.

—Recupera tus pelotas, hombre —rechistó. Estuve por golpearlo. Ser mi mejor amigo no le daba derecho a juzgar lo que tenía con Kim—. Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo con que estés detrás de ella por la eternidad. Si prefiere al descerebrado mastodonte de Max antes que a ti, no te merece. Mira a tu alrededor, hay muchas chicas, y sé que más de una quiere algo contigo.

Bufé. Eso era una tremenda mentira. Nadie quería nada conmigo. Estar sentado en la mesa de los perdedores era prueba de ello.

—Debo irme, tengo clase de ciencias en diez minutos. —Recogí la bandeja de la mesa y me fui. No quería escuchar más a Brady. Sabía que tenía razón, pero no iba a admitirlo. No le diría que quería estar disponible para Kim por si ella me necesitaba. Porque cuando estaba triste o enojada, ella corría hacia mí y yo tenía que estar ahí, esperándola.

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