En Nueva Casarapa arrecía una tormenta implacable que provoca a medianoche un corte de electricidad. La urbanización se inunda en sombras que son aprovechadas por seres de planos astrales quienes se deslizan en la oscuridad, introduciéndose en las psiques de gentes desgraciadas que deberán afrontar los demonios de su mente. Entre las victimas están Claudia, una adolescente, y Amanda, una estudiante de actuación. Ambas deberán unirse para recorrer el largo recorrido de vuelta a casa, caminando bajo la lluvia entre siluetas que amenazan con poseerlas. Su mayor reto será verse al espejo y afrontar los susurros que su corazón trata de acallar, pues estas criaturas gustan de explotar sus más grandes miedos. La noche apenas comienza
Leer másVolvemos a Nueva Casapara. Una distinta, quizá. Podemos ver ojos abrirse con el despertar de la mañana. Mentes separándose del mundo del Morfeo, entregándose a las manos de la señora realidad, tan variable y ajena como una amante prohibida. Si nos deslizamos por el pavimento podemos ver las mismas calles que a la vez son distintas. Saltamos directo al centro comercial pequeño que acompaña a la Laguna y vislumbramos los primeros trabajadores acercándose para comenzar su jornada. Se levantan las santa marías, se abren las rejas, se preparan los productos y se limpian los mostradores. Jóvenes detrás de cajas registradoras en lo que serían sus primeros empleos, atendiendo a mayores de edad con problemas de sueños y a madres o padres que buscan alimento para sus pequeños.
Estaba muerta, o al menos así se sentía Claudia mientras corría, desesperada, sabiendo que si se detenía sería el fin del camino. Atrás estaban ellos. Todos ellos. Había escuchado el ruido del portón abrirse y acto seguidos los de multitudes atrapadas en el trance de la oscuridad, persiguiéndola a ella, a una desconocida, movidos por cadenas de otro plano. Por favor, por favor pensaba Claudia al huir. Los Aleros eran un conjunto de casas de dos pisos a cada lado de la calle, con vías como pasillos torciendo a los lados, donde solo había más casas. Con el terror en la garganta, Claudia se acercó a uno de los domicilios y empezó a golpear l
Maldito seres de pieles adheridas. Tan triunfantes durante el día, protegidos en la ignota claridad. No ven que la luz les ciega. Que están atrapados a merced del tiempo, con cuerpos cuya descomposición comienza con el nacimiento. Al menos sirven de entretenimiento de vez en cuando. Buenos juguetes para sacar del baúl y golpearlos contra el pavimento. Tan débiles por dentro. Basta con tirar de un hilo y el resto se deshace solo. Nada le/les provocaba más placer que ver a esos seres, disque humanos, desintegrarse bajo su propio peso. Sus mentes son torres de ladrillos mal construidas. Un bloque que le quitas y todos se viene abajo. Y él/ellos disfrutaba con quitar ese bloque. Con ser el lobo de un cuento que una vez percibi&oa
Las risas no duraron demasiado para Claudia y Amanda. Después de la pequeña cuesta donde se ubicaban las canchas, llegaron a una intersección de tres vías. Izquierda, derecha y de frente. A la derecha el camino se desliza entre la montaña, llevando a una vía que algunos valientes conductores seguían pues al final salían a una urbanización hermana. Conductores valientes porque dicho camino es una mina de agujeros en el asfalto que requieren a un piloto de carrera capaz de esquivarlos sin caerse por la vereda. A la izquierda llevaban a otra sección de Nueva Casarapa donde solo hay, por supuesto, más edificios. Y de frente… De frente el camino seguía
Cuando comenzó a llover, Juan sonrió pensando que era el colmo de su situación. Desde su puesto de trabajo en la garita de vigilancia, pudo ver a todos los residentes que paseaban salir corriendo a la comodidad de sus casas mientras él se protegía bajo un techo con fisuras por donde se le colaban goteras del tamaño de insectos. Verlos a todos irse fue ver escaparse sus esperanzas de cenar. Más de veinticuatro horas sin comer. La noche transcurrió, la lluvia no cesó y para hacerlo todo más deprimente, a la media noche hubo un corte de electricidad que lo dejó totalmente a oscuras, apenas iluminándose con una linterna. &nb
—Amanda… —la voz de Claudia fue apenas un eco disparado por sus cuerdas vocales, proferidos por una dama paralizada que observa su final acercarse Amanda no respondía. Se había sentado una esquina, sobre un colchón muido. El lugar era un asco. Si alguna vez fue una casa decente, ahora se veía reducida a un cuadrado de piedra cuyas baldosas desaparecidas caían ante la vegetación que se les deslizaba hasta cubrirlas. Las paredes sucias no mostraban signos de humanidad. Y los únicos mueblen era una silla rota y un colchón de manchas sospechosas rodeado por un par de condones usados, apenas visibles ante el nido de sombras donde habitaban. Claudia se
Cuando se produjo el corto de electricidad, el pequeño Adrián estaba en su habitación viendo una de sus series preferidas: Invencible. A sus once años, esta caricatura repleta de violencia, mensajes amorales y connotaciones sexuales debería estar más que prohibida para él, pero claro, ¿quién iba a impedir que la viera? Sus padres no estaban. Nunca estaban a esa hora, así que Adrián podía abrir los streaming y ver lo que le diese la gana. Se reproducía una orgásmica escena de sangre cuando todo se quedó a oscuras y él, al borde de su cama, hipnotizado por la pantalla, tardó unos segundos en entender lo que estaba pasando. Lanzó uno de esos improperios que ningún niño se atrevería a decir en presencia de sus progenitores y sali&oac
La conocía, ¿no? A Claudia Rivero. Vivía también en la colina. Al verla, Amanda tuvo alivio y miedo a la vez. Por un lado, la sensación de ver a otra persona fue reconfortante. Por el otro, encontrarla en ese estado le generó un montón de preguntas cuyas respuestas probablemente no serían agradables. —Ayúdame, por favor —volvió a decir la chica, extendiendo la mano. Amanda asintió y la ayudó a levantarse notando como apenas tenía fuerzas para alzarla y como Claudia hacía gestos de dolor con cada movimiento. Claudia, por su parte, notó q
¡Malditos sean todos! Que se jodan esos idiotas sin nombre con miedo a la oscuridad. ¿Y se hacen llamar hombres? Mariquitas es lo que son. Las nuevas generaciones son un caso perdido. Ya no aguantan ni un pequeño corte de luz, aunque tengan botellas reposando en sus manos. ¿Le tienen miedo a una pelea? Cobardes asquerosos incapaces de devolver un buen gancho derecho incluso estando sobrios. Perdedores. ¡Y que mala suerte la suya! Gerald Castro nunca tuvo buena suerte, no señor. Hace poco más de dos horas estaba en la cima del mundo, apostado sobre el mostrador de su bar favorito en el pequeño centro comercial de esa pocilga pretenciosa llam