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Capítulo 4

Annika demostraba una falsa tranquilidad mientras por dentro se sentía nerviosa, no sabía si de anticipación por lo que iba a suceder o porque un desconocido la llevaba a un hotel no tan lejos del bar.

Quizá estaba loca por lo que estaba a punto de hacer sin tomarse el tiempo de asegurarse que no fuese un loco psicópata o violador como muchas veces ya lo había hecho por precaución y evitarse dolores de cabeza innecesarios, pero debía admitirse a sí misma que estaba curiosa y deseosa a iguales proporciones.

Él hombre le atraía lo suficiente como para pensar en algo malo o que no encajara, después de todo, se dijo, que aquella sería su última noche en Londres, así que sacudió toda inquietud de su mente y se prometió disfrutar de aquel amante atractivo y sensual que prometía bastante con su mirada dominante e imponente.

Lo dejó hacer la reserva del hotel en completo silencio, solo escuchando su apellido, lo que le recordó que ni siquiera se habían tomado el tiempo para decirse sus nombres, pero iban a tener sexo no a hacer básicas presentaciones como si estuvieran en el colegio.

Luego de que les dieran una habitación, Kian la tomó de la mano nuevamente y la guio hacia el ascensor, notando el nerviosismo de la chica, pero también el deseo en su mirada, así que se acercó a ella con lentitud por la espalda y llevó sus manos a su cabello, peinándolo con suavidad y haciéndolo a un lado para tener pleno acceso a su cuello.

Dejó un beso suave y húmedo que la hizo estremecer y abrir la boca para tomar una lenta respiración, recorriendo con la yema de sus dedos sus brazos descubiertos.

Ella agradeció de que estuvieran solos en la caja de metal, porque así nadie intuiría lo que iba a suceder entre ellos.

—Si en algún momento te llegas a sentir incomoda, no dudes en decirme y aquí nada pasó —murmuró sobre su piel, causando estragos en el interior de la joven—. Tampoco es como que te esté obligando a hacer esto.

—Si dije que sí es porque así lo quise. Tú no me estás obligando a nada, leoncito.

Se vio sujeta del cabello de una manera ruda, pero sin llegar a recibir algún tipo de daño, lo que la hizo soltar un jadeo lleno de sorpresa y que su piel se encendiera más de lo que se encontraba. Una electricidad se expandía desde su cuero cabelludo hasta la punta de los dedos de sus pies.

—Para ti soy señor, ¿de acuerdo? —le torció el cuello y la miró a los ojos con intensidad abrumadora, una que la chica no fue capaz de soportar y se vio bajando la vista—. Responde.

—Sí... señor —musitó, perdida en sensaciones, sintiendo que con ese solo acto ya estaba lo suficiente húmeda.

Kian sonrió y liberó su cabello, pero en lugar de apartarse de su lado, dejó un reguero de besos por su cuello y hombro, aguzando las sensaciones en la joven que, sin tanto esfuerzo, se encontraba envuelta en un hado de placer muy diferente al que conocía.

Por lo general no solía salir con chicos si no existía química y atracción sexual. Se encargaba de quitarse las ganas, y debía admitir que, en la mayoría de las veces había quedado a medias y con un deseo feroz de ser tomada de verdad. Los chicos con los que se había acostado se mostraban rudos, pero a la hora de la verdad no buscaban más que su propia liberación sin tomarse el tiempo de conocerla a plenitud, de presionar puntos sensibles hasta hacerla explotar de gozo.

Las puertas del ascensor se abrieron y Kian posó una mano en su espalda baja, antes de guiarla por el largo pasillo hasta la habitación que les dieron en la recepción, haciendo que los nervios y las sensaciones en Annika se hicieran mucho más intensos.

No es que fuese una chica inocente e inexperta, pero debía admitir que no tenía un largo recorrido con hombres, como quizá aquel rubio sí lo tenía en todos los aspectos. Sabía cómo tocar y hacer sentir a una mujer incluso con una sola mirada. Su experiencia se notaba a simple vista.

El hombre abrió la puerta de la habitación y entraron en completo silencio, fue ahí donde los nervios y la anticipación se centraron como una bola de fuego en su estómago. Estaba excitada y expectante de como iniciaría, por lo que se vio dudando de si debía acercarse y besarlo o esperar a que él diera el primer paso.

