Notita: Les dejo el orden de la serie Infierno, las cuales encuentras en mi perfil:
✓Libro 1: Infierno ✓Libro 2: Desliz ✓Libro 3: Nociva *** —¿Sigues con tus infructuosos intentos de encontrar a la mujer de tu vida? La pregunta que soltó Darius estaba llena de burla, pero también sentía gran curiosidad por los deseos intensos de casarse de su amigo. No lo comprendía, después de todo, desde hacía poco Kian se había propuesto formar una familia. No es que fuera un hombre que no creyera en el amor, pero nunca había sido su mayor prioridad. Desde que lo conocía siempre tuvo sus objetivos claros y, pese a que le gustaba la diversión, su trabajo era lo más importante. Suponía que ahora que todos lo habían logrado y habían llegado más lejos de lo que una vez pudieron imaginar, ya había llegado el momento de sentar cabeza. Kian resopló y emitió una risita traviesa, apartando la vista de su computador para observar a su amigo. —Es muy difícil encontrarla, ¿lo sabías? —volvió a reír y sacudió la cabeza—. No, tú no sabes de eso porque te quedaste con la primera que se presentó ante ti. Pero realmente es difícil encontrar a tu otra mitad. Darius soltó una carcajada. —Es que el verdadero amor no se busca, este llega por sí solo y cuando menos lo esperas. —Estoy por creer que nunca va a llegar por sí solo. —Pero ¿cuál es tu afán de encontrar el amor? —¿Puede ser porque los años ya están pasando y no es que me quede mucho tiempo para formar una familia? —Hablas como si fueras a morir en un par de meses —murmuró y Kian sonrió. —Quiero hijos, sentir la dicha que tú y Jeray tienen cuando ven a sus retoños y tener ese amor incondicional y verdadero. Sí, puede que sea un poco tarde para mí, pero siento que estoy en el momento indicado para formar mi familia y dedicarme a ella. —Nunca es tarde para lograr lo que deseas, hombre. Solo deja que esa chica llegue por su cuenta a ti. —No tengo más opción que seguir esperando, mientras tanto tengo que seguir soportando viéndolos a ustedes vomitar amor y felicidad —le entregó una carpeta a su amigo que este recibió aguantando las ganas de volver a reír—. Ahora bien, espero que estés lo suficientemente descansado para el siguiente proyecto. El hospital militar ordenó varias prótesis y no contamos con mucho tiempo para entregarlas. —Tengo todo un equipo capacitado, ¿por quién me tomas? —se quejó y su amigo se encogió de hombros—. Por cierto, ¿cuándo es tu viaje? —En tres días. —Me encantaría acompañarte, pero ya sabes que esas reuniones no son mi estilo. Además de que no quiero dejar sola a Jolie, Thais demanda más tiempo del que imaginé. —¿Qué esperabas? Es una bebé. El viaje no tomará mucho tiempo, estaré de vuelta esa misma tarde en cuanto cierre el trato. —Muy bien, iré a trabajar en esto —levantó la carpeta al aire y la sacudió—. Avísame cuando Jeray esté en la empresa, ya extraño hacerle visitas indeseadas a su oficina. Kian asintió, viendo a uno de sus mejores amigos salir de su oficina y le fue imposible no sonreír. En muy poco tiempo las cosas habían cambiado para sus amigos. Los que pensó que nunca se enamorarían estaban casados y ya eran padres. Aún no podía creer que sus amigos ya eran hombres hogareños, pero debía aceptar que envidiaba de buena manera la felicidad que ellos irradiaban. Su afán de formar una familia no era otro que de enamorarse, no sentirse solo cuando llegara a su apartamento y tener una mujer que lo comprendiera, lo aceptara como era y lo llenara en todos los aspectos posibles y por haber, pero entre cientos de citas no había encontrado ni la química ni la atracción que deseaba. Todo terminaba cuando retozaban en la cama o muchas veces siquiera sentía deseos de llegar a una segunda cita. Las mujeres con las que salía eran muy bonitas, pero muchas de ellas no tenían algún interés genuino por conocer a su cita. Cenaban, bebían y hablaban un par de palabras, algo que se le hacía incómodo y desgastante, por tal razón ya no le interesaba volver a concertar alguna cita a ciegas. Tomaría el consejo de su amigo y esperaría a que la mujer de su vida llegara por sí sola, pero no dejaba de preguntarse cuándo llegaría ese día si ya se estaba dando por vencido. Sacudió todos sus pensamientos y retomó su trabajo. Tenía que terminar de redactar el trato que lo llevaría a Londres en tres