Capítulo 7

Alex

Mis manos sujetaban con fuerza el volante mientras conducía hacia la casa de Maya. Ver a Kim llorando por culpa de ese idiota me enfureció. Me provocaba regresar y partirle la cara con un puñetazo. No sabía qué había pasado entre ellos, pero Kim parecía asustada. Sentí sus manos temblar detrás de mí cuando intentaba protegerla, interponiéndome como un escudo entre Max y ella. Estaba determinado a enfrentarlo de ser necesario, no dejaría que se acercara a Kim ni a medio metro.

Minutos antes de chocar contra ella, tuve una conversación interesante con Maya que me hizo entender lo cobarde y tonto que había sido. Me animó para que le hablara a Kim de lo que sentía por ella, que dejara de temer y que me arriesgara. Al principio, lo negué todo, aseguré que no tenía nada que decirle a Kim, pero Maya enumeró cinco evidentes razones que afirmaban su teoría. Me dejó boquiabierto. La chica tenía un don, o tal vez yo era demasiado obvio.

—No se lo digas ahora, necesita espacio para superar lo que pasó esta noche, pero no dejes pasar mucho tiempo. —Me aconsejó Maya cuando la acompañé a la puerta de su casa.

—Lo haré, gracias. Lamento lo de esta noche.

—¿Por qué? Fue divertido verte intentando convencerme de que no amas locamente a Kimberly Wallace. —Se burló.

—Eres terrible —dije con un resoplido. Me convertí en el centro de sus bromas.

—Algo así —sonrió divertida—. Vete ya, tu chica te necesita.

—Buenas noches, Maya.

—Buena suerte, Donovan. —Hizo un guiño de complicidad.

Di media vuelta y caminé de regreso al auto. Una sonrisa se mantuvo dibujada en mis labios hasta que me senté frente al volante y escuché un sollozo ahogado en el asiento de atrás. Pasé por encima de mi asiento y alcancé a Kim en un abrazo. Su cuerpo se sentía liviano y frágil, como si toda la fuerza lo hubiera abandonado.

—Dime qué hago, Kim. ¿Cómo puedo ayudarte? —pregunté angustiado. Sus lágrimas se sentían en mi corazón, lo lastimaban como si me pertenecieran a mí.

—Justo esto —murmuró con un hilo en su voz.

Besé la coronilla de su cabeza y la sostuve por un largo tiempo. La recosté en el asiento cuando se quedó dormida y volví a mi lugar para conducir a casa. Mis ojos deambulaban entre la carretera y Kim; la veía a través del espejo retrovisor. Su cabello cobrizo cubría su precioso rostro mientras sus labios estaban ligeramente separados, liberando su suave respiración.

—Te amo, Kim —pronuncié en voz baja, deseando un día poder decírselo mirándola a los ojos.

Cuando llegamos al estacionamiento del edificio, apagué el motor y esperé una hora antes de despertarla. Se veía tan serena y tranquila que no quería estropear eso. Sabía que cuando volviera a la realidad estaría triste y quizás dolida por lo que fuera que el imbécil de Max le había hecho.

—Kim, ya llegamos —hablé con voz suave.

Sus hermosos ojos caramelo se abrieron perezosamente y una sonrisa melancólica se dibujó en sus labios.

—Ahora fui yo —bromeó, refiriéndose a que me quedé dormido en su cama.

No me reí. No estaba de ánimo para eso, y sabía que ella tampoco, solo lo hacía para hacerme pensar que se encontraba bien.

—¿Quieres contarme lo que pasó? —Su mirada se movió hacia a un lado y frunció los labios. No estaba lista, lo comprendí—. Vamos, tienes un muy cómodo colchón allá arriba esperando por ti.

—Umm… parece que a alguien le gustó dormir en mi cama. —Se mofó mientras se bajaba del auto.

No solo me gustó. ¡Fue un sueño hecho realidad! Pero no podía decirle eso.

—Mi espalda estuvo muy feliz, no lo dudes.

Entramos al edificio y subimos por las escaleras hasta el cuarto piso, donde vivía Kim. El camino fue silencioso, no hubo más bromas ni comentarios. Le daba su espacio, hacía justo lo que me dijo Maya, aunque no era un consejo que estaba necesitando. Nadie conocía mejor a Kim que yo.

—Terminé con él y esta vez es definitivo —confesó cuando estábamos frente a la puerta de su apartamento. Se veía triste, sus ojos lucían apagados, pero no sería así por mucho tiempo, le devolvería su sonrisa, le haría ver lo grandiosa que era y lo mucho que la amaba.

 —Lo siento. —Mentí. No podía decirle que mi corazón estaba haciendo una fanfarria.

—¿En verdad lo haces? —Me preguntó con sus brazos cruzados sobre su pecho.

—No porque lo dejaste, sino porque estás triste por eso. —Me sinceré.

