Kian fue al bar del hotel tal como el gerente le sugirió, donde una chica rubia le hizo entrega de la suite presidencial y le dio pases privilegiados y gratuitos por cuantos días fuese a hospedarse.
De mal humor como estaba y cansado debido a todo el estrés que venía cargando en los últimos días, decidió tomarse unas copas para relajarse un poco y dejar pasar el mal rato que acababa de vivir. Muy rara vez explotaba de enojo, pero cuando lo hacía, era irracional y tan afilado como sus amigos. Era el pacifico de los tres, el que siempre se mostraba sonriente y le gustaba gastar bromas. Ni siquiera a él mismo le agradaba estar de mal humor. Solo que beber no le estaba ayudando a calmarse. Necesitaba asegurarse de que, en efecto, despidieran a esa cínica chiquilla, porque eso era lo que era, una mocosa que no sabía ni siquiera limpiarse la cola según su criterio. Ordenó dos copas más, las cuales bebió una detrás de otra antes de ir hasta el vestíbulo y quedarse en la sala de espera, deseando verla salir destrozada y desempleada, para poder regodearse de su desdicha y burlarse tal como lo había hecho ella en sus narices. Solo la satisfacción de verla en la calle haría que su mal humor se extinguiera. Se acomodó en el lujoso sillón de cuero negro y permaneció largos minutos allí sentado, aburrido y cada vez de peor humor, hasta que escuchó el constante y ruidoso repiqueteo de unos tacones. Alzó la vista y se quedó sin habla al ver a la chica, esta vez, vestida de diferente manera, pero igual de atrevida, caminando con tal prepotencia y altanería, como si se tratase de la reina del lugar y no una simple empleada. La sangre le hirvió caliente al verla tan tranquila y sin inmutarse de nada ni nadie, cuando creyó que saldría llorosa y arrepentida por su ineptitud. Ella iba todo lo contrario, con una pequeña sonrisa ladeada en los labios y con toda la pinta de irse de fiesta. La chica pasó por su lado sin reparar en su presencia, o al menos fingió no verlo para seguir su camino, eso era lo que creía Kian, que más enojado que nunca le siguió el paso a grandes zancadas y con la furia zumbando en sus oídos. —¿Dónde estás? Te dije que estaría libre del idiota en cuestión de minutos —la escuchó decir tan pronto llevó su teléfono a su oreja—. De acuerdo, allá nos vemos. Justo en el momento en que la vio subir a un taxi, él fue más rápido y subió a su lado, algo que tomó por sorpresa a la chica, quien lo miró con una ceja enarcada y luego sonrió al reconocerlo. —¿No deberías estar suplicando y lloriqueando en los pasillos del hotel en lugar de tener aspecto de irte de fiesta? — se quejó el hombre—, ¿O es que no te despidieron? Porque si no es así, haré cero esas cinco estrellas. —No es que tenga aspecto de irme de fiesta, es que voy a una y me estás quitando tiempo —corroboró ella sin borrar la sonrisa cínica de sus labios, misma que estaba irritando a Kian—. ¿No tienes auto y necesitas un aventón? No tengo alma caritativa, pero se ve que te urge una mano, así que por esta vez haré una excepción. ¿A dónde vas? —lo miró esperando por una respuesta—. Por cierto, me vale un comino si haces cero o mil las estrellas del hotel, por si no te has dado cuenta o eres muy lento de entendimiento, no es como que me afecte en algo. Además, ¿por qué debería estar llorando? Ni siquiera trabajo aquí. —Si no trabajas en el hotel, ¿qué hacías en la recepción? —inquirió, confundido. —Estaba aburrida y la chica fue al baño a tener sexo telefónico con su novio o qué sé yo. Kian la miró sin comprender como era tan fresca para hablar y decía las cosas como si nada. Ahora entendía por qué se estaba burlando de él cuando entró en colera. Estaba haciéndolo todo de a posta, lo que lo enojó más de lo que estaba. —Arranque antes de que me corten la cabeza, señor —dijo de pronto ella, dándole una palmadita en el hombro al taxista que estaba entretenido viéndolos por el espejo retrovisor. —¿A dónde se dirigen? —A ninguna parte con esta loca... —Al Opium... El hombre sonrió y, sabiendo que la chica ganaría aquella batalla, puso el auto en marcha sin más, haciendo que Kian frunciera el ceño y su rabia aumentara. —Detenga el auto. —¿Por qué debería detenerlo? Fuiste tú el que subió a pesar de que ya estaba ocupado por mí —rebatió la chica y el taxista los ignoró, pero contenía las ganas de reír—. Ahí está, tienes dos opciones: enrollas tu