días. Normalmente viajaba con Jeray, pero luego de su boda hacia un mes decidió tomarse unos días libres con su esposa y su hijo, por lo que no tenía más opción que cerrar el trato por sí solo. Tenía trabajo suyo y de Jeray acumulado, pero aquello le importaba poco. Le alegraba que su socio y mejor amigo, aquel hombre hermético y satírico que jamás imaginó se enamoraría de la noche a la mañana, disfrutara de su familia. Nunca lo había visto más feliz y relajado en su vida. Sus pensamientos se desviaron por un instante, pensando en la mujer que anhelaba, pero de tanto que se la imaginaba, no podía dar una imagen clara de su aspecto ni mucho menos de su personalidad. El amor en sí llegaba de manera brusca, sin mediar palabra y oponiéndose ante todo pronóstico, contradiciendo incluso gustos propios y marcados que nunca había pasado por alto en algunas de sus relaciones. Prefería las chicas, sumisas, tranquilas y que no pusieran tanto problema, pero tampoco era como si quisiera una muda a su lado. Le gustaba hablar y bromear, algo que sus pasadas conquistas nunca entendieron y se limitaban a hacer lo que él les ordenara. Se vio sonriendo, pensando que la mujer de su vida tendría mucho de eso que tanto le gustaba y lo enloquecía, pero también le gustaría que tuviera una personalidad tan explosiva como la suya, riera de sus malos chistes y tuviera charlas interminables en la azotea de su apartamento mientras bebían una botella de vino o solo se limitaban a contemplar la vista de la ciudad. Suspiró, tampoco entendía de dónde había surgido ese gran deseo de encontrar a una mujer y enamorarse, pero debía admitirse a sí mismo que era desgastante tener en la cabeza a una mujer que ni siquiera había llegado a su vida. Los siguientes tres días trabajó sin parar en todos los pendientes y en el trato que cerraría en Londres, así como estuvo presente en la primera prueba de la prótesis en la que Darius había estado trabajando, como siempre, sorprendiéndose de la capacidad que tenía su amigo en hacer el diseño perfecto y exacto que sus clientes requerían. Aunque su amigo aun debía trabajar en algunos detalles, el resultado era el esperado, por lo que sin más dio el visto bueno para que continuaran trabajando, dejando el resto en manos de Darius. Los tres empresarios eran un equipo y cada uno tenía una labor, en la cual solo hacían crecer su empresa y posicionarse en el mercado como uno de los mejores proveedores. Trabajaban al compás y, aunque muy pocas veces tenían desacuerdos, lo cierto era que ninguno intermediaba en la decisión del otro. Los tres eran libres de elegir, siempre respetando al otro. El día de su viaje llegó más rápido de lo que pensó, así que se vio envuelto en interminables y agotadoras reuniones durante todo el día. Las largas horas de viaje, más el día tan ajetreado lo dejaron vencido por completo en la cama del hotel, deseando descansar un par de horas y desconectarse por completo del mundo, pero su vuelo de regreso estaba pronto a salir, así que, soltando un suspiro rendido, se levantó de la cama y se adentró a la ducha a tomar un baño que al menos lo despertó y relajó sus músculos. Una vez listo, se encontró con su asistente en el vestíbulo del hotel, quien no tardó en informarle los compromisos que tenía una vez estuviera de vuelta a la empresa mientras esperaban que la recepcionista terminara de hablar por teléfono. —¿De casualidad no tengo una cita con mi cama? —inquirió, soltando un bufido que hizo reír a su secretaria—. No sabes las ganas que tengo de renunciar justo ahora. —Tampoco es como que pueda, Sr. Rice —se burló ella, riendo un poco más al ver la expresión mortificada de su jefe. —No es justo que yo esté aquí mientras Jeray está de vacaciones —se volvió a quejar y frunció el ceño al escuchar la risa que soltó la recepcionista—. Parece que es más importante la conversación que atender los huéspedes, ¿eh? Su secretaria pensaba interrumpir a la chica, pero al ver la mirada severa que le dedicaba su jefe, guardó silencio y esperó a que sacara la frustración e impaciencia con la chica y no con ella. —Me da tanta pena molestarte y tan ocupada que estás —ironizó en voz alta y atronadora, haciendo que la recepcionista levantara la vista hacia él y sonriera de medio lado—. ¿Te importaría atendernos? —Nos vemos en la noche, porque