—No sé si estoy triste, enojada o decepcionada. —Suspiró con pesadez y luego me miró a los ojos, como si quisiera decirme algo más. Esperé. Era bueno haciendo eso, o al menos, aparentaba que lo era—. ¿Cómo te fue con Maya? ¿Engancharon? —curioseó con una sonrisa inquieta.

¿De eso se trataba? Creí que seguía pensando en Max.

—Es una buena chica, pero no es para mí.

Kim asintió distraída. Seguía viendo inquietud en su mirada.

¿Qué pasaba por su cabeza? Pagaría por saberlo.

—¿No? Pensé que sí, te veías muy feliz cuando la dejaste en su casa.

¿Hay celos en su voz o solo lo estoy imaginando?

—Sí, me divertí con ella, pero eso fue todo. A decir verdad, hay alguien en mi corazón que no le deja espacio a nadie más. —Y ese alguien eres tú, completé en mi cabeza. Se lo hubiera dicho, estaba listo para hacerlo, pero ella no para escucharlo.

—¿Y quién es esa chica? ¿La conozco? ¿Es de la escuela? ¿Por qué no la llevaste en lugar de a Maya? —Con cada pregunta, se veía más ansiosa. ¿De dónde surgió tanto interés por mi vida amorosa?

—¡Oh, ahí estás! —dijo la señora Clara cuando abrió la puerta—. ¡Sí, es Kim, amor! ¡No estaba siendo paranoica, como dijiste! —gritó hacia adentro.

—Como ve, la traje en una sola pieza y a la hora puntual —bromeé.

—¡Oh, cariño! Nunca dudé de ti. Sé que Kim está a salvo contigo —aseguró con una sonrisa amable—. ¿Vas a entrar? Todavía es temprano.

—No, iré a casa. Estoy un poco cansado. —Fingí un bostezo para hacer más creíble mi argumento.

Kim me miró con suspicacia, sabía que era una excusa tonta para evadir la pregunta que me hizo en el corredor. Pero, más temprano que tarde, tendría que responderla. Y lo haría. Ahora que Max y ella habían terminado, era mi momento de dar un paso al frente.

—Adiós, Donny.

—Hasta mañana, Kitty. —Le guiñé un ojo y luego me fui.

Cuando bajé las escaleras y abrí la puerta del apartamento, encontré a mis padres en una extraña posición sobre la lona del Twister. Esa imagen se mantendría en mi cabeza por mucho tiempo.

—Alex, cariño. ¡Llegaste temprano! —gritó mamá.

Mi padre giró hacia mí y terminó cayéndose sobre ella con un ruido estruendoso.

—¡Dios! Son como niños. —Giré los ojos y seguí mi camino hacia mi habitación. No estaba muy interesado en unirme a los juegos “divertidos” de mi extraña familia.

—¿Ella lo sabe? —peguntó una voz en el interior de mi habitación.

—¡Mierda, Kim! Me asustaste —dije cuando la vi sentada en mi cama con las piernas cruzadas y un tarro enorme de dulce en su regazo. No imaginé que estaría ahí, me despedí en la puerta de su casa y pensé que hablábamos el mismo lenguaje, pero todo eso quedó en el olvido cuando introdujo una porción de Nutella en su boca de una forma sensual y sugerente. Quería ser la cuchara y el dulce para estar en su boca.  

—La chica. ¿Sabe que estás enamorado de ella? —preguntó esta vez.

No, no lo sabe. ¿Lo sabes, Kim? No, no lo haces.

—¿Alex?

—No —respondí sin dejar de mirarla. No podía. Se veía hermosa justo así, en mi cama. Y más con ese sexy vestido amarillo que hacía volar mi imaginación. ¿Sería mía alguna vez? ¿Podría gozar del derecho de acercarme y besar sus labios, de tocarla…?

—Tienes que decirle. La próxima vez que la veas, hazlo —instó antes de hundir de nuevo la cuchara llena de Nutella en su sensual boca.

Tragué el pesado nudo que se formó en mi garganta y contesté:

—No puedo, no es un buen momento para ella. —Estaba siendo todo lo honesto que podía, pero sin admitir que ella era la chica.

—¿Quieres un poco? —Ofreció, extendiendo la cuchara llena con el delicioso dulce. En mi mente grité sí y salté sobre la cama, ansioso por llevar a mi boca algo que estuvo en la suya, pero en la vida real asentí y alcancé la cuchara. La metí en mi boca y la giré antes de sacarla lentamente entre mis labios casi cerrados.

Sus ojos estaban fijos en mí, como si deseara ocupar el lugar del objeto de metal tanto como yo lo quería cuando ella lo hizo.

—Practica conmigo. Dime lo que le dirías a ella.

—¿Qué? ¿Por qué?