lengua y cierras el pico o te lanzas con el auto en movimiento. —La que debería callarse eres tú. ¿No te enseñaron a tenerle respeto a las personas? —Mis padres lo intentaron, pero fallaron —la chica lo repasó con la mirada y le sonrió coqueta—. ¿Me vas a enseñar tú? Se ve que tienes espíritu de docente. El taxista no pudo evitarlo y soltó una risita entretanto Kian le daba una mirada furibunda. Annika por fin se vio reparando en la apariencia del rubio a su lado, detallando sus facciones masculinas y esos ojos que le parecieron bastante feroces y atrayentes, de un azul muy profundo que le incitaba a perderse en ellos por horas. Decir que estaba feo era asegurar una ceguera que no aun no tenía. Sus ojos funcionaban a la perfección y no iba a negar que el hombre era muy... demasiado atractivo. El cabello rubio y desenfadado le daba un aire descuidado, pero seductor. Se veía tan suave que quiso pasar sus manos por el. Cada centímetro de su rostro era perfecto, como si hubiese sido tallado de manera cuidada y especial por los mismísimos dioses. La mandíbula cuadrada y el escaso rastro de una barba bien rebajada le dieron ganas de acariciarla. Sus labios finos y delgados se veían exquisitos. Con todo el descaro que poseía, siguió su recorrido por su cuello, grabando en su memoria el hermoso y sexi tatuaje de escorpión que tenía en el costado izquierdo. Descendió aun más la vista por su pecho y se percató de que la corbata estaba un poco floja, pero no le hacia ver nada mal; todo lo contrario, acentuaba su atractivo a más no poder. El traje azul se aferraba a toda su anotomía, lo que dejaba en claro lo ejercitado y en buena forma que estaba. —¿Ya terminaste de detallarme? —inquirió un muy molesto Kian. —No —su respuesta le hizo fruncir el ceño—, aun me hace falta detallar un poco más abajo, pero no sé, tengo el presentimiento de que me voy a llevar una gran decepción. Kian comprendió al instante lo que quería decir y su ceño se profundizó aún más, haciéndole pensar a la chica que, incluso enojado se veía muy sexi. Él ya no sabía lo que estaba pasando y a cuenta de qué había cambiado el rumbo de la conversación. Se suponía que estaba allí para burlarse por estar desempleada, pero la chica le había dado vuelta a todo el asunto y ahora estaba hablando de su anotomía como si tuviera el derecho de hacerlo, y para más inri y frustración, estaba insinuando que no era tan competente. —Te puedo asegurar que ninguna mujer que ha pasado por mi cama se ha decepcionado, pero este no es el tema que estamos tratando, mocosa. Si no trabajas en el hotel, ¿quién diablos te crees para hacerte pasar por una empleada más? —No me hice pasar por nada, fuiste tú el que lo creyó al verme detrás del mostrador. ¿Acaso estaba vistiendo el uniforme o qué? Parece que eres algo ciego y no te culpo, la edad empieza a pegar duro conforme envejecemos. Sin verlo venir, la mano de Kian quedó envuelta alrededor de su cuello en cuestión de segundos, algo que la tomó por sorpresa, pero la encendió por igual. Esa mano tan grande y caliente apretaba con una suavidad avasallante y le hacía correr por todo el cuerpo una especie de electricidad que se centró entre sus piernas. —Será mejor que le pongas candando a esa lengua si no quieres que te la corte —amenazó, fuera de sí—. Eres tan insolente y descarada. —Y no vamos a negar que tú eres muy caliente —sonrió torcido—. Si era esto lo que buscabas debiste ir de frente y sin rodeos. No me niego a probar a un hombre tan sexi como tú, que así de gruñón y sensiblero, debe ser todo un leoncito salvaje en la cama. Se miraron fijamente y en completo silencio, los dos sintiendo una especie de conexión y química que se fue transformando en un deseo que aun tenía control. Kian se perdió un instante en esa mirada grisácea, era tan transparente, pero el maquillaje oscuro le daba un toque perverso y seductor, tanto que se vio ladeando el rostro para admirar a la chica que se mantenía firme pese a que la tenía sujeta del cuello, retándolo con la mirada, aun así, muy quieta y expectante a lo que haría. Hasta ahora se daba cuenta de lo hermosa que era, su piel suave y con un ligero bronceado que acentuaba su belleza. Su nariz pequeña y sus labios turgentes y en extremo rojos incitaban al pecado. Deslizó los ojos tal como ella lo había hecho, por su cuello, donde su mano posaba sin tanta fuerza, pero