No sabía qué le estaba pasando esa noche, por lo general ella era la primera en tomar la iniciativa, tomando lo que quería y seduciendo a su antojo, pero en manos de ese hombre solo podía esperar, no sabía con exactitud qué, pero algo le decía que aquella noche sería inolvidable.

—Quítate el vestido —ordenó con voz ronca, suave y demandante, aun estando detrás de ella—. Déjate los tacones.

Sin saber por qué, Annika obedeció sin objetar a la demandante orden de Kian, sintiéndose nerviosa, pero a la vez que en su interior crecía un fuego que ya no podía mitigar por su propia cuenta.

Soltando una suave exhalación, se desprendió del vestido con tal lentitud bajo la atenta mirada de él, quien no dejaba de estudiar esa piel que se veía tan tersa y que estaba cubierta por un leve bronceado que acentuaba toda su belleza.

El vestido cayó en un remolino a sus pies y se estremeció ante el frío hacerse presente en su cuerpo, pero fue tan ligero que pronto se sintió bastante acalorada. Estaba en medio de una lujosa habitación en solo una diminuta tanga de encaje y entaconada, puesto que no había usado sujetador, bajo el escrutinio de un hombre silencioso, pero que la rodeaba como cazador a su presa.

Kian la contempló de pies a cabeza, deleitándose con su atlética y sensual figura.

Lo primero que captaron sus ojos fue ese redondo y firme culo, sus mejillas lo incitaban a golpearlas una y otra vez mientras se sujetaba de esas caderas tan impresionantes y carnosas y se hundía sin parar en el medio de sus piernas, justo donde una diminuta prenda hacia algún intento de cubrirla.

No se acercó tanto a ella, pero tampoco se mantuvo a distancia. Se acercó lo suficiente para hacerla consciente de su presencia.

Le recorrió la espalda y trazó con la yema de sus dedos el tatuaje que decoraba el centro de su espalda, una flor de loto elegante y bastante bonita que resaltaba su piel, haciéndola estremecer y enderezarse un poco más.

La rodeó con calma, detallando cada centímetro de su suave piel, diciéndose a sí mismo que le gustaba lo que veía.

Si bien no tenía unos pechos grandes, a él le gustaron mucho, quizá porque en cada punta erguida había una joya brillante que lo provocaba a más no poder. Sus pezones rosas y fruncidos eran un total deleite a la vista, tanto, que estaba deseoso de maltratarlos a su antojo y jugar con los aretes que los atravesaban. Su abdomen plano y sus caderas anchas eran perfectas.

En definitiva la chica era toda una diosa, poseedora de una gran belleza y una sensualidad que desprendía por sí sola y que lo estaba atrayendo con demasiada fuerza.

Se alejó de la chica, tomándola por sorpresa y quien se preguntó qué debía hacer, si lanzarse, vestirse e irse o seguir esperando, puesto que el hombre parecía no tener afán alguno en acostarse con ella.

Lo vio caminar por la habitación hasta llegar a una licorera y sacar de este una botella de algún licor, así como tomar un solo vaso de cristal.

Se estaba desesperando con la actitud del hombre, más cuando lo vio servirse un trago y beberlo con total lentitud sin apartar la mirada de su cuerpo.

Por otro lado, Kian pensaba en todo lo que quería hacer con ella, pero sin contar con todo lo necesario, no tenía más opcion que usar lo que tenia a la mano.

La repasó una vez más de pies a cabeza y no pudo evitar el tirón en su verga al verla. Era preciosa y, callada y excitada como estaba, se le apetecía el doble. Estaba deseoso de quebrantarla y someterla a su voluntad, dejarle en claro que con él no se jugaba.

Dejó la botella de whisky y el vaso sobre la licorera y se sacó por completo el cinturón, enredándolo en su mano y acercándose a ella que lo miró expectante.

Kian se fue a su espalda y acarició sus brazos antes de llevarlos hacia atrás, haciéndole juntar las manos.

El corazón de la joven se desató en erráticas palpitaciones tras sentir el cinto alrededor de sus muñecas, tan fuerte que no tuvo dudas en que dejaría marcas en su piel.