justo ahora se me salió una tripa que me está incomodando —dijo en tono juguetón y sin vergüenza alguna, tomando por sorpresa a las dos personas que la veían con evidente molestia antes de colgar y enfocar sus ojos en el rubio—. ¿Qué se le ofrece, señor? —¿Esta es la clase de personal que tiene un hotel de cinco estrellas? ¿Dónde queda el profesionalismo y el respeto por el cliente? —Ni idea, pero es lo que hay —respondió con desparpajo—. ¿Necesita una habitación? Si es así, espere a que revise si hay alguna disponible para usted —fingió mirar la pantalla del computador, pero lo cierto es que se veía a leguas que no sabía lo que estaba haciendo. —¿Al menos tienes alguna idea de lo que estás haciendo? —preguntó más que irritado, opacando el buen humor que tanto lo caracterizaba por un ceño bastante fruncido. —La verdad es que no, es la primera vez que estoy usando esto, pero déjeme ver. No debe ser tan difícil buscar, ¿o sí? —Es el maldito colmo —murmuró, viéndola buscar y hacer gestos de negación. —Creo que se bloqueó —le dio la vuelta a la pantalla y la miró por debajo, soltando una risita insidiosa—. No hay habitaciones, lo sentimos. Ante las palabras de la chica, Kian la miró fijamente y con ganas de estrangularla. Jamás había conocido a una mujer tan estúpida y, que, para más inri, hiciera alarde de su falta de conocimientos. —No buscamos una habitación, la verdad venimos a entregar nuestras llaves y a pedir la totalidad de la cuenta —explicó la secretaria del hombre, sabiendo que faltaba poco para que su jefe estallara de rabia. —Ah —asintió, comprendiendo—. Tampoco sé cuánto deben pagar. Kian soltó una risa que para nada era graciosa y se acercó a la chica que no lucía más que divertida con la situación. —¿Eres bruta o solo te haces? —Me da su tarjeta, ¿o no piensa pagar? —extendió la mano sin dejar de mostrarse tranquila y con una sonrisa ladeada bastante irritante para el hombre. —¿Y qué vas a cobrar si ni siquiera sabes? Exijo hablar con el gerente, es el colmo que contraten personal tan... ineficiente. La chica tomó su teléfono y habló en un idioma que no comprendió, pero sabiendo que solo se estaba burlando de él al escuchar sus risitas. Su paciencia había llegado a su límite, por lo que, dispuesto a hacerle pagar a la mujer, se acercó a ella y la tomó del brazo, pero un hombre de mediana edad llegó corriendo a ellos, luciendo algo enojado haciendo que la soltara. —Siento mucho los inconvenientes, sucede que ella es nueva y le ha costado acoplarse a su trabajo —se disculpó el hombre, dándole una mirada llena de reproche a la chica que no se inmutó, por lo contrario, subió las piernas en el mostrador, viendo con una sonrisa arrogante la escena—. Zachowuj się raz na zawsze, do cholery! —Czy mogę już wyjechać? —inquirió y el hombre solo la ignoró, dándole una sonrisa forzada a Kian. —Si no quiere que el hotel se venga abajo, lo mejor será que la eche. No sabe ni lo que tiene que decir. No sabía que ahora los hoteles de prestigio se daban el lujo de contratar a personas imbéciles e incompetentes. —Sentimos mucho lo sucedido y estaremos trabajando para que nuestro personal sea el mejor —dijo conteniendo su disgusto—. Debido a estos inconvenientes, nos gustaría darle una reservación completa totalmente gratis por tres noches. —Bien, solo si la despide justo ahora, o sino me encargaré de que este lugar se venga abajo en cuestión de segundos —amenazó y solo fue la chica quien soltó una carcajada. —No se preocupe, me encargaré de ella justo en este instante —sonrió—. Si gusta puede pasar al bar del hotel, mi asistente lo ubicará y le asignará la mejor habitación que tenemos para que comparta con su esposa. Y, de nuevo, lamento mucho las molestias. Kian lo vio inclinarse, aun no muy convencido, pero no iba a permitir que esa mujer tan insolente siguiera trabajando en aquel hotel. Sonrió victorioso cuando el hombre la levantó del brazo con todas sus fuerzas y le daba una mirada iracunda, llevándola arrastras fuera del mostrado murmurando palabras que no comprendía, pero sabía que era una fuerte reprimenda. Solo ahí se percató de que la chica no llevaba un uniforme como el resto del personal. La falda negra y de cuero se ajustaba a sus muslos fuertemente, dejando a la vista unas piernas generosas, largas y bien torneadas. Su