que de inmediato envió un latigazo placentero por todo su cuerpo. Su cuello delgado, suave y frágil estaba a su entera merced, así que se vio apretando con algo más de fuerza y volvió la vista a los ojos acerados de ella, donde pudo notar su excitación y el brillo de algo más que de momento no supo identificar. No había rastros de miedo, pero sí una inmensa curiosidad y una pasividad que le dejaba en claro que estaba dispuesta a dejarse hacer todo lo que quisiera. Bajó la vista a su escote y, pese a que sus senos no eran grandes, tenían un tamaño justo que no le desagradó. Su vientre plano seguía un camino hacia sus anchas caderas, donde no disimuló en lo absoluto y sonrió para sus adentros. Sentada como estaba, con las piernas juntas y hacia un lado, su trasero se veía bastante generoso. Se vio mirando esas piernas tentadoras, bien torneadas y gruesas, imaginando cuerdas a su alrededor y marcas rojizas que lo encendieron a más no poder. Esa chispa que creyó jamás sentiría despertó en su interior, un interés que nunca había sentido por otra mujer y que estaba avivando el deseo previo que sintió con su sola mirada. No sabía si se debía al hecho de que hacia mucho no tenía sexo, que la chica ante sí lo supo excitar con esa expresión doblegada y tan caliente que le dedicó. Allí mismo quiso someterla a su voluntad, sacarse la rabia y de paso las ganas que sentía, pero no le gustaba saltar de una vez ante la primera que lo excitara. Normalmente se tomaba el tiempo de conocerlas, de estudiar sus gestos, de saber si podían llegar a ser compatibles y de si eran capaz de tolerarlo en la cama. Era bastante selecto, por esa razón, en muchas ocasiones, no elegía mujer en el club de Ivanna, puesto que muchas habían perdido la inocencia y fingían por el dinero que sus cuerpos les hacía ganar. —Hemos llegado. La voz del taxista los sacó del aire pesado y caliente que los había envuelto, así que, antes de soltarla le apretó con algo más de fuerza, rozando la yema de sus dedos en su piel con lentitud pasmosa que la hizo soltar el aire con brusquedad y morderse los labios. Ninguno de los dos apartó la mirada por largos segundos, pero cuando Annika no pudo con tanto poder y dominación que destilaban los ojos del hombre, se vio bajándola por unos segundos, un acto que le sacó una sonrisa disimulada a Kian. Afectada como estaba, la chica no mencionó palabra alguna mientras pagaba el servicio al hombre y se bajaba del taxi con piernas temblorosas, la respiración agitada y el calor latiendo a mil por todo su sistema. —Qué interesante —murmuró Kian, extrañado de que no dijera nada de lo que había pasado y bajara del auto sin más, pero mucho más interesado que antes por la chica. ¿Eso había sido vergüenza y timidez? No lo sabía, pero sí que quería descubrir si alguien tan descarada como ella podría llegar a avergonzarse. Le agradeció al taxista y bajó, siguiendo los pasos de ella cuando emprendió camino a la entrada del club nocturno. El estilo de chinoiserie con el que estaba diseñado el lugar lo envolvió de inmediato, con tragaluces laberinticos que hacían del bar un sitio innovador e icónico. Era un lugar bastante concurrido y que estaba atestado de gente, así que tuvo que acelerar el paso para no perder a la chica de vista, quien iba a paso altivo y rápido subiendo hasta la segunda planta del bar. La vio perderse detrás de las ilusorias cortinas rojas del pasillo que daban al salón y la siguió sin más, de cuando en cuando deleitándose con todo aquel íntimo lugar de estilo oriental. Se sentó en una de las mesas circundantes a la barra central, donde varios baristas se encontraban preparando los cocteles y mostrando su profesionalismo y talento a todos los clientes, y muy cerca de donde ella se había sentado junto con un grupo de chicas de su misma edad. Una camarera no tardó en acercarse y ofrecerle el menú de cocteles exclusivos que ofrecían. Se vio pidiendo un Luna Rossa que no tardó en beber cuando se lo entregaron y pedir uno más, no solo para él, sino para el grupo de chicas que lo miraban desde su mesa, en especial, esa que en medio de la oscuridad y las luces rojas podía le miraba con esa sonrisa cínica y coqueta que ahora le generaba malestar en sus pantalones. Le sonrió y levantó su coctel al aire, dándole un brindis a distancia que ella no negó e hizo lo mismo, dándole un guiño antes de beberse