Quiso darle una miraba al hombre, pero sin verlo venir fue llevada hasta la cama y obligada a subir a esta, arrodillada y completamente abierta de piernas, lo que le provocó un fuerte escalofríos por todo el cuerpo y un jadeo lleno de sorpresa en el mismo instante en que la única prenda que la cubría fuera desgarrada con total salvajismo.

Ya no estaba solo curiosa, sino en demasía excitada.

Kian la contempló una vez más y, aunque no era como la quería tener, aun podía someterla siempre y cuando ella lo permitiera. Así que le dio tiempo para oponerse, quejarse o simplemente marcharse, pero la chica estaba en un silencio sepulcral, con la mirada deseosa, curiosa y ardiente, con la respiración agitada y un rubor en sus mejillas que la hacia lucir como la criatura más angelical sobre la tierra.

—Puedes irte si lo quieres —dijo, tanteándola.

La chica enarcó una ceja y sonrió de aquella manera tan perversa que logró encenderlo un poco más de ser posible.

Aunque siempre buscó chicas tímidas y tiernas, le gustaba que, a pesar de lucir como una mansa palomita, tuviera esa chispa perversa que tanto ansiaba encontrar.

—No me digas que me hiciste desnudar para nada. No lo sé, pero parece que este leoncito no es tan feroz como aparentaba serlo...

Se vio sujeta del cuello con fuerza y no pudo hacer más que pasar saliva y morderse los labios a la espera que todo ese fuego y poderío que mostraba esa mirada azulada saliera a la luz.

—No te ordené que hablaras —murmuró autoritario a un palmo de sus labios.

Annika guardó silencio y terminó por bajar la cabeza sin saber por qué razón, pero el agarre en su cuello se hizo más poderoso, pero no por ello doloroso.

—¡Mírame cuando te esté hablando! —rugió.

Levantó la cabeza y lo miró a los ojos, ardiendo de deseos y el hombre no había hecho más que mostrar dominación.

Soltó un gritito ahogado al sentir el tirón en uno de sus pezones y como los dedos del hombre los aprisionaba con fuerza, apretando con mayor determinación su cuello, haciéndola retorcer de dolor y placer tras las sensaciones que generaba el arete incrustado.

En cuestión de segundos la habitación se llenó de sus gemidos, no podía pensar en nada que no fuera en el exquisito y doloroso placer que le brindaba aquel desconocido al maltratar sus pezones a su antojo y sin dejar de apretar su cuello.

Kian abofeteó sus pechos varias veces y volvió a retorcer de sus pezones, tirando de los aretes para mayor disfrute sin perderse las expresiones dolorosas y placenteras que se tatuaban en el rostro de la chica.

La soltó y se apartó de ella, viéndola jadeante y temblorosa, apresando su labio inferior entre sus dientes y luciendo tan jodidamente sexi que deseó tenerla en su habitación para deshacerla y no en una de hotel donde solo podía mostrarle una pequeña parte de su ferocidad.

Annika era un manojo de sensaciones, estaba tan sensible y caliente que fácilmente pudo estallar en un orgasmo si él seguía maltratando sus pezones de esa manera. Estaba húmeda y ansiosa de más.

Afectada como estaba no fue capaz de moverse por más que sintiera las piernas entumidas por permanecer tanto tiempo en la misma posición, menos cuando lo vio quitarse la ropa con lentitud pasmosa, dejando a la vista un cuerpo musculoso, tatuado y perfecto, pero también una poderosa erección que terminó por arruinarla.

Kian se acercó de nuevo a ella y la sujetó de la barbilla sin ejercer fuerza alguna. Deslizó la yema de su dedo pulgar por sus labios, haciendo que los liberara del agarre de sus dientes y que se separaran tan solo un poco.

—Me voy a divertir tanto contigo, haré que te tragues tus palabras y toda esa insolencia y prepotencia que mostraste en el hotel y en el taxi —metió dos de sus dedos en su boca y simuló penetraciones profundas y rápidas escuchando sus gemidos—. No tendré ninguna contemplación contigo.

Annika lo miró fijamente, pero tan encandilada como estaba no le importaba lo que dijera ese hombre. Por lo contrario, terminó por gritar como gata en celo cuando guio la venosa e inhiesta verga y la metió en su boca sin ceremonias ni delicadeza, en una embestida bestial y profunda que le arrebató el aliento e hizo que sus lágrimas se deslizaran por sus mejillas.

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