—No seas tonto, Alex. Solo dímelo. Necesito la distracción. —Finalizó su petición con el labio inferior extendido hacia afuera.

¿Cómo le decía que no a esa boquita?

—Levántate. —Le pedí.

Kim sonrió satisfecha.

Sabía lo que iba a decir y cómo lo haría, aunque el dónde lo había imaginado en un lugar romántico y significativo para los dos y no en mi habitación.

Cuando se puso en pie, sostuve sus manos con las mías y la miré a los ojos. Por unos segundos, sus pupilas me hechizaron. Tenían un inmenso poder sobre mí, eran capaces de doblegar a mi yo interior hasta hacerlo caer de rodillas.

—Kim… —dije su nombre con un susurro. Mi corazón latía tan duro que apenas podía respirar. Mis manos temblaban, mis piernas igual. Sentía que en cualquier momento la ansiedad me devoraría y terminaría sobre mis rodillas, de la misma forma que estaba en mi interior. Pero, sin saber cómo, el miedo se borró y algo enorme se instaló en el hueco que dejó aquel sentimiento: determinación—. Cuando te conocí, era solo un niño inseguro y tonto, no sabía qué era el amor ni cómo se sentía, pero con los años, descubrí que siempre lo había sentido, que eso que le pasaba a mi corazón cuando te veía significaba que estaba enamorado de ti.

»Ver tu sonrisa, escuchar tu voz, mirar tus ojos, sentirte cerca… Todas y cada una de esas cosas son un enorme privilegio para mí; y me había conformado con eso, pero no puedo seguir ocultando esto que oprime mi pecho.

—Alex… —jadeó con los ojos vidriosos. Pero no era todo, tenía más para decir y no iba a detenerme.

—Cuando no estás, mi vida se siente incompleta, como si un trozo elemental de mi cuerpo fuese robado; pero cuando te veo, todo vuelve a encajar. —Mi corazón bombeaba duro contra mi tórax. Estaba aterrado por lo que iba a decir, pero muy seguro, plenamente seguro de que así me sentía—. Te amo, Kimberly Wallace. Lo hago desde que te vi entrar al edificio con esas divertidas coletas de Hello Kitty sosteniendo tu precioso cabello. Me enamoré de ti.

—¡Oh, Dios! ¡Oh mi Dios! —expresó, soltando mis manos.

Lágrimas cubrieron sus mejillas. Incredulidad se instaló en sus ojos.

¿Qué fue lo que hice? Lo arruiné. ¡Voy a perderla!

—Kim, cálmate. —Caminaba de forma errática de un lado al otro mientras respiraba de manera forzosa, como si estuviera por hiperventilar—. Kim, por favor.

Tomé su muñeca. Sus ojos se fijaron a la mano que sostenía la suya y luego se deslizaron por mi brazo hasta alcanzar mi mirada.

Me estremecí. Era el primer contacto visual que establecía conmigo desde que admití mis sentimientos y temía lo que sus palabras le harían a mi corazón.  

Estaba a segundos de negarlo todo, de decirle que solo estaba bromeando, cuando sus labios colisionaron contra los míos con brusquedad. Mis manos se movieron por su espalda y acercaron su cuerpo al mío. Separé mis labios y dejé que los suyos tomaran todo el control. Mi experiencia era nula, pero estaba muy atento de sus suaves movimientos para imitarlos lo mejor posible.

Esponjosos, suaves y deliciosos labios con sabor a cacao, nueces y avellanas me besaban. Kitty, la chica de la que estaba enamorado desde que tenía memoria, estaba besándome. Con sus dientes, tiraba de mi labio inferior unas veces y, otras tantas, del superior, para luego suavizarlos con la punta de su lengua. El roce me estaba desquiciando, quería profundizar el beso, probar el interior de su boca con mi lengua y tocarlas entre sí. Había un fuego corriendo por mis venas, un furor que se estaba transformando en una dura y dolorosa erección en mi entrepierna. Pero tan perfecto como era ese beso, no sabía qué sentía Kim por mí.

—¡Guao! Eso fue… —pronuncié entre exhalaciones cuando Kim separó nuestros labios.

El momento más dulce y atemorizante que había vivido. Lo que pasó a mis diez años en esa sala no tenía punto de comparación con lo que sucedió entonces. Ella ya no era una pequeña niña, tenía un cuerpo sensual que lo confirmaba, un cuerpo que quería tocar con devoción e intensa necesidad.

—Incorrecto. —Completó ella, rasgando en finas tiras mi antes emocionado corazón.

—Kim… —dije suplicante mientras ella se acercaba a la ventana para huir de mí.

—No me sigas, Alex. Por favor, no lo hagas. —Pidió sin mirarme.

Bajé la cabeza y dejé que todo el aire se saliera de mis pulmones con un suspiro desalentado. Lo había arruinado, lo sabía. Nuestra amistad se había terminado y todo era mi culpa.

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