blusa del mismo color le cubría lo necesario y no dejaba nada a la imaginación, solo que la chaqueta que usaba no daba la apariencia que ahora sí. Los tacones eran tan altos, que llegaba casi a la misma altura del hombre, que apenas si era un par de centímetros más bajo que él. Algo no le pareció en todo ese asunto, así que le indicó a su secretaria que fuera a la habitación donde él había estado mientras esperaba que despidieran a la chica. —Pero, Sr. Rice, tenemos un vuelo que abordar —le recordó Kendra, sorprendida de que haya cambiado de parecer. —Cámbialo para mañana, pero de aquí no me iré hasta que esa mujer no esté en la calle.Kian fue al bar del hotel tal como el gerente le sugirió, donde una chica rubia le hizo entrega de la suite presidencial y le dio pases privilegiados y gratuitos por cuantos días fuese a hospedarse.De mal humor como estaba y cansado debido a todo el estrés que venía cargando en los últimos días, decidió tomarse unas copas para relajarse un poco y dejar pasar el mal rato que acababa de vivir. Muy rara vez explotaba de enojo, pero cuando lo hacía, era irracional y tan afilado como sus amigos. Era el pacifico de los tres, el que siempre se mostraba sonriente y le gustaba gastar bromas. Ni siquiera a él mismo le agradaba estar de mal humor.Solo que beber no le estaba ayudando a calmarse. Necesitaba asegurarse de que, en efecto, despidieran a esa cínica chiquilla, porque eso era lo que era, una mocosa que no sabía ni siquiera limpiarse la cola según su criterio.Ordenó dos copas más, las cuales bebió una detrás de otra antes de ir hasta el vestíbulo y quedarse en la sala de espera, desea
Annika se bebió el quinto coctel de la noche y desvió la mirada del rubio que no disimulaba ni un poco su interés por ella. Aunque, cuando lo vio subir al auto y hacerle el reclamo por su mala atención en el hotel de su hermano y la hizo sentirse ofendida y de mal humor, lo cierto era que en ese momento solo podía sentir el calor que le provocaba su intensa mirada. Además de que aun podía sentir su mano envuelta alrededor de su cuello, la forma en que la había apretado y el estremecimiento que ese acto causó.Se tomó de golpe el siguiente trago y se sacudió por completo. Nunca se había sentido sometida con un simple apretón en el cuello, pero debía admitir que se había sentido delicioso y que no se iba a negar de pasar una noche caliente si llegaban a algo más que solo miradas.Enrollarse con hombres no estaba en sus planes una vez puso un pie en Londres, más luego de las constantes amenazas de su hermano mayor, pero, quizá, esa noche haría una excepción y se dejaría llevar por lo que
Annika demostraba una falsa tranquilidad mientras por dentro se sentía nerviosa, no sabía si de anticipación por lo que iba a suceder o porque un desconocido la llevaba a un hotel no tan lejos del bar.Quizá estaba loca por lo que estaba a punto de hacer sin tomarse el tiempo de asegurarse que no fuese un loco psicópata o violador como muchas veces ya lo había hecho por precaución y evitarse dolores de cabeza innecesarios, pero debía admitirse a sí misma que estaba curiosa y deseosa a iguales proporciones.Él hombre le atraía lo suficiente como para pensar en algo malo o que no encajara, después de todo, se dijo, que aquella sería su última noche en Londres, así que sacudió toda inquietud de su mente y se prometió disfrutar de aquel amante atractivo y sensual que prometía bastante con su mirada dominante e imponente.Lo dejó hacer la reserva del hotel en completo silencio, solo escuchando su apellido, lo que le recordó que ni siquiera se habían tomado el tiempo para decirse sus nombre
Kian quería ir tan lento como pudiera, pero sus instintos más primitivos habían salido a luz y ya no podía detener todo el fuego que lo estaba consumiendo. Estaba caliente y deseoso de cumplir cada una de sus fantasías en ese cuerpo sensual y esa mirada que, aunque angelical, era realmente la de un demonio.Embistió sin pudor la boca de la chica, sujetando su cabeza con fuerza y llegando tan hondo en su garganta que solo podía sentir la humedad, el calor y la estrechez de la misma, haciéndole perder todo el control de sí mismo.Ella lo estaba recibiendo como ninguna otra lo había hecho en su vida, tratando de seguirle el ritmo de la cadera ya fuera moviendo la cabeza a su encuentro o deslizando su lengua por su miembro, despertando un ser que se encontraba dormido en lo más profundo de su ser, ansioso y hambriento por acapararlo todo.El deseo de destruirla lo llevó a ser más certero y bestial al verla con los ojos llorosos, las mejillas sonrojadas, el sudor recorriéndole el cabello y