de golpe su trago. En una mínima fracción de segundo se dijo que estaba loco al seguir a una chiquilla para burlarse de su desgracia como para terminar caliente por ella, invitándole un trago y quizá, tan solo quizás, con deseos de llevarla a la cama, después de todo, en los últimos dos meses había acumulado bastante tensión sexual que, en ese momento, solo pretendía liberar.Annika se bebió el quinto coctel de la noche y desvió la mirada del rubio que no disimulaba ni un poco su interés por ella. Aunque, cuando lo vio subir al auto y hacerle el reclamo por su mala atención en el hotel de su hermano y la hizo sentirse ofendida y de mal humor, lo cierto era que en ese momento solo podía sentir el calor que le provocaba su intensa mirada. Además de que aun podía sentir su mano envuelta alrededor de su cuello, la forma en que la había apretado y el estremecimiento que ese acto causó.Se tomó de golpe el siguiente trago y se sacudió por completo. Nunca se había sentido sometida con un simple apretón en el cuello, pero debía admitir que se había sentido delicioso y que no se iba a negar de pasar una noche caliente si llegaban a algo más que solo miradas.Enrollarse con hombres no estaba en sus planes una vez puso un pie en Londres, más luego de las constantes amenazas de su hermano mayor, pero, quizá, esa noche haría una excepción y se dejaría llevar por lo que
Annika demostraba una falsa tranquilidad mientras por dentro se sentía nerviosa, no sabía si de anticipación por lo que iba a suceder o porque un desconocido la llevaba a un hotel no tan lejos del bar.Quizá estaba loca por lo que estaba a punto de hacer sin tomarse el tiempo de asegurarse que no fuese un loco psicópata o violador como muchas veces ya lo había hecho por precaución y evitarse dolores de cabeza innecesarios, pero debía admitirse a sí misma que estaba curiosa y deseosa a iguales proporciones.Él hombre le atraía lo suficiente como para pensar en algo malo o que no encajara, después de todo, se dijo, que aquella sería su última noche en Londres, así que sacudió toda inquietud de su mente y se prometió disfrutar de aquel amante atractivo y sensual que prometía bastante con su mirada dominante e imponente.Lo dejó hacer la reserva del hotel en completo silencio, solo escuchando su apellido, lo que le recordó que ni siquiera se habían tomado el tiempo para decirse sus nombre
Kian quería ir tan lento como pudiera, pero sus instintos más primitivos habían salido a luz y ya no podía detener todo el fuego que lo estaba consumiendo. Estaba caliente y deseoso de cumplir cada una de sus fantasías en ese cuerpo sensual y esa mirada que, aunque angelical, era realmente la de un demonio.Embistió sin pudor la boca de la chica, sujetando su cabeza con fuerza y llegando tan hondo en su garganta que solo podía sentir la humedad, el calor y la estrechez de la misma, haciéndole perder todo el control de sí mismo.Ella lo estaba recibiendo como ninguna otra lo había hecho en su vida, tratando de seguirle el ritmo de la cadera ya fuera moviendo la cabeza a su encuentro o deslizando su lengua por su miembro, despertando un ser que se encontraba dormido en lo más profundo de su ser, ansioso y hambriento por acapararlo todo.El deseo de destruirla lo llevó a ser más certero y bestial al verla con los ojos llorosos, las mejillas sonrojadas, el sudor recorriéndole el cabello y
Un silencio se extendió por largos segundos, en los que Kian se quedó observando con fijeza a la chica ante sí. Si antes estaba interesado, ahora sentía un gran deseo de descubrir mucho más de ella, de saberlo todo, porque ese encuentro no había sido suficiente para él, menos cuando había compaginado tan bien con ella, como si esa mujercita de ojos grisáceos y rostro angelical hubiese sido hecha para él. Lo había complementado de manera alucinante.El cabello negro y de largo hasta los hombros lo tenía vuelto un desastre, húmedo de sudor y enmarañado. Tenía la cara roja, el rastro de las lágrimas que había derramado y todo el maquillaje corrido. La marca en su cuello era visible, algo que lo hizo sentir tan bien como mal. No quería lastimarla, pero bajo la bruma del placer nunca pensaba con coherencia y terminaba siendo más rudo de lo que debería, aun así, ella no se había quejado ni mucho menos le estaba haciendo ningún reclamo como muchas mujeres sí se lo habían hecho en el pasado.
Un mes había pasado desde que Kian había tenido su último encuentro sexual y, aunque viajó un par de veces a Londres por cuestiones de trabajo y se hospedó en el mismo hotel donde había conocido a aquella chica misteriosa y que tanto tenía en el pensamiento con la esperanza de encontrarse con ella y liberar toda la tensión que tenerla en la mente le causaba, ella nunca apareció ni en el hotel ni en el bar.Era como si nunca hubiese pasado nada y esa chica fuese parte de su imaginación, algo que empezó cuestionarse si todo había sido una muy bien vivida fantasía.Nunca había tenido problemas con el sexo, hacía mucho había dejado de ser tan hormonal y se permitía disfrutarlo cuando realmente lo necesitaba o encontraba una compañera de cama que lo complementara en el acto, pero en ese momento no podía dejar de pensar en aquella chica pelinegra, de mirada acerada y labios provocativos que lo habían envuelto en una nube de placer inolvidable y lo hacían sentir como un adolescente que apena
Kian no entendía lo que le pasaba, pero se trataba de consolar diciéndose a sí mismo que la chica lo ponía caliente y que el sexo con ella era algo que no solía encontrar de buenas a primeras. Trataba de hacerse cree que no había más, pero en lo más profundo de su ser ansiaba encontrarla de nuevo y verificar todo lo que en ese momento pensaba y no se atrevía a decir en voz alta.Las siguientes noches se vio asistiendo al club exclusivo al que iba con sus amigos, pero de nuevo estaba fallando en la misión de encontrarla.Parecía que buscaba un fantasma que jamás se dejaría ver, pero que había dejado un pequeño y significativo rastro, por lo que él se empeñaba en seguirle la pista hasta dar con ella.¿Tanta molestia valía la pena? Ya no sabía qué creer. Ciertamente quería pasar una segunda noche y, ahora que estaba en sus dominios, quitarse las ganas haciéndole todo lo que tenía en mente y esa única noche no pudo. Quizás de esa manera pasaba página con la chiquilla y seguía en la búsque
—Esto es ridículo, Annika —se quejó la rubia, tratando de acomodarse la peluca castaña lo mejor posible—. Por más que nos cubramos seguimos siendo nosotras, además de que, si ya nos vieron, es inútil tratar de encubrir nuestra identidad ahora.—Eso ya lo sé, pero no podemos hacer mucho. Hay dos posibilidades: que sean los hombres de mi hermano o que solo sea un hombre del común que pasaba por la calle y quería preguntarnos alguna cosa —dijo, encogiéndose de hombros.—Ya, y nos iba a preguntar la hora —bufó, haciendo reír a su amiga.—Quiero creer que era eso y no la primera posibilidad —fue todo lo que dijo, viendo su reflejo en el espejo—. Lo único que tenemos a nuestro favor es que hemos usado pupilentes todo este tiempo, así que, con que nos cambiemos el color de cabello de vez en cuando, no hay tanto problema. Muchas mujeres se lo pintan con frecuencia.No muy convencida y refunfuñando, Alenka se dejó poner los pupilentes antes de salir del apartamento, siendo mucho más cautelosas
Se separaron y se miraron en completo silencio por largos segundos, en los que apenas podían controlarse. Al final, Kian le sonrió y ella le devolvió el gesto, antes de ser tomada de la cintura y arrastrada al interior del vehículo.El hombre no tardó en ponerse en marcha hacia su apartamento, enumerando en su mente una a una las cosas que le haría mientras conducía por las solitarias calles y le daba miradas de tanto en tanto.Annika aprovechó el silencio para nada incómodo que se había formado y le envió un mensaje a su amiga, diciéndole que no se uniría al bar como habían quedado y le aseguró que después le enviaría su ubicación una vez llegaran a su destino. Reía por lo bajo en cuanto la rubia le envió una sarta de mensajes obscenos que le sacaron risas incontrolables.Kian la observaba de reojo y sonreía para sus adentros, después de todo, esa chica no era una fantasma como lo había llegado a creer su cabeza de tanto que la pensaba y más luego de sus infructuosos intentos de enco