Un silencio se extendió por largos segundos, en los que Kian se quedó observando con fijeza a la chica ante sí. Si antes estaba interesado, ahora sentía un gran deseo de descubrir mucho más de ella, de saberlo todo, porque ese encuentro no había sido suficiente para él, menos cuando había compaginado tan bien con ella, como si esa mujercita de ojos grisáceos y rostro angelical hubiese sido hecha para él. Lo había complementado de manera alucinante.El cabello negro y de largo hasta los hombros lo tenía vuelto un desastre, húmedo de sudor y enmarañado. Tenía la cara roja, el rastro de las lágrimas que había derramado y todo el maquillaje corrido. La marca en su cuello era visible, algo que lo hizo sentir tan bien como mal. No quería lastimarla, pero bajo la bruma del placer nunca pensaba con coherencia y terminaba siendo más rudo de lo que debería, aun así, ella no se había quejado ni mucho menos le estaba haciendo ningún reclamo como muchas mujeres sí se lo habían hecho en el pasado.
Un mes había pasado desde que Kian había tenido su último encuentro sexual y, aunque viajó un par de veces a Londres por cuestiones de trabajo y se hospedó en el mismo hotel donde había conocido a aquella chica misteriosa y que tanto tenía en el pensamiento con la esperanza de encontrarse con ella y liberar toda la tensión que tenerla en la mente le causaba, ella nunca apareció ni en el hotel ni en el bar.Era como si nunca hubiese pasado nada y esa chica fuese parte de su imaginación, algo que empezó cuestionarse si todo había sido una muy bien vivida fantasía.Nunca había tenido problemas con el sexo, hacía mucho había dejado de ser tan hormonal y se permitía disfrutarlo cuando realmente lo necesitaba o encontraba una compañera de cama que lo complementara en el acto, pero en ese momento no podía dejar de pensar en aquella chica pelinegra, de mirada acerada y labios provocativos que lo habían envuelto en una nube de placer inolvidable y lo hacían sentir como un adolescente que apena
Kian no entendía lo que le pasaba, pero se trataba de consolar diciéndose a sí mismo que la chica lo ponía caliente y que el sexo con ella era algo que no solía encontrar de buenas a primeras. Trataba de hacerse cree que no había más, pero en lo más profundo de su ser ansiaba encontrarla de nuevo y verificar todo lo que en ese momento pensaba y no se atrevía a decir en voz alta.Las siguientes noches se vio asistiendo al club exclusivo al que iba con sus amigos, pero de nuevo estaba fallando en la misión de encontrarla.Parecía que buscaba un fantasma que jamás se dejaría ver, pero que había dejado un pequeño y significativo rastro, por lo que él se empeñaba en seguirle la pista hasta dar con ella.¿Tanta molestia valía la pena? Ya no sabía qué creer. Ciertamente quería pasar una segunda noche y, ahora que estaba en sus dominios, quitarse las ganas haciéndole todo lo que tenía en mente y esa única noche no pudo. Quizás de esa manera pasaba página con la chiquilla y seguía en la búsque
—Esto es ridículo, Annika —se quejó la rubia, tratando de acomodarse la peluca castaña lo mejor posible—. Por más que nos cubramos seguimos siendo nosotras, además de que, si ya nos vieron, es inútil tratar de encubrir nuestra identidad ahora.—Eso ya lo sé, pero no podemos hacer mucho. Hay dos posibilidades: que sean los hombres de mi hermano o que solo sea un hombre del común que pasaba por la calle y quería preguntarnos alguna cosa —dijo, encogiéndose de hombros.—Ya, y nos iba a preguntar la hora —bufó, haciendo reír a su amiga.—Quiero creer que era eso y no la primera posibilidad —fue todo lo que dijo, viendo su reflejo en el espejo—. Lo único que tenemos a nuestro favor es que hemos usado pupilentes todo este tiempo, así que, con que nos cambiemos el color de cabello de vez en cuando, no hay tanto problema. Muchas mujeres se lo pintan con frecuencia.No muy convencida y refunfuñando, Alenka se dejó poner los pupilentes antes de salir del apartamento, siendo mucho más cautelosas